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Capítulo 4 Puedes volver a casa en cualquier momento

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Un hombre tenía dos hijos –continuó Jesús–. El menor de ellos le dijo a su padre: “Papá, dame lo que me toca de la herencia”. Así que el padre repartió sus bienes entre los dos. Poco después el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue a un país lejano; allí vivió desenfrenadamente y derrochó su herencia.

Cuando ya lo había gastado todo, sobrevino una gran escasez en la región, y él comenzó a pasar necesidad. Así que fue y consiguió empleo con un ciudadano de aquel país, quien lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tanta hambre tenía que hubiera querido llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero aun así nadie le daba nada. Por fin recapacitó y se dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Tengo que volver a mi padre y decirle: Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si fuera uno de tus jornaleros”. Así que emprendió el viaje y se fue a su padre.

Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: “Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo”. Pero el padre ordenó a sus siervos: “¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”. Así que empezaron a hacer fiesta.

Mientras tanto, el hijo mayor estaba en el campo. Al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música del baile. Entonces llamó a uno de los siervos y le preguntó qué pasaba. “Ha llegado tu hermano –le respondió–, y tu papá ha matado el ternero más gordo porque ha recobrado a su hijo sano y salvo”. Indignado, el hermano mayor se negó a entrar. Así que su padre salió a suplicarle que lo hiciera. Pero él le contestó: “¡Fíjate cuántos años te he servido sin desobedecer jamás tus órdenes, y ni un cabrito me has dado para celebrar una fiesta con mis amigos! ¡Pero ahora llega ese hijo tuyo, que ha despilfarrado tu fortuna con prostitutas, y tú mandas matar en su honor el ternero más gordo!”

“Hijo mío –le dijo su padre–, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero teníamos que hacer fiesta y alegrarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”.

Lucas 15:11-32.

* * * *

Esta es la historia de un joven que estaba cansado de los límites del hogar paterno. Para él, las cosas llegaron a tal punto que tomó la decisión de marcharse. Su rico y amoroso padre le dio la parte de su herencia, y el muchacho se fue a una ciudad lejana, donde pensaba que iba a poder vivir como quisiera. Tenía dinero suficiente como para darse todos los gustos. Como el dinero atrae a los “amigos”, pronto se vio rodeado de compañeros que lo ayudaban a gastar su riqueza en forma aparatosa.17

Pero los sueños que había tenido cuando era chico y vivía con su padre se hundieron en el olvido, junto con la estabilidad y la seguridad de su educación espiritual. Su herencia se desvaneció, y tuvo que dedicarse a cuidar cerdos. Para un judío, nada podía ser peor que eso. Los judíos que escucharon el relato de Jesús entendieron la profundidad de la degradación y la humillación que describía. El joven, decidido a encontrar su libertad, terminó, en cambio, convertido en un esclavo. Sin amigos ni comida, y profundamente angustiado, trataba de quitarles la comida a los cerdos para poder sobrevivir.18

En este relato, observamos una sorprendente descripción de lo que es la desesperanza de vivir separados de Dios. Puede que nos lleve algún tiempo darnos cuenta de cuán pobres somos cuando nos alejamos del amor del Padre celestial, pero ese día llegará. Y, mientras estamos lejos, Dios busca desesperadamente la forma de invitarnos a regresar al hogar.

El hijo pródigo tomó conciencia de su situación cuando estaba en medio de su desgracia, y se dio cuenta de que cualquier empleado en la casa de su padre estaba mejor que él. En su miseria, el muchacho recordó el amor de su padre. Y los recuerdos de ese amor lo llevaron a volver a su hogar.

Finalmente, decidió regresar y confesar su pecado. pensó en lo que le diría a su padre: “Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si fuera uno de tus empleados”. Débil y hambriento, vestido con harapos, dejó por fin la compañía de los cerdos y se puso en camino para regresar al hogar de su niñez.19

El fugitivo no tenía idea de la tristeza que había aplastado a su padre desde que el hijo se había ido. Mientras bailaba y banqueteaba con sus escandalosos compañeros, no había tenido tiempo de pensar en la sombra que se había extendido sobre su casa. Y nadie podría haberle hecho creer que su padre se sentaba todos los días a contemplar el regreso de su hijo. Ahora, con pasos pesados y dolorosos, el hijo regresa a implorar no más que un empleo.

A la distancia, el padre reconoce a su hijo y corre a su encuentro y le da un largo y emotivo abrazo. Para proteger a su hijo de las miradas indiscretas, el padre se quita su propia capa y la coloca sobre los hombros del joven.

Confundido por este amoroso recibimiento, el muchacho comienza el discurso de arrepentimiento que había ensayado. Pero su padre no quiere escucharlo, porque no tiene en su casa un lugar para un siervo-hijo; su muchacho va a disfrutar de lo mejor que el hogar posee. El padre les da instrucciones a sus siervos para que le den los mejores vestidos, un anillo y calzado nuevo. Se organiza una fiesta, para que todos puedan celebrar: “Mi hijo estaba muerto, pero ahora vive; estaba perdido, pero ha regresado”.

¡En ese momento, el concepto que el hijo tiene de su padre es totalmente distinto! Siempre había pensado que era autoritario, exigente, inflexible. Pero no más. En su profunda necesidad, comprendió el verdadero carácter de su padre. Y de eso se trataba la historia.

En nuestra rebeldía, a menudo pensamos que Dios es intolerante y autoritario, demandante ante sus requerimientos. Pero, cuando hemos estado lejos por algún tiempo y estamos hambrientos espiritualmente, vestidos con los harapos del pecado y la culpa, podemos apreciar cuán amoroso y compasivo es realmente el Padre. Cuando apenas damos el primer paso del arrepentimiento, él corre a nuestro encuentro y nos recibe en sus brazos de amor. Perdona nuestros pecados y nunca más se acuerda de ellos (ver Jer. 31:34).

No esperes más, no trates de purificar tu vida para llegar a ser bueno antes de acercarte a Jesús. Si esperamos a ser lo suficientemente buenos, nunca volveríamos a casa. Jesús te sigue esperando, sigue llamando, te sigue implorando. Todo el cielo desea celebrar tu regreso.20

17 Palabras de vida del gran Maestro, pp. 156, 157.

18 Ibíd., p. 157.

19 Ibíd., p. 159.

20 Ibíd., pp. 160-162.

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