Читать книгу El Mundo Incinerado - Emilce Strucchi - Страница 11
5. ACERCA DEL AMOR
Оглавление¿En qué parte del cuerpo se hallan las raíces del amor? Hacía años que Teresita venía preguntándoselo. Y antes de un viaje valioso son cuestiones fundamentales que retornan. Son cuestionamientos que se imponen en la cabeza junto con muchos otros más superficiales como la ropa y el calzado.
Tenemos centros en los que es posible localizar la vista, el habla, el olfato... ¿y la percepción cierta del amor? ¿Dónde? Le parecía una verdadera estupidez. No obstante sospechaba que si llegaba a tener un día la respuesta puntual y precisa se haría famosa. O al menos obtendría cierto reconocimiento en algunos programas de televisión. Claro que ahora se trataba de otro propósito.
Quizás este centro se encuentre en las humedades y urgencias del sexo, murmuraba no sin inquietud. Demasiado sencilla y deformada por los siglos de los siglos, esta respuesta nunca la conformaba. Cómo puede una persona imaginarse en un programa radial o televisivo, indagada sobre la cuestión y haciendo una reflexión así de pragmática. Tanto maquillaje, tanta publicidad o música clásica y por qué no contemporánea para una respuesta de semejante rusticidad. No le resultaba sensato aunque pudiera asemejarse a la realidad.
Un lugar que puede poseer más aceptación es el estómago, tal vez. Ella lo pensaba debido a eso tantas veces dicho sobre lo importante que es para las personas, sobre todo los hombres, una buena comida. Y todavía más, por aquello del mito de las mariposas en la panza. Ah, algo de cierto había en ese asunto.
En mi caso ese cosquilleo entre la panza y el pecho me recuerda aquellas otras cosquillas que en la infancia supieron hacerme tan feliz cuando las carcajadas eran como cuerdas vibrando. Altas, agudas e irrefrenables. Mastiqué mucho este razonamiento que me pareció bastante apropiado en cierto sentido también para Teresita. Por otro lado temí que la vinculación con la infancia y algún tío amado se entendieran como una especie de irreverencia. Los malignos pensamientos de los malintencionados e incluso o sobre todo los míos, dan para mucho.
Por fin Teresa llegó hasta el corazón. Te amo con todo mi corazón, le habían dicho algunos. Eso. Les creyó. Entonces su corazón latía con fuerza y rapidez inusitadas. Después de toda esa revolución emocional se iban los enamorados con sus palabras y sus latidos.
Qué tristeza honda, persistente, produce el abandono.
Mientras preparaba el viaje recordó a un novio al que amó con locura. No sé o en todo caso no se me ocurre con qué parte del cuerpo lo habrá amado y quizás fue con la totalidad de su cuerpo. Y con locura. Hasta que un día sin más ni más la dejó por culpa de, veamos… ¡de su mamá!
¿Poco factible? Aquí y ahora puedo aseverar esa posibilidad. A mí me pasó una vez y no veo por qué no puede haberle pasado a Teresa Alicia. Él se llamaba Mario Hugo Pérez. Así de sencillo. Y estaba más perdido que yo, no hay dudas. “Tu mamá es como una heladera y me hace sentir tan mal.” Qué extravagancia. (O qué poca dote tenía yo para ofrendarle.)
La vida es una sucesión de extravagancias muy incomprensibles. ¿No se le ocurrió siquiera a Mario Hugo, con ese nombre de novela venezolana, imaginar cómo se sentiría una joven muy joven muchacha intensamente enamorada de él, a quien también él y mil veces él juraba amar con todo el corazón? Y menos aún cómo se sentiría esa misma jovencita cerca de aquel refrigerador femeninomaterno.
Semejante indolencia junto con la pérdida del amor es como verte arrojada a las fauces de una fiera. Con todo el corazón, por supuesto. No puede ser el corazón la zona del amor. Fue bastante agotadora la mentira de los hombres que me crucé en la vida, que no fueron muchos; me mintieron mucho.
Luego de evocar su propio rechazo, que no el mío, Teresita masculló una y otra y otra idea hasta que de pronto sintió algo como una revelación. ¿Y si fuera en los ojos ese lugar?, se dijo.
¿Si estuviese en los ojos el centro bendito del bendito amor? ¿Y además en la risa?
Se acordó que un buen día, sí, un buen día lo había aprendido. Antes, mucho antes de enamorarse. Aquel fue el día más perfecto que recuerda de la infancia. La perfección existía y la descubrió en su memoria. Y esa memoria al fin la convenció.
El amor era la manera de mirar los árboles y mirarse o sonreír o reír que tenían aquellos tíos suyos después de varias décadas mirando árboles y disfrutando juntos los dos: eso era.
