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I. MARTÍ ROÍS, DONCEL DE VALENCIA (1417-1454)

Poco antes de su muerte, Martí Roís dedicaba parte de su tiempo, sustraído del que había consagrado durante una dilatada vida profesional de casi cuatro décadas a su empresa, a recorrer los tribunales de justicia de la ciudad. El pleito se había desencadenado por la venta de un inmueble en la parroquia de Sant Tomàs, espacio urbano crucial en la preservación de la sociabilidad conversa. En la primavera de 1451, la causa se planteaba en la corte del gobernador general del reino, pasando en el verano del año siguiente a la del justicia civil de la ciudad. Finalmente, en el otoño de 1452, la disputa acababa en manos de un árbitro elegido por los litigantes.1 Entre los querellantes estaban su vecino, el mercader Joan Solanes, y Gabriel de Riusec, un doctor en derecho que mantendría bastante relación con las dos generaciones de la familia Roís. Durante aquellos años, Martí era tratado en los sumarios judiciales y en las actas notariales como doncel habitante de Valencia, una posición social de prestigio deseada por muchos, alcanzada por pocos, un colofón brillante a las aspiraciones de las élites dirigentes urbanas de la época. Sin embargo, tanto ese tratamiento protocolario como los problemas judiciales proporcionan un perfil un tanto equívoco de los orígenes sociales y de la experiencia vital de un individuo en gran medida extraño a los ambientes de la oligarquía municipal de la época, y no permiten aventurar el destino de sus herederos, donceles como él. Martí Roís no cumplía el prototipo de la nobleza urbana de la Valencia medieval, tampoco se le puede considerar preocupado por los problemas de la élite política de la época; más bien, al contrario, podría ser un ejemplo representativo del dinamismo social que animó a la sociedad urbana tardomedieval y cuya trayectoria acabó truncándose con la regresión social propia del tránsito a los tiempos modernos.

RAÍCES

La ciudad había cambiado mucho a lo largo de las décadas que precedieron a la llegada de Martí Roís. Atrás habían quedado los estragos causados por las epidemias y las incursiones de los ejércitos castellanos. La reconstrucción económica de la sociedad se aceleraba desde la década de 1370, y sus efectos se apreciaban en distintas facetas de la vida urbana. Por de pronto, la capital se venía beneficiando de un éxodo de población en el que fundamentaría su futuro dominio sobre el reino: desde principios de la década de 1350, la afluencia de recién llegados comenzaba a provocar riñas y conflictos en el ámbito laboral; en la de 1380, las menciones de las autoridades al crecimiento de la población local, insinuaciones interesadas siempre relacionadas con el problema del aprovisionamiento urbano y con el acaparamiento de mayores atribuciones jurisdiccionales, eran cada vez más frecuentes.2 Una ciudad cada día más poblada, con un mercado que se diseminaba a lo largo de sus calles y plazas y que, en esa época, redefinía nuevas reglas de intercambio que imponer al campo circundante e incluso a otros municipios del reino; y que, por esa misma razón, hacía de la capital del reino el centro de oportunidades novedosas, el lugar donde podían materializarse las ambiciones humanas más cotidianas: hacer crecer la empresa, acumular más riqueza, mejorar la posición social, salir de la mediocridad o, simplemente, sobrevivir con la esperanza de poder disfrutar de unas condiciones de vida más dignas. Necesariamente, el asentamiento de recién llegados exigía la ampliación de las fortificaciones, pretensión que ya había planteado años atrás la destrucción provocada por los conflictos bélicos. Los barrios de extramuros iban quedando protegidos por las murallas recién erigidas, lo que implicaba una reordenación urbanística profunda que también afectó al mercado,3 cuyos límites iniciales habían sido definidos en la época fundacional del reino, pero que fueron superados ampliamente por una miríada de pequeños obradores artesanales, tienduchas y plazoletas donde se daba salida a la manufactura local y afluían los excedentes agropecuarios llegados desde diferentes partes del reino e incluso de más allá de sus fronteras. Además, la reclusión del mercado dentro de la recién construida muralla, elevada y reforzada, tenía otras implicaciones políticas estratégicas pues afectaba al control de la circulación de las mercancías y a la consolidación de un sistema fiscal municipal basado en la proliferación de los impuestos indirectos que gravaban su producción y venta.4

La lana es un elemento clave en la comprensión de la vorágine de cambios que exhibiría la sociedad valenciana del siglo XV.5 Su transformación, a partir de la imitación de la tipología de géneros textiles llegados del norte de Europa en las décadas finales de la anterior centuria, había hecho expandirse la industria artesanal local y acelerado la reordenación del mundo corporativo.6 Además, la creciente demanda exterior de la fibra textil, ligada a las reconversiones de las industrias pañeras de las ciudades del norte de la península italiana, había desembocado en el establecimiento de sucursales en la ciudad, sobre todo de corresponsales genoveses, florentinos y lombardos, que provocaba un efecto llamada sobre comerciantes procedentes de otras economías urbanas. Una parte de ellos acabaría abandonando la comodidad de la capital de la Corona, Barcelona, que había ejercido su función como centro financiero hasta el tránsito de siglo, para instalarse en Valencia, que comenzaba a superar su papel subsidiario respecto a la ciudad condal. El crecimiento de la demanda de lana, redistribuida a través del mercado valenciano, concernía a la producción pecuaria de un amplio territorio que desbordaba las fronteras políticas del reino. Primero fue la del propio reino, cuya llegada obligaría a las autoridades municipales a ampliar los espacios dedicados a su venta.7 En los primeros decenios del XV, proliferaba la apreciada lana del Maestrazgo turolense; y a ella le seguirían en las décadas siguientes los vellones llegados de la sierra conquense de Moya y de las tierras manchegas de Albacete. La conversión de Valencia en un mercado regional de lana abría posibilidades interesantes a sus tratantes y su instalación a las orillas del Mediterráneo se convertía en una estrategia empresarial casi ineludible.

Por ello, la inmigración turolense adquirió pronto peso en la dinámica demográfica de la capital valenciana. Y no solo de campesinos y aldeanos cuya situación económica se había ido deteriorando con las transformaciones económicas de la segunda mitad del siglo XIV, sino también de élites rurales y urbanas que habían encontrado en el ingreso en las filas de la ciudadanía valenciana las posibilidades de una sugerente promoción social. Pastores y propietarios de rebaños, tratantes de lanas y comerciantes eran atraídos por las evidentes ventajas de la adopción de la nueva ciudadanía: el disfrute de los privilegios que la capital imponía a su reino, la protección jurisdiccional de sus instituciones y las exenciones del pago de impuestos aduaneros por el pastoreo o la importación de vellones de ganados. Guiados por esos intereses, la presencia de recién llegados de las aldeas de Teruel, Albarracín y el Maestrazgo no dejó de crecer a lo largo del siglo.8

Hacia la primavera de 1417 apareció entre las mesas de los notarios que circundaban la antigua lonja de la ciudad un mercader ciudadano de Teruel, Gonzalo Ruiz de Naguera o Nagarí, según las dos grafías utilizadas por el escribano Pere Castellar.9 Las relaciones de los Najarí con la ciudad mediterránea se habían estrechado en las décadas anteriores; al menos, los pocos documentos hallados así parecen indicarlo. En 1399, el municipio vendía la sisa de la mercaderia y las rentas de Planes y Cullera por seis años al judío Samuel Najarí, quien debía asumir en compensación la redención de 100.000 sueldos de la deuda pública municipal.10 En 1402, una viuda aristócrata valenciana cobraba una pensión censalista adeudada por las aldeas de Teruel a través de Caçon Nagerí, judío de Teruel.11

En principio, la presencia de aquel Gonzalo Ruiz era meramente procedimental: actuó como testigo en dos contratos, uno de reconocimiento de una participación de propiedad en el arrendamiento de una imposición municipal; el otro era una venta de lana. No se trata de un hecho trivial, ya que la legislación foral exigía a los testigos conocer a las partes contratantes, si bien los notarios tampoco debían presionar mucho a sus clientes para que aportaran declarantes (por la frecuencia con que sus escribanos auxiliares figuran como testigos en las actas registradas por sus patronos). En esos días, Ruiz volvía a recorrer las calles que circundaban la lonja mercantil de la ciudad12 para cerrar un contrato de compra de vellones procedentes de la villa castellana de Molina de Aragón, que debían ser entregados meses después en poblaciones de la sierra de Albarracín.13 Pero más que su actividad como tratante de lana, con la recompra de vellones procedentes de otras tierras que podría hacer pasar como turolenses, interesa fijarse en las personas, ciudadanos de Valencia, que acompañaban a Gonzalo Ruiz a las mesas notariales. En la primera acta citada le asistía como testigo Gabriel Torregrossa; en la segunda, el otro firmante era el corredor Rossell Bellpuig, quien testificaba asimismo en la compra de la materia prima textil hecha por Ruiz. Así, desde su aparición por Valencia, Gonzalo Ruiz se rodeó de personajes que después pasarían a formar parte del entramado de parientes de Martí Roís, el fundador de la rama valenciana del linaje Najarí.

