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Víspera del cambio

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William Timothy Espen

Clong, clong. El reloj de la gran torre que coronaba el instituto Sunshine, sobresaliendo por encima del edificio, marcaba las once de la mañana del que sería el último día de clase antes de la entrega de notas y las vacaciones de verano.

El nerviosismo era tal que la profesora Aleen tenía serios problemas para controlar la agitación de todos sus queridos alumnos, o al menos de la gran mayoría, durante su última clase de Matemáticas; a cada segundo volaban bolas de papel o pequeños aviones con mensajes cargados de optimismo o aburrimiento extremo por tener que esperar a que fueran las doce para dar rienda suelta a su júbilo y ponerse de alcohol hasta las cejas acompañados de sus amigos y parejas.

Pero yo estaba tranquilo. Suelo estarlo, pues, aunque el tiempo transcurra despacio, siempre acaba llegando el momento y me lo tomaba como una oportunidad para disfrutar de mi último día como estudiante de primero de bachillerato, grupo A.

La verdad es que, en cierto modo, me divierte contemplar esos últimos instantes en los que a mis compañeros parece que va a darles un ataque por la espera. Es puro entusiasmo metido en una pequeña celda que solo algunos tratan de mantener cerrada hasta la hora punta, pero que otros abren sin importar las consecuencias; al fin y al cabo, las notas ya estaban escritas.

—Chicos, por favor —dijo Aleen en tono suave a pesar de que su paciencia se estaba agotando—. Es el último día. Haced un esfuerzo y prestad atención. Solo es un ejercicio sencillo.

Un ejercicio que mi amigo Jin tenía resuelto desde el instante en que la profesora lo había planteado en la pizarra y antes de que lo explicase. Es un verdadero genio; desde siempre ha tenido un don para entender las matemáticas en general. Pocas veces le he visto quedarse atascado en un problema que nos hayan planteado.

En cierto modo le envidio, porque realmente me es difícil ponerme a la altura de las clases, pero eso no es un problema ahora. He podido aprobar con una nota superior a la media. Por otro lado, al pobre le cuesta demasiado socializar. Es muy callado debido a que frecuentemente sufre de fuertes episodios de estupor que le aíslan de la realidad durante minutos, pero no constituye un problema serio; nada que un pellizco o llamarle varias veces en voz alta no pueda arreglar.

Sonreí y bajé la vista hacia el colgante con forma de lágrima que llevo en la muñeca, a modo de pulsera. Es blanco, con un adorno engarzado de mi color favorito: azul intenso.

Fue un regalo de mi amiga Eona. En realidad nos regaló uno a todos los del grupo al que pertenezco con nuestros colores favoritos. Somos nueve, contándome a mí. Por supuesto, Jin es uno de los integrantes. Eona le tiene especial cariño; seguramente será por su condición, ya que eso le hace ver distinto de los demás, aunque lo gracioso del asunto es que ella es la única humana de todos nosotros.

Una bola de papel me sacó de mis pensamientos. Cuando busqué al culpable, Eona se estaba riendo en su asiento, pero su júbilo duró poco, pues la profesora le llamó la atención ante toda la clase, haciendo que se sonrojara de vergüenza, aunque no le importaba. Ella era así, divertida, alegre.

La clase discurrió con ligera normalidad. Con ayuda de Jin logré resolver el ejercicio antes de que sonara el timbre que nos liberaba y hacía más palpables las vacaciones de verano. En pocos segundos Eona llegó a nuestro lado y se inclinó hacia delante, apoyando las manos sobre mi mesa.

—Eh, Jin, vuelve a este mundo —dijo ella en tono amable. Sus ojos grises se fijaron en él a la espera de alguna reacción visible, pero no dio resultado—. Demasiado tarde; no me oye. Tendré que darle un buen pellizco o no le veremos en todas las vacaciones.

Se irguió y giró la cabeza para mirarme.

—Tim, anda, ve con Dannel a clase de gimnasia. Ahora os alcanzo; esto puede llevar un rato.

—Yo… Claro, sí, de acuerdo. Nos vemos allí.

Me puse algo nervioso; de hecho, siempre me ocurre cada vez que ella me mira a los ojos de esa forma.

