Читать книгу Guerrero mestizo - Elena Ibáñez de la Casa - Страница 9
3
Error fatal
ОглавлениеJacqueline Edwys Espen
Enjugué mis lágrimas, me puse con cuidado las lentillas color marrón para disimular el intenso tono naranja de mis ojos y me miré al espejo del baño. De nuevo me encontraba llorando por las pullas que lanzaban contra mí los chicos de mi propia clase, mis supuestos compañeros, a quienes debía respetar.
La apretada camisa blanca reglamentaria me oprime demasiado el pecho. ¿Acaso piensan que me desabrocho los botones para provocarles? No. Ellos solo ven un par de tetas asomando de forma sugerente para calentarles el cuerpo. Ellos nunca se ponen en mi lugar. ¡Ni siquiera las chicas lo hacen!
Golpeé tan fuerte el lavabo con los puños que el sonido retumbó en cada azulejo que componía las paredes del baño. Mi larga falda azul marino se meció por el brusco movimiento. Sí, mis amigos estaban de mi parte; pero eso, en lugar de mejorar las cosas, acaba empeorando mi situación debido a que creen que necesito la protección de otros para defenderme. Y tal situación solo les provoca querer encontrarme a solas en un pasillo y…
Otro golpe puso fin a mis negros pensamientos y me encaminé hacia la puerta, dispuesta a afrontar la última clase para salir de este infierno al que llaman instituto. Una hora más y se acabó hasta el año que viene.
A pesar de saber que mi hermano se hallaba al otro lado, no me contuve y la abrí con brusquedad. La gente debía ver mi lado más duro o este maldito acoso no se acabaría nunca, pero lo único que recibí fue un silbido de alguien que se había fijado en cómo se movían mis pechos por el violento gesto.
Tim se echó atrás, dando un salto por la sorpresa, y reprendió silenciosamente a quien me había silbado con un claro gesto de desaprobación, pero yo fui más lejos.
—¿¿Qué coño miras, gilipollas?? ¿El porno no te da suficiente para meneártela o es la falta de neuronas?
El niñato simplemente pasó de largo y corrió escaleras abajo. Tendría apenas doce o trece años de edad y su conducta ya era deplorable; es más, lo había reconocido porque iba a la misma clase que Ryu.
—Jacky… —empezó a decir Tim, pero en seguida le interrumpí, antes de que me echara más tierra encima con su conducta de hermanito mayor.
—¿Qué? La gente despreciable merece un trato despreciable.
Caminé con paso ligero mientras él se ponía a mi altura y bajamos varios tramos de escaleras en relativo silencio. Digo relativo porque mientras él intentaba por todos los medios que soltara prenda sobre lo que me habían hecho para acabar así, yo le respondía con un silencio permanente. ¿No pillaba la indirecta de que haciendo eso solo consigue perjudicarme?
Justo cuando iba a desistir y desviarse para ir a la que consideraba que sería su nueva aula, le cogí de la muñeca.
—Clase de Gimnasia, Tim, no de Química.
—Ah, sí… —No le resultó extraño que me supiera su horario, pero a los pocos segundos de redirigir sus pasos sí le llamó la atención que le acompañase—. Tú… ¿vas a acompañarme? ¿No vas a ir a la última hora?
—Tim, nos toca clase juntos. Los profesores de tu curso, el mío y el siguiente al tuyo han decidido dar la última hora en Gimnasia para que no sea tan cargante —le expliqué en tono serio—. Nos han mezclado.
—¿Nos juntan?
—¿No prestas atención en clase o qué?
—No es eso. Es que Eona me había tirado una bola de papel y… —Suspiró—. Da igual. Supongo que el calor me está derritiendo las neuronas.
Sacó de su pequeña mochila una botella de agua bien fría y dio varios tragos. En verano siempre lo pasa bastante mal… y a veces llego a preocuparme de verdad si no consigue mantener una temperatura baja.
—Estás sudando mucho. Creo que deberías irte a casa, Tim —le sugerí—. No te conviene ponerte a hacer ejercicio ahora.
Él me miró con sus ojos índigo tirando a morado y sonrió, seguramente agradecido de ver que mostraba interés en su estado o de que le hablara tras el incómodo incidente del baño.