Los Najaríes era un linaje hebreo de la ciudad de Teruel. Con una población cercana a la sexta parte de la que tenía la capital valenciana en la misma época,14 la villa aragonesa retenía una de las principales juderías de las casi veinte que por esas fechas se desperdigaban a lo largo del reino de Aragón. La intolerancia alentada por los pogromos de finales del XIV y la Disputa de Tortosa llevó a la conversión masiva de las comunidades hebreas y, en especial, de sus oligarquías dirigentes, que eran quienes tenían más que perder. Entre ellas, las familias mercantiles que jugarían posteriormente un papel destacado en las ciudades catalano-aragonesas como los Caballería, los Santángel y los Sánchez. Y también los Najaríes, que tomarían el apellido de su protector, el gobernador del reino y señor de Mora, Gil Ruiz de Lihorí.15 Este grupo familiar, llegado de las tierras de Albarracín en una época temprana,16 había conseguido mantener en el tránsito de los dos siglos bajomedievales un intenso proceso de acumulación de capital mercantil, de enriquecimiento, que les abriría, gracias a su conversión al cristianismo en las primeras décadas del XV, el paso al ejercicio de las magistraturas municipales de Teruel y la entrada en la oligarquía local. Sus propiedades urbanas, situadas en su mayor parte dentro de la antigua judería, barrio llamado después de la Cristiandad Nueva, e incluso con tiendas fuera de los límites de la aljama, hacia la alcaicería, se concentraban en las calles cercanas a la sinagoga principal, entre las actuales calles de Aínsa y Hartzenbusch.17 Consecuencia de su enriquecimiento y de sus contactos con los ambientes cortesanos, donde los Najarí negociaban con los arrendamientos de impuestos reales, una parte del linaje obtuvo los permisos regios y eclesiásticos obligados para construir allí una sinagoga privada. Fueron los hermanos Açach y Saçó, hijos de Jentó Najarí, los que pagaron por esas licencias en 1382. El segundo de ellos tuvo, al menos, otros dos hijos, Jentó y Samuel, quien pasaría a llamarse Gil Ruiz tras la conversión de 1416.18 En esas mismas fechas, 1394, otro Samuel Najarí, integrante de una rama cercana del linaje, tenía dos hijos todavía demasiado jóvenes para ocupar cargos municipales, Açach y Mossé. Décadas más tarde, en 1445, en un contrato notarial de traspaso de una parte de la propiedad de la sinagoga, se ubicaba esta colindante con la casa de Mossé Najarí, hijo de Gonzalo Ruiz. Finalmente, esta potente familia hebrea, abandonadas sus raíces religiosas, se distanció de sus antiguos vecinos y correligionarios. Parece ser que fue deseo expreso del neófito Gil Ruiz el cerramiento del portal principal de la judería –cercano a su casa– ordenado por el monarca Fernando de Antequera, por tanto, en un momento próximo a la conversión de 1416. Las estrategias de abandono de su antigua condición y religión, indispensable para la continuidad del ascenso social, se habían puesto en marcha.

La homonimia característica de estos linajes extensos supone un verdadero quebradero de cabeza para el investigador. Recientemente ha sido propuesta una reconstrucción genealógica según la cual Gil Ruiz sería padre de Gonzalo,19 lo que implica un ritmo de reproducción generacional bastante acelerado, pero adecuado a una época de crisis demográfica continental. La documentación notarial valenciana aporta algún dato más al esclarecimiento de la genealogía de esta familia.

Unos meses más tarde de la primera aparición de Gonzalo Ruiz por las mesas notariales de la lonja, el 11 de agosto de 1417, juraba la ciudadanía valenciana Martín Ruiz, vecino de Teruel, por un período de siete años.20 Le avalaba un mercader, Joan Ferrer.21 Años más tarde, en 1425, el comerciante turolense, para entonces ya valenciano, pagaba 49 florines al físico Manuel de Vilafranca por el salario y los gastos mantenidos en el viaje hecho a Teruel para cuidar durante mes y medio de su difunto padre, Gonzalo Ruiz, vecino de aquella villa.22 Quizá este personaje sea el mismo Gonzalo Ruiz que negociaba con lana en el mercado valenciano en 1417; quizá fuera el doncel habitante de Valencia que tres años antes del fallecimiento, en 1422, estaba también presente en la ciudad para nombrar procurador a Domingo de Torrecilla, un escribano local de manifiesta evocación aragonesa, pero procuración en la que actuaba como testigo Gabriel de Riusec, un doctor en leyes cuya familia volvería a tener relación con la familia Ruiz.23

Tres años más tarde del fallecimiento del progenitor, en 1428, Martí Roís liquidaba obligaciones de la época de su padre y abuelo.24 Se trataba de una antigua deuda, aún no saldada, mantenida por un barcelonés desde 1410. El notario registraba la siguiente filiación:

Martinus Royç, civis Valentie, filius et heredes venerabilis Martini Royç, quondam habitatoris Turoli, filiique et heredis cum beneficio inventarii bonorum et iurum venerabilis Egidii Royç, militis quondam habitatoris ville de Mora.

Y añadía: dicto quondam Egidio tunch judeo existentis nuncupato Samuel Nageri. Es decir, partiendo de la hipótesis del error notarial, por el que se confunde el nombre de Gonzalo Ruiz con el de su hijo Martí, es factible que aquel fuera hijo y heredero de Gil Ruiz, el milite que vivía en la villa de Mora, de la que era señor el gobernador del reino, por lo que correspondería al nieto verificar el inventario de los bienes del difunto padre y ratificar el saldo de la antigua deuda contraída con el abuelo.

Martí Roís mantuvo la relación con sus parientes turolenses durante esos primeros años, al margen de su credo confesional. En 1444, cerraba un trato con Mossé Najarí, un hebreo de Albarracín, hijo del honorable Gonzalo Ruiz, un escudero fallecido de Teruel, quizá el propio padre de Martí y, por tanto, su hermano, quien habría declinado renegar de sus creencias religiosas.25 El compromiso afectaba al arrendamiento de los impuestos reales en el reino de Aragón y a negocios tenidos en común con la familia Caballería, pero ofrece un posible indicio sobre los orígenes familiares de Roís. Mossé Najarí siguió manteniendo relación con el mercado valenciano en esas fechas: al año siguiente, Lluís de Santàngel le transfería una pequeña cantidad de dinero.26 Y otros miembros del linaje siguieron el mismo camino. En 1435, los cuñados de Martí Roís, Rafael y Bonanat Bellpuig compraron un cargamento de lana a los hermanos Yantó (Jentó) y Aaron Najarí, a los que en el mismo día alquilaron una tienda en la parroquia de Sant Martí, propiedad del caballero Galceran de Requesens.27 Por tanto, una conclusión parece indiscutible: no todas las ramas de la familia siguieron el camino marcado por Gil y Gonzalo Ruiz en 1416, quizá en una estrategia colectiva de preservar las posiciones privilegiadas del linaje en ambas comunidades, y algunos parientes siguieron siendo fieles a su antiguo credo religioso y manteniendo relaciones financieras con sus parientes de sangre cristianos.

El acto jurídico realizado por Martí Roís ante el justicia civil de la ciudad en 1417, suponía la obtención de la condición de ciudadanía, con todas sus ventajas y privilegios, y el inicio de la historia de la familia tras su asentamiento en este mercado mediterráneo. En cualquier caso, la nueva situación no afectaría a la continuidad de los contactos empresariales y financieros con sus familiares aragoneses. Quizá valga la pena dar un salto adelante en el tiempo para confirmar la solidez de los viejos vínculos. Primeros días de febrero de 1454. La muerte rondaba la cama del mercader y este dispuso sus últimas voluntades.28 Repartía el patrimonio y las funciones entre sus hijos, pero no se olvidaba de un hermano con el que debió compartir profesión a lo largo de su vida y que le había representado en sus negocios durante varias décadas:

Item confesse que só content e pagat del dit honorable en Gil Roiz, germà meu, de qualsevol béns, mercaderies e diners que per mi en tot lo temps passat fins en la present jornada de huy haia rebut, regit e administrat e de qualsevol deutes me haia degut per qualsevol causa, manera o rahó, absolent e diffinint aquells e béns de aquell de qualsevol questió, petició o demanda que per mi o mos hereus li pogués ésser feta [...].

A ORILLAS DEL MEDITERRÁNEO

Los primeros años de actividad profesional de Martí Roís en Valencia permanecen aún en el olvido. Solo desde los inicios de la década de 1440, es decir, pasados dos decenios desde su instalación, queda registrado con relativa frecuencia su paso por las mesas de los notarios dispuestas en el entorno de la antigua lonja. En cualquier caso, la abundante documentación recogida hasta el momento permite inferir algunos rasgos de la empresa llevada por el comerciante turolense a lo largo de la primera mitad del siglo XV. Primero, esta debió fundarse sobre la herencia de un patrimonio familiar copioso, al menos de mayor tamaño que el característico de un comerciante valenciano de tipo medio, acumulado durante la época de promoción social de sus predecesores Najaríes y, consecuentemente, reproducido con la comercialización de la lana aragonesa. Segundo, la paulatina acumulación de capitales, desde esos comienzos privilegiados, condujo a la obligada diversificación de inversiones que otorgó a la empresa unas dimensiones similares a las que eran habituales entre las élites mercantiles locales. Tercero, y relacionado con lo anterior, la actividad profesional pronto desbordó los estrechos márgenes del mercado municipal y exigió, en la lógica de la reproducción del capital comercial, la internacionalización de los negocios, esto es, salir al Mediterráneo, siguiendo las estelas dejadas por los cargamentos de los operadores italianos y catalanes.

En los primeros años, la actividad de Martí Roís se centró en la importación de lana turolense hacia el mercado valenciano. Probablemente, sobre esta dedicación pesaba la especialización profesional transmitida por su padre, para quien habría trabajado hasta la muerte de este o su emancipación, como era habitual en las empresas de la época. No queda mucha información de esa ocupación en los archivos valencianos. En 1446, Gimeno Caudete, vecino de la villa de La Puebla de Valverde, situada al pie de la sierra de Javalambre, una de las principales zonas aragonesas de aprovisionamiento de la ciudad, entregó a Martí Roís 150 arrobas de vellón procedente de su cabaña, al precio que vendiera meses después un vecino del mismo lugar.29 Ya hacía muchos años que Valencia había consolidado su función como centro de redistribución internacional de lana proveniente de una extensa área que abarcaba buena parte de la vertiente oriental de la península. La fibra textil más apreciada por los mercaderes internacionales procedía de los rebaños del Maestrazgo turolense y castellonense, los cuales recorrían estacionalmente las veredas y cañadas que llevaban hasta los invernaderos de las tierras prelitorales del reino valenciano, donde eran esquilados. En torno a esos años centrales del siglo XV, la cría ovina se había extendido por todo el territorio, fuera ganado local o trashumante, y sus tratantes se acostumbraron a comerciar con todo tipo de vellón ante la creciente demanda exterior. Unos años antes, en 1444, Roís había adquirido una cierta cantidad de vellón, 20 arrobas, unos 250 kilogramos, esquilada del ganado propiedad de un carnicero de la ciudad, y en 1447, campesinos de Alfafar y Albal le entregaron 260 corderos, quizá destinados a su propia cabaña o al aprovisionamiento de las carnicerías municipales.30 Las compras se extendían a las poblaciones que circundaban la capital, cuyos pastos alimentaban los rebaños locales: en 1444 adelantó dinero a un mudéjar de la huerta de Alzira que iba a trabajar para él comprando lana durante ese año.31 Sin embargo, en conjunto, no son muchas las referencias archivísticas que remiten a la actividad de Martí Roís como comprador de fibra textil, lo que contrasta con su frecuente diligencia en el mercado local valenciano en el que comercializaba vellones, lo cual puede sugerir que gran parte de la hebra que vendía procedía de los ganados familiares o de las compras realizadas por sus parientes en Teruel, negocios y transacciones ajenos a las mesas notariales valencianas.

