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6. CIENCIAS DE LA TIERRA

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Volvamos.

¿Cómo era? Todo encendido. Aguas y tierras y seres vivientes.

Todo abrasado en el aire negro. Fulgor de lo ígneo.

Ah. Y Teresa con el ardor del deseo irrefrenable tan difícil de entender que viene desde lejos e insiste en aprender, leer y leer, comprehender, conseguir un mínimo o seguro espacio donde apoyarse con esos conocimientos para detener el desastre familiar y mundial o al menos aportar un granito de arena y combatir la destrucción total o alertar sobre ella.

Entonces, rememorar otra vez y escuchar un mensaje como si fuese un juramento, una frase pronunciada como un mandato bíblico casi: “con ese idealismo tonto te vas a morir de hambre vos, Teresita”.

Un ente raro es el tiempo y más extraños aún son los recuerdos.

¿Son o fueron? Tuvieron y aún tienen su porción de realidad. ¿O son simples productos imaginarios de esta licenciada en ciencias de la tierra? ¿Están en el presente, o en algún pasado disfrutando su pobre existencia real perimida? Estos y otros cuestionamientos fundamentales que ella se hacía, tal vez puedan resolverlos los expertos ya que estoy muy lejos de pertenecer a una raza tan letrada de modo que mi aporte no sirve para gran cosa.

Lo cierto es que así se había gestado aquella conversación breve, muy breve, con Don Alfonso. Y allí quedó también. Quedó esculpida en la memoria de esa mujer letra por letra, oración por oración, intacta pero no sé si exacta, indeleble huella mental, profunda como la que dejan los camiones en el barro: “con ese idealismo tonto te vas a morir de hambre vos”.

—De dónde habrás sacado semejante carrera, Teresita, y encima para una mujer, tiene que haberle dicho.

—Bueno, no entiendo cuál es tu problema porque yo me voy a arreglar sola después de todo, debe haber sido su respuesta.

—Me preocupo, cómo no me voy a preocupar, no existe, fijate bien que estás equivocada, fijate que esa carrera no existe y tengo que decirte que si se estudia, seguro que estará llena de hombres, y dónde se ha visto una mujer en esa clase de ciencias exactas.

—¡¿Exactas?! cómo inventaste eso, vos naciste a principios del siglo XX que ya está bastante avanzado, olvidate papá, yo me ocupo de lo mío, ahora, la geología, las ciencias de la tierra, en fin, por las dudas te digo que las ciencias naturales existían ya en tiempos de Sarmiento y mucho antes también, y debo agregarte que no son tan exactas como a vos te impresionan, no seas ridículo, a mí me interesa preservar la salud de las personas y ayudar en la prevención de desastres naturales que podrían evitarse…

—Y no des tanto discurso, qué, ¿me vas a evangelizar ahora? seguí medicina, algo importante, yo no pienso poner un peso en una carrera que no te va a servir para nada.

—Bueno, haceme el favor, despreocupate, dejame tranquila, y te aviso que en medicina hay mayoría de hombres también, no estaremos en mil ochocientos ochenta, sin embargo en estas décadas del siglo abundan los hombres todavía en las carreras importantes, como vos las llamás.

Tiene que haber sido así más o menos. No parece muy descabellada esta conversación para esa época. Y después, de seguro, llegaría el insulto puntual, la media vuelta insultante, y el portazo de Don Alfonso, probablemente muy respetado o elogiado por parientes y amigos, para dejar su teoría violentamente cerrada y fuera de toda discusión. Después, silencio absoluto.

Otra posibilidad, quizás, bien puede haber sido la elección de la carrera de actriz de cine, de aquel cine con su mínima tecnología, esa actividad que ella tal vez consideraba artesanal y fascinante; de la que ni se atrevía a hablar, apenas se aventuraba a pensarla y luego la descartaba de inmediato y de plano.

De haberse concretado esa opción hubiera ocurrido casi seguramente una-otra-tragedia familiar, tragedia diádica más bien. ¡Actriz de cine! Convengamos que parecía no llevarse de acuerdo ni por la fuerza de mucha voluntad con la prevención de desastres naturales y menos que menos con Don Alfonso.

Una pena fue no haberle cumplido esa chance a Teresita, porque la llegada al público que alcanzó a tener el cine podía permitir una enorme transmisión de mensajes preventivos. Como otras tantas cosas, eso no le ocurrió al personaje.

Es terrible. Muchas y tantas veces no ocurre lo que uno desea, ni siquiera en un escrito.

Don Alfonso, de más está decirlo y no obstante hay que decirlo, era su padre. El padre de Teresita. Nuestra Teresa Alicia Dolosor.

El Mundo Incinerado

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