—Es la última clase y quiero compartirla con todos vosotros, aunque me da lástima que Ryu no pueda estar. Para una vez que tenemos esa suerte y se lo va a perder.
—No entiendo cómo puede gustarte este antro. Además, ¿qué tiene de especial que estemos juntos en clase si nos vemos mil veces los fines de semana? ¿Y se te ha olvidado que a los de doce años los sueltan antes? Seguramente, Ryu nos esté esperando fuera con un helado en la boca.
—Puede que tengas razón, pero yo no lo veo así. Llámame tonto, pero me hace ilusión estar con todos vosotros pasando calor. —Sonrió de nuevo, bromeando—. Vamos, no me equivocaré de camino esta vez.
No le di más vueltas. Estaba claro que jamás íbamos a coincidir en esto porque él no veía las cosas del mismo modo que las percibo yo. Casi pareciera que adora ir a clase.
Al llegar al enorme gimnasio localizamos en seguida a Shad, Dannel, Manu y Jake. Parece que Eona y Jin se retrasarán de nuevo. Ellos esperaron a que nosotros nos acercáramos. Aún faltaban tres minutos para que comenzara oficialmente la clase, aunque más que eso parecía una reunión de amigos que se juntan para jugar a la pelota.
Dannel nos saludó con un simple gesto de cabeza y Shad se apresuró a preguntar por mi estado. Sus vívidos y enormes ojos, rojos como la sangre por las lentillas que usaba, se clavaron en los míos con creciente preocupación.
—¿Todo… bien? ¿Estás…? —Metió la mano en uno de sus bolsillos en busca de un pañuelo y me lo ofreció gentilmente.
Su reacción ya era familiar debido a que, como íbamos a la misma clase, sabía el punto de crueldad que alcanzaban las hirientes palabras de los otros chicos. Es más, él también ha sufrido mucho bullying de su parte por culpa de sus delicados y afeminados rasgos físicos. Solo por eso le permito este tipo de conductas. No quiero parecer antipática a ojos de mi hermano, pero él no sabe de lo que habla cuando me dice que entiende por lo que estoy pasando porque nunca le ha ocurrido nada parecido. Nunca le han llamado «maricón de mierda» o «la puta de esquina», pero eso no implica que desee que le ocurra algún día.
—Gracias, Shad. Estoy bien. —A pesar de mostrarme serena, le cogí el pañuelo que tan cortésmente me había ofrecido y lo guardé en el bolsillo de la camisa. Realmente, no puedo creer cómo pueden existir chicos de quince años tan desagradables y chicos de la misma edad tan encantadores como Shad.
—Si sigues comportándote así, no me extraña que te llamen marica, Shad —interrumpió Manu con su insoportable «humor», que solo a él le hacía gracia—. Tu tutor te tiene que tener acojonado.
—Mi tutor solo intenta enseñarme a respetar a los demás —contestó Shad con educación y un tono cordial.
—¿Cómo? ¿Flagelándote el lomo? Deberías soltarte más. —Se encogió de hombros tras acabar la frase—. Aunque, bueno, no puedo culparte. Ese tío intimida bastante.
Por una vez era cierto lo que decía. El tutor legal de Shad era un hombre que realmente daba miedo. Parecía la encarnación misma de Slenderman, esa criatura de historias de terror tan famosa que ronda por todo internet. Nunca he llegado a verle bien la cara porque siempre va con un sombrero fedora negro que la ensombrece, pero su presencia se hace notar, sobre todo cuando Shad era bastante más pequeño y venía a recogerle.
Su voz profunda y su gran altura son suficientes para que se te erice la piel, pero no debe de ser mala persona porque a Shad no se le ve triste o temeroso de él. Sus padres debieron de confiar mucho en ese hombre como para dejarle algo tan importante como la tutoría de su hijo. Es triste que él no haya podido conocerlos…
Shad se echó a reír alegremente con el último comentario de Manu. Su voz suena muy femenina y dulce.
—Ya, no te reirás tanto cuando sepas el motivo por el que estamos aquí —continuó tras esperar a que Shad dejara de reírse—. O sí, ¿quién sabe?
—¿Cómo? ¿No vamos a hacer gimnasia? —preguntó Tim sin darse cuenta de la bobada que estaba diciendo por una razón que Manu no tardó en aclararle.
