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ESTAMPAS INFANTILES

La Sociedad Protectora de Animales y Plantas ha organizado una exposición de dibujos en la que sólo han tomado parte los niños de las escuelas españolas e inglesas. Supongo que los de otras naciones no han enviado porque no se ha hecho suficiente propaganda.

La exposición se ha celebrado en el salón de Nancy, y el número de dibujos recibidos ha superado lo que se esperaba. Casi todos los artistas deben de tener muy pocos años, a juzgar por la ingenuidad de sus obras y por lo incorrecto del dibujo; y todos han coincidido en poner en el margen una pequeña leyenda como explicación del asunto tratado. Esto no deja de estar muy en su lugar y demuestra que los pequeños, más razonables que los pintores modernos, procuran evitar las confusiones que pudieran surgir en la contemplación de sus cuadros. Si en las exposiciones de ahora se siguiera esta costumbre, nos evitaríamos el trabajo de averiguar si el pintor quiso hacer un pozo o un árbol, aun cuando, según el conferenciante que inauguró una exposición futurista, esta manía de saber que tiene la humanidad sólo sirva para rémora del genio artístico.

El asunto de los dibujos debe de haber sido condición impuesta por la Sociedad que sea, de animales o plantas, y si la imaginación del niño llegaba a ello, tratar de mostrar el dolor de los seres indefensos o el amor con que debiera tratárselos.

Los pequeños artistas españoles han encontrado tan a mano los asuntos de crueldad con los animales que apenas han tenido que discurrir. Así, abundan los borriquillos que tiran de un carro cargadísimo, mientras el carretero los golpea despiadadamente; los perros que huyen de los chicos que los apedrean, y, sobre todo, los caballos (tan barrigones que parece haberles servido de modelo el de bronce de la plaza Mayor) que después de muchos años de trabajos al servicio del hombre concluyen su vida arrastrando sus tripas por la arena de la plaza de toros.

En los asuntos de amor se ve que ni los niños han tenido muchos ejemplos a la vista ni sus almas recias de españoles entienden mucho de eso. Se limitan a dar de comer a los pajaritos y alguno dice que también calor en el invierno. Yo no sé qué pensarían los pájaros de esa niña que aparece en el dibujo apretando a un gorrión contra el pecho, pero me figuro que no habría de hacerles mucha gracia.

En fin, todos los dibujos son encantadores y los autores, unos buenos chicos, que por lo menos durante unas horas se han ocupado de los animales para algo que no ha sido martirizarlos.

Los dibujos ingleses son asombrosos. Es cierto que sólo han enviado los primeros premios de las escuelas, pero tienen tal arte que podrían figurar en una exposición de profesionales. Casi todos parecen copias del natural, y en sus asuntos sencillos apenas reconoce el dolor otra causa que la falta de libertad.

El pájaro que mira a través de su jaula dorada a otro pájaro que vuela libremente; el perro atado con una cadena, entristecido y escuálido, y hasta el zorro que aúlla desesperado, con una pata mordida por el cepo, mientras en las nubes se dibuja la silueta de una dama elegante envuelta en pieles, todos piden únicamente libertad.

Decididamente, la psicología del niño inglés es completamente distinta a la nuestra. El caballo que después de dar la vuelta enloquecido en el hipódromo cae extenuado y moribundo no ha tenido ni un comentador. Tal vez piensan allí que el animal no ha podido encontrar muerte más feliz, en ese simulacro de libertad del que disfruta.

Esta exposición, además del estímulo que puede haber proporcionado a los niños, sólo ha servido para que aprendamos dos cosas, que la educación artística de los niños españoles está, en general, muy descuidada, y que desgraciado del animal que caiga en nuestras manos, sea vivo o en estampa.

La Prensa, 17 de noviembre de 1926

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