Читать книгу El Mundo Incinerado - Emilce Strucchi - Страница 8
2. INTERMEDIO
Оглавление¿Cómo o qué habrán pensado los hombres y mujeres de las cavernas cuando grabaron sus runas en las rocas? ¿Qué clase de misterio, esperanza u horror tendrán que haber sospechado entonces?
Ahora ¿será que nuestro planeta volverá a sus orígenes?
¿Y si el Big Bang fue el ocaso de un mundo anterior y vamos nuevamente hacia ahí?
No se debe olvidar que cada vez que digo mundo o planeta tierra me refiero a plantas, animales entre ellos los humanos que venimos a ser nosotros, también mares, ríos, montañas, pedregales, ciudades y pueblos. No se trata de un ente ficticio. Con un poco de suerte en ese futuro, que puedo vislumbrar oscuramente muy frío luego de la incineración, queden algunos seres de los llamados racionales y muchas cucarachas que casi siempre sobreviven a todo, incluso a los venenos más elaborados que les ofrezco con frecuencia escasamente ecológica debido al extravagante pánico que me producen.
Cada uno con sus contradicciones si después de todo abundan y a nadie le resulta alarmante si nacemos y crecemos y vivimos sumergidos en las mayores paradojas del terráqueo existir hasta el instante final, sospecho. Discrepancias, disparates y aberraciones, sí. Acuerdos que no se cumplen, sí. Decires que poco o nada tienen que ver con los hechos que hacen peligrar la vida de nuestro planeta, también.
¡Tanto, tanto pensar y pensar que llegué hasta el universo, las estrellas y otros planetas! y no sé bien si llorar sollozando o reírme a boca de jarro por semejante despropósito e incluso por los pensares que llegaron hasta el origen de mi terror a las cucarachas, lo que me resulta un poco inmundo y difícil de contener en mi cabeza algo incongruente.
Mientras rastrea y persigue en medio del vacío uno puede encontrar y de hecho descubre laberintos o trozos sueltos de memoria de un sinsentido ficticio pero cabal que es justo ahí donde están esos sombríos bichos todavía pendientes muy en especial los que son voladores que al menos a mí me resultan detestables y merecen, si bien un corto espacio, espacio al fin así los quitamos del camino y se puede continuar el recorrido que trazan las neuronas en su búsqueda infatigable de argumento.
Aquel episodio, aquel hormigueo raro en los dedos de un pie mientras dormía en el suelo. Ahhhh. Dormía en el suelo, por ejemplo, en unas vacaciones.
Yo tendría siete años u ocho. Fue durante un viaje de verano. Creo que fue en Mendoza. Dormía en un colchón puesto directamente sobre el piso en un hotel horrible al que no sé muy bien cómo habremos ido a parar con mi familia si es que esa era una familia, y si es que era la mía, y menos aún por qué motivo yo dormía en el suelo. Las zapatillas blancas y blanquísimas de marca Flecha estaban a mi lado. Me gustaban mucho porque eran divinas en su blancor. Antes había una sola marca de zapatillas, créanme. ¿Cinco siglos? No. ¿Seis décadas? Tal vez. Muchos de ustedes no habían nacido y muchos otros sí.
Les aseguro, de eso no tengo dudas, que es mejor y más que mejor hablar de las zapatillas antes que rememorar el final de la década del sesenta. Al menos en este texto.
No me gustaba caminar descalza. Y bien, me levanté apurada para ir al baño. Me puse una de las Flecha, luego la otra. En esa otra no entraba mi pie, se chocaba con algo entonces lo saqué al pequeño piecito y de inmediato salió una gran cucaracha a toda velocidad, rengueando un poco hasta que intentó volar y luego se tumbó. Con rigidez y fragilidad de hielo entonces lancé un grito como siendo víctima de homicidio (la mujer del baño de Hitchcock era un canto de calandrias al lado de mi alarido). El negro animal intentó correr, rengo y casi muerto del susto. Entonces le asesté un golpe definitivo de criminal de siete añitos. Aún con todo ese bochinche, mi gente ni se enteró… es rara la vida.
Esa matanza me produjo tanta repugnancia como placer y es lo único que recuerdo de aquel viaje, qué pena. Qué pena es recordar con tanta parcialidad. Parece casi hasta maligno rememorar de esa manera.
¡Ah, los misterios insondables de una memoria! Evocación que venturosamente ahora me conduce a la lluvia y la humedad constantes, al crecimiento del pasto y los arbustos de un inmenso jardín que no se detiene en su expansión, a la enorme ventana de vidrio que da a ese jardín de mis sueños, la medianera del vergel lindero más las luces que hay que prender al atardecer para disfrutarlo con mayor goce sobre todo si uno tiene poco alcance o también escasa precisión visual como siempre fue en mi caso.
Para que aparecieran las imágenes de este parque armonioso era necesario primero sacar del medio a esos oscuros insectos que tanto asustaron o sentí que amenazaron mi infancia.
Muertos ya, representados en ese crimen único perpetrado con mis zapatillas invencibles, es posible retomar el hilo.
Así que, volvamos.