—Aunque me encantaría ver a las chicas realizar ejercicios en faldita corta —empezó diciendo mientras paseaba la mirada por algunas de ellas con una sonrisa pícara a la par que burlona—, los motivos que nos traen aquí a todos son bastante alejados de dicho propósito.
—¿Quieres ir al grano?
—Pretenden que practiquemos para el baile de fin de curso —resumió Dannel.
—¿¿Qué?? —espeté con una frecuencia de voz tan alta que hasta los profesores me miraron levemente—. ¿Que nos van a poner por parejas a bailar como pollos descabezados? ¡Me niego! Además, ¿qué pasará si no hay el mismo número de chicos que de chicas?
—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que te toque con algún abusón? —Manu sonrió de nuevo, esta vez mirándome—. ¿Un baile agarrado, señorita?
Me cogió del brazo y tiró de mí mientras se reía como un verdadero estúpido, haciéndome quedar en ridículo delante de los demás mientras me obligaba a dar vueltas sobre mí misma con demasiada facilidad. Al tercer giro conseguí zafarme de su agarre.
—¡Déjame, idiota! —Volví a alzar el tono de voz. Era demasiado obvio que me sentía muy incómoda haciendo eso delante de quienes se metían conmigo y… delante de alguien más.
A pesar de que mi hermano volvió a interceder por mí, las risas de Manu no cesaron hasta pasados unos segundos. Para él todo era guasa y bromitas pesadas.
—¿Itsu[2] …? ¿Cuándo piensas empezar a comportarte como una persona de diecisiete años? —dijo Jake en tono serio; de hecho, a veces pienso que no tiene más registros de voz. En ocasiones tiene que rectificar lo que dice, ya que habla japonés por su madre y no le entendemos.
—Cuando me pinche unas buenas litronas esta noche como hacen los adultos. ¿No era eso lo que querías oír? ¡Ja, ja, ja, ja, ja!
¿Cómo se puede ser tan guapo y tan estúpido al mismo tiempo? Su terrible carácter le afeaba enormemente a mis ojos a pesar de que no parara de sonreírme cada vez que se dirigía a mí, lo cual provocaba que me sintiera aún más incómoda y que no supiera cómo responderle.
—Esta vez tú y Shad os vais a estrenar —dijo mirándonos a ambos.
—Yo no… —Shad fue interrumpido por la voz de uno de los profesores, que anunciaba por un altavoz que le prestásemos atención, pues iba a proceder a explicarnos en qué consistiría la tortura a la que iba a exponernos.
Justo entonces, Eona y Jin entraron corriendo por la puerta y se unieron a nosotros. Los docentes apenas repararon en ellos debido a que estaban enfrascados en sus respectivas arengas.
—¿Qué nos hemos perdido? —preguntó ella tratando de recuperar el aliento.
—Sandeces —resumió de nuevo Dannel.
—Quieren ponernos a…, bueno, a bailar para practicar —continuó mi hermano tras dar otro sorbo a su botella de agua—. Y se les ve demasiado motivados como para poder quejarnos.
—¿Y por qué demonios ibais a quejaros? ¡Esto suena muy divertido! —Siempre tan alegre. Envidio su forma de ser.
Esta vez sí nos silenciaron. En general intentaron silenciarnos a todos, amenazando con alargar la hora con media más si no cerrábamos la boca, así que no tuvimos más remedio que obedecer. Tras una explicación que se me hizo eterna, llegó el momento de hacer los emparejamientos. Crucé todos los dedos del cuerpo para que no me tocara ir con alguno de esos desgraciados que me hacían la vida imposible y, cuando llegó el momento en que pronunciaron el nombre de quien iba a sostenerme entre sus brazos mientras hacíamos el ridículo, mi corazón dio un vuelco.
—Jacqueline Edwys Espen, tu pareja de baile será Jake Ryan Kudo —anunció el profesor de Gimnasia como quien anuncia que vende verduras frescas.
Todo en mí se detuvo. Solo pude repetir mentalmente aquellas palabras que acababa de escuchar salir de los labios del docente… ¡Me había emparejado con Jake!
No pude evitar mirarle, infinitamente azorada. Algo se movió en mi interior, corriendo hacia mis mejillas para sonrojarlas hasta que ardieran vívidamente. No podía creerlo… Era demasiada casualidad que me hubiera tocado él de entre todos los alumnos que había allí mismo. Tres cursos enteros, con sus respectivos grupos A y B, y resulta que el azar dictaminó que yo debía formar pareja con Jake Ryan Kudo.