Eona Silverstein… Una chica enérgica, leal y que siempre está de buen humor. Jamás la he visto enfadada de verdad. Tal vez molesta, pero nunca enfadada. Es… dulce, se preocupa mucho por los demás y nunca deja tirado a nadie. ¡Es la chica perfecta! Su melena naranja hasta los hombros, sus ojos grises llenos de vida…

¿Sería este el momento apropiado para…? No. ¿Delante de todos mis compañeros? ¿Y si se lo toma mal y se aleja de mí? Yo no podría…

Conseguí hacer que mi cuerpo se moviera de nuevo antes de que se percatara de mi nerviosismo y me dirigí hacia la puerta. Dan ya me estaba esperando, como de costumbre.

—Perdona. Siempre tienes que esperarme —me disculpé—. Ya estoy.

Un leve gesto de cabeza fue toda la respuesta que recibí, pero no me extrañó en absoluto. Dan es una persona callada, pero no por timidez. Sencillamente, él habla poco y cuando lo hace es siempre con respeto, seriedad y sensatez. Creo que jamás le he oído insultar a nadie.

Casi siempre lleva el mismo corte de pelo, despuntado por todos lados y bastante alborotado; tiene unas curiosas mechas naturales de color rubio en la parte delantera sobre su tono castaño claro. Pero lo que siempre llama más la atención en él son sus cristalinos ojos, claros y puros como el agua, de un azul tan frío que recuerda al hielo. El anillo que tenemos los lumen en los ojos, dentro del cual se halla la pupila, se hacía más marcado en Dan.

No acabábamos de salir de clase cuando la burlona voz de alguien conocido detuvo nuestro avance.

—Eh, Timothy, cuéntame… —Miré a mi interlocutor para prestar atención—. ¿Se han follado ya a tu hermana?

Tan pocas palabras y ya me habían hecho enfurecer silenciosamente. Y más viniendo de alguien a quien consideraba un amigo, alguien que también estaba dentro de nuestro grupo. Dan soltó un largo suspiro como respuesta ante el inoportuno comentario y se desentendió rápidamente del tema, reanudando la marcha hacia la clase de Gimnasia, pero yo no pude cerrar la boca. La ofensa era demasiado gratuita.

—No tiene ninguna gracia, Manu —repliqué en tono serio, pero no muy alto; no quería montar un escándalo—. ¿No se te ocurre nada peor que decir de ella? Esas cosas le hacen mucho daño.

—¿Ves lo fácil que es picarte? Solo estaba bromeando. Son cosas de tíos; ella debería estar más que acostumbrada —respondió con sorna, echando atrás su rubia melena con un gesto de cabeza.

Apreté los puños. Estaba dispuesto a conseguir que retirara esas palabras. Por su condición física, Jacqueline no paraba de sufrir acoso tanto en la escuela como en la calle. No iba a permitir que nuestro propio amigo siguiera burlándose como si la situación careciera de seriedad. Siendo un año mayor que yo, debería mostrar un poco más de madurez.

Antes de poder pronunciar palabra, una voz amiga salió de detrás de él, dispuesta a defender a mi hermana.

—Las cosas de tíos —Manu se giró para ver quién le hablaba— no implican rebajar a la hermana de un buen amigo a un objeto sexual, sabiendo el acoso que sufre en clase.

Jake había hecho acto de presencia. Sus ojos marrones se clavaron en los verdes de a quien estaba recriminando por sus crueles palabras. Ambos son de la misma edad y los mayores del grupo, pero en muchos aspectos son completamente distintos.

Jake es de campo, humilde, sencillo. Su piel ha sido tostada por el sol y tanto sus ojos como su despuntada melena son de tonos castaños; un flequillo abundante cubre su frente y los gruesos mechones que posee a ambos lados de la cara, el derecho más largo que el izquierdo, enmarcan su rostro. Es serio, muy estricto consigo mismo y no tolera bien las bromas, sobre todo las de mal gusto.

Por otro lado tenemos a Manu. Viene de una familia muy pudiente y siempre ha tenido de todo con un solo chasquido de dedos. Su piel es pálida pero saludable, sus ojos son de un verde intenso y su melena lisa, la cual le llega hasta los hombros, luce en algunas puntas mechas del mismo color para que hagan juego, contrastando a su vez con su tono rubio natural, albino. Burlón, altanero y a veces con demasiados aires de grandeza, son las dos caras de una misma moneda.

