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SOPA DE GANSO

LUNES, 03-11-2003

Es día de fútbol en Italia. Se disputa un gran encuentro entre los dos equipos, Juventus y Milan, que encabezan la clasificación. El primer ministro Berlusconi acude al estadio. Y le apetece reunirse con los árbitros antes del partido. Como es el que manda, lo hace. Resulta que además de presidir el Gobierno y de ser el hombre más rico del país, es dueño del club anfitrión, el Milan, pero no pasa nada: ¿quién podría pensar mal? Berlusconi es un hombre de honradez acrisolada, tan empeñado en la regeneración del país que ha despenalizado la falsificación de balances y se ha declarado a sí mismo por encima de la ley.

Berlusconi se despide de los colegiados con grandes sonrisas y abrazos y los equipos saltan al césped. Están repletos de celebridades llamadas Maldini, Nedved, Buffon, Trezeguet o Nesta. Es gente que cuesta mucho dinero. El club del empresario Berlusconi, el Milan, ha cerrado el año con unas pérdidas de 29,5 millones de euros. Pero no pasa nada. El gobierno del primer ministro Berlusconi aprobó una ley llamada «salvafútbol» que permite devaluar el patrimonio en el balance, percibir compensaciones fiscales por esa pérdida contable y amortizarla en diez años. Lo cual le ha ido muy bien al empresario Berlusconi.

El otro club, la Juve, es el único de los «grandes» que no se ha acogido a la «ley salvafútbol». Sus dueños, los Agnelli de Turín, saben que la ley podría vulnerar las leyes europeas de libre competencia, porque constituye una subvención encubierta: entre Milan, Inter, Lazio y Roma se embolsan más de mil millones de euros en fondos públicos.

Los blanquinegros de Turín tienen fama de ser los más serios del país, y han presentado un beneficio de seis millones de euros. ¿Milagro? Sí, milagro contable. La Juve ha vendido propiedades inmobiliarias por una gran suma a una sociedad amiga. La gracia es que ha ingresado en realidad un ínfimo primer plazo de esa suma, que sólo existe sobre el papel del balance: al cabo de unos años, la Juve recomprará a un precio pactado las propiedades inmobiliarias. ¿Qué hará entonces, cuando toque introducir el gasto en las cuentas? Pues repetir la venta de fantasía, seguramente. O inventar algún otro truco. Al final, no pasa nada: en el peor de los casos, falsificar un balance no es delito.

Empieza a rodar el balón y todo cambia. La comedia bufa se convierte en arte y ensayo. Durante 90 minutos, al menos sobre el rectángulo verde, las cosas adquieren una seriedad extrema: todo es tan profesional, tan perfecto, tan estudiado, tan igualado, que el resultado no puede ser otro que el empate. Y empate es, aunque, por una vez, en un Milan-Juve se vive un instante sublime: Di Vaio marca un gol mágico a cinco minutos del final.

Acaba el partido y recomienza Sopa de ganso. Un ministro del presidente Berlusconi afirma que el fútbol y la seriedad contable son incompatibles, y que así debe ser. Faltaría más.

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