Su clientela más numerosa eran los pelaires de la ciudad.32 Todos los años, Martí podía realizar cerca de una decena de ventas de vellones de lana y añino, la de los corderos jóvenes que no llegaban al año, de los que normalmente no se especificaba la zona de procedencia. Casi siempre en cantidades modestas, entre 11 y 25 arrobas, o lo que es lo mismo entre 140 y 320 kilogramos, obtenidos de rebaños de uno a tres centenares de cabezas, límite que solo era superado en contadas ocasiones. En marzo de 1446, el pelaire Joan Garcia contraía una deuda por la compra de 115 arrobas y 17 libras. Los precios mantenían en ese breve período una gran estabilidad, lo que revelaba la indiferenciación de calidades según las zonas de abastecimiento: entre 21 y 21 sueldos y medio costaba la arroba de fibra blanca; 15 sueldos, la de añino. Los contratos se solían cerrar por adelantado entre los primeros meses del año y la época del esquileo, en los inicios del verano, indicio de que estos tratantes conocían meses antes de su distribución mercantil el volumen de lana aproximado de que dispondrían en los meses siguientes. A pesar de la asiduidad con la que se suceden estos contratos de venta, con una clientela de pelaires numerosa y diversa, no parece que Roís recurriera habitualmente a esta red de compradores para suministrarse tejidos.33 Solo en una ocasión, estas sinergias, relacionadas con la comercialización de la pañería valenciana en los mercados isleños del Mediterráneo, se advierten en sus estrategias empresariales. En junio de 1445, su hijo Gonçal, que para entonces ya trabajaba a las órdenes del padre, vendía a dos pelaires, Joan Messeguer y Joan Pivert, 200 arrobas de fibra procedente de La Puebla de Valverde al precio de 21 sueldos y medio, una cantidad de fibra animal ya más significativa, más de 2.500 kilogramos. Los vellones deberían ser entregados en dicha población aragonesa a mediados del mes de julio siguiente, corriendo Roís con el coste del transporte y los compradores con los riesgos que pudieran acontecer durante el trayecto. El precio de la venta, 215 libras, servía de inversión para la adquisición de paños, seguro que a un precio más asequible del normal: los pelaires se comprometían a pagar llevándole, a lo largo de un período que tenía por límite final mediados del mes de octubre, paños y palmillas dieciochenas de buena calidad que respetaran el color que había dado otro maestro pelaire, apellidado Monlleó, a una palmilla que conservaba en su casa el apuntador de paños Pere Andreu. Según el contrato, correspondería a otras dos personas, entre ellas el cuñado de Roís, el corredor Rafael Bellpuig, arbitrar el precio de los tejidos. Unos meses más tarde, Messeguer volvía a cerrar un contrato similar con Roís, en esta ocasión por 83 arrobas y 24 libras de este vellón aragonés.34 Para satisfacer la deuda contraída, 90 libras, el artesano se comprometía a cubrirla con la entrega del número adecuado de piezas de palmillas de un color con una calidad determinada, siendo fijado el precio por los mismos árbitros. Mediante ambos contratos, Roís se aseguraba entrado el otoño un fardo envidiable de artículos textiles con los que ampliar sus negocios: si en esas fechas, la palmilla se vendía en el mercado local en torno a las 10 libras y media, Roís podía conseguir fácilmente cuatro decenas de estos paños de calidad media-baja para revender en el mercado local o exportar al Mediterráneo. Es decir, con ambas transacciones, el mercader ampliaba el capital de su empresa en unas cien libras.

De todas maneras, aun siendo una buena ganancia, la mayor parte de la lana era comprada por otros operadores comerciales del mercado, que era la forma más sencilla de obtener suculentos beneficios en estos negocios. De manera destacada, los factores de las compañías italianas afincados en la ciudad, cuya presencia hacía de Valencia una de las ciudades peninsulares con una mayor comunidad de comerciantes extranjeros.35 A lo largo de esos años de la década de 1440, Roís distribuía lana entre intermediarios italianos: Agostino Giovanni, mercader de la Marca de Ancona; Giovanni da Corteregina, Francesco Moresini, Antonio da Bagnera, Andrea Gariboldi y Guglielmo da Prato, procurador de Angelino da Prato, todos ellos negociantes lombardos; Lucà di Malipiero y Giovanni Loredani, operadores venecianos; o un tal Giorgio Dalza, de origen incierto, quizá lombardo.36 Un listado breve de un elenco de clientes que sin duda sería más amplio en esos años. En cualquier caso, la principal característica es que estos factores de compañías italianas, instalados en Valencia para abastecer las industrias de sus ciudades a través de las empresas para las que trabajaban, realizaban compras masivas de vellón, cada una de las cuales podía suponer una mayor cantidad de la adquirida por la clientela completa de pelaires en todo el año. Giorgio Dalza conseguía mil arrobas a través del cuñado, Rafael Bellpuig; Loredani, 200 sacas de hebra de Albarracín; Corteregina y Moresini, juntos, adquirían 106 sacos que contenían 626 arrobas; Malipiero, 100 fardos que pesaban 585 arrobas y 17 libras; o Bagnera y Gariboldi, conjuntamente, 412 arrobas; es decir, cargamentos que oscilaban entre los 5.000 y los 8.000 kilogramos. Cantidades ingentes de mercancía que podían suponer gran parte de los vellones acumulados durante un año y que acarreaban el ingreso de elevadas sumas de dinero: Corteregina y Moresini se endeudaban por un total de 541 libras y 12 sueldos, es decir, 10.832 sueldos; Malipiero reconocía deber a Roís 578 libras y 10 sueldos; Bagnera y Gariboldi, 489 libras, 6 sueldos y 8 dineros. Y curiosamente, no se aprecia en estas ventas un tratamiento empresarial demasiado diferente, a pesar de ser transacciones al por mayor y de que, en principio, no debían estar gravadas por la fiscalidad municipal. Fuera porque los operadores italianos estaban constreñidos a comprar a los intermediarios locales o porque se les reservaba la lana de mejor calidad, aspecto que la documentación no concreta, pagaban precios similares a los que asumían los pelaires locales. En 1428, Dalza desembolsaba 21 sueldos por arroba, mientras que el veneciano Loredani llegaba hasta los 22; Malipiero aceptaba la compra a 20 sueldos la arroba, un sueldo y medio menos que los pelaires en ese año, 1447; Corteregina, a 17 sueldos y medio, tres y medio menos que los pelaires de ese año, 1444, si bien sus fardos de vellón podrían contener añinos, que en ese momento Roís vendía a 15 sueldos la arroba; Bagnera y Gariboldi pagaban a 24 sueldos la arroba, un precio muy por encima del habitual en el mercado local. En definitiva, el corresponsal extranjero podía obtener el descuento de algún sueldo por arroba que, eso sí, en esos cargamentos de gran tamaño, podía suponer el ahorro de algunas decenas de libras.

Martí Roís disfrutaba todavía de otra opción, en última instancia no muy distinta de la anterior: vender la fibra a los propios comerciantes valencianos que se encargarían de su exportación hacia los mercados italianos, estrategia habitual que él mismo acabaría adoptando.37 Una clientela numerosa que en aquellos años había entrado en competencia con los operadores italianos, pero que para Roís suponía prácticas empresariales similares. En la temporada del esquileo de 1440, Joan Alegre, un reputado comerciante local, se endeudaba con él por un total de 1.897 libras, 11 sueldos y 9 dineros, es decir, cerca de 38.000 sueldos, por un cargamento de lana, suponemos que era casi toda la que había podido acumular Roís, comprada al precio de 20 sueldos y medio la arroba, un precio algo rebajado respecto al de los años siguientes. Aunque no siempre los negocios eran tan fructíferos: a finales de 1446, el comerciante Bernat Eiximeno, un tratante local a mucha distancia de la empresa de Alegre, adquiría 200 arrobas de vellón que ocho meses después todavía no había pagado.38

Frente a estas iniciativas, Martí Roís puso en marcha otra decisión que representaba mayores riesgos pero que reportaba beneficios interesantes a la empresa, además de favorecer la obligada vertebración de su actividad: comercializar directamente la hebra en los puertos mediterráneos. Para ello, acudía regularmente al mercado de aseguramiento de mercancías. Los destinos de las exportaciones de lana de Roís eran, sobre todo, Génova y Venecia, y ocasionalmente Pisa.39 Combinaba, quizá provocado por los ritmos de aprovisionamiento, el transporte de pequeños cargamentos, integrados por 30 o 50 costales, con el de otros portes que podían ascender hasta los 200 y 300 fardos. En junio de 1444, dieciocho aseguradores cubrieron a Martí Roís el transporte de 200 sacas de lana sucia cargados en la playa de Valencia sobre la nave de Giovanni Mantello con destino a Venecia.40 A Roís le tocaba afrontar una prima del seis por ciento. Sin embargo, el cargamento era de mayores dimensiones, porque tres semanas más tarde otros cinco aseguradores aceptaron los riesgos del transporte de otras 50 sacas, cargadas esta vez en la nave de Lluís de Salimons con los mismos destino y prima. Es decir, que o bien Roís se adaptaba a una estrategia que fraccionaba el riesgo dividiendo los cargamentos y tiempos, o bien seguía los ritmos marcados por los mercados de aprovisionamiento de fibra o de fletamento de naves. Ambos casos entrañaban la exportación de 250 costales, por un valor de 1.150 libras (y la cobertura de los riesgos solía alcanzar un máximo de las dos terceras partes del valor real de las mercancías).

Sin embargo, asumida como mecanismo de reducción de los costes del transporte, en concreto, de moderar la inversión en el armamento de las naves para protegerlas de posibles actos piráticos, la técnica aseguradora solo reducía los riesgos, no los eliminaba, y la pérdida de un cargamento podía implicar un duro golpe para cualquier empresa poco capitalizada. En marzo de 1447, el genovés Antonio Castelleto fletaba su nave, de nombre Santa María, a Martí para transportar entre 180 y 200 fardos de lana a Génova, por lo que le cobró doce sueldos por quintal genovés. Unos días después, el mercader valenciano cerraba un contrato con catorce aseguradores a fin de cubrir con 650 libras las 180 sacas cargadas en la nave de Castelleto. La prima era también del seis por ciento. Dos meses más tarde, Roís nombró procurador a un comerciante residente en Aviñón, Gabriel Ambroise, para recuperar las 180 sacas porque, según constata el acuerdo al que había llegado con sus aseguradores en ese mismo día, estas habían sido robadas por un corsari.41 El cobro de la indemnización era proporcional a las mercancías no recuperadas. Este contratiempo no hizo cambiar a Martí Roís de estrategia y continuó asegurando la exportación de lana a las repúblicas de San Jorge y San Marcos. En ese verano, mediante la cobertura de 1.400 libras arriesgadas por dieciocho aseguradores, arropó el envío de 295 sacos en la nave del veneciano micer Iacopo di Monzo; y con otras 700 libras, 200 fardos transportados a Génova en la nave de Raffaele Grillo. Sin duda, el negocio era lo suficientemente rentable como para correr los riesgos. Además, como se verá más adelante, para entonces, la empresa familiar ya había crecido y tenía presencia estable en aquellos mercados.