Las chispas de los ojos y la risa son el centro del amor, pronunció con vehemencia. Puedo sentirla. La estoy oyendo emocionada a Teresita.
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No importa que sea un recuerdo de su infancia porque el amor no tiene edad. Aquellas remembranzas le llegaron con una voz particular. Esas historias le llegaron a través de una voz ronca y tierna que probable o seguramente le persista cercana pues eso suele ocurrir con las voces de personas tan queridas. Voces que se reinventan pero perduran. Y sobre todo por eso es necesario ser minuciosa en la imaginación. Para contarlas como a ella se le presentaron o más bien como creo (de puro todopoderosa que soy en este escrito) que las percibió en su interioridad.
Esta es mi memoria de una tía amada y es un homenaje para ella y la parte de mi vida que es Ester Norma, la menor de tres hermanas entre las que estaba mi tremenda madre. Mi tía Ester, la más cariñosa y delicada de todas. La de los ojos transparentes y límpidos. ¿Habrá sido así? ¿O es que guardo unas pocas imágenes inventadas desde una infancia atroz?
Puedo asegurar que estoy frente a las escaleras que me llevan hacia el amplio hall-lavadero donde había a la derecha en la parte de atrás dos sillones de hierro con arabescos y almohadones a rayas amarillas y blancas, aquellos cojines con olor a plástico o hule de otros tiempos que está en esta memoria olfativa y tiene una realidad indubitable que no es posible discutir, del mismo modo que no es posible poner en tela de juicio aquellos sillones que se hamacan hacia adelante y atrás haciendo un chirrido tan particular. Parecen movidos por fantasmas. Los almohadones se mueven y los sillones se mueven e incluso suenan ahora en mi interior. Subo las escaleras y hay ese chirrido que evoco y siento algo finito como un piolín que va desde el ombligo hasta la garganta. Los pelitos de ese material me hacen cosquillas y me da risa. Percibo con claridad amenazante un olor exquisito que jamás volví a sentir. Es un aroma a no se sabe qué e ingresa por la nariz y el oído también, un olor audible como las palabras “te quiero, te valoro como un preciado y amado ser”.
(Me encuentro cómodamente instalada en su cabeza. Esta protagonista no deja de sorprenderme con la precisión de sus recuerdos y hasta de las palabras con que evoca y no deja de evocar.)
Veo a mi izquierda una gran pileta para lavar ropa, y sobre la derecha a todo lo largo de la pared hasta llegar a los sillones están las sogas con sus broches para los días de lluvia porque la ropa se cuelga al aire libre y fijate cuando llueve como hoy la colgamos acá ¿ves?
El mundo entonces era la lluvia o esa tormenta y la humedad de la ropa o estirarse para colgar las prendas en la soga a la que nunca llegaba porque era chiquita. Ahora viene el tío y te hace upa y me ayudás. El tío era alto, y lo mejor que podía pasarle a una era que le hiciera upa y luego cuando te bajase te hiciera también cosquillas o te prodigara besos en ambas “mejillas de manzanita” (besos muy tibios como una gloria si es que la gloria fuese tibia). Después el tío me balanceaba hasta dejar mis pies y mi cuerpo agitado sobre el piso. Y le decía algo como una broma a mi tía Ester, le susurraba al oído. Ester lo miraba cómplice y se reía con ganas. Él le devolvía la mirada y se reían juntos. Nos reíamos juntos. Afuera el viento movía la copa de las casuarinas del parque. Era un murmullo suave y lejano que tal vez cobijara otras muchas viejas historias. Para mí los árboles murmullaban porque no tenían palabras para murmurar y a mí lo único que me queda de entonces es la nostalgia y la evocación. Tuve que llegar hasta este recuerdo para comprenderlo íntimamente. Esas fueron, esas eran las chispas del amor que la acompañaron a Ester Norma hasta el final. Y aquello fue el deleite que pude recuperar no sin dificultades… cómo pude haberme olvidado.
(Todo esto se decía y recordaba con detalles inusitados. Esta mujer no deja de asombrarme con semejante precisión de recuerdos y palabras con las que evoca y no deja de evocar. Se me presentan tan diáfanas esas palabras. Qué maravilla poder captar lo diáfano aunque sea en un mínimo instante y aunque ese instante le pertenezca a otro.)
Aquello, sentido de semejante modo en su infancia, se reeditó con el amor de los catorce años y alguna vez más.
En fin. Toda niñez posee sus paraísos escondidos en mayor o menor medida. Y sus infiernos. No se habla de credos sino de encantamientos y amores bienhechores, benévolos, redondos. También se puede hablar de humillaciones agudas, cortantes, que por el momento no son un tema a tratar.
Y ahora me pregunto ¿si dejamos estos devaneos para otra ocasión? Temo que se devoren la historia entera.
Ruego A Los Señores De La Inspiración Que Vengan En Mi Ayuda.