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ОглавлениеII. LOS HEREDEROS (1454-1487)
El 6 de marzo de 1454 fallecía Martí Roís. En cumplimiento de la legislación foral, el testamento fue publicado por el notario Benet Salvador tres días más tarde ante tres testigos. Había sido escriturado por el notario Guillem Cardona una década antes, el 23 de agosto de 1443. En él instituía como herederos a sus cuatro hijos varones: Gonçal, Martí, Gil y Alfons, y seguramente dejaba un legado a su hija Gràcia para financiar su boda, que tendría lugar dos años después de la muerte del padre. Fallecido prematuramente el hermano («mortuo iamdicto Alfonso Roiz fratre nostro») hubo de reordenar la transmisión hereditaria. El 6 de febrero de 1454, un mes antes de su propio deceso, Roís ordenaba un último codicilo, redactado en esa ocasión por Salvador.1 Correspondía en principio a la madre administrar el traspaso del patrimonio. Ella, Blanca, sobreviviría a su esposo bastantes años, consecuencia de la probable diferencia de edad entre ambos. El 26 de septiembre de 1476 otorgó un último codicilo en el que modificaba ciertos legados testamentarios y que fue publicado tras su muerte, el 20 de septiembre de 1479, también por el notario Benet Salvador.2 Con ellos desaparecía la primera generación de la rama valenciana de la familia Roís, en una época en que los viejos compañeros del florecimiento de la empresa familiar iban dejando paso a sus descendientes. Es el caso de Bonanat de Bellpuig, el cuñado de Roís, que había tomado las riendas de su linaje tras la muerte del padre, Rossell, y cuyo legado transferiría en 1460 a su hermano Rafael, a quien nombraría heredero.3 Y este viviría solo una década más. A partir de entonces, el gobierno de ambos linajes quedó en manos de los varones de la segunda generación, aquellos que nunca habían profesado el judaísmo y que habían crecido en los ambientes preeminentes de la comunidad local conversa.
RELEVO GENERACIONAL
Desde entonces, los tres hermanos varones supervivientes gestio naron conjuntamente la empresa familiar. Esa había sido la voluntad paterna, tal y como dejaba constancia en el codicilo que recogía el óbito del hijo menor:
Item, com en lo dit meu testament yo haia fet quatre hereus, ço és, Goçalbo, Gil, Martí e Alfonso Roiz, fills meus e de la dita na Blanqua, muller mia, legíttims e naturals, per eguals parts entre aquells fahedores sots certs víncles e condicions segons en lo dit testament és contengut; e lo dit Alfonso Roiz sia mort e passat de aquesta present vida en l’altra, vull e man que los dits Goçalbo, Gil e Martí Roiz, fills meus, sien e ab los presents codicils faç e instituesch de tots mos béns e drets hereus meus propris e universals per dret de institució per eguals parts entre aquells fahedores.
A partir de aquel momento figurarían de esta manera solidaria en todos los contratos notariales, estuviesen presentes o no en el acto en que el escribano público redactaba el documento. Casi siempre fue así. Hasta el punto de que, a la mención de cada uno de sus nombres, continúa siempre, indefectiblemente, su condición de herederos del padre, «heredes honorabilis Martini Roiz».4
Dada su condición de primogénito, y quizá por la diferencia de edad, Gonçal disfrutaba de cierta preeminencia. Algo se intuye en el codicilo, cuando el padre revocó un legado de 1.500 florines instituido en el testamento para sustituirlo por la entrega del alberch familiar de la parroquia de Sant Tomàs, donde durante años seguiría residiendo la familia. De alguna manera, la propiedad del domicilio común venía a respaldar la jefatura de familia que otorgaba la primogenitura, que era aceptada por todos sus miembros. Así, el 23 de mayo de 1454, dos meses después del óbito de su marido, Blanca, la madre, renunciaba ante el notario Benet Salvador a su nombramiento como administradora de la herencia. Unos meses más tarde, el 10 de febrero de 1455, Martí y Gil designaban como procurador a su hermano mayor ante el notario Joan Erau.5 Este comportamiento, la acción empresarial solidaria, responde quizá a la estrategia paterna de asegurar el patrimonio familiar mediante la generación de su indisolubilidad gracias a la vinculación de los bienes a un determinado orden de sucesión, determinado por la agnación y la primogenitura. Estrategia no extraña en una Europa tardomedieval cuando instituciones jurídicas como el fideicomiso o el mayorazgo cobraban fuerza.6
Los vínculos familiares y legales se mantendrían en el tiempo. En las actas de un pleito que se prolongó a lo largo de los primeros años tras la defunción del padre, se cita a Martí Roís, hermano de Gonçal, como «jermà e cohereu seu».7 El mismo término, fratrem et coheredum, era utilizado también por Gonçal Roís para referirse a sus hermanos veinte años después del óbito del padre.8 Por tanto, el sueño de Martí Roís podía cumplirse: traspasar la herencia compartida entre sus tres hijos varones, para después establecer una línea de sucesión que, comenzando por el primogénito, su hijo Gonçal, y el que procreara este, siguiera la línea de sus descendientes. Una herencia que nunca tuviera fin, así la empresa que él había creado perduraría en el tiempo, ligada al destino del linaje.
Sin embargo, no debieron ser fáciles los primeros meses sin la presencia paterna. Al menos eso parece indicar la ausencia de la empresa Roís de las mesas notariales.9 Además, de aquella primera época en que el nuevo cabeza de familia, el primogénito Gonçal Roís, debía rondar la treintena y era por tanto un comerciante joven, apenas un adulto, abunda una documentación, propiamente no económica, que hace pensar en el vacío dejado por la figura paterna en la dirección de la empresa y en la necesaria reorganización que exigía la nueva toma de mando.
En octubre de 1454, el lugarteniente de Aragón y Cataluña, Juan de Navarra, dirigía una carta a los árbitros, los jutges comptadors, elegidos por los administradores de los impuestos de la ciudad, las imposiciones, a petición de los «fills e hereus d’en Martí Roiç, quondam ciutadà». Entre esos mediadores estaba su tío, Bonanat de Bellpuig. El pleito se había planteado por la rendición de las cuentas de los arrendamientos de los impuestos de 1451, en los que Lluís Blanch había adquirido el capítulo de la mercaderia; Francesc Escolà, las imposiciones textiles; Roís padre, la sisa del vino; y todos los arrendatarios principales se habían convertido en parsoners de una única sociedad. La «disceptació o differències de comptes sobre los dits capítols» había desembocado en el nombramiento de los tres mediadores, que alargaban el arbitraje en «gran dan e prejuhí manifest dels dits hereus, qui són segons se diu cobradors de grans quantitats». El futuro rey ordenaba, bajo pena de 1.000 florines, que sin ninguna dilación se procediera a la fiscalización de las cuentas de aquellos arrendamientos.10 El mandato surtió un efecto relativo. Hacia marzo de 1455 los interesados pasaron por la mesa del notario Martí Coll y mandaron confeccionar un acta con la orden del lugarteniente real. En el siguiente mes de abril ya había sentencia. Escolà reconocía adeudar a los tres hermanos 703 libras «ratione perdue si pertinenti» en la imposición del vino arrendada por Martí Roís, una cantidad elevada, que indica que los negocios no iban bien en los últimos años de la vida del padre. Cobrar esas pérdidas tampoco resultaría sencillo. De hecho, Escolà, que durante esa década demostraría su sagacidad en estos negocios, quería pagar transfiriendo el pago de parte de la deuda, 140 libras y 16 sueldos, de Pere Sexó, júnior, que se suponía venía a compensar una deuda contraída por este último con él. Pero tras la intimación, realizada el 18 de abril, Sexó se negó a pagar y, por lo tanto, el contrato fue cancelado. La negativa obligó a redactar otro contrato similar, esta vez por una cantidad menor de 123 libras que Sexó pagó, siete meses más tarde, pero pagó.11
No hay más documentación sobre este pleito, aunque se pueden aventurar algunas hipótesis acerca de la práctica empresarial habitual de la época.12 En primer lugar, el hombre de negocios que se quedaba con el arrendamiento de un impuesto municipal solía reservarse para sí mismo solo unas pocas setzenes, dieciseisavos de la parte total, del precio del arrendamiento; y normalmente permutaba el resto de las participaciones con las de otros impuestos, cuyos arrendatarios se convertían en sus parçoners o socios. Implica que, si en ese año el arrendamiento del impuesto del vino fue deficitario, no solo Francesc Escolà debía dinero a los Roís. Otros inversores estarían en la misma tesitura. Sin duda, Escolà y estos acabaron por satisfacer las deudas contraídas, ya que la solvencia y la reputación que debían mantenerse en este sector de los negocios financieros, muy ligado a las instituciones públicas municipales, así lo exigían. Por esa parte, no hay duda de que finalmente la empresa Roís se restableció del quebranto ocasionado por las pérdidas. Asimismo, no todos los arrendamientos de impuestos de un mismo año tenían por qué tener pérdidas. Los resultados anuales eran oscilantes y no se sujetaban siempre a comportamientos regulares del mercado. Por tanto, quizá pudieron compensar las pérdidas sufridas en unas setzenes con los beneficios obtenidos en otras. En este sentido, las pérdidas generadas por este arrendamiento no debían de ser preocupantes para la empresa Roís. Sin embargo, las cantidades monetarias afectadas eran elevadas y los Roís, como arrendatarios del impuesto de vino, debieron responder financieramente ante el municipio y no consiguieron resarcirse de una parte de ese dinero adelantado, el correspondiente a las setzenes en propiedad de sus socios, hasta tres años más tarde, el plazo que media entre el final del arrendamiento, mayo de 1452, y el pago realizado, al menos, por Escolà de parte de la pérdida, en diciembre de 1455. Un plazo demasiado dilatado que quizá no produjera dificultades de solvencia a la empresa, pero que sin duda generó inestabilidad en el período inmediatamente posterior al fallecimiento del padre.
