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Sección II: Plan divino en la obra médico misionera La Majestad del Cielo como Médico misionero

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Este mundo ha sido visitado por la Majestad del Cielo [Heb. 1:3], el Hijo de Dios. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” [Juan 3:16]. Cristo vino a este mundo como la expresión del mismo corazón, mente, naturaleza y carácter de Dios. Él era el resplandor de la gloria del Padre para expresar la imagen de su persona. Pero él dejó a un lado su túnica y su corona reales y descendió de su exaltada posición para tomar el lugar de un siervo. Él era rico; pero se hizo pobre por amor a nosotros, para que pudiéramos tener riquezas eternas [2 Cor. 8:9]. Él hizo el mundo, mas se vació a sí mismo en forma tan completa que durante su ministerio declaró: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” [Mat. 8:20].

Él vino a este mundo y estuvo entre los seres que había creado como un varón de dolores, experimentado en quebrantos. Él fue “herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” [Isa. 53:3-5]. Él fue tentado en todo como nosotros; no obstante, no se halló pecado en él [Heb. 4:15].

Un siervo de todos

Cristo estuvo a la cabeza de toda la humanidad en forma de un ser humano. Su actitud fue tan llena de simpatía y amor que el más pobre no temía acudir a él. Era amable con todos y asequible, aun para el más indigno. Anduvo de casa en casa curando enfermos, alimentando hambrientos, animando a los que se quejaban, alentando a los afligidos y dirigiendo palabras de paz a los angustiados.

El Señor tomó a los pequeñuelos en sus brazos y los bendijo [Mar. 10:13-16], y tuvo palabras de esperanza y aliento para las madres cansadas. Con un cariño y una gentileza constantes enfrentó toda forma de miseria y de aflicción humanas. Trabajó, no para sí mismo, sino para los demás. Estuvo dispuesto a humillarse y negarse a sí mismo. No buscó distinción. Fue el siervo de todos. Su objetivo máximo era ser alivio y consuelo para los demás, alegrar a los tristes y a los cargados con quienes tenía contacto diariamente.

Una expresión del amor de Dios

Cristo está ante nosotros como el Hombre modelo, el gran Médico misionero: un ejemplo para todos los que quieran seguirlo. Su amor puro y santo bendecía a todos los que entraban en la esfera de su influencia. Su carácter fue absolutamente perfecto, libre de la más mínima sombra de pecado. Él vino como la expresión del perfecto amor de Dios, no para aplastar, no para juzgar y condenar, sino para sanar todo carácter débil y defectuoso, para salvar a los hombres y las mujeres del poder de Satanás.

Él es el Creador, el Redentor y el Sustentador de la raza humana. Jesús hace a todos la invitación: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi carga” [Mat. 11:28-30].

Tras las huellas

¿Cuál, pues, es el ejemplo que debemos dar al mundo? Debemos hacer la misma obra que el gran Médico misionero hizo a nuestro favor. Debemos seguir la senda de abnegación por la cual anduvo Cristo [Juan 4:34].

Cuando veo a tantos que pretenden ser médicos misioneros, vienen a mi mente destellos de lo que Cristo fue en esta tierra. Al pensar en cuán por debajo de la norma que dan los obreros de hoy cuando se comparan con el Ejemplo divino, se agobia mi corazón con una pena que las palabras no pueden expresar. ¿Harán los hombres y mujeres alguna vez una obra que refleje los rasgos y el carácter del gran Médico misionero?...

¿No hay suficiente infortunio en esta tierra azotada y maldecida por el pecado, que nos induzca a consagrarnos a la obra de proclamar el mensaje que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna?” [Juan 3:16] El Hijo de Dios pisó esta tierra. Vino a traer luz y vida a los hombres, a liberarlos de la esclavitud del pecado. Y vendrá otra vez con poder y gran gloria [Mat. 24:30], para recibir a los que durante esta vida hayan seguido en sus huellas.

Su nombre debe honrarse

¡Oh, cuánto deseo ver a los que afirman ser médicos misioneros honrar al Gran Ejemplo, demostrando en su vida lo que comprende la declaración de ser un médico misionero! Quisiera que estuvieran aprendiendo de la mansedumbre y la humildad del Salvador. Mi corazón se apena al pensar que Cristo es tan enormemente defraudado por sus seguidores. Ellos llevan un nombre cuya vida diaria no les da derecho a ostentar.

Debemos ser santificados, alma y cuerpo [1 Tes. 5:23], por medio de la verdad; entonces honraremos el nombre de médico misionero. ¡Oh, este nombre significa tanto! Requiere una representación completamente distinta de la que han dado muchos que así se han autodenominado. Pronto comprenderán ellos cuánto se han apartado de los principios del cielo, y cuán grandemente han contristado el corazón de Cristo.–Carta 117, 1903.

El ministerio médico

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