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Este soy yo
ОглавлениеShad Krauss
—No sé ni a qué hora me levantaré mañana —respondí ante la posibilidad de quedar con mis amigos—, pero llegada la tarde estaré totalmente disponible. Me gustaría dormir todo lo posible esta noche.
—Te entiendo. Yo en tu lugar haría lo mismo, pero siempre acabo con los ojos abiertos desde temprano. —Eona acompañó sus palabras con un gesto de dedos abriéndose frente a sus ojos—. Es un verdadero fastidio, pero al menos no me siento muy cansada.
—Entonces tenemos que separarnos ya —dijo Tim tras darle otro sorbo a su botella de agua. Se le estaba acabando, pero no era preocupante debido a que podía producir hielo—. No sé si será por habernos hecho venir para pocas horas, pero me siento especialmente cansado, la verdad.
—Eso es porque anoche no pudiste dormir nada por el calor —añadió Jacky.
—Sí. Realmente, el verano es mi peor enemigo. —Sonrió.
—Siento que tengas que pasarlo tan mal —comenté apenado.
—No te preocupes; eso se arregla rápido. Crearé más hielo y problema resuelto.
Dan rozó suavemente mi codo para que le prestase atención. Yo me giré para ver qué necesitaba.
—Hoy quieren que esté pronto en casa, así que… —dijo escuetamente.
—Sí, perdona —me disculpé—. Chicos, nos tenemos que ir ya.
—Claro, no pasa nada —respondió Jacky—. Nos vemos pronto, ¿vale?
Asentí con una leve sonrisa y nos despedimos de todos ellos. Luego dimos media vuelta y echamos a andar por el pavimento; se notaba que lo habían limpiado recientemente porque no había casi nada de suciedad en los baldosines que formaban la acera.
Me alegraba que Dan y yo tuviéramos que tomar el mismo camino para volver a casa porque disfruto mucho de su compañía y así podíamos ir juntos durante un rato más antes de separarnos. De hecho, nosotros somos los únicos que tenemos que ir por aquí de todos los del grupo aunque yo tenga que andar un poco más, ya que vivo justo en las afueras de la ciudad, en un punto intermedio entre la misma y el bosque que cubre los alrededores.
Mi mente se ocupó en memorizar los pasos de baile que habíamos aprendido hacía apenas minutos dentro del recinto de gimnasia, pero luego recordé que no me servirían de mucho, ya que ni siquiera tenía una pareja a la que llevar. Aunque, realmente, no me siento interesado en esas cosas; solo quería pasar tiempo con mis amigos mientras hacíamos el tonto un rato.
Aun así no dejé de pensar en ello una y otra vez con infinita insistencia. ¿Por qué me importaba tanto si no tenía interés en ir?
Miré de reojo a mi amigo mientras caminábamos a paso lento, disfrutando del paseo hasta casa. Lo que él pensara era todo un misterio, así que decidí romper un poco el hielo. Se le veía desanimado.
—Menudo numerito, ¿eh? —Capté su atención, puesto que levantó la cabeza para mirarme—. En Gimnasia. Creo que los profesores no tienen sentido del ridículo.
—Tú parecías pasarlo bien —respondió él en tono suave.
—Lo pasaba bien porque hacía el tonto contigo. —Sonreí—. Pero en cuanto me cambiaron de pareja resultó un poco aburrido. Se notaba que al otro chico que me pusieron como acompañante no le hacía ninguna gracia tener que cogerme.
—Shad… —interrumpió él, desvelando que quería hablar de otro tema en el que estaba pensando durante bastante rato—. Sé las cosas que dicen de ti tus compañeros de clase. Y me preocupa.
—¿Que te preocupa? —respondí extrañado—. Pues a mí no, en absoluto.
Fijó sus ojos azul hielo en los míos para remarcar que la conversación carecía de contenido hilarante o trivial. Podía ver el tono rojo de los míos reflejado en los suyos, como queriendo imponerse a ellos para impregnarlos, como si sus ojos estuvieran hechos para adaptarse a los de los demás.
—No creo que entiendas exactamente lo que implica que te llamen maricón constantemente y no me creo que te dé igual. Así que ¿por qué no nos dejamos de prolegómenos y vamos directos al punto clave? A menos que no quieras decir nada, en cuyo caso cerraré la boca.
Suspiré. Era verdad que no me gustaba tratar este tema en general, pero con él se me hacía aún más incómodo. Podía notar cómo mi cuerpo se encogía cada vez que Dan mencionaba algo referente al bullying que mis compañeros trataban de hacerme todos los días. Tal vez sea… porque tengo miedo de que él descubra la verdad en mí.