Pero la gravedad de la situación residía en que el fracaso de los rendimientos fiscales derivaba de una coyuntura insegura en la que se acumulaban factores de crisis que la prolongaban en el tiempo. De hecho, la recolecta de los impuestos de las generalidades, derechos que la Diputación del General había delegado a través de arrendamiento en manos de empresas particulares, sufrió también un duro varapalo en ese primer lustro de la década de 1450. Las generalidades, que se arrendaban también por medio de subasta pública celebrada en la lonja de la ciudad, se valoraban por recaudaciones trianuales, de manera tal que el arrendatario asumía mayores riesgos. En una época de conflicto larvado en el seno de la institución foral, provocado precisamente por el choque de intereses entre quienes querían hacer negocios de la recaudación de impuestos y los que primaban la solvencia de la deuda pública, el arrendamiento de los impuestos entre 1450 y 1452 quedó en manos de un ciudadano conspicuo, Vicent Alegre, hijo de un eminente comerciante de la primera mitad de siglo que, junto a sus compañeros, había monopolizado en el pasado las colectas de la ciudad y del General. Sin embargo, en el tránsito de siglo, los negocios no le fueron tan bien al hijo. Si atendemos a las quejas de los arrendatarios, la vida económica de la ciudad se había paralizado y no había dinero que recaudar.13 La ciudad había sido barrida por una epidemia en 1450, que la habían despoblado o, al menos, había provocado la huida de los operadores internacionales y locales más importantes. Después, las guerras del monarca en la península italiana y las amenazas bélicas contra el reino vecino de Castilla, cumpliendo las ambiciones políticas de la casa Trastámara aragonesa, habían conllevado la promulgación de marcas y prohibiciones contra los comerciantes venecianos, florentinos, genoveses, provenzales y castellanos. Para colmo de males, la piratería nacional y extranjera no facilitaba los negocios: se hablaba de una «galea grossa de França», dos «naus groses de venecians» y naves vizcaínas y gallegas hundidas en la playa del Grao de la ciudad o interceptadas en las aguas del reino. Y si estos actos violentos entorpecían el transporte marítimo, la prohibición del uso de embarcaciones extranjeras anunciada por la Corona alejaba toda recuperación económica. El panorama descrito era dantesco, como no podía ser de otra forma pues, en la negociación, los socios y parçoners trataban de ablandar a los diputados para que les condonaran parte de la deuda, que se cifraba en 16.000 libras, una cantidad cercana al precio del arrendamiento de las generalidades de un año. No es necesario entrar en detalles, pues el conflicto se enquistó en el seno de la propia institución, revistiendo una gran complejidad, entre detractores y partidarios de los arrendatarios, algunos de ellos encarcelados, e interviniendo aquellos que querían hacerse con el monopolio del negocio con vistas a asegurar el pago de los intereses de la deuda pública emitida por la Diputación del General, y se prolongó durante años. Interesa aquí resaltar sobre todo que, en ese momento en que se produjo la ausencia del padre, recientemente fallecido, cuando toda la empresa se desestabilizaba y los negocios financieros arrojaban resultados negativos, emergió la necesaria figura del tío materno, Bonanat de Bellpuig, que actuó «per els hereus», evidenciando la bisoñez de los hijos para hacer frente a los problemas legales derivados de la posible amenaza de quiebra de la empresa.
Porque la cuestión es que la pérdida de sus inversiones fiscales no fue el único conflicto al que los hermanos Roís hubieron de enfrentarse en aquellos primeros años de independencia. Y todos afectaban al aumento del pasivo de la empresa y exigían la intervención de las autoridades extramunicipales, siempre un gasto añadido. La Corona, motivada económicamente, acudía en ayuda de esta segunda generación de conversos.
Al menos cinco cartas reales informan del pleito que los «filiorum et heredum Martini Roiz, quondam mercatoris» −en otras ocasiones, «domicelli quondam»− mantenían con Bartolomeo Venturelli, un comerciante veneciano afincado en Valencia con el que la empresa Roís había sostenido tratos, al menos, desde 1444.14 Las cartas iban dirigidas al gobernador general, Eximèn Peris de Corella, y a los doctores en leyes y jueces de apelación Guillem Pelegrí y Pere Amalrich, consejeros reales, sobre un asunto que se había sustanciado previamente en la corte de justicia de aquel oficial real, el reciente conde de Cocentaina. Un pleito heredado de los últimos años de la vida del padre. Esta es la versión de los herederos. En diciembre de 1450, Martí Roís expidió treinta y siete balas de cueros y dos de aludas en la nave de Lorenzo Roso a Venecia. Las mercancías iban consignadas a Gonçal Roís o, en su ausencia, a Iacopo Bonzio. Allí, este corresponsal barató el cuero por piezas de brocados de oro, reenviadas a Valencia en la nave de Silvestro Polo, aseguradas en Venecia y consignadas a Nicolò Torrigliani. Así informó Bonzio a Roís y Torrigliani mediante dos cartas. Este era el único cargamento de brocados que viajaba en la nave de Polo y su valor había sido estimado en 1.500 florines. Desgraciadamente, cuando la nave fue estibada en el Grao de la ciudad, surgió el conflicto. Parece ser que la caja donde se transportaban los brocados había sido abierta antes de ser estibada, y por ello se acusó al comerciante Bartolomeo Venturelli de apropiarse de la mercancía, quien afirmaba que Antonio del Visone se la había expedido desde Venecia, extremo que negaba rotundamente Martí Roís.
Roís exigió la testificación de Nicolò Torrigliani, y esta introdujo un matiz en los argumentos del valenciano, sobre el que la otra parte construiría su defensa. En la declaración realizada por Torrigliani en mayo de 1456, este comerciante veneciano confirmaba que Iacopo Bonzio le había escrito para informarle de que enviaba brocados para entregar a Roís, pero solo en el caso de que el valenciano satisficiera un cambio de unos 800 o 900 ducados («li trametia certs brocats e qui lo dit en Martí Roiz no·y pagava lo dit cambi dels dits ducats que altramen rebuts [...] que no·ls hi donàs»). Al final, la versión de los venecianos, Venturelli y Torrigliani, incorporada al expediente muy tarde, en noviembre de 1456, fue bien distinta. Efectivamente, Iacopo Venzi (utilizan una grafía distinta) había recogido aquellas balas de cueros que Martí Roís había enviado desde Valencia, pero en tan mal estado que nunca consiguió venderlos. Por eso, Venzi recurrió en última instancia a permutarlos por brocados, más unos 800 ducados de compensación por la diferencia de precio, que giró sobre Valencia para que fueran pagados por Martí Roís a diferentes personas. Cuando la correspondencia y las letras de cambio llegaron a Valencia, Roís se negó a aceptar el trueque de mercancías y, menos aún, a reembolsar los cambios. Como resultado, Venzi dio orden a Torrigliani de no entregar los brocados que enviaba a Valencia si Martí Roís no pagaba previamente los cambios («al dit micer Nicholau Tholosani com aquell tingués exprés manament del dit Iacobo Vençi de no lliurar los dits brocats al dit en Martí Roiz»). Al afirmarse en su decisión, los venecianos consideraron que el valenciano había perdido todo derecho de propiedad sobre los brocados y, a lo largo de su declaración, negaron que la mercancía de aquel hubiera llegado a la playa de Valencia, y refutaron expresamente que alguno de ellos hubiera subido a la nave de Silvestro Polo, haber desatado la caja y borrado o modificado la señal de la compañía de Iacobo Venzi («en la dita nau ne fora de aquella fessen delligar la bala dels dits brocats ne·n fessen llevar la senyal de Iacobo Vençi ni possar-hi senyal de Anthonio de Viso»). Y se reafirmaron en ello: «que brocats alguns ab marcha o senyal del dit Iacobo Vençi sien venguts en poder dels dits micer Nicholau Tolosani e micer Bartholomeum Venturelli». Los cambios fueron negociados mediante la confección de otros recambios girados sobre otras plazas y el valor de la transacción ascendió a más de 1.500 florines.
