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ОглавлениеCARTAS A LA MUJER TINERFEÑA [II]
El día 9 de este mes se celebró el último mitin abolicionista de este curso. El doctor Juarros, presidente de la Sociedad1, nos volvió a repetir, para que no lo olvidemos, el idearium abolicionista, y nos dijo que en el mes de mayo de 1927 se celebrará una asamblea, y de ella saldrá el acuerdo de la reforma de leyes que se ha de pedir al Gobierno.
Para entonces es preciso que todos los españoles, pero sobre todo nosotras, las mujeres, estemos unidos en un mismo ideal de justicia y convencidos absolutamente de la necesidad de abolir la prostitución legal y reglamentada. Hemos podido vivir en medio de esta gran injusticia porque no pensábamos en ella, porque un pudor mal entendido nos vedaba hablar de ciertas cosas, y porque si alguna vez, tímidamente, nos hemos atrevido a protestar, nos han dicho los hombres que era un mal necesario.
Josefina Butler ha dicho miles de veces: «No hay males necesarios». Que sea este nuestro lema. No, no hay males necesarios; lo que ha habido y hay es inconsciencia, egoísmo, indiferencia.
¿Has pensado, mujer, alguna vez, en la suerte de esas desdichadas? No ha habido esclavitud comparable a la suya; explotadas por una patrona o por un mal hombre, golpeadas, escarnecidas, sin dignidad y sin decoro, sin derechos humanos, inferiores al paria de la India y al perro de nuestra casa, ven pasar los mejores años de su vida; después llega la enfermedad horrible y asquerosa, el hospital, y, si la muerte no viene pronto, la vejez miserable, inmunda y abandonada.
Y he aquí otra de las más enormes injusticias: mientras la pobre mujer enferma es recluida en el hospital y no puede salir de él a ejercer su oficio hasta que no esté completamente curada, el hombre que la infectó sigue viviendo libremente, repartiendo enfermedades, casándose y dando al mundo hijos degenerados. Las leyes las hicieron los hombres, que ni siquiera parece que nacieran de mujer.
Hay que pedir la ley de reconocimiento prematrimonial: no podemos entregar nuestras hijas, sanas y puras, a un hombre sin conciencia, capaz de contagiarles una enfermedad horrible; y para ello es necesario pedir también la ley del delito sanitario, porque no es justo que vaya a la cárcel quien atenta contra la vida de otro, mientras queda libre el que produce una enfermedad que a veces dura toda la vida.
No desaparecerá la prostitución porque esta no sea legal, como no han desaparecido los ladrones, a pesar de estar prohibido el robo; pero se limitará, sobre todo si se aprueba la ley de investigación de medios de vida, y es seguro que, así como nadie al poner su profesión en la cédula escribe «ladrón», nadie pondrá tampoco «ramera».
Las enfermedades disminuirán como han disminuido, hasta casi desaparecer, en Inglaterra, Noruega, Dinamarca y otros países. En ellos las desgraciadas que aún no se han redimido del todo tienen que justificar su vida con un oficio o trabajo honrado, se van dignificando lentamente y cuidan de evitar las enfermedades que son una vergüenza en el ambiente en que ahora viven.
En esta campaña hemos de oír cosas muy desagradables. Por ejemplo, como ya se ha dicho, que estas mujeres se encuentran muy a gusto en su vida, y que no tienen ningún deseo de salir de ella. Precisamente la inconsciencia de estas desgraciadas, que por haber caído tan bajo son ya incapaces de hacer el menor esfuerzo, por sí mismas, para salvarse, es lo que ha de movernos a mayor compasión. ¡Bendito sea Dios, que hace que ni el jorobado sepa de su joroba, ni la prostituta de su vergüenza! Esta es la justicia divina, que pone en cada espíritu, exactamente, el grado de conocimiento que necesita para vivir.
No es digno de cristianos países sostener este estado de injusticia vergonzoso, y no será verdad que el cristianismo ha dignificado a la mujer (como tanto se ha dicho) mientras miles de hermanas nuestras vivan en la mayor de las desventuras. Uno de los oradores del último mitin nos dijo que «es más digno el harén musulmán, cuyas mujeres son de un solo hombre, que las alimenta, las guarda, las considera y las hace respetar, y cuyos hijos tienen un nombre, una educación y una categoría, que esta comodidad mezquinamente económica —con economía de responsabilidad, de corazón y de bolsillo— que hace que nuestros Beni-Alí de tres al cuarto puedan disfrutar de un harén cada noche por unas pesetas».
Se dice también que para que las mujeres honradas vivamos tranquilas es preciso que existan otras que no lo sean, y que, lo mismo que los soldados luchan para que el pueblo pueda vivir en paz, ellas defienden nuestra vida honrada y la de nuestras hijas. Si esto es así, si aun inconscientemente ellas están cumpliendo un noble oficio, contesta, mujer, a quien esto te diga, que así como entrega sus hijos a la Patria, entregue también a la prostitución alguna de sus hijas. Seguramente se indignará; pero sin razón, porque es justo, de toda justicia, que en esta forma se contribuya a todas las necesidades del país. ¿Es que no se ha pensado nunca que también esas mujeres han tenido padres, que también las criaron con amor, y que hubo un tiempo en que fueron inocentes y puras como nuestras hijas? Si el villano que las perdió, abandonándolas después, las hubiera amparado, hoy serían tan honradas como nosotras.
Y en cuanto a hacernos creer que nuestra virtud se apoya en la desgracia de unos miles de mujeres, miente quien tal diga. Los hombres no son fieras. Pero si fuera cierto, si la vida fuera tan horrible como nos la pintan, nosotras no podemos querer una tranquilidad que se sustenta en la esclavitud de estas desgraciadas criaturas, y habría llegado el momento de gritar, como en días de horror gritaron las mujeres belgas: «¡Mujeres! ¡Vamos a la huelga de vientres vacíos! ¡Dejemos extinguirse a una humanidad que ha fracasado en sus más altos ideales!». Pero no: el ejemplo de otros países nos da la seguridad de que esto no es así. Tengamos fe. Ni hay males necesarios, ni humanidad malvada, ni pueden fracasar el bien y la justicia, que hablan cada vez más alto desde el fondo de nuestra conciencia.
Mujer, te emplazo para mayo de 1927. Une tu voz a las nuestras, y ayúdanos a abolir leyes odiosas y a salvar a la parte más miserable de nuestra sociedad.
La Prensa, 5 de junio de 1926
1 La Sociedad Española de Abolicionismo se funda en Madrid en mayo de 1922 bajo la iniciativa de los doctores Juarros y Hernández Sampelayo con la finalidad de lograr la supresión de la prostitución legal y la inclusión del delito sanitario en el Código Penal. Para ello se emprende una campaña de propaganda basada en la organización de mítines y la publicación de colaboraciones de sus asociados y simpatizantes en la prensa, donde contaba con el apoyo de periódicos progresistas, como El Sol, y de algunas revistas especializadas.