Читать книгу Guerrero mestizo - Elena Ibáñez de la Casa - Страница 13

7
Un paso adelante

Оглавление

William Timothy Espen

Hacía rato que estábamos caminando los que quedamos hacia nuestras respectivas casas. Suerte que podemos hacer juntos un buen trecho antes de separarnos. Jin andaba a mi izquierda, sumido en sus propios pensamientos, y las chicas conversaban a unos pasos por delante de nosotros.

—Oye —comencé a decir, acercándome a él un poco para que me prestase atención—, ¿tú tienes pensado ir con alguien al baile o no vas a asistir como el año pasado?

Jin negó con la cabeza.

—Anda, vente. Será muy divertido.

—¿Por qué no vas directamente al grano y me dices que deseas que vaya para no sentirte tan cohibido ante Eona?

Su pregunta me pilló totalmente por sorpresa y mi reacción inmediata fue pararle en seco mientras le chistaba para que las chicas no le escuchasen. Fue imposible ocultar el rubor en mis mejillas. Nos mantuve quietos hasta que se hubieron alejado lo suficiente como para poder hablar sin temor a que se dieran cuenta de lo que decíamos. ¿Cómo se le ocurría decir eso estando tan cerca de ella?

—Tú… esto… tú… ¿lo…? ¿Lo sabes? —conseguí decir tras balbucear un poco. ¿Tanto se me notaba?

—Incluso adoleciendo de mis episodios me doy cuenta.

Aparté la cara. Si él lo había observado, probablemente Eona también, ya que es el doble de curiosa. Quería que me tragase la tierra en este momento.

—Ella no lo sabe —comentó él como si pudiera leerme la mente. Yo le miré perplejo.

—¿No? —pregunté con timidez—. ¿Y… cómo lo sabes?

—Porque también se nota —respondió.

—Eona es capaz de esconder secretos muy bien. Puede haberte mentido.

—Ella es incapaz de mentirme.

—Vamos, esa es la trola más común del mundo. Si lo estás haciendo para que no sufra… preferiría saber la verdad. —Miré hacia el suelo, desanimado.

—¿Te he mentido alguna vez?

Era una pregunta que nos hacía a todos cada vez que dudábamos de lo que nos dice y es cierto que él jamás ha dicho una sola mentira. También suele preguntarnos si «es como los demás», lo que me hace pensar que insiste de nuevo en que son los otros quienes mienten y que no le metamos en el mismo saco.

Es curiosa su insistencia en que le tratemos como a las personas sin ese tipo de problemas mentales y a la vez cómo trata de separarse de ellos con su actitud. Quizás sea para destacar como ser humano. Quizás quiere ser como nosotros y a la vez sobresalir como alguien en quien tendríamos que fijarnos. La mente de Jin es tan enrevesada que a veces me da miedo pensar en lo que debe de tener dentro. Sería capaz de ganar a cualquiera en una discusión aunque él esté equivocado y, encima, hacer creer a los demás que lo que defienden es erróneo.

—No —respondí—. Es solo que…

—¿Soy como los demás?

Sonreí; allí estaba de nuevo esa segunda pregunta. Esas dos cosas eran las únicas que yo podía predecir de él con facilidad y solían ir siempre de la mano. Por primera vez me atreví a dar un paso más allá para ver qué me contestaba.

—¿Querrías serlo? —Le miré a los ojos con creciente curiosidad. Él me devolvió la mirada; parece que eso le había extrañado de mí.

Pero de nuevo su peculiar carácter volvió a sorprenderme. Abrió la boca y soltó una sonora carcajada, tan fuerte que las chicas se giraron para mirarnos.

—Vaya. Coge la cámara, Jacky. Estas cosas no pasan muy a menudo —comentó Eona sonriendo—. ¿Qué le has dicho para hacerle reír así?

—Pues… la verdad es que no tengo ni idea —respondí con total sinceridad.

¿Se había reído porque le hizo gracia que probara a ir más lejos? ¿Lo había hecho para desviar la conversación? ¿O era simplemente por la pregunta en sí? No comprendo qué puede tener de gracioso. Él quiere que le tratemos como a los demás, ¿no? Entonces ¿a qué viene esa risotada?

—Me rindo, tío. De verdad que no consigo entenderte —comenté.

—Actitudes así son las que te hacen suspender Matemáticas —respondió con una leve sonrisa, pero en seguida recuperó su seriedad natural.

Las chicas se rieron un poco y siguieron con su cháchara. Yo le miré y traté de intentarlo de nuevo.

—Bueno, vale. Entonces respóndeme a lo que te he preguntado.

—Formúlala de nuevo… despacio. —Era algo que siempre me decía que hiciera cuando me echaba una mano con los ejercicios de clase para que tratara de enterarme de algún detalle que se me estuviera escapando.

—Mmm… —Medité unos segundos; luego pregunté—. ¿Querrías ser como el resto de personas que habitan este mundo?

Su respuesta fue tajante:

—No, nunca.

—¿No? —Abrí un poco más los ojos por la perplejidad—. Entonces ¿lo que quieres es que te traemos como a alguien diferente?

—No, nunca.

—Ayyy, me vuelves loco con tu «lógica». ¿Qué clase de respuesta es esa? ¿No quieres ser como los demás, pero tampoco quieres que te tratemos de forma distinta?