A partir de entonces el pleito se complicó, lo que hizo que se prolongase al menos durante siete años, a pesar de la insistencia del lugarteniente real para que los jueces aceleraran las resoluciones de requerimientos y apelaciones. Se escribió a las autoridades de Venecia, de Barcelona y a mercaderes que podrían haber sido testigos de las transacciones de Venzi en Venecia, entre ellos algunos comerciantes catalanes: Gabriel Garcia, Guillem Climent o Antoni Font. Sin embargo, una epidemia había asolado durante el segundo semestre de 1456 la ciudad de la laguna, lo que provocó una elevada mortalidad y la huida de la población, incluyendo a aquellos que debían testificar en este pleito. Por ello, este se alargaría aún más tiempo, en un esfuerzo por rastrear el paradero de los testigos. En los primeros meses de 1457, la Corte del gobernador escribía a las autoridades napolitanas, posteriormente a las romanas, siguiendo su rastro. Pero, a finales de año, el procedimiento se corta bruscamente.15
Aunque no hay constancia de cómo acabó el pleito, solo la demora durante siete años o más en la recuperación de semejante inversión, sumada a las pérdidas tenidas en los arrendamientos de esos años más los costes de la representación y defensa legales, describe un panorama un tanto preocupante en los primeros años de vida de la empresa de los herederos de Martí Roís. Además, otros pleitos de menor enjundia debían fomentar esa inquietud. Hacia las mismas fechas, una provisión real recoge las disputas mantenidas por los hermanos Roís por una compra de paños que su difunto padre había hecho en la botica del entonces también fallecido Francesc Palau y por los servicios profesionales que les había ofrecido el escribano Joan Sebastià.16 En esta ocasión, el pleito había sido tramitado en la Corte del Justicia Civil de la ciudad.
En aquellos años de cambios, la toma de decisiones no debía de ser fácil y recaía sobre los hombros del primogénito. Gonçal había vivido en Génova durante los últimos años de vida del padre, donde había dirigido la factoría instalada en la ciudad ligur. En el pleito mantenido con Venturelli se informa que, en principio, los cueros le habían sido enviados a él, residente en Venecia, pero no los recogió porque estaba ausente y fueron remitidos a Iacopo Venzi. Cuando este escribió para comunicar la transacción realizada envió una carta a Valencia a Martí Roís y otra «al dit en Gozalbo Roiz, fill de aquell, qui tenia llavors casa en Jénova». Por tanto, la empresa Roís había establecido hacia mitad de siglo una sucursal estable en la ciudad ligur, desde donde el hijo primogénito, actuando como factor, se trasladaba a las otras plazas importantes del norte de la península italiana y, en consecuencia, Gonçal se había mantenido lejos del mercado valenciano.
Gonçal regresaría a Valencia tras recibir noticias sobre el empeoramiento del estado de salud de su padre. Tras el óbito, tomó las riendas de los negocios y los hermanos menores pasaron a ocupar su puesto en la factoría genovesa. En un contrato de mayo de 1455, donde Escolà saldaba su deuda con los Roís por las pérdidas habidas en los arrendamientos de los impuestos, se citaba a Gonçal como presente en el acto de la escrituración y a sus dos hermanos, Gil y Martí, como ausentes.17 Y no sería hasta una década más tarde que se confirmaría el regreso de Gil a Valencia, no se sabe si temporal, pues estos comerciantes estaban siempre viajando entre las diferentes sucursales y factorías de la empresa.18 Mientras, Gonçal siguió tomando decisiones en nombre de los tres herederos varones; y para ello el notario Joan Erau redactó la procuración de diciembre de 1455 con la que los dos hermanos menores otorgaban capacidad de representación legal al primogénito.
La documentación real confirma la estancia de Gil Roís en 1459 en Génova. Entre febrero y agosto de aquel año, el recién entronizado monarca redactaba cuatro provisiones a favor de la compañía Roís, salvoconductos que les permitieran navegar por las aguas del golfo de León, peligrosas ante el creciente clima de hostilidad que se propagaba entre la Corona y la república de San Jorge.19 En la primera de ellas, Juan II se dirigía a Gil Roís en estos términos: «Com vós feel nostre en Gil Roiz, doncell mercader de la ciutat de València, per gran temps haiau aturat en la ciudat e ribera de Génova feent e tractant vostres mercaderies e actes mercantívols exercint, axí vivint lo senyor rey frare nostre [...]». Más adelante perfilaba mejor su actividad: «[...] ab los quals haveu contractat e negociat per vós, per vostre pare quondam e frares en la dita ciutat e ribera de Génova». Así, Gil residía en Génova, probablemente durante su período de formación profesional, secundando a su hermano mayor, y continuaría dirigiendo los destinos de la sucursal tras la instalación definitiva de aquel en Valencia; sucursal que era de unas dimensiones respetables para la época tal y como da a entender el salvoconducto real: «[...] donam licència, facultat e permís que vós e vostres factors e servidors e familiars fins en nombre de quatre persones [...] aturar, romandre, stare, habitar ab los vostres factors e servidors en la dita ciutat e ribera de Génova».
Además de los tres hermanos mencionados, propietarios de la nueva empresa, Martí Roís tuvo al menos otros tres hijos. El segundo descendiente fue probablemente una mujer, Gràcia, que según la mentalidad de la época no tenía papel alguno que cumplir en la empresa mercantil familiar. Debió de nacer hacia 1425.20 En 1447, el barón de Arenós, Jaume d’Aragó, vendió a Martí Roís un violario de 300 sueldos a pagar durante las vidas de sus hijos, Gonçal y Gràcia.21 Ella debía de tener entonces unos 20 años. A parte de ese contrato, la relación de Gràcia con la vida pública, reflejada en el paso por las mesas notariales, fue tangencial. Su función social y su destino eran otros, relacionados siempre con las alianzas matrimoniales y la promoción social de la familia. A tal fin, el padre había fijado un legado en sus últimas voluntades: «Primerament vull e man que les joyes axí de perles com de or e argent e arreus que na Gràcia, donzella filla mia, té e posseheix per servitut e arreus de aquella sien de aquella dita Gràcia e ab los presents codicils los hi do e leix». Además, el padre ampliaba el legado asegurándole la herencia de la tercera parte de «tot l’argent, or e perles que tendré e possehiré lo jorn de la mia fi axí dins casa mia com fora casa mia». No se menciona la cantidad porque el monto de la dote quedaba en manos del cabeza de familia, de los enlaces que pudiera conseguir y de las sumas que consiguiera negociar. También porque las dotes de estas hijas mayores se solían cubrir en parte tras la restitución de la dote materna.22
Los otros dos hijos eran quizá los menores de la prole, pues ninguna de las compras de violarios realizadas por el padre o el primogénito les afectó. Alfons no debió vivir muchos años, al menos no más allá de la pubertad: figuraba en el testamento paterno de 1443, pero un mes antes de morir, en 1454, Martí Roís redactaba un codicilo para reordenar la herencia tras la defunción de su hijo, no sabemos si reciente o no. La última descendiente era Sibília, que cumpliría un papel trascendental en la preservación de la red social familiar, al servir de vínculo con los parientes turolenses. En principio, el mismo codicilo paterno la calificaba como doncella, al igual que su hermana, por tanto, ninguna de las dos estaba casada en 1454. Gràcia lo haría dos años más tarde. Sibília, a pesar de que su matrimonio estaba ya concertado antes de la muerte del padre, a principios de la siguiente década. Quizá fuera una hija bastarda pues se nos antoja extraña la utilización de un apodo por parte del padre. Tampoco recibió más legado que su dote, al contrario que su hermana; y la determinación de la cantidad exacta de la donación dependía de los tíos de la joven, como especificaba el codicilo paterno:
Item, com en lo dit meu testament haja fet cert legat a Sibília alias dita la Roga, donzella filla mia, e no sia bé recordant si és de quinçe mília sous o de vint mília sous, ab los presents codicils vull e man que si lo dit legat és de quinze mília sous que sia fet compliment a la dita Sibília a vint mília sous, si a·n Anthon Roiz e a·n Gil Roiz, germans meus, o al hun de aquells plaurà e serà vist e no en altra manera.