El crecimiento de la actividad en el mercado lanero implicaba que tarde o temprano la empresa dirigiera parte de sus negocios hacia la distribución de textiles locales, estrategia de operaciones que permitía el aprovechamiento de sinergias y, en consecuencia, la reducción de los costes de comercialización. Como en el caso de los pelaires Messeguer y Pivert, visto páginas atrás, estas estrategias confluyentes permitían operar con cargamentos de paños, generalmente en pequeñas cantidades, tanto en el mercado local como en el extranjero. Al igual que en el caso de los dos maestros artesanos anteriores, en 1444, Roís volvía a intercambiar lana por paños. En esta ocasión, cuatro pelaires, de nuevo Joan Messeguer, Pascasi Monlleó, Joan Peris y Domènec Peris vendían a Martí Roís sesenta palmillas dieciochenas, de las cuales cincuenta debían ser de un color, de 35 sueldos, y diez, de 60 sueldos, fijando el precio de las primeras en 10 libras y 15 sueldos, y el de las segundas en 13 libras por pieza.42 El mercader se comprometió a pagar las dos terceras partes del valor de los tejidos, entregando 400 arrobas de vellón compradas ese mismo año en La Puebla de Valverde, al precio de 18 sueldos la arroba, y la otra tercera parte en dinero, asumiendo asimismo la adquisición del pastel utilizado en el teñido de los lienzos y el pago de las generalidades.43 Al menos, por lo visto en este contrato de 1444 y los comentados antes, de 1445, Roís se había asegurado un aprovisionamiento de paños a través del trato regular con un grupo de maestros pelaires, en el que destacaba la figura de Joan Messeguer.

Se procuraba paños de esta manera, si bien la escasez de contratos y la tipología textil mencionada indican que este era un negocio secundario. Con ellos en su poder, Roís podía decantarse por dos tipos de transacción: venderlos en el mercado capitalino, generalmente a comerciantes que se encargarían de su exportación, o asumir personalmente su comercialización en el Mediterráneo. En ambos casos, su actividad parece discreta. En un contrato de aquel mismo año, Pere Gilabert, un comerciante local, le debía 18 libras por la compra de tres paños burells.44 En un acuerdo del año siguiente, Bonanat Blanch, otro comerciante valenciano, afirmó adeudarle 139 libras y 2 sueldos por la compra de trece palmillas.45 Mediante estas decisiones, Roís evitaba abandonar el mercado local, atrevimiento que implicaba pasar por peores trances pero que acabaría asumiendo.

Por todo ello, el negocio más fructífero, y más arriesgado, era el aprovisionamiento textil de los mercados catalanes del Mediterráneo central, pues implicaba el encadenamiento de toda una serie de operaciones que llevaban desde los acuerdos con los ganaderos de Teruel hasta los tratos con los clientes de las posesiones catalanas del Mediterráneo. Al menos, Roís mantuvo contacto con dos de ellas, Gaeta y Cerdeña, si bien la escasa frecuencia de estos negocios evidencia que la actividad de la empresa se centraba sobre la comercialización mediterránea de lana. En 1441, un grupo de comerciantes venecianos aseguraba con 1.100 libras a varios mercaderes valencianos, entre los que se encontraba Roís, mallorquines y barceloneses, 29 balas de paños «de la terra» cargados en el grao sobre dos galeras venecianas que debían tomar la ruta hacia Gaeta, por los que percibía una prima del cinco por ciento.46 Años más tarde, en 1448, un mercader barcelonés llamado Bernat Colomer recibía en comenda de la empresa Roís una bala con cinco paños que debía transportar a Cerdeña en la barca de Bernat Ruxot, vecino de Dénia.47 Este era uno de los varios pequeños cargamentos de cuya gestión se encargaba en ese momento Colomer. Mercaderes locales como Lluís de Conca, Daniel Pardo, Lluís Blanch o Mahomat Ripoll contrataban comandas del mismo tipo, y todo el cargamento era negociado conjuntamente en el mercado isleño, quedándose el barcelonés la cuarta parte de los beneficios. Sin embargo, los paños negociados por Roís solo se correspondían por su importe con los exportados por Pardo (valorados en torno a las 50 libras), muy por debajo del valor estimado de los tejidos de los otros comerciantes (80 e incluso más de 100 libras).

La necesidad de rentabilizar los viajes marítimos y afrontar el coste de las estancias en el extranjero obligaba a las compañías mercantiles internacionales de mayor calado, y entre ellas la del propio Martí Roís, a negociar con una variada gama de artículos.48 Nunca grandes cargamentos ni mediante costosas inversiones, pero sí como forma de recolocación del dinero obtenido en la venta de las mercancías exportadas desde Valencia, sobre todo la lana y los paños, que debidamente empleado permitía incrementar los beneficios. Habituado a tratar en los mercados rurales aragoneses para hacerse con el vellón, obtenía en ellos también mulas y rocines que revendía entre los vecinos de las poblaciones rurales por donde pasaban sus recuas y carretas. Incluso cedía, en pactos a medias, a campesinos los animales para su cría y venta.49

El abastecimiento del mercado valenciano era una posibilidad. Roís no destacó por participar demasiado en las líneas de aprovisionamiento frumentario de la capital, negocio privado relacionado con las propias políticas municipales de ajudes, que en buena medida servían para reforzar las rutas de navegación que unían la capital con los mercados mediterráneos.50 De hecho, la única vez que se comprometió a traer grano a la ciudad procedía de Aragón, donde actuaba su red familiar-empresarial, y era de una cuantía insignificante para el perfil de su empresa, 120 cahíces de trigo candeal. Por ello, percibiría una subvención del municipio de seis dineros por cahíz (si bien ningún escribano llegó a registrar con posterioridad la entrega de la cantidad comprometida de cereal, tras la concesión de dos prórrogas).51

De los mercados mediterráneos procedían también los esclavos que vendía ocasionalmente. En 1446, designó procurador a un comerciante barcelonés para que recuperara entre otras mercancías una esclava blanca embarcada en Venecia por Francesc Climent, un negociante tortosino que residía en la república de San Marcos, en la nave de Lluís de Salimons, que había sido asaltada por un corsario. Otros productos llegaban a sus manos también por vía marítima. Por ejemplo, la seda. En 1447, Filippo da Casale le cubría los riesgos del transporte de un fardo de seda transportado en la galera de Bernat de Requesens desde Almería a Valencia. A veces se abastecía en el mismo mercado local. Como las más de cinco cargas y cinco arrobas de pimienta importada que compró al mercader de Valencia Joan Martorell. Y en contadas ocasiones estos artículos, adquiridos en los mercados tradicionales de las redes comerciales valencianas, seguían otros destinos. Meses antes de aquel contrato de seguro marítimo citado, Roís se hizo asegurar el envío a Pisa de dos costales de seda cargados en la galera de Bon Giovanni Gianfigliazzi.52 Sin embargo, lo más habitual era que el destino de esta heterogénea gama de artículos fuera Valencia y, a través de ella, la extensa área rural que se abastecía en su mercado. Por ejemplo, vendía pastel o glasto, un tinte azul o añil de uso muy difundido en la industria textil que llegaba a través de la ruta del golfo de León desde su origen tolosano;53 pimienta, llegada del Mediterráneo oriental a través de los grandes mercados de redistribución internacional como Génova o Palermo; o sardinas en salazón, importadas principalmente de la isla de Cerdeña.54 Solo en ocasiones, el propio mercado valenciano abastecía la tienda de la empresa. Así, cuando Roís vendió una esclava de origen ruso a la mujer de Martí de Sayes, obtuvo como pago de parte del precio 25 quintales de greda, una arcilla utilizada como tiza para marcar las telas durante su confección.55 También vendía cañamazo, tela tosca fabricada con fibra de cáñamo, producto típico del mercado valenciano.56

En cualquier caso, el rasgo común de toda esta actividad subsidiaria de su empresa era la tipología de su clientela. En general, al contrario del caso de la lana y los paños, donde predominaban los operadores comerciales y artesanos de la capital del reino, los compradores de estos artículos llegados del extranjero eran en su mayor parte miembros de las comunidades rurales integradas en el área de influencia del mercado valenciano: mudéjares y vecinos de Segorbe, mudéjares de Càrcer y de Alcàntera de Xúquer, vecinos de El Toro o de alguna otra aldea aragonesa hoy desaparecida, conforman gran parte de sus compradores que acudían a Valencia para conseguir mercancías de difícil distribución en aquellos mercados rurales.

