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ОглавлениеCapítulo 1
El comienzo
Encuentros de jóvenes con textos de Elena de White... acerca de la salvación
Elena de White logra hacer simple y personal el tema de la salvación y el amor de Cristo, quien murió por mí. Cuando abro El Deseado de todas las gentes, allí está. Es tan real, tan capaz de salvarme.
Cuando leo lo que Elena de White dice acerca de la salvación, no hay autor que se le compare. Lo que ella escribe tiene que ver conmigo en particular. Le está hablando a mi vida, a mis sentimientos, a mis experiencias. Lo reconozco. Es la salvación por experiencia, es tangible, porque se trata de Jesús. Sé que ella conocía personalmente a Jesús. No podría comparar la sabiduría de ningún otro escritor con esto.
Cualquier autor podría tener algo importante que decir o podría transmitir ideas correctas pero, a través de El Deseado de todas las gentes, Elena de White está tratando de compartir la salvación por medio de Jesús. Y lo mejor de todo ¡es que me hace desearlo! Lo deseo con todo mi corazón.
En sus escritos, me habla de la salvación en el mundo real, mi mundo. No se trata solamente de ideas. No es un ejercicio de retórica. Lo intelectual tiene su lugar pero, cuando me levanto a la mañana para encarar espiritualmente mi día, lo que necesito debe ser claro, vívido, personal. Así lo encuentro en sus escritos. Mis esfuerzos para salvarme son como “cuerdas de arena”, como ella los describe. Sé que es así, porque he sentido que esas cuerdas se desvanecían entre mis dedos. Puedo tocar lo que ella describe; es la teología de la carne y la sangre. ¡Es Jesús! Elena de White pinta el cuadro de un Jesús real, capaz de salvarme de mí misma.
Por encima de todo, sé que ella escribió porque quería que me salvara, y no porque quería que creyese en sus ideas. Y yo anhelo salvarme, lo deseo de todo corazón. Quiero conocer a Jesús, compartir sus padecimientos, llegar a ser semejante a él en su muerte y, así, de alguna manera, alcanzar la resurrección de entre los muertos.
Laura, 24 años.
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Cristo, el comerciante celestial, que busca buenas perlas, vio en la humanidad perdida la perla de gran precio. En el hombre, engañado y arruinado por el pecado, vio las posibilidades de la redención.2
Cuando era pequeña, tenía fascinación por las perlas. Admiraba sus bordes suaves y su brillo delicado.
Pensaba que eran más hermosas que los diamantes o que los rubíes. Así que, no me sorprendió que Elena de White comparara a nuestro Salvador con una perla. Pero, no me esperaba lo que ella dijo acerca de que Jesús vio en la humanidad perdida esa “perla de gran precio”. ¿Cómo pudo ver algo hermoso en mí? Entonces, mientras leía esas elocuentes ilustraciones, comprendí la esencia de la salvación. Cristo no me busca porque estoy perdida. No desea salvarme porque se siente obligado a hacerlo. Me regala la salvación porque me ama.
La Sra. de White habló reflexivamente acerca de Cristo como el “comerciante celestial”. Al leer sus escritos, cada día me alegro en la humanidad, porque Jesús encontró en nuestro viejo y desarreglado mundo las valiosas perlas que estuvo buscando, y porque él vio una perla en mí.
Jennifer, 22 años.
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El comienzo
El nacimiento de Jesús, el Cristo, fue así: Su madre, María, estaba comprometida para casarse con José, pero antes de unirse a él, resultó que estaba encinta por obra del Espíritu Santo. Como José, su esposo, era un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en secreto.
Pero cuando él estaba considerando hacerlo, se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel” (que significa “Dios con nosotros”).
Cuando José se despertó, hizo lo que el ángel le había mandado y recibió a María por esposa. Pero no tuvo relaciones conyugales con ella hasta que dio a luz un hijo, a quien le puso por nombre Jesús.
Mateo 1:18-25.
En esa misma región había unos pastores que pasaban la noche en el campo, turnándose para cuidar sus rebaños. Sucedió que un ángel del Señor se les apareció. La gloria del Señor los envolvió en su luz, y se llenaron de temor. Pero el ángel les dijo: “No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
De repente apareció una multitud de ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían:
“Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad”.
Cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: “Vamos a Belén, a ver esto que ha pasado y que el Señor nos ha dado a conocer”.
