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Capítulo 5 Cuando hacer todo bien no es suficiente

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Sucedió que un hombre se acercó a Jesús y le preguntó:

–Maestro, ¿qué de bueno tengo que hacer para obtener la vida eterna?

–¿Por qué me preguntas sobre lo que es bueno? –respondió Jesús–. Solamente hay uno que es bueno. Si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos.

–¿Cuáles? –preguntó el hombre.

Contestó Jesús:

–“No mates, no cometas adulterio, no robes, no presentes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre” y “ama a tu prójimo como a ti mismo”.

–Todos esos los he cumplido –dijo el joven–. ¿Qué más me falta?

–Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.

Mateo 19:16-22.

* * * *

Este joven tenía todo lo que a la gente de su edad le gustaría tener: fama y riquezas. Un día, al observar cómo Jesús trataba a los niños, nació en su corazón el deseo de ser también su discípulo. La idea fue tan fervorosa que corrió hasta Jesús, se arrodilló y, sinceramente, le hizo la pregunta más importante en la vida: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”

Jesús respondió con un desafío que probó los pensamientos del muchacho. Replicó: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solo Dios”.

Este joven ejecutivo obviamente vivía “la buena vida”. Se había convencido a sí mismo de sus logros personales en la vida laboral y espiritual. Sin embargo, aunque tenía todo sentía que algo le faltaba. Había visto cómo Jesús bendecía a los niños, y él también deseaba recibir esa bendición.

Para responder a su planteo, Jesús le ordenó que guardara los Mandamientos y citó algunos de los que tienen que ver con las relaciones interpersonales. El muchacho aseguró con confianza que siempre había cumplido con todo eso, y agregó: “¿Qué me falta?” Mientras Jesús lo contemplaba, podía ver la vida y el carácter del joven que estaba arrodillado frente a él. Lo amaba y deseaba darle la paz que necesitaba. Así que, contestó: “Una cosa te falta. Vende todas tus posesiones y entrega lo recaudado a los pobres. Eso te abrirá una cuenta bancaria en los cielos. Entonces, toma tu cruz y sígueme”.

Jesús deseaba sinceramente que este joven fuese uno de sus discípulos. Sabía que los jóvenes pueden ser una tremenda influencia para el bien. Tenía hermosas habilidades y talentos. Jesús quería darle la oportunidad de desarrollar un carácter como el de Dios.

Si se hubiera unido a Jesús, si hubiera tomado la decisión de ser su discípulo, se habría transformado en un enorme poder para el bien y ¡cuán diferente habría sido su vida!21

Realmente, se podría haber convertido en todo lo que quería ser. Pero, le faltaba solamente una cosa, ¡solo una!: liquidar su riqueza, repartirla y seguir a Jesús. Eso habría resuelto el problema, lo habría vaciado de su orgullo para ser llenado, en su lugar, con el amor de Dios. Jesús lo invitó a elegir entre el tesoro celestial y la grandeza mundanal.

Aceptar a Jesús significaba que este joven tenía que comprometerse a llevar, sin nada de egoísmo, una vida de sacrificios y generosidad. Con profundo interés, Jesús observó cómo sopesaba la situación. Por medio de una profunda reflexión, el joven comprendió lo que estaba en juego, y se deprimió. Si hubiera entendido lo que significaba el don que Cristo le ofrecía, se habría convertido en uno de sus discípulos. En cambio, estaba pensando con desconsuelo en todo aquello que perdería.

Este joven arrodillado delante de Jesús servía como uno de los honrados miembros del Concilio de los judíos, y Satanás lo tentaba con pensamientos de futura gloria terrenal. No hay duda de que quería obtener el tesoro espiritual que Jesús le estaba ofreciendo, pero no iba a sacrificarse. Finalmente, después de pensarlo dos veces, se marchó con tristeza. El costo de la vida eterna le pareció demasiado elevado.

El joven rico fue víctima de la autocompasión. Aunque se había confesado observador de la Ley, en realidad no había estado cumpliendo con sus mandatos. Tenía un ídolo: sus riquezas. Amaba sus posesiones más que a Dios; amaba los dones más que al Dador de esos dones.

Muchas personas actualmente toman la misma decisión. Cuando ponen en la balanza los requerimientos del mundo espiritual y del mundo material, se alejan de Jesús y, como el joven rico, dicen: “No puedo seguirte”.

Si hubiera sido capaz de mirar más allá de una vida de obediencia, hacia la vida de verdadero amor que Jesús le ofrecía, ¡cuán diferente podría haber sido su vida!

Al joven rico se le había dado mucho para que demostrara generosidad; y lo mismo sucede hoy. Dios nos da talentos y oportunidades de trabajar junto a él para ayudar a los pobres y sufrientes. Cuando utilizamos nuestros dones de esta manera, nos asociamos con Dios a fin de ganar a otros para Jesús. A los que ocupan altos puestos de confianza y tienen muchos recursos, puede parecerles, como al joven príncipe, un sacrificio demasiado grande el renunciar a todo para seguir a Cristo. Pero, la negación de uno mismo es el centro de lo que significa ser un seguidor de Jesús. Muy seguido, se habla de esto de tal modo que parece autoritario, pero la única forma que tiene Dios de salvarnos es separarnos de aquellas cosas que, si las conservamos, nos destruirán por completo.22

Jesús también llamó a su servicio a otro hombre adinerado; pero este dejó todo y cambió un trabajo con grandes ventajas económicas por la pobreza y la austeridad.