EL BANCO
Aunque la compañía pudiera pasar por apuros en los años de traspaso de la dirección, durante las tres décadas siguientes y bajo la gestión conjunta de los tres hermanos, el legado dejado por Martí Roís no paró de crecer, hasta convertirse en un entramado empresarial de dimensiones notables para la sociedad valenciana de la época. De los rasgos que caracterizaron a la empresa durante este período, el más destacable fue la acentuación de su magnitud internacional, en contacto con las principales plazas europeas de entonces. De ello da cuenta un documento peculiar. Tras huir Martí y Gil Roís del cerco inquisitorial en enero de 1487, el maestre racional del reino Joan Ram Escrivà, también receptor general de la Inquisición en esos primeros años, confeccionó un memorial específico, destinado al monarca, que contenía la valoración del patrimonio de los Roís.23 Dado que en la fuga se habían llevado consigo una parte de sus bienes, lo que podía desatar la cólera del rey, el alto funcionario se preocupaba sobre todo por recuperar las mercancías todavía embarcadas o que estaban en manos de los corresponsales de la empresa, y por cobrar las letras de cambio que no habían vencido aún. Con ese fin, Ram Escrivà remitió al monarca una lista de la red de corresponsalías que la banca Roís tenía en Europa en aquel momento. En general estos corresponsales no formaban parte del personal contratado de la empresa y, por tanto, no gestionaban sucursales o factorías de los Roís abiertas en aquellas ciudades como la que había dirigido Gil Roís a finales de la década de 1450 en Génova. Más bien se trataba en casi todos los casos, salvo en Sevilla, de hombres de negocios que mantenían una relación financiera constante con la banca Roís, sobre los que esta giraba y de los que recibía frecuentemente letras de cambio, y que se constituían por tanto en los vínculos de confianza sobre los que se apoyaba la actividad financiera internacional de la empresa. En otros términos, se trataba de una red de crédito que proyectaba la actividad de una banca local en el ámbito continental mediante el apoyo desplegado por la confianza de grandes bancos europeos, principalmente florentinos y genoveses, caracterizados por una mayor solvencia, un entramado de sucursales más denso y un difuso prestigio.24
En la península Ibérica los Roís tenían a los Covarrubias de Burgos como factores en Burgos, Valladolid y Medina del Campo;25 a los genoveses Andrea de Mari y Clemente di Negro en Toledo;26 en Sevilla a Jofré de Riusec y Perot Miquel, empleados de la propia banca Roís, y en Barcelona a Iacopo Vernagalli.27 En las islas de la corona aragonesa, los comisionados eran Lleonard Soler en Mallorca, y Guglielmo Aiutamicristo, miembro de una prestigiosa familia mercantil local,28 en Palermo. En la península italiana tenían operadores en las principales plazas: la banca florentina Strozzi en Florencia, Roma y Nápoles;29 en Génova, al empresario local Bartolomeo Centurione;30 los Ruffini en Milán,31 y en Venecia, los florentinos Giovanni Frescobaldi y Bartolomeo Nerli, operadores de la filial medicea en la república de San Marcos.32 En el reino de Francia disponían de contactos con la banca florentina Capponi en Aviñón,33 y con el genovés Lazzaro Grimaldi en Lyon.34 Finalmente, Brujas, la plaza comercial y financiera tradicional del norte de Europa, estaba cubierta por otros dos genoveses, Giovanni Battista Spinola y Girolamo Centurione.35
Este detallado listado de corresponsales con los que mantuvieron contacto los Roís, según las indagaciones del maestre racional, no recoge la totalidad de las relaciones internacionales de la empresa. Por de pronto, no figuran en él por ejemplo ni los Pazzi ni los Medici, dos entramados empresariales florentinos con los que los contactos fueron habituales.36 A partir de 1473, el notario valenciano Antoni Llopis recurrió con frecuencia a los servicios de la banca Roís para financiar los estudios y la carrera eclesiástica de sus hijos, adelantando dinero a estos en Valencia para que fuera satisfecho en Bolonia o Roma por los directores de aquellas bancas, o cobrándoles las cantidades anotadas en las letras de cambio giradas desde aquellas ciudades.37 Así refiere una letra de cambio copiada por el notario en su libro de contabilidad y familia:
Item, dijous a XVII de noembre any MCCCCLXX quatre, en virt[ut] de letra de cambi segona ab letras closas de mon fill micer Johan Lopiç fetes en Roma a XVII de agost del dit any, e a mi presentada la dita letra de cambi en València a XXV de octubre dit any, paguí a l’honorable en Goçalbo Roíç, donzell, vint-dos lliures per vint ducats que lo dit mon fill havia prés en Roma de Guillermo e Johanni de Patzi a rahó de XXII sous ducat, e cobrí la letra ab la contenta.38
Tampoco el memorial del funcionario regio menciona a los Spannochi, una banca de origen sienés firmemente asentada en Valencia,39 ni a los Gentile.40 Por ello, la información recogida por Joan Ram Escrivà, maestre racional del reino, debe ser asumida con reservas, si se pretende reconstruir la red empresarial sobre la que se apoyaron los negocios de los Roís durante aquellas tres décadas. De hecho, el título que precede al listado de comisionados (Memorial de tots los factors e terres hon los hereus Roiços negociaven tramés a la altesa del senyor rey ab la dessús dita letra) expresa una exhaustividad en su confección que no debió de ser tal.41 En la carta que acompañaba a este listado, Joan Ram aclaraba el procedimiento informativo: «Ab la present serà hun memorial de tots los factors e terres hon los dits hereus negociaven y de tot lo que fins a la present hora hauré pogut sentir».42 Aunque la carta no tiene fecha, estaba motivada por la huida de dos de los hermanos y, en un breve plazo de apenas dos semanas, difícilmente el funcionario real pudo oír más ni fiscalizar bien las cuentas de la empresa.
En cualquier caso, la información proporcionada por el elenco de comisionados es suficientemente elocuente. A través de una densa trama de operadores económicos integrada sobre todo por compañías y bancas genovesas y florentinas, propiedad de representantes de las élites financieras más conspicuas de las sociedades urbanas europeas, además de comerciantes valencianos y locales en algunas plazas, los hermanos Roís accedían a los mercados más importantes de la época, llevando los negocios mucho más allá de lo que su padre habría soñado con su factoría genovesa.
Un segundo rasgo fundamental caracteriza a la empresa Roís bajo el mando de los tres hermanos. Fue considerada por sus conciudadanos y compañeros de profesión como un banco. Normalmente se referían a ella de manera genérica como una «tabula cambii» o más concretamente como la «tabula cambii honorabilium heredum honorabilis Martini Roiz, quondam domicelli». Los propios Roís calificaban su empresa como el «nostro bancho» o «banch». Esto solo quiere decir que, frente a la que había sido la actividad mercantil preferente del negocio paterno, la faceta crediticia había llegado a ocupar una posición predominante en la organización de la empresa Roís bajo el mando de la siguiente generación.