—No es eso —respondí tras unos minutos, que decidí tomarme para escoger bien las palabras—. Es que pienso que, si le doy más importancia de la que tiene, los demás se acabarán dando cuenta de que quizás me esté afectando.
—¿Quizás? —No se le escapaba una.
—Sí, quizás.
«Quizás… si averiguas cómo soy bajo esta ropa… te apartes de mí para siempre. Y no solo tú…, sino todos los demás. Como si fuera un monstruo…», pensé con gran pesar. No pude evitar bajar la cabeza, destruyendo sin darme cuenta la fingida normalidad que estaba aparentando frente a él.
Dan puso su mano en mi hombro y me hizo detener la marcha.
—¿Hay algo que te estén haciendo y que no quieras contarnos por miedo? —Su pregunta hizo que me estremeciera. No por lo que me estaban haciendo, lo cual no pasaba del abuso verbal en ningún caso, sino por lo que podrían llegar a hacerme si descubrieran la verdad.
Cogí toda la fuerza que fui capaz de reunir y volví a sonreírle como si lo anterior no hubiera pasado. Simplemente, le sonreí y mantuve el gesto por más de un minuto. En cierto modo, me gustaba poder sonreírles a los demás, especialmente a él por ser mi amigo más cercano. Pienso que siempre que nos sea posible sonreír habrá luz al final del túnel aunque siga teniendo miedo.
—Ya veo… —resolvió él—. Prefieres guardar silencio.
—Prefiero sonreír… y que los demás también sonrían —contesté escuetamente.
Dan retiró finalmente la mirada de mí y volvimos a caminar al mismo ritmo al que íbamos antes de detenernos; bajé la vista para mirar su mano y por un momento sentí… No, solo son tonterías.
Mantuve la sonrisa, feliz de que estuviera a mi lado, feliz de que quisiera ser mi amigo a pesar de las cosas que se decían de mí. Muchas veces me sorprendo a mí mismo imaginando que estoy con él en una zona apartada del bosque, cerca de mi casa, desvelándole todos mis secretos. Todo: que el tono de mis ojos es real y no producto de unas lentillas; que poseo poderes curativos, además del manejo de la luz que ya todos saben; que mis orejas son marcadamente puntiagudas, pero me las tapo con la melena; que me siento muy cómodo estando a su lado… y que yo… no tengo…
Eso jamás debía descubrirlo. Ni él ni nadie.
Parpadeé varias veces para contener una lágrima y acerqué el dedo al ojo, fingiendo que me molestaban las «lentillas».
—¿Qué opina tu tutor? —preguntó de repente, sacándome de mis pensamientos.
—¿Mmm? ¿Sobre lo de que me llamen marica? —Aparté el dedo de mi cara y le miré—. Solo dice que debo mostrar indiferencia, como si ellos fueran simples piedras en el camino que se me cuelan en el zapato. Lo único que me interesa saber es lo que vosotros pensáis, Dan; ellos no son tan cercanos a mí como para que tenga que importarme lo que digan. Deseo tener buenos amigos y los tengo. Sé que, si me pasara algo el día de mañana, puedo acudir a ti; de hecho, eres siempre mi primera opción. Ya sabes que te considero mi mejor amigo dentro del grupo.
Entorné los ojos tras pronunciar esas palabras y él bajó la vista al suelo.
—¿Por qué yo? —insistió en saber.
—Porque me tendiste la mano cuando lloraba aquel día en el recreo, hace nueve años; porque te quedaste conmigo hasta que dejé de llorar a pesar de estar en cursos distintos y no conocernos de nada.
—Llorabas porque se habían metido contigo. Eso ocurre todos los días —reflexionó él—. No lo considero algo extraordinario para tenerme como alguien tan cercano.
—Yo sé por qué lloraba —le contesté. Y no era simplemente por lo que me decían, sino por lo que yo relacioné ante esas palabras—. Para mí cobra mucha importancia, Dan. Y me da igual que quieras quitarle peso.
—Es porque no lo siento como tú lo sentiste. ¿Me equivoco?
—¡Sí! ¡Exacto! —Levanté la voz más de lo normal. Eso era justamente lo que quería decir sin llegar a desvelar lo que ocultaba y él lo había entendido a la primera—. ¿Ves? Eres así. Tienes un don especial para comprenderme.
Dan abrió la boca para decir algo, pero decidió rectificar en el último momento, dejándome con las ganas de saber qué quería decirme. La verdad es que ya me lo había hecho antes, pero esta vez me sentí con el valor suficiente como para ahondar.
—¿Qué ibas a decir? —Le miré a los ojos.
