Читать книгу Historias del calcio - Enric González - Страница 16
ОглавлениеEL RECUERDO DE DANTE
LUNES, 15-03-2004
Dante Chirichini se dio a conocer el 20 de noviembre de 1960 en el viejo estadio Olímpico, recién concluido un encuentro entre la Roma y el Padova. Chirichini, un hombre muy bajito, panzudo y de piernas frágiles, saltó al terreno, ya vacío, con una gran bandera romana y dio la vuelta al mismo saludando y disfrutando de la atención. En aquella época, un tifoso era exactamente eso, un tipo pirado por su equipo, con ganas de juerga y sin ánimo de bronca.
Desde aquel día, Chirichini, barrendero de profesión, se convirtió en la mascota de la grada romanista. Era objeto de mil burlas y, a la vez, de un especial respeto. Con los años, su presencia se hizo imprescindible. Llegaba exactamente un cuarto de hora antes del partido a bordo de una Vespino desvencijada y, de inmediato, corría la voz en la curva sur: «Dante ya está aquí». Hasta aquel momento nadie gritaba ni alzaba las pancartas. Había que esperar a que Chirichini, endomingado a su manera con camiseta grana, bufanda y sombrero en mano, llegara a su puesto y alzara el brazo en un gesto papal que hacía enmudecer el estadio.
El escritor Angelo Bocconetti recuerda un ejemplo de la liturgia. Chirichini se alzaba en toda su breve estatura y gritaba: «Hoy es un día bellísimo...», la grada lanzaba un alarido; «esta es la señal...», otro aullido colectivo; «...de que la Roma...», instante de clamor, «...¡vencerá!». Y surgían las pancartas y los cánticos.
En los desplazamientos, a los que acudía invitado por unos u otros, Dante añadía al discurso un florido elogio a la belleza, la hospitalidad y el alto nivel cultural de la ciudad que recibía a su equipo. Se apasionaba tanto con el fútbol que se desmayaba en los momentos cruciales.
Luego, llegaron décadas de violencia, convulsión y muertes en los estadios. El barrendero Chirichini siguió acudiendo a la grada del nuevo estadio Olímpico, pero perdió gradualmente su autoridad simbólica. En los últimos años pocos hacían caso de aquel anciano bajito que gritaba y se desmayaba.
Hasta que enfermó y se le perdió la pista. Nadie se enteró de su muerte, el año pasado. Su funeral fue íntimo: la familia y unos pocos amigos.
Existe, sin embargo, la memoria colectiva. Un día, en un partido europeo contra el Boavista, alguien desplegó una pancarta que decía: «Atentos, chavales: Dante os observa». Los mayores tuvieron que explicar a los jóvenes quién era ese Dante y el recuerdo revivió.
Unas jornadas después, un grupo de seguidores localizó el último Vespino desvencijado de Chirichini y antes de un Roma-Reggina lo introdujo en el campo. El capitán de la Roma, Francesco Totti, se acercó a él, dejó una rosa sobre el sillín y lanzó un beso al cielo.
La Reggina y la Roma empataron ayer sin goles en un partido triste. Dante, y otros como él, faltaban más que nunca.