Читать книгу El ministerio médico - Elena G. de White - Страница 73
Ocultar el yo en Cristo
ОглавлениеEl Dr. John Cheyne, mientras se desarrollaba hasta alcanzar un lugar destacado en su profesión, no olvidó sus obligaciones hacia Dios. Cierta vez, escribió esto a un amigo: “Podría ser que usted deseara conocer la condición de mi mente. Me siento humillado hasta el polvo por el pensamiento de que no existe una sola acción en mi atareada vida que pueda soportar la mirada de un Dios santo. Pero cuando reflexiono acerca de la invitación del Redentor: ‘Venid a mí’ y en que la he aceptado; y además, al ver que mi conciencia testifica que deseo ardientemente mantener mi voluntad en armonía con la voluntad de Dios en todo, entonces disfruto de paz y poseo el reposo prometido por aquel en quien no se ha hallado engaño”.
Este médico eminente, antes de su fallecimiento ordenó que se erigiera una columna cerca del lugar donde yacería su cuerpo, en la cual debían inscribirse estos textos como voces desde la eternidad: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” [Juan 3:16]. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” [Mat. 11:28]. “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” [Heb. 12:14].
Y aunque el Dr. Cheyne procuró de ese modo, aun desde su tumba, llevar a los pecadores al Salvador y la gloria, ocultó su propio nombre y no permitió que apareciera en ninguna parte en la columna. No fue menos cuidadoso al decir a los transeúntes: “El nombre, la profesión y la edad de quien yace debajo de este lugar, tienen poca importancia; pero puede ser de la mayor importancia para usted saber que por la gracia de Dios fue inducido a buscar al Señor Jesús como el único Salvador de los pecadores y que esta contemplación de Jesús le llenó el alma de paz”. Dice además: “Ore a Dios; sí, hágalo, para ser instruido en el evangelio y para tener la seguridad de que Dios le dará el Espíritu Santo, el único Maestro auténtico de verdadera sabiduría, para quienes se la pidan”. Este monumento recordativo se erigió para dirigir la atención de todos hacia Dios e inducirlos a perder de vista al hombre.
Este hombre no causó oprobio alguno a la causa de Cristo. Le digo, apreciado hermano, que en Cristo podemos hacer todas las cosas. Es animador recordar que ha habido médicos consagrados a Dios, que fueron guiados y enseñados por él; y puede haber otros iguales ahora: médicos que no exaltan el yo, sino que se comportan y trabajan teniendo como objetivo la gloria de Dios, que son fieles a los principios, fieles al deber, que siempre buscan a Cristo por su luz...
Al examinar los registros del pasado, encontramos a médico tras médico calificados para ministrar tanto al alma como al cuerpo, y algunos continúan haciéndolo. Incitados por los peligros de su profesión, buscaron la sabiduría de Dios y fueron guiados por su Espíritu por la senda cuyo final es la gloria...
El médico que teme y ama a Dios anhela revelar a Jesús al alma enferma de pecado, y decirle cuán gratuita y completa es la provisión hecha por el Redentor que perdona los pecados. “Su tierna misericordia abarca todas sus obras” [Sal. 145:9]; pero para la humanidad se ha hecho una provisión más amplia aún, y abunda la promesa que señala hacia Jesús como la Fuente abierta para lavar el pecado y la inmundicia. ¿Qué puede alivianar tanto el corazón, qué puede difundir tanta luz en el alma, como sentir que sus pecados están perdonados? La paz de Cristo es vida y salud.
Entonces, que el médico comprenda que debe rendir cuentas y mejorar sus oportunidades de revelar a Cristo como un Salvador que perdona. Que tenga una elevada consideración por las almas y que haga todo lo posible a fin de ganarlas para Cristo y la verdad. Que el Señor ponga su Espíritu sobre los médicos y les ayude a trabajar con inteligencia por el Maestro porque aman a Jesús y las almas por quienes Cristo murió.–Manuscrito 17, 1890.
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