Él me correspondió, fijando los suyos en mí durante un momento, y cuando pensé que iba a contestar algo… simplemente sonrió. Una sonrisa preciosa, que sentí como cómplice de la mía, como si conectáramos de forma especial y única. Esto provocó que le sonriera de vuelta y ambos acabamos riéndonos durante un rato como un par de estúpidos.
Este momento se convirtió en un preciado recuerdo para mí. Era feliz y no deseaba que acabase por nada del mundo…, pero ya habíamos llegado al punto en que teníamos que separarnos para ir a nuestras respectivas casas.
—Nos veremos mañana, ¿verdad? —pregunté con interés.
Él simplemente asintió, sin borrar esa leve sonrisa por lo que acababa de ocurrir.
—A cualquier hora —respondió—. Cuanto antes, mejor.
Eso me dejó algo perplejo. ¿Lo había dicho porque realmente quería verme para pasar el rato juntos? Ahora me sentía un poco mal por querer machacar la cama hasta que me hubiera hartado de ella, de modo que realicé un cambio de planes.
—Pues entonces llámame cuando quieras —dije intentando contener el creciente entusiasmo que sentía—. Incluso si es en plena noche.
Al darme cuenta de lo que acababa de decir, traté de rectificar debido a que su expresión de leve extrañeza me hizo entrar internamente en pánico.
—Eh… ¡Era broma! ¿Cómo voy a hacer que te levantes a las tres de la mañana para ir por ahí? —me apresuré a decir—. Si mi tutor se enterase, me colgaría de los tobillos, ja, ja, ja, ja, ja.
Imbécil… ¿Dónde tengo la cabeza para decirle semejante estupidez? ¿Shad, qué te está pasando?
Dan movió levemente la cabeza de un lado a otro y sonrió un poco de nuevo, cosa que aplacó mis nervios respecto al tema.
—En serio, perdona que diga tantas estupideces… Será el calor —intenté excusarme torpemente.
—En realidad, ha sonado a una aventura —respondió él para mi sorpresa—. No estaría mal sacar los pies del plato por una vez…
—¿Lo…? ¿Lo dices en serio? —pregunté, cada vez más interesado en lo que estaba proponiendo.
—Mantén el móvil operativo. —Fue todo lo que dijo antes de darme una suave palmada en el hombro a modo de despedida. Luego se encaminó hacia su casa.
Llevé lentamente la mano hacia la zona donde me había tocado y bajé un poco la cabeza, mirándome los zapatos.
—¿Qué acaba de pasar?
Una pequeña sonrisa cambió mi expresión y permaneció en mi rostro. Era tan extraño y a la vez me hacía sentir tan bien que pensé que lo mejor sería no darle demasiadas vueltas a lo que estaba ocurriendo o la magia del momento desaparecería.
Ni siquiera me di cuenta de que había llegado a mi casa. Mi frente chocó contra la dura madera de la puerta principal y el golpe fue tal que tuve que retroceder dos pasos y llevarme la mano a la cabeza.
—Aaah… —Me froté un poco donde me había golpeado y levanté la vista—. Esto no es normal en mí.
Abrí la puerta con mi llave y la cerré tras de mí. Mi tutor parecía que no estaba en casa en ese momento, pues sus llaves no se encontraban en el colgador de la pared donde acostumbramos a dejarlas. Eso me dio tiempo para ponerme cómodo y tratar de reorganizar mis pensamientos. Pasé de largo del salón sin siquiera entrar en él y subí las chillonas escaleras de madera antigua hasta llegar al piso superior. Torcí a la izquierda y abrí la puerta de mi cuarto.
Todo estaba tan ordenado como lo dejé, aunque tampoco podía decir que tuviera demasiadas cosas: mi cama, pegando a la pared; una ventana junto a ella, un viejo armario, una mesita de noche con una lamparita diminuta, un par de estantes pequeños formados por una simple tabla de madera pegada a la pared y una mesa de tamaño mediano con su correspondiente silla.
Dejé la mochila despacio sobre la silla y me acosté de lado en la cama con sumo cuidado. Justo en ese momento, recordé la razón por la cual mi tutor no se encontraba en casa: había ido a por mis medicinas. Aunque él prefiere llamarlas «suplementos», para mí seguían pareciendo medicinas por tener el aspecto de estas, un bote con líquido para rellenar inyecciones. Muchas veces me ponía a pensar en lo que podría pasar si alguna vez me faltase y tuviera que estar un par de días sin pincharme. Justo como en este momento, ya que no queda ninguna en la casa por haberse acabado anoche.