—Ya tardabas en salir de clase, amigo mío —respondió él sin perder la sonrisa y con los brazos abiertos a ambos lados del cuerpo—. Estarías demasiado ocupado rechazando a esos bombones para no ir con ellas al baile del viernes. Y con este comentario acabas de dejarte vendido. Podrías intentar disimular mejor que te gusta Jacqueline.

—No lo repetiré de nuevo. Sabes bien el acoso que sufre cada día, a cada hora. Si vuelvo a oír algo parecido, no me contendré.

La sonrisa de Manu se hizo más ancha. Diría que por poco no se echó a reír en la cara de Jake.

—¿Y por qué esperar? —Sus ojos despidieron por unos instantes un leve brillo muy familiar para mí. Trataba de amedrentarle—. Ah, claro… La quieres tener de público para que observe cómo su héroe la defiende y así poder declararte de una vez. No pretendas morder más de lo que puedes tragar, amigo.

—Quedas avisado, Faulkner.

Fue su última respuesta ante los comentarios de Manu. Caminó por el pasillo, cerca de él, para pasar de largo y acercárseme. Incluso yo mismo no le di importancia a la discusión; quizás realmente estaba utilizando a mi hermana de excusa para provocar una pelea que estaba claro que deseaba que ocurriese. Y eso pensaba hasta que…

—El baile de fin de curso es dentro de dos días, Jake —empezó a decir—. Deberías ir pensando en pedirle ser su acompañante antes de que alguien más rubio, más rico y con más clase se te adelante.

Mi expresión pasó de la seriedad al desconcierto; sin embargo, Jake hizo caso omiso y continuó la marcha por el pasillo hasta llegar a donde yo estaba. Tan rápido como pude, traté de contener lo que sentía y caminé a su lado hacia las escaleras. Reprimí toda pregunta lo que tardamos en perder a Manu de vista. Solo entonces las liberé.

—¿Es… es eso cierto? —Evité mirarle mientras aunaba fuerzas para continuar—. ¿Te… gusta mi hermana?

Mi pulso se aceleró al tiempo que trataba de controlar mi respiración. ¿Era alegría lo que estaba sintiendo o temor? Jake es una buena persona, pero de ahí a que pueda verle el día de mañana cogiendo de la mano a Jacqueline… ¿Estaré cayendo en la sobreprotección de nuevo?

—¿Vas a creerle? —respondió con evidente indiferencia, aunque por el rabillo del ojo pude percibir que tampoco me miraba.

—Pues… no estoy seguro, la verdad. Al principio todo esto sonaba a una provocación de su parte, pero… esas últimas palabras me han confundido.

—Lo que los demás piensen respecto a este tema me trae sin cuidado, incluido tú.

—Vale, no volveré a hablar de ello.

Sonreí levemente, aunque no sabía la causa exacta. ¿Era felicidad por la sospecha de un posible romance o el alivio de saber que no existía dicho amorío? Jake es un misterio en sí mismo y demasiado ha dicho hoy sobre temas como este. En ese aspecto envidio a Ryukari, su pequeño hermano adoptivo. Seguro que conoce todos sus secretos.

Descendimos en silencio por las escaleras sin llegar a cruzar miradas ni palabras. Tengo la sensación de que algo ha calado hondo en Jake, ya sea por el baile o por el tema de mi hermana, o al menos me gusta pensar que en su cabeza hay sitio para ese tipo de fantasías, además de sus tareas de casa y sus propios estudios.

De repente algo llamó nuestra atención tras llegar al final del escalonado recorrido. Ryukari estaba de pie junto a la puerta que conducía al servicio de chicas acompañado de Shad, otro de los integrantes de nuestro grupo; ambos reflejaban una inquietud que yo supe reconocer en cuanto les puse la vista encima: esperaban a mi querida hermana.

—¿Le han hecho algo? —La pregunta salió disparada de mi boca, inconscientemente, en cuanto la hube abierto. Si alguna vez llegaban a herirla, no me perdonaría jamás el no haber podido protegerla.

—No nos ha dado tiempo de averiguarlo. Simplemente, corrió hacia el baño de chicas y lleva encerrada como diez minutos —resumió Shad en tono preocupado.

—Le hemos pedido que salga, pero no hay manera. No nos escucha a ninguno. —Ryu se encogió de hombros tras secundar las palabras de Shad.