Su padre había mantenido el modelo de empresa mercantil tradicional. Para efectuar pagos y gestionar cobros recurría a la mesa del cambista Lluís Belluga, al que la documentación cita como procurador o gestor de los negocios de Martí Roís padre.43 Los hijos debieron mantener la relación profesional con esta familia de cambistas y mercaderes, cuyo linaje se prolongó a lo largo del siglo XV. Al menos lo hacían sus familiares, quienes acabarían depositando sus capitales en la banca de sus primos. En 1463, unos vecinos de Sogorb cobraban de Gil Roís a través de la tabulam de Joan Belluga, campsoris civis civitatis Valentie, medio centenar de libras que había recibido «ad cambium in dicta civitate Turoli dicto Egidio Roiz, patri vestro».44 Dos años más tarde, el cambista Joan Belluga recibía en depósito unos sacos de moneda de Gonçal Roís, hijo de Gonzalo Ruiz.45 Habían pasado pocos años, en 1468, cuando en el testamento de Daniel Sànchez se anotaron las deudas y depósitos del difunto, citando tanto a los Belluga como a «la taula dels hereus del honorable en Martí Royz».46 Esa puede ser considerada la fecha fundacional más aproximada de la banca Roís, en torno a 1467. En 1470, tras una venta de corderos realizada por un comerciante de Cañete, Juan de Medina, este nombraba procurador para que vigilara sus intereses en la recuperación del crédito a Gonçal Roís, «campsoren civem Valentie».47
Este nuevo paradigma de empresa mercantil-bancaria se venía afirmando por toda Europa, siguiendo el modelo de las bancas italianas consolidadas en una época anterior. La evolución del sistema bancario en Valencia muestra un ritmo lento. Si a principios del siglo XIV, la banca local comenzaba a establecer sus cimientos, no fue hasta bastante más tarde, ya pasadas las primeras décadas de la centuria siguiente, cuando el mercado financiero estaba plenamente difundido y evolucionaba hacia su proyección internacional.48 Y en ese lapso de tiempo la actividad bancaria había cambiado. A pesar de que las compañías mercantiles de la época precedente también destinaban capitales a los negocios financieros, la novedad residía en la autonomía y el peso adquiridos por la actividad crediticia en la estructura de la empresa, que por otra parte no abandonaba completamente los intereses mercantiles.49
Por de pronto, en el caso de los Roís, la actividad crediticia, bajo la fórmula de la adquisición de censales, privados y públicos, adquirió volúmenes impresionantes. Esta práctica, la compra de deuda a través de las instituciones jurídicas del censal o del violario, considerada legal y ajustada a la moral imperante por las élites dirigentes, ya la había llevado a cabo su padre. En ese sentido no era una novedad. Sí que sorprende, en cambio, la cantidad ingente de censales comprados por los hermanos, y es indicativo del peso adquirido en general por la actividad crediticia en la empresa, que normalmente solo se registraba en los libros de contabilidad, hoy desaparecidos, y no tanto en las mesas notariales, como era preceptivo en el caso de la compra de censales.50 Un detallado repaso a esos contratos, aunque puede resultar tedioso, permite construir una imagen aproximada de la actividad bancaria de la empresa.
En 1457, Francí Marès, oriundo de Barcelona, y el caballero Lluís de Vich, vendían a los tres hermanos un violario con una pensión vitalicia de 185 sueldos anuales durante un plazo cuya extinción se fijaba con las muertes de Gonçal y Gil Roís. La banca pagaba 65 libras y el violario fue amortizado en marzo de 1471.51 Con un interés del catorce por ciento, los Roís ingresaron durante esos catorce años unas 130 libras, el doble del capital prestado.
Años más tarde, en 1462, los donceles Mateu Pujades y Montagut de Montagut, junto con el caballero Lluís de Montagut, recibieron 105 libras por un violario de 300 sueldos anuales de pensión, que debería pagarse mientras vivieran Gil y Martí Roís.52 Con un interés similar, este violario se redimió en mayo de 1467, cinco años después, con lo que la banca ganó algo más de 80 libras. A partir de estos años, la actividad crediticia de la empresa parece cobrar fuerza. Unos meses más tarde, en abril de 1462, los nobles Francí Romeu, Joan de Pròxita y Eiximèn Peris de Calatayud vendieron otros 300 sueldos de violario por 105 libras durante las vidas de Gonçal y Martí Roís.53 Pero, al contrario que en los casos anteriores, la amortización del violario se hizo al año siguiente, en abril de 1463. Un instrumento crediticio pensado para satisfacer el crédito a largo plazo fue usado como fórmula prestamista a corto plazo, cuando a aquellos nobles hubiera sido menos costoso vender un censal en vez de un violario, que duplicaba la tasa de interés.
Aún prestaron los Roís una vez más en ese año a través de la fórmula censalista, al menos según se indica en la documentación hallada. En esta ocasión los beneficiarios de su crédito se convirtieron con el paso de los años en parientes suyos, la familia Íxer. En septiembre, Pere d’Íxer, señor de Almoines, en la huerta de Gandia, junto con su mujer Damiata y su hija Margarida, esposa de Francesc Sarçola, señor de la baronía de Jérica, vendió a Gonçal y Gil Roís 500 sueldos anuales de pensión de violario mientras vivieran Gil y Martí, por un precio de 175 libras.54 Esta deuda contraída por afines se perpetuó en el tiempo, pues el contrato no fue cancelado hasta octubre de 1488, un acto que realizó el mercader genovés Andrea Gentile, como procurador de Juan de Astorga, receptor de la Inquisición, que había embargado el violario («domini dicti violarii»).
Todavía en el año 1462, los Roís cobraron pensiones de otros censales y violarios comprados en el pasado. En diciembre, Gonçal extendió un ápoca a Bernardona, viuda del caballero Galceran Castellar, por el cobro de las pensiones de tres años, por un valor total de 18 libras, más otros 13 sueldos y 6 dineros en concepto de gastos mantenidos en el reembolso, seguramente por los intereses de demora.55 En agosto de 1463, Gonçal estipuló otra ápoca a favor de Nicolau de Pròxita, señor de Alcòsser, que a través de Rafael de Bellpuig le había entregado 150 sueldos por la pensión de agosto de 1462.56
En 1463 los hermanos compraron dos censales más. En junio, el caballero Lluís Mascó y el doncel Lluís Crespí vendieron un violario por un precio de 70 libras y una renta de 200 sueldos, que no sería redimido hasta 1488 «de mandato serenissimi domini regis». En septiembre, era el caballero Olfo de Pròxita, junto a otros, entre ellos Tomàs de Pròxita, quien vendió 300 sueldos de violario por 105 libras de capital a Gonçal y Gil, válido durante las vidas de estos dos. En esta ocasión, el contrato sería rescindido en un plazo más breve, en abril de 1470.57 En ambos casos, la tasa de interés se mantenía en el catorce por ciento. En 1464, la familia Pròxita recurrió de nuevo a la banca Roís. Los caballeros Joan y Olfo de Pròxita vendieron a los tres hermanos 300 sueldos de violario por 105 libras, siempre al mismo interés, por medio de un contrato que sería cancelado relativamente pronto, en agosto de 1468.58
En 1466, los Roís volvían a invertir en la compra de deuda privada. En febrero, la viuda de Felip Boïl, señor de Massamagrell, y el caballero Jaume d’Artés traspasaron un violario de 300 sueldos por 105 libras, que sería cancelado en julio de 1491 por un ciudadano de Valencia, Jaume Martí, quien probablemente lo había comprado a la Inquisición. Al mes siguiente, los hermanos compraban otro violario de 300 sueldos al mismo interés a la familia Mercader, secundada por otros ciudadanos. Los principales vendedores eran los caballeros Berenguer, hijo del difunto Galceran Mercader, y Honorat Berenguer, hijo del baile general del reino Berenguer Mercader.59 Al mismo tiempo, los nuevos créditos concedidos venían a compensar otros amortizados. En febrero de 1466, el noble Bertomeu Sentllir de Centelles reconocía una deuda con los Roís, de 40 libras en concepto de la parte que le quedaba por pagar de la luición de un violario de 300 sueldos y 105 libras de capital (sortis principalis), más 24 libras que quedaban pendientes de pensiones impagadas. Para satisfacer la deuda les cedía el cobro de una cantidad similar que las aljamas de Les Useres y de L’Alcora le adeudaban por pensiones censalistas.60 Finalmente, en febrero del año siguiente, los hermanos cobraban a Isabel, en representación del señor de Tous, Antoni Joan, 20 libras por una pensión censalista correspondiente a junio de 1466.61
En 1467, Lluís de Vich, que para entonces llevaba casi dos décadas al frente de la oficina del maestre racional del reino, volvía a vender un violario a los Roís, como había hecho diez años antes. Manteniéndose la tasa de interés de entonces, el contrato se estipuló por un precio de 210 libras y una pensión de 600 sueldos anuales, pagaderos en dos pensiones semestrales. El violario fue redimido en 1471, dos meses antes de la redención del violario vendido en 1457.62
El último contrato de compra de violario fue redactado en el desenlace de aquella década. En mayo de 1469, los tres hermanos Roís prestaron 50 libras y media a través de la venta de un violario con una renta de 142 sueldos anuales durante las vidas de Gonçal y Martí Roís. El vendedor era el caballero Lluís Soler, avalado por algunos ciudadanos de Valencia.63
Resulta difícil evaluar la estrategia de la empresa en este mercado crediticio ya que no hay seguridad de haber recabado toda la información pertinente a través de una documentación tan dispersa como es la notarial. Esta adolece de la homogeneidad informativa de la contabilidad privada. En cualquier caso, si se tiene en cuenta solo la documentación citada hasta el momento, a principios de 1470 los Roís habían invertido en el mercado censalista privado un capital que oscilaba, como mínimo, entre las 900 y las 1.000 libras por el que cobraban unos intereses anuales situados en torno a las 125 o las 140 libras, manteniendo siempre una tasa de interés del violario de alrededor del catorce por ciento.
