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Capítulo 2 Jesús también fue niño y adolescente
ОглавлениеEl niño crecía y se fortalecía; progresaba en sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba.
Los padres de Jesús subían todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, fueron allá según era la costumbre.
Terminada la fiesta, emprendieron el viaje de regreso, pero el niño Jesús se había quedado en Jerusalén, sin que sus padres se dieran cuenta. Ellos, pensando que él estaba entre el grupo de viajeros, hicieron un día de camino mientras lo buscaban entre los parientes y conocidos. Al no encontrarlo, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían se asombraban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando lo vieron sus padres, se quedaron admirados.
–Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? –le dijo su madre–. ¡Mira que tu padre y yo te hemos estado buscando angustiados!
–¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?
Pero ellos no entendieron lo que les decía.
Así que Jesús bajó con sus padres a Nazaret y vivió sujeto a ellos. Pero su madre conservaba todas estas cosas en el corazón. Jesús siguió creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez más gozaba del favor de Dios y de toda la gente.
Lucas 2:40-52 .
* * * *
Desde muy pequeño, los niños judíos estaban rodeados por los requerimientos de los rabinos. Había reglas rígidas para cada acción, incluso para los más mínimos detalles de la vida. Pero Jesús no se interesaba en estos temas. Desde la niñez, actuó independientemente de las leyes rabínicas. En todo momento estudiaba las Escrituras del Antiguo Testamento y, a medida que empezó a comprender la condición del pueblo, vio que las exigencias de la sociedad contradecían los requerimientos de Dios. Los hombres se apartaban de la Palabra de Dios, y exaltaban y aplaudían las teorías que habían inventado. Observaban ritos tradicionales que no tenían ninguna virtud.8
De un modo sumiso y amable, Jesús trataba de agradar a las personas con las que trataba. Los escribas malinterpretaron sus modales, y creyeron que iba a ser fácil influenciarlo con sus tradiciones y enseñanzas. Pero cuando lo cuestionaron, él confrontó la autoridad de ellos con la de las Escrituras. Demostró un profundo conocimiento de la ley, de principio a fin. Los rabinos se avergonzaron de ser instruidos por un niño y se indignaron cuando los contradijo. Pronto se dieron cuenta de que la comprensión espiritual de Jesús iba mucho más allá que la de ellos.
Siendo un niño, Jesús ya había empezado a trabajar por su cuenta en la formación de su carácter, y ni siquiera el respeto y el amor por sus padres lo podían separar de la obediencia a Dios. La Palabra inspirada se convirtió en la razón de todo aquello que lo distinguía del resto de su familia. Sus hermanos, los otros hijos de José, se ponían del lado de los rabinos. Insistían en que había que seguir las tradiciones como si fueren requerimientos de Dios. Veían su obediencia estricta a la ley de Dios como terquedad, y lo condenaban. Estaban asombrados por el conocimiento y la sabiduría que mostraba Jesús al contestar a los rabinos, y reconocían que su educación era de una calidad superior a la de ellos.9
Había algunos que buscaban la compañía de Jesús, y se sentían en paz en su presencia; pero muchos lo evitaban, porque se sentían acusados por su vida sin manchas. Cristo era de carácter alegre; sus jóvenes amigos disfrutaban estar a su lado y aceptaban sus propuestas. Pero, algunos se incomodaban y hasta se fastidiaban por sus elevados principios, y lo consideraban de mente cerrada o anticuado.10
Desde el tiempo en que los padres de Jesús lo encontraron en el Templo, su conducta fue un misterio para ellos. Por ejemplo, estar a solas con la naturaleza y con Dios eran sus momentos de mayor felicidad. La madrugada lo encontraba con frecuencia en algún lugar aislado, meditando, estudiando las Escrituras u orando. Luego de estas horas de quietud, volvía a su casa para continuar con sus responsabilidades y tareas del hogar. Le gustaba tratar de aliviar el sufrimiento de los hombres y de los animales.
Jesús consideraba valiosa a cada persona. Pronunciando palabras de ánimo, ayudaba a los enfermos, a los oprimidos y a los desanimados. A veces, hasta entregaba su propia comida a los hambrientos. Trataba de llevarles esperanza y victoria espiritual, asegurando que todos eran miembros de la familia de Dios, incluso los más antisociales y olvidados. Jesucristo nunca peleó por sus propios derechos, aunque a menudo fue tratado injustamente o discriminado.
A veces, María sentía que estaba en el medio entre Jesús y sus hermanos, que no creían que era el Enviado de Dios. Pero ellos no podían negar las evidencias de la divinidad de su carácter o el hecho de que su presencia llenaba el hogar con una atmósfera más pura.11
8 El Deseado de todas las gentes, p. 64.
9 Ibíd., pp. 64, 65.
10 Ibíd., p. 68.
11 Ibíd., pp. 69, 70.