Lo que dicen sobre lo que se siente cuando tus sueños se hacen realidad no son más que habladurías, porque en este preciso instante estaba tan paralizada que no podía ni hablar. No sentía mariposas en el cuerpo ni ganas de dar saltitos o gritar a los cuatro vientos que había conseguido lo que quería por cuestiones del destino. Sentía angustia, ansiedad, nervios y seguro que estaba a punto de marearme por la impresión. Y, por supuesto, mi cabeza era incapaz de pensar con claridad.
Doy gracias a que mi cuerpo no puede sudar por mi afinidad con el fuego y el calor.
—¿Jacky? —Parpadeé varias veces tras oír a mi hermano pronunciar el diminutivo de mi nombre—. Vamos, Jake te está esperando.
—¿Qué? Ya, ya lo sé, pero… no tengo que correr a sus brazos, ¿no? —Es lo primero que acerté a decir. Qué estúpida…
—No, pero la gente se está movilizando ya.
Enmudecí y me acerqué tímidamente a Jake. Cuando él movió la cabeza para mirarme, sentí de nuevo ese vuelco dentro de mí. Estoy segura de que estaría muchísimo más tranquila si no estuvieran delante nuestros amigos. Y más sin mi hermano. ¿Qué estará pensando de mí ahora?
Traté de pensar en otra cosa mientras apartaba con leve disimulo la vista de sus preciosos ojos marrón chocolate y me concentraba en fijarme en las parejas de los demás. Manu tenía de pareja a la chica más alta de mi clase. Es guapísima, pero tiene muy mal genio y poca educación, aunque ahora mismo está embelesada por la presencia de su acompañante asignado. Curiosamente, él parecía algo más serio.
A Shad le ha tocado con Dannel. Sabía que no habría suficientes chicos y chicas para hacer de parejas de baile dentro de este ridículo jueguecito inventado por nuestros queridos profesores, aunque a ellos no parece importarles… Tal vez estoy demasiado airada para verle el lado cómico a todo esto.
Eona y mi hermano están juntos también. Perfecto, porque sé que él bebe los vientos por ella. Con suerte, reunirá el valor suficiente para pedirle, por fin, si quiere acompañarle en el verdadero baile. Lo mío es fortuna en estado puro, porque no tengo ninguna intención de asistir el viernes, digan lo que digan.
En cuanto a Jin, le había tocado con una chica que no conocía de nada. Creo que es de la clase de Jake porque se la ve mayor. Tiene un estilo muy gótico y marcado a pesar de que nos obligan a llevar el uniforme escolar.
Una vez emparejados, nos estuvieron enseñando cómo ir llevando a nuestros respectivos. En mi caso, según los protocolos, tenía que dejarme llevar. Típico por ser la chica. Y, obviamente, a Shad también le tocó serlo. Creo que me molestan en exceso los temas relacionados con los roles de género. Han hecho bastante daño a la sociedad.
Aunque en este caso… no me quejo demasiado.
Jake colocó su mano izquierda en mi cintura y estoy segura de que debió de notar lo rígida que estaba en ese momento, pero no hizo ningún gesto o pregunta. Por mi parte, no sabía dónde meterme. Deseaba —y a la vez no— que esto estuviera pasando. Había demasiada gente y me costaba entender lo que tenía que hacer porque era incapaz de prestar la más mínima atención a nada que no fuera él.
Levanté la mano, dubitativa, y la moví un poco hacia su cintura. Luego retrocedí y la dejé en el aire.
—¿Dónde…? ¿Dónde tenía que poner la mano? —conseguí decir, pero mis palabras seguían sonando tontas—. Es que… es tan aburrido que no presto atención.
—Dame la mano. —Se la ofrecí tras su petición y la colocó en su hombro con un gesto no muy elegante. Supongo que no puede evitar tener ciertas maneras algo bruscas. Al fin y al cabo, trabaja en el campo.
Pero no es algo que me importe. Realmente, puedo pasarlo por alto si tengo en cuenta lo más importante de él: su noble carácter, su sentido de la justicia y… sus preciosos ojos.