La angustia y el miedo volvieron a hacer acto de presencia en mi mente, lo cual me empujó a alargar la mano hacia la mesita de noche, abrir el primer cajón y sacar un espejo de forma elíptica. Mi respiración se entrecortó un poco mientras me sentaba en la cama, con el espejo entre mis manos, pensando en si debía observarme o no de nuevo.
—Si… si él se enterase… Si todos se enterasen… yo…
No pude contener los sollozos por más tiempo. Pensar en cómo podrían reaccionar siempre me llena el cuerpo de puro terror. Es la razón por la cual jamás podría bañarme con ellos en una piscina o simplemente estar en bañador. No debo llevar nada ceñido delante de ellos. Sé que al menos Eona se fijaría y entonces…
Bajé completamente la cabeza y me eché a llorar en silencio. Mentira sobre mentira. Eso es lo único que podía hacer para ocultarme ante los demás. El verano no es solo el peor enemigo de Tim… También es el mío.
—¿Otra vez maldiciendo tu cuerpo? —La intensa y profunda voz de mi tutor hizo que mi lloro se detuviera en seco.
Me quitó despacio el espejo de las manos y lo guardó donde estaba. Yo no me atreví siquiera a levantar la cabeza. Estaba demasiado desanimado y ahora lo único que me apetecía era llorar un poco más.
—¿Cuándo vas a darte cuenta de lo realmente importante? ¿Acaso no has aprendido nada en estos once años?
Cerré los ojos fuerte y seguí con mis lamentos en el mismo silencio con el que hubieron comenzado. Jamás he llorado en alto y, aunque ahora mismo me sentía muy mal, la intensidad del sollozo no iba a cambiar nada.
—Se… señor…, necesito… estar solo —conseguí decir tras unos segundos enjugando mis lágrimas.
—Si el motivo fuera válido, te lo permitiría. —Dejó algo encima de la mesita de noche; yo ya sabía lo que era—. Si tus pensamientos han vuelto a enfrentarte contigo mismo, ya sabes lo que deberías hacer para remediarlo. Llorar no es una opción.
—Yo… ¿Y si…? ¿Y si al verlo… me quedo solo? —Mi tutor sacó una jeringuilla del paquete sobre mi mesita. La estaba preparando para mí.
—Sabes la respuesta. Lo hemos hablado 53 veces en lo que va de año. —Pinchó el botecito con ella y la llenó bastante—. La culpa no es de tu cuerpo. Tu mente permite que tus propios sentimientos negativos, instigados por el miedo al rechazo, la nublen.
—Gurth… —No solía llamarle casi nunca por su nombre, salvo cuando más le necesitaba. Le miré, suplicante—. Tengo… miedo.
Clavó sus fríos ojos en los míos mientras cogía mi brazo derecho y lo colocaba para ponerme la inyección.
—Ve a mirarte al espejo y enfréntate a ti mismo.
Introdujo la punta del instrumento con sumo cuidado dentro de mi carne. Estaba tan acostumbrado a los pinchazos que ni siquiera lo notaba y, desde luego, eso era lo que menos me preocupaba en este preciso momento. Una vez se hubo vaciado, lo sacó de mi cuerpo y lo envolvió en un pañuelo para limpiarlo y esterilizarlo. Yo me puse de pie rápidamente y fui al pequeño baño contiguo a mi habitación, el cual contenía el mobiliario justo y una bonita ventana que daba al exterior.
En seguida el espejo mostró su versión de mí. La expresión de ese Shad distaba mucho de la habitual. Su sonrisa se había transformado en un gesto carente de alegría por culpa del miedo que estaba sintiendo en ese momento.
Muy despacio me quité la camisa blanca. Era la parte más sencilla para mí. La doblé y la puse sobre el lavabo. Luego aparté los mechones rubios que tapaban mis vistosas orejas puntiagudas y me observé durante un tiempo que se me hizo eterno, minutos que se convirtieron en horas hasta que hube conseguido aunar fuerzas para realizar el paso más difícil de todos.
Me desabroché el cinturón, bajé la cremallera del pantalón azul marino reglamentario del instituto y… poco a poco este se escurrió por mi delgado cuerpo hasta acabar en el suelo. No tardó demasiado en seguirle mi ropa interior… y solo entonces pude contemplar aquella parte de mí que tanto temía que los demás viesen.
Como si alguien hubiera marcado la zona con un enorme y llamativo punto rojo, mis ojos no podían apartar la mirada un solo instante. Y si ni siquiera yo podía conseguirlo, ¿cómo esperar que los demás lo aceptaran si acababan descubriéndolo?
—Este… soy… yo —dije lentamente, sin dejar de observar el lugar donde no estaba lo que por sexo masculino debía estar, las cosas que debía tener—. Y estoy… vivo.