Durante la siguiente década, la compañía Roís siguió prestando dinero mediante la compra de violarios.64 Sin embargo, es preferible ceñirse a los años de tránsito con el siguiente período, cuando la inversión censalista de la empresa adquirió un volumen mayor. En marzo de 1478, Pere Llopis de Pomar, un doncel de Alzira, junto al notario Joan Beneït, vendió a Gonçal Roís 114 sueldos y 4 dineros de pensión anual de violario a pagar durante las vidas de Gonçal y su mujer Blanquina, por un precio de 40 libras. Dos meses más tarde, la viuda del caballero Martí Enyèguez d’Eslava, traspasaba a los mismos aquellos 150 sueldos de violario a pagar durante las vidas de ambos por 52 libras y media. El violario fue redimido en marzo de 1480. En un último caso, a finales de año, sus parientes, los Íxer, volvían a venderles un violario, como hicieran tres lustros antes. En esta ocasión, el caballero Pere d’Íxer, señor de Terrateig, como procurador de su padre homónimo, propietario del lugar de Almoines, y de su madre, Joana Centelles, vendía 150 sueldos de pensión anual por un capital de 52 libras, durante las vidas de Gonçal y de su hija Maria.65
Durante 1479 continuó la actividad crediticia de la compañía. En el mes de enero, los Roís compraron dos censales. Uno a los representantes de las aljamas de Tavernes Blanques y Benifairó: 500 sueldos de censales por 375 libras, con una tasa de interés del 6,6 por ciento. Este contrato sería cancelado por Joan d’Íxer, esposo y procurador de Blanquina, hija de Martí Roís, en noviembre de 1495. El otro a un aristócrata, Ramon de Riusec, aliter nominatus Francesc Gelabert de Centelles, conde de Oliva, y al mercader Miquel Ferrer. Ambos transfirieron a Gil Roís 1.000 sueldos censales de los 1.033 sueldos y 4 dineros que Ferrer cobraba de renta del General del reino por un precio de 750 libras. Este último contrato sería cancelado tras un breve período, en febrero de 1480.66
En ese año 1480 los créditos se dispararon. Al principio del año, el yerno de los hermanos Roís, el ciudadano Joan de Cornet, les cedía un violario de mil sueldos durante las vidas de Antoni y Lluís Pellicer por un precio de 350 libras. En torno a la primavera, el caballero Francesc Vives de Boïl les traspasaba 500 sueldos de censales cargados sobre una pensión censalista que cobraba de la ciudad por 375 libras, censal que sería cancelado en 1492 por Joan d’Íxer. Semanas más tarde, fue el caballero Francesc Rubert quien les vendió un violario de 900 sueldos anuales por 315 libras. Y días después Gracià de Montsoriu y Gelabert de Centelles les traspasaron otro de 1.150 sueldos por 425 libras. Este fue cancelado a finales de año. Antes, pasado el verano, los Roís habían comprado otros tres violarios: el primero, por un valor de 70 libras y una pensión de 200 sueldos, a Francesc Lluís Bou y su mujer Beatriu Castellar, que fue redimido en 1482; el segundo, comprado por Blanquina, la mujer de Gonçal Roís, al doncel Joan Bou y, otra vez, al caballero Francesc Lluís Bou, por un capital de 35 libras y una pensión 100 sueldos, también amortizado en 1482; y el tercero, adquirido solo por Gonçal, al caballero Jaume de Pertusa y al doncel Enric de Montagut, por 70 libras y una pensión de 200 sueldos. La redención de este último fue realizada por Blanquina en 1496, casi una década después del fallecimiento de su esposo. Antes de terminar el año, Gonçal Roís compró otro violario, nuevamente solo. Se lo vendieron Francí de Montpalau, Manuel de Montpalau y Miquel Joan Beneït, donceles y caballero respectivamente. Se fijó un rendimiento de 300 sueldos a pagar durante la vida de dos de sus hijas, Maria Joana y Leonor, por una aportación de capital de 105 libras. Fue cancelado casi un año después.67
La compra de violarios y el crédito a miembros de la aristocracia valenciana practicado por todos los familiares continuaría en los años siguientes.68 Vale la pena detenerse diez años más tarde del anterior escenario, para evaluar las inversiones de los Roís en este sector del mercado de crédito, insistiendo siempre en que el vaciado documental nunca puede ser completo. Se debe tener en cuenta aquí el caso de los violarios que fueron comprados en la década de 1460 y que no fueron redimidos hasta después de que se iniciase la persecución inquisitorial contra la familia, pero dejando al margen aquellos dos que fueron liquidados en los primeros meses de año, como ya se ha apuntado, los Roís invirtieron como grupo familiar hacia finales de 1480 más de 2.500 libras (en concreto 51.260 sueldos) en créditos concedidos a particulares a través del mecanismo censalista, lo que les reportó unos intereses de más de 305 libras anuales (6.114 sueldos). Estas cifras triplican casi las descritas para una década antes, indicio más que evidente de que el negocio crediticio se había convertido en la estrategia preferente de la compañía Roís conforme consolidaba su expansión, apoyada en la ampliación de una clientela, la aristocracia local, que depositaba su confianza en una banca cuya credibilidad financiera no paraba de crecer. Asimismo, y esto se comprenderá mejor al leer las páginas siguientes, se advierte que, según avanzaban los años, eran Gonçal Roís y su mujer Blanquina quienes recurrían preferentemente a este tipo de negocio, y no tanto sus hermanos, por separado o conjuntamente con Gonçal. También es probable que Blanquina, al menos en los contratos que actuaba sola, invirtiera capitales desgajados de sus bienes dotales.69
Pero el mercado de crédito privado era una posibilidad entre otras, y probablemente no la más atractiva de las que se presentaban a los banqueros y especuladores financieros. Antes bien, las instituciones públicas, cuyas dinámicas organizativas y económicas se relacionaban intrínsecamente con la propia reproducción social de las élites locales, ofrecían oportunidades de inversión interesantes. Ya Martí Roís padre las había aprovechado, y sus hijos superarían con creces el camino marcado por las enseñanzas paternas. Para analizar las inversiones de la banca Roís en el sector financiero público basta realizar algunos sondeos en los años finales de cada década, más el del último año antes del expolio patrimonial de la empresa, para facilitar así una aproximación a las estrategias empresariales en este sector financiero y sus resultados. Pero, antes, debe hacerse alguna precisión.
En primer lugar, la ciudad siguió vendiendo rentas de manera continua a lo largo del siglo XV, manteniendo una tasa de interés relativamente baja que evitara el colapso de su sistema financiero pero lo suficientemente atractiva como para mantener activo el mecanismo de captación de capitales privados. De las tres clavarías que gestionaban la financiación de las políticas municipales, la de los censales, encargada exclusivamente del pago anual de las pensiones de la renta pública vendida, es la que demuestra una mayor estabilidad en la asignación presupuestaria, indicio de que la emisión de deuda pública era un mecanismo de reproducción primordial tanto del sistema económico municipal como de la élite dirigente y, al mismo tiempo, de que la oligarquía era también consciente de los riesgos que conllevaba este sistema de captación de capitales privados. De manera regular, era la clavaría a la que se destinaba una mayor partida de ingresos para la financiación de su actividad, entre 620.000 y 820.000 sueldos anuales a lo largo del siglo XV.70 Sin embargo, la venta de deuda pública fue, excepto en coyunturas difíciles, un canal complementario de captación de recursos financieros frente a los ingresos procedentes de los arrendamientos de la recaudación de los impuestos locales, que podían suponer, según años, entre el cincuenta y el setenta por ciento de los ingresos anuales del municipio. Incluso el dinero aportado por la Bailía General para el pago de las pensiones de los censales vendidos por la Corona con la intermediación de las instituciones urbanas, podía igualar o superar a la venta anual de deuda realizada directamente por el municipio para incrementar los ingresos de un presupuesto sobrevenido.