Entrada la década de los años cuarenta, la acumulación de capital generada por la actividad de la compañía obligaba a diversificar el abanico de negocios, haciendo que la empresa perdiera su perfil netamente mercantil y comenzara a asumir servicios y transacciones financieras. De los varios mercados de esta naturaleza que se habían asentado en Valencia durante las décadas de tránsito de los dos siglos, el que se relacionaba en mayor medida con la propia reproducción social del grupo profesional mercantil e identificaba en mejor medida la posición social de los operadores intervinientes era el de arrendamientos de impuestos, principalmente municipales, los conocidos como imposicions o sises. Se trataba de un mercado casi exclusivo de un grupo de hombres de negocios que, reunidos en una sociedad constituida no a través de un instrumento jurídico de fundación sino solo mediante reconocimientos de participaciones firmados en contratos notariales, se aseguró las subastas de las concesiones durante décadas.57 Pertenecer a estas sociedades arrendatarias de la recaudación de la fiscalidad pública suponía haberse integrado plenamente en el seno de la élite mercantil local. Hacia 1440, Martí Roís lo había conseguido. Antes, a principios de la década anterior, se había iniciado en estos negocios gracias al apoyo de su grupo familiar, los Bellpuig, y de las redes de solidaridad conversas. A través de contrato, el corredor Gabriel d’Artés reconocía las cuotas suyas y de sus socios, los comerciantes Vidal de Riusec, Rafael Bellpuig y Martí Roís, en el arrendamiento de las rentas de las villas de Benaguasil y de La Pobla de Vallbona, en aquel momento desgajadas del Antiguo Patrimonio real, que había comprado previamente a Manuel Palomar y Alí Xupió por 43.500 sueldos por un período de tres años.58

En la década siguiente, los negocios de Martí Roís se centraron en los arrendamientos de los impuestos de la capital y lo llevaron a codearse con lo más granado del grupo mercantil local. En 1443, la sociedad en la que participaba reunía a Daniel Cornet, Joan Alegre, Vidal de Riusec, Daniel Barceló, Vicent Granulles, Miquel Andreu, Gabriel de Riusec, casi todos ellos comerciantes locales, alguno además converso, Alí Xupió y Mahomat Ripoll, insignes representantes de la comunidad mudéjar valenciana.59 Pocos años más tarde, la actividad de Roís en este mercado financiero se extendió a todas las jurisdicciones fiscales. Por un lado, participaba con una setzena en una sociedad arrendataria de las generalidades, los impuestos indirectos anuales que nutrían las arcas del General. El perfil social de sus socios desbordaba el ámbito mercantil y afectaba a ciertos niveles ya ilustres de la sociedad valenciana: los caballeros Joan d’Eixarch, procedente de una familia de pasado mercantil a principios de esa centuria, Jaume d’Esplugues y Jaume Dezpuig, que además ostentaba en ese año el cargo de baile de Xàtiva; el doctor en leyes Joan de Gallach; el notario Antoni Vilana; el ciudadano Lluís Bou, también descendiente de una familia de comerciantes locales, para entonces en vías de ennoblecimiento; los comerciantes Pere de Montblanc, Llorens Ballester, Vicent Granulles y Pere d’Amiga. Con él, la sociedad integraba a once accionistas, tamaño que superaba con creces los límites legales impuestos por la institución.60 Pero, además, buena parte de estos asociados integraba otra sociedad que en el mismo año se había hecho con el arrendamiento del peaje, uno de los impuestos reales más enjundiosos: solo faltaban Jaume Dezpuig, Antoni Vilana y Llorens Ballester, cuyos puestos eran ocupados por los comerciantes Daniel Barceló, Amoretto di Donino, de origen florentino, Bernat Guillem de Reig y el caballero Joan Figuerola.61 Ese mismo año, Martí Roís participaba, al menos, en otra sociedad que había acaparado varias sisas municipales: las del pescado seco y salado, la de los panaderos y la de la mercadería.62 Para ello, testaferros que los representaban participaron en las subastas que los jurados y corredores municipales realizaron en la lonja. Posteriormente, ante la mesa notarial, aquellos confirmaron a los verdaderos arrendatarios. En este caso, predominaban los comerciantes: Daniel Cornet, Lluís Blanch, Bernat Moltó, alias Andreu, y Joan Amat; el cambista Jofré de les Escales, también de origen converso; y los mudéjares Alí Xupió y Mahomat Ripoll. Con ellos, el notario Francesc Escolà, que ya para entonces se había hecho un hueco en estos ambientes financieros. Únicamente en los impuestos municipales de ese año, Martí Roís había invertido una cantidad superior a los 45.000 sueldos, cifra que podría incrementarse mucho de conocer el valor del resto de las inversiones en este sector financiero. Hasta el final de sus días, Roís siguió metido en estos negocios lucrativos: por ejemplo, intervino como avalista de los arrendamientos de las sisas del vino, del tall de drap, del tall de drap d’or e de seda y de la importación de paños extranjeros obtenidos por el corredor Gabriel Esteve en 1451, función que solían cumplir los socios de la empresa en apoyo del testaferro que pugnaba en la subasta por el arrendamiento. Y junto a él, figuraban nombres ya conocidos, junto a otros habituales en las subastas públicas de los arrendamientos municipales en aquellos años: el notario Francesc Escolà, los caballeros Jaume Escrivà, Joan d’Eixarch y Joan Figuerola, los comerciantes Bernat Andreu, Jaume del Mas, Joan Andreu, Bernat Guillem del Reig, Antoni Gallent, Lluís Blanch o Pere Eiximenis.63

Sin duda, en la etapa final de su vida, Roís se había integrado plenamente en la élite mercantil local. Una pragmática de Juan II de 1454, cuando ya había fallecido Roís, daba cuenta de su éxito profesional y al mismo tiempo de las dificultades que estos negocios soportaban mediado el siglo. En ella, el monarca, atendiendo a las súplicas de los herederos, conminaba a Bonanat Bellpuig, su cuñado, Bernat Andreu y Salvador Gençor, mercaderes todos ellos de la ciudad de Valencia, a cerrar el arbitraje que se les había encargado a fin de resolver el conflicto de pareceres surgido en torno a una de las sociedades arrendatarias de las imposiciones municipales en las que había participado su difunto padre. Tres años antes, en 1451, a través del corredor Gabriel Esteve, Martí Roís había logrado el arrendamiento de la sisa del vino, mientras que Lluís Blanch se había hecho con el capítulo de la mercaderia y Francesc Escolà, con los del tall de drap de lana, de los paños de oro y de seda y de la importación de telas extranjeras. Habiendo surgido discrepancias entre los tres socios en el momento de la rendición de cuentas, habían acudido a los administradores de los impuestos municipales, una magistratura municipal, que solucionaron la cuestión comisionando a los árbitros para la resolución de las desavenencias. Dado que esta comisión había dilatado las deliberaciones más allá de los tres meses del plazo inicial, el monarca ordenaba a los jueces bajo pena de mil florines saldar las cuentas de los arrendamientos dedicándole dos días por semana.64

Y no era el único negocio de élite mercantil que tentaba Roís. Al menos unos años antes, en 1447, había participado en una sociedad arrendataria de las generalidades, la fiscalidad indirecta gravada por la Diputación del General, y en otra que gestionaba la recaudación del peaje, el impuesto recayente en el Patrimonio Real.65 En la primera, Martí Roís, con su setzena del total, era socio de Lluís Bou, comprador principal del arrendamiento, los mercaderes Pere de Montblanc, Llorens Ballester, Vicent Granulles y Pere d’Amiga, los caballeros Joan d’Eixarch, Jaume d’Esplugues y Jaume Dezpuig, baile de Xàtiva, el jurista Joan de Gallach y el notario Antoni Vilana. La sociedad arrendataria del peaje, casi igual de participada, estaba integrada por esos mismos personajes: el ciudadano Lluís Bou, arrendatario principal, los comerciantes Vicent Granulles, Pere d’Amiga y Pere de Montblanc, los caballeros Jaume d’Esplugues y Joan d’Eixarch, y el doctor en leyes Joan de Gallach. Los parçoners que faltaban eran sustituidos por el mercader Daniel Barceló y el caballero Joan Figuerola. También en esta empresa Martí Roís había invertido para la adquisición de una setzena.

El negocio del arrendamiento de la recaudación de impuestos públicos todavía debía ser rentable en esos años, pues Roís mantuvo la apuesta. En 1450, participaba como parçoner en la empresa organizada por Vicent Alegre, ciudadano hijo del difunto mercader Joan Alegre, para gestionar la colecta de las generalidades entre 1450 y 1452, avalado por los nobles Galceran de Montsoriu y Nicolau de Pròxita.66 Entre sus socios figuraban el notario municipal Francesc Escolà, el jurista Gabriel de Riusec, los mercaderes Gabriel de Bellviure y Salvador Gençor, el tendero Miquel Alegre, el doncel Bernat Canyell y, probablemente, los comerciantes musulmanes Alí Xupió y Mahomat Ripoll. El registro de parçoners deja entrever la llegada de los nuevos tiempos: si en el pasado habían sido preferentemente hombres de negocios los que habían participado en este mercado, desde mediados de la centuria la élite mercantil, en rápido proceso de promoción hacia la ciudadanía más honrada, cedía sus posiciones empresariales a la aristocracia urbana, los profesionales liberales y los comerciantes emergentes de las minorías étnico-religiosas de la ciudad, conversos de judíos y mudéjares. Sin embargo, la coyuntura no era favorable y esta sociedad arrendataria, como la contemporánea de las sisas municipales antes citada, quebró, lo que abrió un tortuoso camino de discusiones procesales, tensiones políticas y encarcelamientos. De la misma manera, también en esta ocasión compareció Bonanat de Bellpuig en representación de los hereus.

Cuando se instaló en Valencia, Martí Roís conoció una nueva forma de inversión financiera, el mercado de seguros marítimos. Este era de reciente existencia en esta ciudad.67 La técnica se había difundido entre los comerciantes valencianos en torno a la segunda década del siglo XV y, por entonces, solo recurría a aquella la élite mercantil de la ciudad, la mejor adaptada a los cambios mentales y financieros introducidos por las empresas italianas y barcelonesas. Al principio, su participación fue tímida; los capitales arriesgados, reducidos. Siempre 25 libras, que para la sociedad de la época no era una bagatela,68 pero que representaba una mínima parte del patrimonio acumulado por Roís en esta época. Inversión que se comprometía independientemente de los riesgos derivados del tipo de embarcación o de la distancia del trayecto. Estos solo determinaban el montante de la prima: en el transporte de un cargamento de lana a Niza cobró el cinco y medio por ciento; por la cobertura de otra carga de fibra a Venecia, el catorce; y por asumir los riesgos del envío de paños a Finale, el nueve. Sin embargo, a partir del momento en que su primogénito, Gonçal Roís, tomó las riendas de esta parte de los negocios de la empresa, la estrategia parece cambiar. La cobertura aumentó, estabilizándose en las 50 libras por contrato, independientemente del destino, la mercancía o la embarcación: paños a Almería, vellones a Venecia, papel desde Fano, también en el Adriático, o los riesgos posibles que pudieran afectar a una embarcación hasta su atraque en el puerto de la república de San Marcos. Y por ello, los Roís cobraban una prima media del seis por ciento. Solo en dos ocasiones esta estrategia modal parece cambiar. La primera con el transporte de seda a Livorno, puerto de Florencia. Sin duda, el hecho de que los fardos fueran transportados en una galera florentina provocaba la reducción del riesgo y, consecuentemente, de la prima. Gonçal recibió el dos y medio por ciento, lo que obligaba a incrementar la cobertura si se quería obtener el suficiente beneficio: aportó 100 libras, el doble. En el segundo caso se trata del contrato de un seguro marítimo sobre el transporte de cuatro balas de telas y otras mercancías, valoradas en 1.205 libras, que debían viajar a Valencia desde Sluïs, el antepuerto de Brujas, en la nave de Romeu Castelló, por el que percibió una prima del doce por ciento. Siendo esta tan elevada, debía considerarse que la embarcación o la ruta no ofrecían la seguridad suficiente, por lo que el riesgo era mayor de lo previsible y, consecuentemente, la cobertura descendía, ahora a la mitad, 25 libras.69

