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Capítulo 3 Sí, Jesús empezó su ministerio en una fiesta

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Al tercer día se celebró una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús se encontraba allí. También habían sido invitados a la boda Jesús y sus discípulos. Cuando el vino se acabó, la madre de Jesús le dijo:

–Ya no tienen vino.

–Mujer, ¿eso qué tiene que ver conmigo? –respondió Jesús–. Todavía no ha llegado mi hora.

Su madre dijo a los sirvientes:

–Hagan lo que él les ordene.

Había allí seis tinajas de piedra, de las que usan los judíos en sus ceremonias de purificación. En cada una cabían unos cien litros.

Jesús dijo a los sirvientes:

–Llenen de agua las tinajas.

Y los sirvientes las llenaron hasta el borde.

–Ahora saquen un poco y llévenlo al encargado del banquete –les dijo Jesús.

Así lo hicieron. El encargado del banquete probó el agua convertida en vino sin saber de dónde había salido, aunque sí lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Entonces llamó aparte al novio y le dijo:

–Todos sirven primero el mejor vino, y cuando los invitados ya han bebido mucho, entonces sirven el más barato; pero tú has guardado el mejor vino hasta ahora.

Ésta, la primera de sus señales, la hizo Jesús en Caná de Galilea. Así reveló su gloria, y sus discípulos creyeron en él.

Juan 2:1-11.

* * * *

Jesús tenía alrededor de treinta años cuando empezó su ministerio público, pero no eligió realizar alguna gran obra en la sede religiosa de Jerusalén. Comenzó en una fiesta de casamiento, en una pequeña aldea de Galilea. Así, demostró desde el principio que deseaba la felicidad de la gente. Ocurrió en Caná, un pueblo chico no lejos de Nazaret. Se iba a celebrar el casamiento de un familiar de José y María, y Jesús, que había estado ausente por algunas semanas, se les unió y llevó también a recién seleccionados discípulos.12

Una agitación reprimida parecía dominar a los participantes que, animadamente pero en voz baja, conversaban en pequeños grupos acerca de Jesús.

María estaba orgullosa de su Hijo. Poco tiempo antes, había escuchado el relato del bautismo de Jesús en el río Jordán, realizado por Juan el Bautista, y eso le había traído a la mente hermosos recuerdos. Desde el día en que escuchó la anunciación del ángel en su casa de Nazaret, ella había atesorado cada evidencia de que Jesús era el Mesías. Su vida de constante generosidad y desinterés la había convencido de que ningún otro podía ser el Mesías. Sin embargo, todavía tenía algunas dudas y sufría desengaños; por eso, deseaba que llegase el momento de la revelación de su divinidad. Por ese entonces, la muerte ya había separado a José de María, con quien había compartido el misterio del nacimiento de Jesús. Así que ella no tenía en quién confiar; y las últimas semanas habían sido especialmente difíciles.

María vio a Jesús en la fiesta: era el mismo Hijo tierno que había criado. Sin embargo, no era el mismo. Llevaba los rastros de su conflicto en el desierto, y en actos y palabras, lo acompañaba una nueva expresión de dignidad y poder. Un grupo de jóvenes lo acompañaba; sus ojos lo contemplaban con reverencia y lo llamaban “Maestro”. Estos hombres le contaron a María lo que habían visto y oído desde el día del bautismo de Jesús. Habían llegado a la misma conclusión que Felipe le había manifestado a Natanael: “Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, y de quien escribieron los profetas” (Juan 1:45).13

Al observar cómo las miradas se dirigían a Jesús, María quería verlo demostrar públicamente que era el hombre honrado de Dios. Esperaba y oraba para que él pudiese realizar un milagro. En aquella época, las fiestas de casamiento se prolongaban por varios días y, en esta boda, el vino se acabó antes de que la fiesta terminara. Como pariente de los novios, María andaba cerca de los que servían y le dijo a Jesús: “No tienen vino”, como sugiriendo que él debía intervenir dramáticamente en la situación.14

La respuesta de Jesús –“Todavía no ha llegado mi hora”– indicaba que ningún compromiso humano iba a influir en su conducta. Aunque María no comprendía totalmente la misión de su propio Hijo, implícitamente confiaba en él. Y Jesús respondió a esa fe. El primer milagro fue realizado para honrar la confianza de María y fortalecer la fe de los discípulos.15

Al lado de la puerta había seis grandes vasijas de piedra, y Jesús ordenó que las llenaren de agua. Y, como los invitados debían ser atendidos inmediatamente, dijo a los siervos que el encargado probara un poco de su contenido. Cuando lo hicieron, en vez del agua con que habían llenado las tinajas, ¡encontraron vino! Casi nadie supo que el vino original se había agotado, pero cuando el encargado de la fiesta probó lo que los siervos trajeron, reconoció que era el mejor vino que había saboreado en toda la boda. Volviéndose al novio, le dijo: “Todos sirven primero el mejor vino, y cuando los invitados ya han bebido mucho, entonces sirven el más barato; pero tú has guardado el mejor vino hasta ahora” (Juan 2:10).

El vino de las celebraciones humanas finalmente se fermenta. Pero los dones de Jesús permanecen siempre frescos. Lo que él nos da siempre produce satisfacción y felicidad. Cada nuevo don que recibimos aumenta nuestra capacidad de recibir más y de disfrutar más de él. Nos da su gracia sin medida y, contrariamente a lo que sucedió con el vino en la boda, su provisión de bendiciones nunca disminuye y jamás se acabará. En realidad, el milagro de Jesús en la fiesta de ese casamiento es un maravilloso símbolo. El agua representa el bautismo y el vino representa su sangre derramada por nosotros para limpiarnos de pecado. En esta primera ocasión, Jesús les dio a sus discípulos la copa que simbolizaba la obra de la salvación. Y en la última cena se la ofrecería nuevamente, para invitarlos a beberla y a anunciar su muerte hasta su regreso.16

12 El Deseado de todas las gentes, p. 118.

13 Ibíd., p. 119.

14 Ibíd., pp. 119, 120.

15 Ibíd., p. 121.

16 Ibíd., pp. 122, 123.

Un llamado a destacarse

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