En segundo lugar, la venta de rentas públicas a través del sistema de censales siguió estando reservada para una élite social integrada, de forma general, por miembros de la antigua y de la renovada oligarquía urbana, constituida esta última por los niveles más preeminentes de la ciudadanía, que también se beneficiaban del desempeño de cargos públicos y de la gestión de instituciones religiosas y públicas. Los Roís formaban en la segunda mitad del siglo XV, sin ocupar cargo político alguno, parte de esta élite social. Por tanto, prestaban dinero a sus iguales, los cuales les permitían participar en el mercado de deuda pública.
En 1460, Pere Eximenis, clavari dels censals de la ciudad, apuntaba cuatro censales a los hermanos Roís: una pensión de 1.000 sueldos a pagar entre el 29 de agosto y el último día de febrero; una de 1.083 sueldos y 4 dineros, abonada también en dos plazos, 14 de septiembre y de marzo; otra renta de 1.000 sueldos que debían satisfacerse los días 5 de octubre y de abril; y finalmente 466 sueldos y 8 dineros, a reembolsar entre el 22 de octubre y el 22 de abril.71 De estos cuatro censales vendidos por la ciudad como emisión de deuda, dos habían sido comprados en vida del padre, a principios de la década de 1440. En conjunto, la inversión en deuda pública era algo inferior a los 54.000 sueldos y los intereses cobrados alcanzaban los 3.550 sueldos. Ambas cifras son inferiores a las derivadas de las inversiones en este sector financiero el año del fallecimiento de Martí Roís padre (58.833 y 3.883 sueldos, respectivamente), momento de menor inversión durante la dirección paterna de la empresa. El descenso en la inversión censalista puede obedecer a causas diferentes: las complicaciones derivadas de la transición en la dirección de la empresa, la búsqueda de capitales para afrontar la ampliación de la presencia en mercados exteriores o la financiación de los matrimonios de familiares para reforzar la red de sociabilidad de la familia.72
El mercader Francesc Falcó, clavario en 1470, anotó exactamente los mismos cuatro censales para ese año.73 No se había producido variación alguna en la estrategia inversora de la compañía. En 1475, el capital invertido, en principio, se redujo. Francí Vidal, clavario en ese año, dejó de apuntar una pensión de 1.000 sueldos (la citada en 1460 en tercer lugar).74 La inversión mermó a menos de 40.000 sueldos y los intereses percibidos a unos 2.550 sueldos. Es la época de colocación de capitales más baja. Ahora bien, al margen de las pensiones pagadas conjuntamente a los tres hermanos, Martí y Gil compraron deuda pública por su cuenta. En concreto, Martí percibía una pensión de 500 sueldos el 22 de noviembre; y Gil, otra de 833 sueldos y 4 dineros el 28 febrero.75 Como se ha comentado en páginas precedentes, se advierte a partir de este momento una estrategia diferenciada entre los hermanos: así como Gonçal y su esposa Blanquina iban colocando por su cuenta más capitales en el mercado de crédito privado, Martí y Gil demuestran un mayor interés por el público, tendencia que se reforzaría en las décadas siguientes.76 Aun así, abordamos estas inversiones conjuntamente pues dan una idea más exacta de la evolución del patrimonio económico familiar que fue perseguido y embargado íntegramente por la Inquisición. En conjunto, supone casi 58.833 sueldos de inversión y 3.883 sueldos de beneficios. Mera coincidencia, pero las mismas cifras que se observaron en el año del fallecimiento del padre. Y una segunda puntualización: los Roís no cobraban las pensiones en los días señalados a lo largo del año, como era más o menos habitual entre estas élites rentistas para las que el ingreso de las pensiones censalistas se asociaba con el mantenimiento cotidiano de su nivel de vida. Muy al contrario, el clavario suele anotar la satisfacción de las pensiones al final del registro contable, en ocasiones con los dos plazos de la misma pensión seguidos, indicio de que la colocación en este sector del crédito público tenía el sentido de una estrategia financiera más, algo alejada de su utilización rentista.
En 1480, bajo la clavaría de Antoni Rull, la compra de deuda pública se disparó.77 Mantuvieron los tres censales de 1475, al que se añadía otro de 200 sueldos a pagar el 12 de agosto. Pero aparte de las inversiones realizadas conjuntamente por los tres hermanos, más estables, Gil y Martí Roís incrementaron notablemente la colocación de capitales en este sector financiero. En especial Gil, con nueve pensiones por un montante global de 5.016 sueldos que implican, utilizando la tasa de interés estándar de 6,66 por ciento, una inversión de 75.315 sueldos.78 Con solo dos pensiones, de una renta total de 666 sueldos, el hermano Martí destinaba una cantidad de capitales mucho más modesta (10.000 sueldos).79 La inversión conjunta, los hermanos juntos y por separado, alcanza los 15 censales municipales, los 126.000 sueldos de capital (6.330 libras) y unos beneficios de 8.432 sueldos anuales. Cantidades que superaban con creces las inversiones realizadas por su padre varias décadas antes. La colocación de capitales se mantuvo estable en los años siguientes80 aunque, como se verá en el siguiente capítulo, la amenaza inquisitorial debió forzar un cambio de estrategia.
En 1486, año anterior a la huida de la ciudad de Gil y Martí, la situación había cambiado completamente. En aquel año, los libros de la clavaría del mercader Antoni Rull solo recogen dos pensiones censalistas y, curiosamente, asignadas a Gonçal, el hermano mayor que debido a su enfermedad no podría huir de la Inquisición. De hecho, Rull anota en los dos asientos a Gonçal como fallecido (quondam). Había muerto el 23 de julio de 1487, como confirma su testamento. Dado que los clavarios eran designados por los jurados entrantes, elegidos en junio, y que su actividad comenzaba desde el mes de agosto de la nueva Juradería hasta el mes de julio siguiente (en este caso, entre agosto de 1486 y julio de 1487) y que el procedimiento contable seguido consistía en presentar un libro-diario al final del período para que fuera fiscalizado por la oficina del racional de la ciudad, Rull debió actualizar la información, el fallecimiento de Gonçal, cuando pasó a limpio los albaranes recogidos durante todo su ejercicio. En aquel año ya no figuraban los tres hermanos como propietarios de esos dos censales, que ascendían a una cantidad de 1.233 sueldos de pensión anual, es decir, unos 18.500 sueldos de capital. De ambos censales solo se conservaba uno, por valor de 1.000 sueldos de pensión, desde los inicios de la actividad empresarial de los hermanos, aunque ahora a nombre solo de Gonçal. Los Roís habían descapitalizado el negocio ante los peligros que se avecinaban.81
El municipio no era la única institución pública cuya venta de rentas interesaba a la compañía Roís.82 Al igual que la ciudad, la Diputación del General, la organización política que articulaba las relaciones de poder en el ámbito del reino, se había acogido desde finales del siglo XIV a la emisión de deuda pública a través de la venta de las rentas, recurriendo también al sistema censalista.83 Aunque no existe estudio exhaustivo alguno sobre este mecanismo de obtención de recursos financieros por parte de esta institución para el período más tardío, el análisis aquí realizado aventura que el General requirió en menor medida de la venta de censales, quizá porque sus gastos no se incrementaron en la misma medida que los de la capital y fueron suficientemente cubiertos con los impuestos indirectos y, eventualmente, con el compartiment, quizá porque el respaldo patrimonial era menor. La sensación general es que, desde mediados de la centuria, la venta de nueva deuda exigía de la amortización de la antigua, limitándose el ritmo de endeudamiento de la Diputación. Por otra parte, la tipología social de los compradores de las rentas de esta institución no varía sustancialmente de la característica del municipio: aristocracia, más advenediza que territorial, ciudadanos y alguna que otra institución social, desde conventos hasta hospitales.