Por más que su novedad implique un cambio de mentalidad en la gestión empresarial, la participación en el mercado de seguros marítimos fue siempre moderada.70 Incluso el hombre de negocios local más avanzado a su tiempo, no comprometía capitales sino en pocas ocasiones a lo largo de un año, implicando un montante anual de unas 200 o 250 libras y, por tanto, unos beneficios limitados, poco comparables a los que podían obtenerse del aprovisionamiento masivo del mercado local. Sin embargo, la actuación en este mercado de aseguramiento implicaba la integración en las redes de sociabilidad de la élite mercantil. Primero, porque la mayor parte de los clientes que buscaban la cobertura de los riesgos eran operadores de compañías mercantiles italianas: Zanobio di Gherardo Cortesini y Gherardo Gianfigliazzzi, florentinos; Venanzio Vincenzi, marquesano comisionado de Francesco di Nofre da Fabriano; Ceccho di Tommaso y su factor Nicolò Palazzeschi, sieneses; Nicolò Veneri y Bartolomeo Venturelli, venecianos; Marquio Rana y Giovanni da Corteregina, lombardos. Una clientela que era al mismo tiempo la receptora de la lana llevada a la ciudad y el apoyo indispensable en la internacionalización de la empresa Roís. Y en segundo lugar porque estos negocios, que implicaban en bastantes ocasiones grandes cargamentos valorados en capitales elevados, exigían la participación de un nutrido grupo de aseguradores por cada contrato, como los veinticinco que junto a los Roís cubrieron los riesgos de la importación de papel y pastel de la compañía de Nofre da Fabriano desde Fano, o los treinta y seis que asumieron los del transporte de telas y otras mercancías desde Sluïs. Entre una larga nómina, Martí o Gonçal Roís negociaron junto a Daniel Cornet, Vicent Granulles, Lluís Blanch, Francesc d’Artés, Joan Valleriola, Pere de Montblanc, Bernat Guillem de Reig, Llorens Soler, Daniel Barceló o Lluís de Santàngel. Comerciantes que representaban a la élite mercantil local, parte de los cuales trabajaban junto a Martí Roís en otras actividades financieras, como se ha visto. Es decir, ser un miembro más de este selecto grupo de aseguradores implicaba la pertenencia a una densa trama de sociabilidad empresarial donde se reconocía y sobre la que se apoyaba la empresa.

Desde un principio, la empresa Roís se hizo hueco también en el mercado crediticio, interviniendo en todos sus niveles, desde el préstamo a corto plazo al consumo local hasta las transacciones interregionales de capitales. Hacía tiempo que el censal, tanto en su versión privada como pública, se había convertido en la fórmula crediticia de mayor popularidad en la sociedad valenciana.71 Roís recurría a esta forma de renta segura desde una época temprana, tanto prestando dinero a particulares como colocando capitales en la deuda municipal. Era una estrategia de ampliación del patrimonio familiar, a partir de su reproducción en la empresa, que en el futuro serviría para extender el capital social de la familia, especialmente por medio de la donación de esos títulos de deuda a los hijos que contrajeran matrimonio.

Dado que, en sus orígenes, el capital mercantil de la familia provenía de las tierras aragonesas, de allí procedían también algunas de las especulaciones crediticias de Roís, a través del endeudamiento de comunidades rurales. Por lo menos eso deja entrever una pragmática real de 1434 por la que el hermano del monarca derogaba, a instancias de los Roís, una garantía concedida a las autoridades de Albarracín y sus aldeas y las aljamas bajo su jurisdicción para salvaguardarlas de la responsabilidad solidaria y personal derivada del endeudamiento de sus comunidades ocasionado por la recepción de comandas y la venta de censales. En la década siguiente seguiría comprando censales de particulares de estos pueblos turolenses, como el violario que, a través de intermediarios, adquirió de Juan Espasa, mercader de Mosqueruela.72

A pesar de lo dicho, la actividad inversora de Roís se centró en el mercado de deuda pública valenciano, reservado a la élite local, vínculo quizá derivado de las buenas relaciones mantenidas por sus familiares con la institución municipal.73 Uno de los censales más antiguos que compró le fue vendido por Francesc Escolà, síndico de la ciudad, en diciembre de 1422, pocos años después de su instalación en Valencia. Le había costado 12.000 sueldos y le rentaba una pensión de 1.000, que siguió cobrando hasta su luición en 1443.74 El tipo de interés era todavía elevado, un 8,3 por ciento. Años más tarde, en 1426, compró otro que no redimiría hasta 1445.75 Un censal de larga vida, período durante el cual estuvo brevemente en otras manos, pues Roís lo vendió a Francesc Miró en mayo de 1438 y no volvió a recuperarlo hasta enero del año siguiente. El capital era de 11.000 sueldos y la pensión de 733 sueldos y 4 dineros, con el tipo más habitual de aquel siglo, el 6,6 por ciento. En aquel año 1426 Roís contaba, al menos hasta el mes de abril, con otros tres censales municipales: el comprado en 1422; otro comprado en enero de 1426 con una pensión de 2.000 sueldos,76 y, finalmente, un tercero por valor de 1.083 sueldos y 4 dineros que originalmente había sido negociado con la ciudad por el mercader Joan Ferrer en 1418.77 En este último contrato, Roís aceptaba la reducción del tipo de interés de los censales conseguidos en el pasado. Contando con la renta adquirida en mayo, la especulación de Roís en deuda municipal superaba en 1426 los 69.000 sueldos.

La estrategia no haría más que reproducirse en los años siguientes. En la Claveria de Censals –oficina municipal encargada de pagar las pensiones de la deuda pública comprada por particulares– de 1440-1441 figuran a nombre de Martí Roís: una pensión censalista de 1.000 sueldos amortizada en dos plazos, el 24 de febrero y de agosto; otra similar, el 20 de septiembre y marzo; un censal con una pensión de 1.083 sueldos y 4 dineros; otra pensión de 2.000 sueldos a cobrar el 5 de abril y de octubre de cada año; el censal comprado en 1426, antes comentado, y otros 1.000 sueldos que percibía en dos pensiones, el 17 de junio y diciembre, del censal adquirido en 1422. Así, al iniciarse aquella década, Roís conseguía acumular de los años anteriores una inversión de 102.352 sueldos (5.117 libras) en deuda pública municipal,78 por la que cobraba todos los años 6.816 sueldos y 8 dineros.79 Unos años más tarde, en el ejercicio contable entre junio de 1445 y mayo de 1446, sus intereses se habían reducido a la cantidad global de 4.350 sueldos, a la vez que el capital invertido, a 65.315 sueldos (3.265 libras), cantidad muy similar a la de la primera época, los años veinte.80 Cercano el momento de su muerte,81 Martí mantenía una inversión algo menor en la compra de deuda pública de la ciudad: percibía 3.883 sueldos en pensiones procedentes de cuatro censales que sumaban un valor total de 58.833 sueldos (2.941 libras).

Martí Roís colocó en menor medida capitales en la otra institución regnícola que se financiaba en parte con la venta de deuda pública, la Diputación del General del reino. Al menos eso se desprende de los libros de cuentas de la institución. Lluís Granulles, el clavario de ese organismo en 1426, solo anotó a su nombre el pago de una pensión censalista de 1.000 sueldos reembolsada en dos pagas semestrales. En 1440, con la clavaría de Joan Ferrando, la retribución había ascendido a 1.600 sueldos anuales, cantidad que se mantenía años más tarde, en 1445. Solo al final de su vida, en 1452, las inversiones crecieron mínimamente: el clavari Lluís Cruïlles anotó dos pensiones, la misma de 1.600 sueldos más otra de 500 que le pagaba en un único plazo.82 En esos veinticinco años, la colocación de capitales se había duplicado, de unos 15.000 sueldos a algo más de 30.000, cifra sensiblemente inferior a la invertida en la compra de renta pública municipal.

A pesar de la interpretación que se extrae de las cuentas, las actas de las reuniones de los diputados y otros oficiales de la Diputación evidencian que Roís era considerado integrante de una élite de acreedores de la institución. A finales de 1449, los oficiales se hicieron llevar lo libre dels creadors qui han censals sobre lo dit General, a fin de convocarlos para hacerse aconsejar sobre las propuestas que les hacían los arrendatarios de las generalidades. Entre el menos de un centenar de mayores titulares de la deuda pública de la institución y la algo más de dos docenas de acreedores que asistieron a la reunión del 3 de diciembre de 1449, figuraba Martí Roís.83 Por tanto, un ciudadano que, como Martí Roís, al final de su vida profesional colocaba 60.000 sueldos en deuda pública municipal y 30.000 en la regnícola era, para los cánones de la época, reconocido como un inversor influyente.