Todos le escapan a los cobradores de impuestos; ahora y en los días de Jesús. Esos funcionarios eran los más rechazados de todos, y no solo por recaudar impuestos (esto les recordaba, dolorosamente, que habían sido conquistados por los romanos). Estos hombres solían ser deshonestos y, por medio de la extorción, se hacían millonarios. Además, era un judío que trabajaba para los romanos, y eso lo transformaba en lo más bajo de la sociedad.

Mateo era uno de estos odiados extorsionistas. Pero, un día todo cambió. Después de elegir a dos pares de hermanos cerca del Mar de Galilea –Pedro y Andrés, y Juan y Santiago–, Jesús llamó a Mateo para que fuera su discípulo. Mientras que los otros juzgaban a Mateo por su profesión, Jesús miró su corazón y reconoció que estaba dispuesto a seguirlo. Mateo había oído hablar a Jesús y deseaba pedirle ayuda, pero estaba convencido de que el Maestro jamás se fijaría en él.23

Cierto día, cuando Mateo estaba sentado detrás de su mostrador público, vio a Jesús acercándose. Momentos después, se maravilló cuando escuchó que le decía: “Sígueme”. Mateo se levantó de su lugar, dejó todo tal cual estaba, se dio la vuelta y siguió a Jesús. No dudó, no cuestionó, no dedicó ni un instante más a su millonario negocio ni a la pobreza en la que viviría a cambio. Para Mateo, era suficiente estar con Jesús, escuchar sus palabras y trabajar con él.

Lo mismo había sucedido con los hermanos que Jesús acababa de llamar. Pedro y Andrés escucharon la invitación, dejaron en la playa sus redes y su embarcación, y acompañaron a Jesús. No preguntaron de qué iban a vivir para sostener a sus familias. El llamado a ser discípulos de Jesús fue tan poderoso que no dedicaron tiempo a racionalizar o posponer la decisión. Ellos simplemente obedecieron el llamado y se unieron a Jesús.

La noticia de la decisión de Mateo llamó la atención en toda la ciudad. Y, un nuevo y fervoroso discípulo de Jesús, Mateo quería, desesperadamente, influenciar a sus ex compañeros. Entonces, organizó una fiesta en su casa e invitó a sus amigos y a sus parientes. Entre ellos no solamente había recaudadores de impuestos; también había otras personas de mala fama, gente discriminada por sus estrictos vecinos.

Pero Jesús no dudó en aceptar la invitación, aun sabiendo que los líderes judíos se iban a ofender y que quedaría en una posición dudosa frente a los ojos de los demás. Con placer, Jesús asistió a la cena, donde Mateo le dio el lugar de privilegio en su mesa, rodeada de deshonestos cobradores de impuestos.24

Durante la fiesta, algunos rabinos trataron de que los nuevos discípulos de Jesús se enfrentaran con su Maestro, preguntando: “¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?” Jesús escuchó de lejos la pregunta y, antes de que sus discípulos contestaran, desafió a los líderes con estas palabras: “Los sanos no tienen necesidad de médico; solo los enfermos. ¿Por qué no investigan el significado de estas palabras: ‘Misericordia quiero; basta de sacrificios’? No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento”.

Los fariseos proclamaban ser espiritualmente íntegros, sin necesidad de sanidad espiritual. Ellos consideraban que los recaudadores de impuestos y los extranjeros se morían por culpa de sus pecados. Así que, Jesús los confrontó con una verdad obvia: ¿Por qué no se asociaría él con las personas que más necesitaban de su ayuda?

Una religión legalista jamás podrá atraer a nadie a Jesús. ¡Está tan vacía de amor! El ayuno y la oración que están motivados por un espíritu de autojustificación son abominables. Incluso los servicios solemnes y las ceremonias religiosas, la “humillación” pública de uno mismo y los impresionantes sacrificios intentaban demostrar que una persona tenía “derecho” al cielo. Todo esto es decepcionante. No podemos hacer nada para comprar nuestra salvación.

En conclusión, solamente después de renunciar a nuestros intereses egoístas podemos llegar a ser creyentes, seguidores de Jesús, sus discípulos. El joven rico no pudo conseguirlo; Mateo, sí. Uno tomó la decisión apropiada; el otro, no. Mateo experimentó la conversión y entró a una alegre vida de satisfacción en el servicio. El otro continuó con su vida de prestigio humano, riquezas y vacío. Uno encontró la vida eterna; el otro se la perdió. Cuando renunciamos a nuestros intereses egoístas, el Señor nos regala una vida nueva. Solamente las jarras nuevas pueden contener el vino fresco de una vida renovada en Cristo.25

21 El Deseado de todas las gentes, pp. 477, 478.

22 Ibíd., pp. 478-481.

23 Ibíd., p. 238.

24 Ibíd., pp. 239, 240.

25 Ibíd., pp. 240, 241, 246.

Un llamado a destacarse

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