Mi mano se acomodó suavemente a la curvatura de su musculoso cuello tostado por el sol mientras la otra buscaba la suya para que la cogiese, tal y como nos estaban indicando. Lo hicimos tan despacio que por un momento pensé que él también podría estar nervioso, pero ese pensamiento se esfumó de mi mente tan rápido como hubo aparecido. Jake jamás perdía los nervios por cosas como esta. Seguro que, a sus ojos, yo estaba haciendo el ridículo… y aún nos quedaba una larga hora por delante.
Una música lenta marcaba el paso que debíamos seguir. Doy gracias de nuevo a mi afinidad con el calor porque lo que menos necesitaba era una fina capa de sudor que perlase mi frente delante de él mientras tratábamos de bailar como patos mareados. Él me pisó un par de veces, con sus consiguientes disculpas. Cuando quise darme cuenta, me fijé en que estaba más pendiente de mirar sus propios pies que de mantener un posible contacto físico o de hablar sobre cualquier tema para que el tiempo fluyera más rápido.
—Es… En realidad, es sencillo. Un vals de tres pasos —comencé a decir—. ¿Te…? ¿Te enseño?
—No valgo para este tipo de tareas —fue todo lo que contestó.
—¿Tareas? ¿Ves esto como una tarea? —pregunté extrañada.
—Todo en sí es una tarea. Y esta no se me da bien. Te advierto de que vas a recibir más pisotones.
No pude contenerme; una leve risa escapó de mis labios mientras me llevaba una mano hacia la barbilla. Por primera vez desde que empezamos a bailar conseguí que me mirara a los ojos tras mi muestra de hilaridad. Y yo preocupada por si se daba cuenta de lo torpe que estaba siendo a la hora de tratar con él.
Por desgracia, parece que se lo tomó a mal por cómo me estaba mirando, así que intenté rectificar. Lo que menos quería era humillarle, ni muchísimo menos. Él detuvo la danza en seco.
—No, por favor. No pienses que me estoy riendo de ti. Es solo una tontería que tenía en la cabeza. De verdad que no me estoy burlando. Yo jamás podría mofarme de ti, Jake. Es de mal gusto. —Le miré, casi suplicante. No quería que se enfadase.
—Acabas de…
—Sí —le interrumpí—, pero te prometo que no es por ti. Lo juro por lo que más quieras. Por favor, déjame enseñarte. Verás como en seguida le pillas el truco.
Accedió en silencio, pero no borró esa expresión de infinita seriedad. Creo que he metido la pata. ¿Por qué demonios me habré reído? Se lo ha tomado mal… Seguro que no me perdona…
—Lo siento, Jake. Por favor, olvidemos esto.
—Está olvidado.
—¿Seguro? Es que me miras con una cara que… —No llegué a terminar la frase por puro nervio.
—Enséñame para que podamos acabar la tarea.
Agaché un poco la cabeza y puse de nuevo la mano sobre los fuertes músculos que trenzaban su cuello. Nada más empezar ya había fracasado. Acababa de desperdiciar una oportunidad de oro para tratar de acercarme más a él de alguna forma satisfactoria. Por mucho que ardiera de ganas por saber más cosas, debía morderme la lengua. Mi momento pasó durante los segundos en los que estaba riéndome como una estúpida.
Poco a poco fui explicándole cómo dar los pasos y dónde colocar los pies para que fuera cogiendo el truco. Me sorprendió descubrir lo duro de oído que resultó ser para el ritmo musical. Por mi parte, yo estaba muy familiarizada, ya que toco el piano; de modo que, aunque no estaba prestando especial atención a las explicaciones, no me costó adaptarme a aquella melodía.
A pesar de las dificultades que presentaba para este tipo de «tarea», Jake no se daba por vencido por mucho que fallase en el mismo paso. Otro rasgo más que admiro de él: persevera hasta conseguir su objetivo, por muy difícil que sea.
—Vas mejor… Un poco más de práctica y podremos irnos a casa.
No contestó. Estaba muy concentrado en controlar sus movimientos hasta poder ser capaz de moverse sin mirar constantemente al suelo. ¿Sería así para todo? Si el día de mañana se enamorase, ¿lo vería también como una simple tarea? Debí haberle preguntado cuando tuve la ocasión.
[2] Itsu: Cuándo, en japonés.