Acostumbrados a diferenciar en el seno de la ciudadanía entre los comerciantes-banqueros-empresarios, a quienes prejuzgamos como poseedores de una incipiente mentalidad capitalista alejada de estas prácticas, y otras profesiones urbanas, relacionadas con el comportamiento económicorentista, contrario a aquella, las decisiones de Martí Roís confunden. Él, que construyó una empresa de ámbito internacional que le sobreviviría, al menos en Valencia, aún tres décadas, invertía más capitales en la deuda pública que, por ejemplo, la élite de los notarios valencianos, entre los cuales dos destacados profesionales, Antoni Pasqual, escribano del Consell municipal, y Antoni Llopis, padre de un cardenal, no llegaron ni de lejos a alcanzar la intensidad de la especulación cumplida por Roís.84

La actividad financiera de Roís se vuelca también sobre el mercado privado de crédito, que se consolidó a partir de finales de la década de 1370 con la amplia difusión del censal y del violario.85 En una fecha temprana, 1435, Martí Roís dirigió parte de sus inversiones hacia la compra de títulos de crédito. Entonces, Leonor de Soler, viuda de Felip Boïl, junto a su hijo homónimo, señor de Massamagrell, le vendieron 500 sueldos de censales por un precio de 325 libras. En realidad, se trataba de la transferencia de un título comprado con anterioridad a la familia del notario difunto Bernat de Gallach. Días más tarde, la familia Boïl volvía a vender censales a Roís por un precio de 162 libras y una pensión de 270,5 sueldos, desgajados esta vez de un censal anterior pagado por Ramon Boïl. A través de estos mecanismos de crédito privado, Roís accedía al mercado de la deuda pública. Un año más tarde, Benvenguda, viuda del difunto notario, cubrió la pensión de los 500 sueldos por cuenta de la viuda Boïl mediante la cesión por diez años de las pensiones que le debía satisfacer la ciudad de Xàtiva. También, por ejemplo, Joan de Castronaso pagó 466 sueldos y 8 dineros adeudados por un préstamo concedido, cediéndole la percepción de la pensión del mes de mayo de los 933 sueldos y 4 dineros de un censal público.86 Roís pasaba a engrosar las filas de esa élite rentista que especulaba no solo con la deuda de la institución local, sino también con la de otros municipios del reino.87

En 1447, Jaume d’Aragó, barón de Arenós, vendió a Martí Roís 300 sueldos de violario por un precio de 105 libras, que debía tener validez durante las vidas de Gonçal y Gràcia, hijos de Martí.88 Ese mismo año, la viuda de Galceran de Castellví, difunto señor de Carlet, para saldar también una deuda contraída ratione mutui graciosi, le cedió la percepción de una deuda tenida por el nuevo titular del señorío por el pago de pensiones censalistas.89 Como se puede apreciar, a través de esta actividad crediticia, Roís se creaba una amplia clientela entre los miembros de la aristocracia, que compondría en el futuro buena parte de la que recurriría a los servicios de la banca Roís, gestionada por sus hijos.

El otro ámbito de los negocios bancarios de Martí Roís fue la transferencia de crédito al extranjero. Para ello, recurrió con mayor frecuencia a una técnica financiera difundida en el mercado valenciano tiempo atrás, la letra de cambio.90 En 1428, Daniel y Bonanat Bellpuig, sus cuñados, en su nombre y como representantes de Martí Roís, se comprometían con los comerciantes florentinos Lando Fortini y Marco di Bardi a cumplir cuando venciera el plazo de pago de una letra de cambio que habían girado a petición de ellos a Bernardo di Bardi y Benedetto Fortini en Roma para pagar 200 ducados a Arnau Torrelles, comendador de Alfambra, o al doctor en leyes Pere Pelegrí. En 1443, el cambista Lluís Belluga, gestor de los negocios de Martí Roís, protestaba una letra de cambio por valor de 50 ducados girada desde Nápoles por Antoni Vilanova. Al día siguiente, hizo lo mismo con otra girada desde Mallorca al caballero Mateu Pujades por 380 libras y 5 sueldos.91 Siguiendo estos efectos bancarios puede reconstruirse, aunque sea parcialmente, el ámbito de la actividad financiera internacional de la empresa de Martí Roís, donde parece destacar Venecia. En 1446, aceptó un cambio realizado en la república de San Marcos entre comerciantes tortosinos y valencianos, para ser pagado en Valencia al tipo de 19 sueldos y 4 dineros locales por ducado veneciano. Debió seguir manteniendo contactos financieros con aquella ciudad, pues en junio de 1447 pedía la testificación del corredor público Antoni Cota sobre la cotización del cambio entre ambas ciudades, el cual había descendido a 18 sueldos y 5 dineros por ducado.92 Con los mercaderes tortosinos, los hermanos Francesc y Guillem Climent, continuó también manteniendo relaciones financieras en otras plazas. En ese último año, Roís realizó el protesto de una letra girada desde Barcelona por ambos hermanos a finales del año anterior por un cambio que se habían hecho a sí mismos.93 También, para financiar sus propios negocios en Génova, en 1450, recurrió al cambio marítimo: mediante contrato, tres patrones de naves vizcaínos admitieron recibir cien ducados para costear el aprovisionamiento y el salario de los marineros («convertimus [...] in panaticha et prestitis marineriorum») y se comprometieron a devolverlos en la república de San Jorge en el plazo de un mes.94

Al principio de ese año, el doncel Pere de Mena y el mercader Jaume Franch, alicantinos, contrajeron una deuda de 347 libras con Martí Roís por un cambio (per viam cambi) que este había realizado en la mesa (tabula) de Lluís Belluga, cambista, pagando una cantidad al comerciante italiano Amoretto di Donino. Avalaron el reembolso de la deuda, tanto del capital como de las pérdidas (desavanços), con la entrega de un papel donde estaba anotada una serie de objetos de oro y plata comprometidos como garantía, que debían de ser fundidos en la ceca en caso de impago («en dos fulls de paper on se mostraven quines e quals eren les dites penyores scrits de mà del dit Jacme Franch e Pere de Mena»). El plazo de la devolución del crédito se fijó en San Juan. Pasado mediados de noviembre, Roís cobró la deuda, por la que percibió 29 libras y 8 dineros por los «desavanços de cambis e missiones».95 Es decir, que a parte del interés del cambio, que ya implicaba un beneficio para el acreedor, estas pérdidas y gastos supusieron más del ocho por ciento del capital prestado, lo que sin duda compensaba con creces la actividad crediticia.

Apoyados en un capital familiar que no debió ser nada despreciable, Martí Roís consiguió a lo largo de su vida en Valencia ampliar sustancialmente sus negocios. A pesar de que la lana seguiría siendo el centro de su actividad empresarial, la acumulación de capital obtenida con su venta a mercaderes exportadores locales e italianos, obligaba a buscar nuevos mercados y oportunidades: exportación de fibra textil hacia otras plazas mediterráneas, venta de pañería en el mercado local y en el extranjero, participación en sociedades arrendatarias de impuestos públicos, aseguramiento del transporte marítimo de mercancías, intervención en el mercado financiero europeo, especulación en el local y comercio con una variada gama de productos. La empresa familiar había adquirido antes de su fallecimiento un claro perfil de entidad internacional, y había alcanzado los destinos principales del comercio mediterráneo, Génova y Venecia, y había situado a Roís entre la élite financiera y mercantil local.

Sin embargo, llama la atención que la estructura de esa organización empresarial fuera tan reducida. Aparte de sus hijos, que desde su juventud colaboraron en las tareas cotidianas de la tienda-almacén y que con la mayoría de edad asumieron responsabilidades de mayor calado, como se verá más adelante, el personal de la empresa no era muy numeroso. Así se intuye, al menos, de la escasa documentación relativa al tema. En el establecimiento debían trabajar varias personas: los hijos a partir de cierta edad, cuando ya controlaban los rudimentos de la escritura; algún que otro mercader joven; uno o dos esclavos;96 y los servidores domésticos, jóvenes cuya actividad se desarrollaba a medio camino entre el hogar y la tienda.97 De toda esta variedad, conocemos un caso referido al último nivel, el de los muchachos procedentes de fuera de los ambientes mercantiles, incluso de más allá de la ciudad y el reino, que buscaban en estos entornos a mitad domésticos y profesionales la suficiente formación para una futura carrera profesional, formalizándose la relación a través de contratos de afermament. En 1445, Gonçal, hijo de Martí, contrataba como servidor doméstico a un adolescente, de tan solo once años procedente de Villar del Cobo, entonces una aldea de Albarracín.98 Transcurridas casi tres décadas desde su avecindamiento en Valencia, los vínculos con las tierras paternas parecían sobrevivir.

Como era habitual en las sociedades catalano-aragonesas de la época, la mayor parte de los contratos que revelan las actividades internas de las empresas mercantiles son las concesiones de poderes o procuraciones, que generalmente afectaban más al ámbito de la colaboración profesional que al de la dependencia laboral. Se recurría a otros mercaderes, sobre todo afincados en el extranjero, para recuperar una mercancía o una cantidad de dinero impagada, o simplemente para ser representado en ese mercado foráneo. Es el corresponsal o comisionado, una función que los familiares cumplían con frecuencia. En 1420, poco años antes de su enlace matrimonial con la familia Bellpuig, Martí Roís, civis Valentie, designó como procurador a Gabriel, «cursorem auris nehofitum civem dicte civitatis», quien fallecería al final de esa década, para cobrar unas pensiones censalistas de la ciudad.99 En 1428, pasados diez años desde su instalación en Valencia y pocos años después de casarse, Roís revocó a todos los procuradores que había nombrado anteriormente y eligió a sus cuñados Rafael y Bonanat Bellpuig como procuradores para vender lana y otras mercancías. También se recurría a notarios y expertos en leyes para defender los propios intereses menoscabados o perjudicados por los de otros socios y compañeros de profesión. En el caso de Martí Roís, las referencias documentales a la cobertura de estas necesidades no son pocas. Por ejemplo, nombró procurador a un mercader de Barcelona, Joan Ros, o a otro afincado en Aviñón, Gabriel Ambroise; y a los notarios Pere Andreu, Guillem Cardona o Sanç Sala. Destacan también los familiares y parientes, como los dos cuñados ya mencionados, Bonanat y Rafael Bellpuig, y un pariente de sangre, Gonzalo Ruiz, senior, doncel de Teruel.100

Vale la pena detenerse solo en dos casos, pues proporcionan mayor información sobre las relaciones laborales de la empresa. En 1447, Martí y su hijo Gonçal eligieron como procurador a Lluís Munterde, un comerciante que según revela el acta notarial residía en la casa de los Roís («in domo mei Martini Roiç residentem»). Quizá se trata de los niveles últimos del aprendizaje profesional, cuando los jóvenes mercaderes formados en la casa-tienda del patrón, donde también vivían, asumían la función de factores comerciales en el extranjero.101 De no ser así, se trataría de un mecanismo de sociabilidad –el alojamiento de un comerciante foráneo– sobre el que se sustentaría la colaboración profesional, la corresponsalía, sin que intermediara pertenencia a la organización interna de la empresa. Un caso muy distinto fue el del cambista Lluís Belluga, profesional con una dilatada carrera a sus espaldas, con su propia mesa de cambios situada en el entorno de la lonja mercantil de la ciudad, que debía realizar la función de banca depósito para la empresa Roís, la cual no había crecido aún lo suficiente para transformar su función económica principal. Belluga, en cuya mesa se ingresaba o reintegraba el dinero de las letras de cambio giradas desde o hacia Valencia, es citado indistintamente como procurador o como factor y gestor de los negocios de Martí Roís, lo cual solo implica que estaba contratado por Roís para realizar esas gestiones.102