Así que fueron de prisa y encontraron a María y a José, y al niño que estaba acostado en el pesebre. Cuando vieron al niño, contaron lo que les habían dicho acerca de él, y cuantos lo oyeron se asombraron de lo que los pastores decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón y meditaba acerca de ellas. Los pastores regresaron glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído, pues todo sucedió tal como se les había dicho.
Lucas 2:8-20 .
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El nacimiento del Salvador fue predicho en el Edén. Cuando Adán y Eva oyeron esta promesa por primera vez, esperaban que se cumpliera pronto. Le dieron la bienvenida a su primer hijo con alegría, porque pensaban que era el Libertador. Pero, la promesa tardó en cumplirse. Pasaron un siglo tras otro, y las voces de los profetas dejaron de escucharse. En el concilio celestial se decidió el momento en el que Cristo vendría a la Tierra y, cuando el gran reloj del tiempo marcó la hora exacta, Jesús nació en Belén.3
Los ángeles se habían maravillado del glorioso plan de redención. Con atención, miraban cómo el pueblo de Dios iba a recibir a su Hijo. El Rey de gloria se rebajó para ser como los humanos. El ambiente que lo rodeó en la Tierra fue tosco y dañino. Disimuló su gloria para que nadie se sintiera atraído por lo majestuoso de su persona, y evitó toda ostentación externa.
El decreto del Imperio Romano para censar al pueblo que vivía en su gran territorio, incluía a los habitantes de las colinas de Galilea. Los ángeles protegieron a José y a María en el viaje hacia el sur, desde Nazaret hasta Belén. Cuando llegaron allí, estaban muy cansados. Como no tenían dónde quedarse, recorrieron la angosta calle principal desde la puerta de la ciudad hasta el otro extremo, buscando inútilmente un lugar para pasar la noche. La posada estaba repleta y no había sitio para ellos. Finalmente, pudieron refugiarse en una vulgar construcción donde dormían los animales y, ahí, nació el Redentor del mundo.
Sobre los montes de Belén, se reunieron una innumerable cantidad de ángeles mientras esperaban la indicación del Cielo para declarar al mundo las grandiosas noticias. Si los dirigentes de Israel hubieran sido fieles, podrían haber compartido la alegría de anunciar el nacimiento de Jesús. Pero se los tuvo que pasar por alto.4
En los campos donde el joven David había apacentado sus rebaños, los pastores seguían cuidando sus ovejas. Durante las silenciosas horas de la noche, hablaban del Salvador prometido, y oraban para que el Rey llegara pronto al trono de David. Entonces, apareció un ángel que les dijo: “No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor” (Luc. 2:10, 11). Toda la llanura quedó iluminada por el resplandor de las huestes divinas.5
Al desaparecer los ángeles, la luz se desvaneció y las tinieblas volvieron a invadir las colinas de Belén. Pero, en la memoria de los pastores quedó grabado el cuadro más resplandeciente que los ojos humanos hayan contemplado alguna vez. Cuando reaccionaron, exclamaron: “ ‘Vamos a Belén, a ver esto que ha pasado y que el Señor nos ha dado a conocer’. Así que fueron de prisa y encontraron a María y a José, y al niño que estaba acostado en el pesebre” (Luc. 2:15, 16).
El Cielo y la Tierra no están más alejados hoy que cuando los pastores oyeron el canto de los ángeles. Y cada uno de nosotros sigue siendo hoy objeto del más profundo amor e interés de Dios.6
La historia de Belén es un tema inagotable. Nos asombra el sacrificio realizado por el Salvador al cambiar el Trono del cielo y la compañía de los ángeles por el pesebre y los animales del establo. Sin embargo, eso fue solo el comienzo de su maravillosa condescendencia. Para el Hijo de Dios ya habría sido una humillación casi infinita el revestirse de la naturaleza humana cuando Adán tenía la inocencia del Edén. Y finalmente, Jesús aceptó la humanidad en un momento en que nuestra especie estaba debilitada por cuatro mil años de pecado. Como cualquier otro bebé humano, recibió los efectos de la ley de la herencia, para compartir nuestras tristezas y tentaciones, y así darnos el ejemplo de una vida sin pecado.7
2 Palabras de vida del gran Maestro, p. 90.
3 El Deseado de todas las gentes, p. 23.
4 Ibíd., pp. 29, 30.
5 Ibíd., p. 31.
6 Ibíd., p. 32.
7 Ibíd., pp. 32, 33.