—No lo habría podido expresar mejor. —Sacó del bolsillo el palo de helado que le había cogido a Ryu y, para mi sorpresa, se lo metió en la boca.

—Pues no lo entiendo. ¿Podrías explicármelo? —pregunté, aunque sin muchas esperanzas de poder comprender lo que fuera a responderme.

—Mejor no. Quizás otro día —dijo en un tono extrañamente jovial, pero luego lo cambió por uno más lúgubre—. Por desgracia…, soy un poco como todos los demás sin desearlo. Y eso, de momento, jamás podré cambiarlo.

—Por favor, dime algo que pueda entender —le rogué. Era algo que siempre había querido y me frustraba no poder conocer a mi mejor amigo con más profundidad. Yo sé que para cosas difíciles soy bastante cortito, pero en el trato humano tengo mucho manejo. Solo Jin parecía escaparse a mí.

Él movió el palo en su boca de un lado a otro, como solía hacerlo Ryukari; luego se lo sacó con la mano y lo sostuvo firmemente en sus dedos unos segundos antes de volver a guardárselo.

—Hace calor y estás sudando mucho. Deberías beber.

—¡Venga ya! —respondí airado—. Podrías tomártelo en serio por una sola vez en tu vida.

Mi resentimiento desapareció de golpe al verle sonreír. Percibí ese gesto tan natural que no podía mantenerme enfadado por mucho más tiempo. Le había hecho sonreír de algún modo y eso, de momento, parecía ser suficiente para calmar mis nervios. Aproveché la pausa para terminar de beberme toda la botella y me limpié un poco el sudor con un pañuelo que suelo llevar encima. Me da apuro que me vean así.

—Tú ganas. Siempre ganas —terminé diciendo—. Pero por una vez deja que ganen otros algún día. Puede que te acabe gustando.

Sé que había pillado perfectamente la indirecta. Si le había venido tan bien tener amigos con los que contar, abrirse más a ellos no podía ocasionarle daño alguno. Esperaré pacientemente a que ese día llegue, porque si de algo sé que está seguro es de que puede contar conmigo para lo que haga falta. Siempre.

—Pues entonces ya nos veremos —empezó a decir mi hermana—. La idea de Shad de reventar la cama es bastante interesante.

—Pero ¿no quería Ryu quedar contigo? —preguntó Eona.

—Ah, sí… Bueno, si quiere quedar que me llame él. No tengo demasiadas ganas de moverme de casa.

—Ya te obligaré yo a salir. —Sonreí.

—¿Cuántos años tengo? ¿Tres? —respondió ella en tono ofendido.

—Está bien, perdona. Yo también estoy disponible. Solo tenéis que llamar. Aunque es más probable que os acabe llamando yo antes —dije, mirando levemente más a Jin que al resto.

—No me busquéis hoy. —Fue todo lo que dijo antes de dar media vuelta—. Adiós.

—Adiós, antipático. —Jacky no se cortaba un pelo a la hora de decir ese tipo de cosas.

—Bueno, déjale; ya sabes cómo es —intervino Eona—. Yo me iré también. Hace demasiado calor en la calle.

Abrazó a Jacky, le susurró algo que no conseguí entender y luego se acercó a mí para despedirse con uno de sus tiernos besos en mi mejilla. No pude evitar entornar los ojos ante aquel gesto. Mi corazón palpitó fuerte durante todo lo que duró ese leve momento.

—No te derritas, ¿eh? —Movió juguetonamente mi coleta de un lado a otro.

—No…, tranquila. —Fue lo único que conseguí decir antes de despedirme con la mano.

Jacky se me acercó bastante y seguimos andando hacia casa. Me miró de manera insistente hasta que consiguió que le prestase atención.

—¿Sí?

—Tienes que decírselo —comentó ella. Supuse que me tocaría hablar del tema.

—No puedo.

—No quieres.

—No, Jacky… No puedo.

Una leve brisa fresca meció mi melena, recogida en una cola baja, algo que para mí fue un soplo de vida en el calor sofocante.

—Lo que no puedes es estar así. Otro chico acabará pidiéndole salir y puede que ella acepte. ¿Qué harás entonces?

—Pues… —Realmente no sabía lo que haría si ese momento llegase y tampoco quería pensarlo demasiado, de modo que dejé la respuesta en el aire.

—¿Pues?

Llegamos a casa y saqué las llaves para abrir la puerta. La cabeza me daba vueltas respecto a este tema y, cuanto más lo pensaba, más confuso y asustado me sentía. Solo quedaba una salida. Jacqueline tenía razón.

—Se lo diré mañana. —Clic. La puerta cedió ante el empuje de la llave y mi hermana entró en casa con una sonrisa en sus labios.

Su confianza me dio el último empujón que necesitaba. Daré un paso adelante, con todas las consecuencias que eso conlleve, y si al final sale mal… al menos mis recuerdos permanecerán conmigo para siempre.

Mi padre se asomó para recibirnos. Jacky fue corriendo hasta él y le abrazó fuerte. Siempre hace eso para descargarse cuando ha tenido un mal día o se han metido excesivamente con ella. Yo, sencillamente, cerré la puerta, le miré y sonreí, feliz de estar en casa.

A pesar de todo lo malo que nos ocurra a lo largo del día, si tenemos un sitio al que volver, con gente que nos quiere y nos apoya, un sitio al que llamamos hogar…, lo demás nunca debería importarnos.

Guerrero mestizo

Подняться наверх