Me acerqué tan deprisa como pude a la puerta y pegué la oreja, de nuevo movido por la creciente ansiedad que deseaba apoderarse de mí y trataba de empujarme a hacer algo que no debería: entrar en el servicio de chicas.

Por suerte, soy bueno en mantener la calma. Un par de segundos me bastaron para regular mi respiración y serenar mi pulso. Luego dirigí la mirada hacia mis amigos.

—Chicos, mejor id a clase o llegaréis tarde. Yo me encargaré de esto. —Mi voz adquirió el matiz serio que la caracterizaba cuando pasaba algo así, un tono que ellos estaban demasiado acostumbrados a oír, por desgracia.

—Dale un abrazo de mi parte cuando salga, por favor. —Ryu me dio un cariñoso apretón en la mano como signo de apoyo. A pesar de ser el más pequeño del grupo, demostraba tener una empatía que ya quisiera Manu poseer.

—Vamos, Ryu. Esto es cosa suya —puntualizó Jake antes de seguir su camino para dejarme a solas con Jacqueline. Shad y Ryukari no tardaron en alcanzarle.

No abrí la boca hasta que pasaron al menos cinco minutos. Mis oídos me permitieron escuchar sollozos suaves viniendo del interior del baño a pesar de la gruesa puerta que me separaba de dicho habitáculo. La habían herido de nuevo…

—Jacky…, soy Tim —conseguí decir al fin mientras trataba de mantener a raya mi ira. No pude evitar apoyar la mano en el marco—. ¿Qué te han hecho? Por favor, solo quiero ayudarte.

—No es nada… Dolor menstrual —respondió ella tras pasar casi un minuto. Supongo que no supo inventar una excusa mejor. Ella jamás llora por dolor menstrual; es demasiado fuerte para que eso le afecte—. Ahora salgo. Ve a clase.

Jacqueline, mi hermana pequeña. Tan solo nos llevamos un año de diferencia, pero para mí es más que suficiente para sentir la necesidad de protegerla si le pasa algo. Todos la llamamos Jacky en el grupo y normalmente es una chica amable y cariñosa con los demás, pero la manera en que el mundo la trata, solo por su físico, provoca que a veces ella tenga ganas de irse para siempre. No soportaría que algún día cumpliera con lo que dice y se fuera. La buscaría en cuanto me enterase.

Sí, tiene…, bueno, su pecho es más grande de lo normal, pero ¿es que los demás no pueden fijarse en lo buena que es y no en el tamaño de su busto? Es una chica increíble ¡y no porque sea mi hermana!

Siento que nos une algo muy especial entre ambos. Antes había comentado que solo Eona era humana… y en parte es así. Digo en parte porque el resto del grupo somos medio humanos. La otra mitad pertenece a una raza casi extinta en este mundo: los lumen.

Y eso es lo que somos, mestizos entre humano y lumen.

Un lumen es, en palabras de mis padres, un ser en comunión con la luz, guardianes de la luz; somos capaces de emitirla para formar armas y utilizarlas para atacar o defender. Nuestro aspecto cambia cuando acumulamos mucha; nuestra piel y pelo se clarean, al igual que los ojos, y el anillo que poseemos dentro de ellos se ilumina. Algunos tenemos rasgos especiales, además de lo ya mencionado. Por ejemplo, Ryu posee un tribal de un dragón en el brazo izquierdo y, debido a que siempre emite una leve luz, debe tapárselo para que nadie se fije demasiado.

La luz de Jin es de tonos oscuros. Casi pareciera estar absorbiéndola en vez de emitirla.

En cuanto a mi hermana y yo…, lo que nos hace tan especiales es que, además de controlar la luz, podemos manejar cierto elemento: el fuego, en su caso; y el hielo, en el mío. Junto a ese detalle está que el tiempo nos afecta de diferente manera. Si hace frío, ella se resiente y debe ir muy abrigada. A mí me afecta más el calor; de hecho, ahora, que es verano, no me separo de mi botella de agua.

Es por eso precisamente que pienso que ambos estamos aún más conectados de alguna forma. Por mucho que nuestros elementos sean contrarios, somos hermanos. La misma sangre corre por nuestras venas.

A pesar de su insistencia, no moví un solo músculo. Estaría ahí hasta que se encontrase mejor y decidiera salir de nuevo a enfrentarse al mundo, que tan poco respeto siente por ella.

Guerrero mestizo

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