PARIENTES Y COMPAÑEROS DE PROFESIÓN

El éxito profesional de Martí Roís dependió en buena medida del apoyo recibido de la red de sociabilidad en la que se integró, y de la posición que familiares y compañeros de profesión ocupaban en la sociedad local. En 1436, Bonanat Bellpuig hizo gestiones en la mesa del notario Pere Castellar, como procurador de Martí Roís, al cual mencionaba como cuñado suyo.103 Habían pasado veinte años desde su instalación en Valencia, y en el momento del juramento de la ciudadanía ante el justicia civil y alguno de los miembros de la Juradería, Roís se había comprometido a mantener familia y casa en la ciudad. La adquisición de la nueva residencia era una estrategia a largo plazo que contemplaba la integración en la sociedad local a través de una alianza matrimonial. La elección de esposa recayó sobre un linaje de corredores de origen converso que había acompañado a los Ruiz desde antes de la instalación de Martí Roís en la ciudad, y que había trabajado probablemente para su padre, Gonzalo Ruiz, cuando años antes hacía negocios en Valencia.104 Hacia mediados de abril de 1418, antes de haberse cumplido el año desde el juramento de ciudadanía, Blanquina reconocía mediante contrato notarial que su padre, Rossell Bellpuig, le había entregado joyas y ropas por valor de 3.000 sueldos como dote de su matrimonio con Martí.105

El patriarca de la familia, Rossell, con el nombre de Jaffudà Coffe mientras pudo ser judío, era un profesional de reconocido prestigio en su medio laboral, los corredores de mercado, de orella, comisionados para mediar en las compra-ventas y en los negocios financieros. La matrícula de corredores, constituida a partir de los juramentos prestados ante el justicia civil, revela que en las décadas finales del siglo XIV la presencia de judíos en este medio profesional era notable: una séptima parte del grupo estaba integrada por hebreos.106 Es probable que todavía en la etapa adulta de su vida, la acumulación de riqueza le hubiera permitido incluso tentar ámbitos empresariales más complejos que los que se limitaban al mercado local. Al menos, un personaje homónimo, Jaffudà Coffen, es citado como mercader judío de Valencia en 1381, negociando con seda junto a artesanos hebreos barceloneses en la ciudad condal.107

El pogromo de 1391 y la conversión forzada no amedrentaron a Rossell, que continuó con su actividad profesional. Al menos se conservan los juramentos de su profesión entre 1396 y 1432.108 A principios de 1434, la esposa de Martí Roís, Blanca Bellpuig, recibía un legado testamentario de su difunto padre, Rossell, entregado por sus hermanos y albaceas testamentarios, Bonanat y Rafael.109 Durante esas décadas, Rossell trabajó para las instituciones locales, bien el Consell bien la Diputació del General, realizando labores de correduría con el fin de arrendar los respectivos impuestos, cargar censales o contratar ayudas para el abastecimiento del mercado, por ejemplo. También en ese período, participó en la representación de su oficio, como en 1413 y 1424.110

Su larga trayectoria profesional favoreció la mejora laboral y el ascenso social de sus hijos. Los dos hermanos citados, que sobrevivieron a otro desaparecido por muerte prematura, Daniel, trabajaron juntos la mayor parte de su vida. En un contrato temprano, de 1417, cuando Roís se afincó en Valencia, Rafael ya era citado como mercader ciudadano de Valencia. Daniel lo era ya antes de su fallecimiento en 1429. El otro, Bonanat, era mercader desde que se registra su actividad profesional en las mesas notariales, 1428.111 En ese año, reconocía a sus suegros, Joan Massana y su esposa Gràcia, haber cobrado los 8.000 sueldos negociados como dote de su mujer Tolsana.112 Desde bien temprano, ambos hermanos colaboraron en los negocios de Martí Roís113 y, con el tiempo, facilitarían la transición de la empresa Roís a la muerte del padre, colaborando con sus sobrinos; a la vez que estos, y en especial Gonçal Roís actuando como albacea testamentario, jugaron papeles claves en la renovación generacional de la familia Bellpuig. La relación laboral y afectiva entre las dos familias fue intensa y se mantuvo en el transcurso del tiempo.

Cuando Martí Roís se avecindó en 1417 ya habían pasado veinticinco años desde que el asalto a la judería había truncado el sueño de la comunidad hebrea en la capital valenciana.114 Un episodio de violencia extrema, acontecido el 9 de julio de 1391, que había costado la vida a cerca de doscientas cincuenta personas, provocado por el resentimiento y el odio ante el crecimiento demográfico y social de la comunidad hebrea, y urbanístico de su judería e integrado en el juego de intereses y desavenencias que desgarraban a la sociedad política valenciana de la época, lo que explica la participación en aquella barbarie tanto de pobres y menestrales como de miembros distinguidos de la oligarquía urbana.115 Tras la pacificación de la sociedad local por la monarquía, se inauguró una época de proselitismo militante durante la cual se impuso la oratoria encendida del dominico Vicent Ferrer, que apostaba por la integración social de la nacida comunidad conversa. Su triunfo supuso en 1396 la erradicación de cualquier posibilidad de recuperar la judería en la capital del reino y la expulsión de los recalcitrantes que no deseaban convertirse a la fe cristiana de las juderías que languidecían en otras villas del reino. A partir de entonces, las instituciones municipales y reales protegerían el proceso de integración social de los recién convertidos, de manera que el rastro de su pasado hebreo comenzaría a diluirse con el transcurso del tiempo.116 Hacia mediados de la década de 1420 la designación de neófito o converso comenzaba a desaparecer de las actas notariales, quizá por influencia de las propias instituciones públicas. Sin embargo, cuando Roís llegó a Valencia, todavía había pasado poco tiempo y la inquina, el rencor y la envidia campaban aún por las calles y plazas de esta ciudad. Y lo seguirían haciendo por mucho tiempo. Un ejemplo cotidiano. En 1448, se había descubierto la venta fraudulenta de pimienta en el mercado. La rápida actuación del mustaçaf, el oficial encargado de su vigilancia, había permitido detener a los culpables, de los que se decía que eran conversos.117 Esta acusación colectiva indica que el rasgo identitario de los descendientes de judíos convertidos al cristianismo aún no se había disuelto plenamente en la sociedad valenciana. Una década antes, en 1437, las comunidades de conversos de Cataluña y Valencia elevaban sus quejas al papa, y le hacían notar notar que el odio y el desdén de una parte de la comunidad cristiana los condenaba a la segregación e impedía incluso los matrimonios entre miembros de ambas comunidades.118 La endogamia familiar conversa se reforzaba con el desprecio de la mirada ajena. Y, aun así, la comunidad seguía prosperando.

La red de sociabilidad familiar que proporcionaron los Bellpuig estaba integrada en gran parte por mercaderes, indicio de sus propias aspiraciones sociales. Daniel se había casado con una hija del comerciante Galceran Martí, suegro asimismo de Lluís Santàngel, comerciante y padre del escribano de ración que jugaría un papel trascendental en el reinado de Fernando el Católico y en el destino de la comunidad local de los descendientes de conversos. Benvenguda, otra hermana, contrajo matrimonio con el mercader Gabriel Torregrossa, el cual conocía al anterior cabeza de familia, Gonzalo Ruiz, de sus breves estancias en la ciudad de Valencia en la década de 1410.119 Bonanat era, a través de su segundo matrimonio con Tolsana Massana, cuñado del mercader Manuel Pardo, y su hijo Pau Bellpuig residía en 1428 en Palermo.120 Su otro cuñado, Gabriel Bellpuig, era corredor, aunque su hija Violant se había casado con el mercader mallorquín Gabriel Bellviure, que en una época incierta pasaría a convertirse, junto a sus padres y hermanos, en ciudadano de Valencia sin que mediara acto de juramento alguno.121 Otros cuñados de Martí eran maestros artesanos, como el sedero Lucas Bellpuig, hermano de Bonanat y Rafael, o Pere del Mas, esposo de Gràcia Bellpuig.122 Por tanto, a pesar de haber entablado una alianza matrimonial con un linaje de corredores, un grupo profesional que puede considerarse de posición social inferior al mercantil, la familia Roís estaba constatando su promoción social que permitía a la generación de Martí integrarse indirectamente en los ambientes mercantiles conversos de la Valencia de la época. Sin duda, siendo un foráneo, no podía aspirar a un enlace mejor en un plazo tan breve.

Además, todo este entramado familiar de los Martí, Santàngel, Bellpuig, Torregrossa, Pardo, del Mas, Moncada o Massana, todos ellos, eran miembros de la reciente comunidad conversa de la capital. Cristianizados unos años antes que Martí Roís, tras el pogromo de 1391, este grupo de familias cumplía fielmente con la función de recepción e integración del recién llegado, con quien compartía un origen sociorreligioso común. Así, Roís participó con este entramado familiar de una posición profesional próxima y experiencias vitales similares. De hecho, estas similitudes se reforzarían aún más mediante la solidaridad vecinal. A pesar de que la expansión de la antigua judería había sido el detonante de la explosión de violencia contra la comunidad hebrea, tras la obligada conversión, el colectivo converso no solo continuó viviendo en las parroquias donde había estado instalada la judería, sino que se vio forzado también a extenderse hacia otras parroquias de la ciudad a fin de mejorar su integración en la comunidad cristiana, siguiendo la estrategia proselitista marcada por Vicent Ferrer.123 Los Bellpuig, Rossell y Gabriel, padre e hijo, eran propietarios de dos casas contiguas en la parroquia de Sant Tomàs.124 Lluís de Santàngel y Joan Massana vivían cerca.125 También la familia Bellviure, parientes indirectos a través de Gabriel Bellpuig, su cuñado, habitaban en la parroquia de Sant Tomàs.126 Probablemente, cuando se avecindó en la ciudad, Roís no disponía aún de casa, información que solía recogerse en los juramentos de ciudadanía que se hacían ante el justicia civil. Una década antes de su fallecimiento, en 1445, vivía en un hospicio de la parroquia de Sant Tomàs, en la calle (vico) de los Castellví, donde tenía por vecinos a Pere de Castellví, doncel, al colchero Joan Valleriola y al mercader Joan Solanes, a quien acababa de venderle otra de sus propiedades.127 Esta fue la vivienda principal de la familia a lo largo del siglo XV, adquirida tras la instalación del padre en la ciudad y a la que se irían añadiendo otros alberchs contiguos y cercanos.

Fortuna y expolio de una banca medieval

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