También los Roís adquirieron deuda de esta institución para ampliar sus negocios. En 1460, siendo clavario Galeàs Joan, los tres hermanos poseían dos censales por una pensión global de 733 sueldos y 4 dineros a cobrar en una única paga.84 Una inversión modesta, de unos 11.000 sueldos, muy lejos de los casi 54.000 que invertían en ese mismo año en la deuda municipal, explicable quizá porque la canalización de capitales hacia las rentas vendidas por la Diputación del General era más reciente, o al menos no había sido sustancial en vida del padre. En 1470, la inversión había crecido.85 Por un lado, los tres hermanos mantenían los dos censales adquiridos hacia 1460. Además, Gil compró otro por una pensión de 1.000 sueldos y Martí dos por un total de 1.300 sueldos.86 En total, las pensiones ascendían a 3.033 sueldos y el capital invertido a cerca de 50.000 sueldos. En ese momento, la inversión en la deuda del General se acercaba a la realizada en el municipio, 58.833 sueldos.
Diez años más tarde, la colocación de capitales por miembros de la empresa había crecido, al igual que sucedía con la compra de deuda municipal. Los clavarios Francesc Miró Valleriola y mossèn Bernat Català apuntaron tres pensiones a la sociedad integrada por los hermanos. A los dos censales mantenidos desde décadas anteriores se añadía un tercero de 800 sueldos.87 En total, cobraban rentas por valor de 1.533 sueldos y 4 dineros. Además, Martí Roís había acumulado personalmente otros seis censales, cuyas pensiones ascendían a 2.961 sueldos; por tanto, un capital de 44.863 sueldos, unas 2.243 libras.88 Si se tiene en cuenta la inversión conjunta en ambas instituciones, la del municipio y la del General, el capital colocado en deuda pública por los tres hermanos en 1480 ascendía a 170.863 sueldos, unas 8.543 libras, y los 24 censales adquiridos en ese momento les producían unos ingresos de 11.393 sueldos anuales.
El año 1485 es el último en que puede seguirse la estrategia inversora de los Roís en la compra de rentas de la Generalitat.89 Junto a los tres censales comprados hasta entonces, que seguían manteniendo, los tres hermanos cobraban otra pensión de 229 sueldos y 7 dineros. En total, las pensiones cobradas en ese año ascendían a 1.762 sueldos. Martí seguía siendo el hermano que más censales compraba: mantenía dos de 1480, a los que se unía un tercero de 466 sueldos y 8 dineros. Gil adquiría un único censal por una pensión de 500 sueldos. En total, las rentas ascendían a 3.695 sueldos, una cantidad algo más elevada que la de 1480.
Al igual que en el caso de la deuda municipal, se observa cómo los Roís abandonan prácticamente el negocio de la compra de renta de la Generalitat en 1486. Los tres hermanos no conservaban ninguno de los títulos adquiridos en años anteriores. Solo percibieron pensiones adeudadas de años precedentes que no habían sido abonadas en su momento. También lo hizo Martí Roís, de pensiones de 1484, si bien este aún mantenía la pensión de 466 sueldos y 8 dineros que había cobrado en 1480, más una nueva de 233 sueldos y 4 dineros a reembolsar el 5 de febrero.90
Resulta evidente que los acontecimientos políticos y religiosos precipitaron unas decisiones que pasaban por el abandono de los negocios en la ciudad, y en particular por la desinversión en el mercado de crédito, público y privado. Ya en 1484, los Roís comenzaban a deshacerse de violarios que habían comprado en la década de 1450.91 Al margen de estas decisiones obligadas, se trata ahora de evaluar la capacidad financiera de la empresa en este sector financiero y, para ello, sirve de referencia el año 1480. Si a la colocación de capitales en la compra de rentas a las instituciones públicas (veinticuatro censales por un total de 170.863 sueldos) se añade su actividad, que solo podemos evaluar de manera fragmentaria, en el mercado privado de crédito, donde hemos podido demostrar una inversión de capitales mínima de 51.260 sueldos (en catorce censales o violarios), la colocación de capitales en el mercado crediticio ascendía, como mínimo repetimos, a 222.123 sueldos, más de 11.100 libras que les reportaban unos ingentes beneficios de 17.507 sueldos anuales. Por otra parte, el análisis de la actividad en ambos mercados, privado y público, así como en las distintas instituciones públicas, desvela una dedicación especializada, quizá calculada, entre los tres hermanos: mientras en esas fechas Gonçal adquiría sobre todo crédito privado, Gil se centraba en la deuda municipal y Martí en la del General. Sin embargo, estas cuentas son aproximadas y, especialmente en el caso del mercado de crédito privado, se quedan por debajo de la realidad. Los Roís adquirían también, aunque probablemente ni con la misma frecuencia ni constancia que en el caso de la capital, deuda de otros municipios valencianos y extranjeros. Ya se ha mencionado algún caso. Por otra parte, el censal y el violario, a pesar de haberse convertido en mecanismos crediticios dominantes de la sociedad valenciana, no eran las únicas vías de obtención de créditos, y menos a corto plazo.
Huidos los dos hermanos menores, en enero de 1487, el maestre racional, también receptor general del tribunal valenciano de la Inquisición en esos primeros años, procedió a inventariar los bienes de la familia y, entre ellos, los capitales invertidos en la compra de censales y violarios por los tres hermanos. Primero, anotó las pensiones censalistas que cobraba Gonçal Roís, 2.606 sueldos y 8 dineros, por un capital invertido de 40.780 sueldos. Cobraba un censal cargado sobre el lugar de Manises, otro vendido por la Diputación del General y dos por el municipio; estos dos últimos eran los mismos que Antoni Rull, el clavario de censales, había registrado en sus libros de contabilidad, ya antes citados. Después, el receptor procedió a apuntar los violarios, un total de dieciocho, todos ellos vendidos por particulares, entre ellos su pariente Pere d’Íxer y otros miembros de la aristocracia, que habían pasado por las mesas notariales junto a los hermanos. Suman un capital total colocado de 19.845 sueldos y unas pensiones de 2.720 sueldos. El receptor continuó con las inversiones de Martí Roís: 42.500 sueldos en siete censales, y 14.420 en diez violarios, que le procuraban anualmente unos ingresos de 2.060 sueldos. Luego prosiguió con Gil Roís: a este se le asignaban siete censales (pues acabó considerándose amortizado un violario, que se anuló) por valor de 61.970 sueldos y 3 dineros y unas pensiones anuales de 4.018 sueldos y 7 dineros. Finalmente, Joan Ram Escrivà anotó los violarios comprados conjuntamente por los tres hermanos: siete por un valor total de 17.500 sueldos que aportaban unas rentas de 2.500 sueldos. En total, según las cuentas realizadas por el receptor general, los Roís tenían invertido en el momento de la huida 197.015 sueldos, de los cuales 145.250 sueldos correspondían a capitales invertidos en deuda pública, principalmente del municipio y del General, y 51.765 a créditos concedidos a particulares a través de la compra de violarios.92 Esta cantidad total conjunta es inferior a la calculada para el año 1480, antes mencionada, que ascendía a 222.123 sueldos; una reducción que probablemente fue resultado de la necesidad de deshacerse de los créditos concedidos ante el giro de los acontecimientos, pero que sirve para confirmar la aproximación a la realidad que procura la información notarial y pública para las décadas anteriores tal y como ha sido expuesta.93
Los hermanos Roís adelantaban dinero a sus clientes, generalmente miembros de la sociedad más acomodada: el caballero Pere de Castellví, Leonor, hija del difunto caballero Lluís Sabata, Vidal Doriz Castellà de Blanes, el caballero Francesc Rubert, el doncel Joan Guillem Català de Valleriola, Carròs de Vilaragut, señor de Corbera, el caballero Joan de Vilarasa, el doncel Bernat Guillem Català, el notario Jaume Gisquerol, el ciudadano Joan Morata, o Ramon Castellà, señor de Picassent.94 Se trataba normalmente de cantidades no demasiado importantes, de un centenar y medio de sueldos o similares. Estos clientes, o sus procuradores, estipulaban un contrato notarial bajo la fórmula inicial de un reconocimiento de deuda por la recepción del dinero recibido. A continuación seguía, como compensación, la cesión de derechos de cobro de otra deuda contraída con ellos, una fórmula denominada dita y que implicaba la transferencia de una deuda como pago de otra, en cierto modo fórmula arcaica de la orden escrita de reembolso de una cuenta que se utilizaba en el sistema bancario toscano. Esta cesión de derechos de la deuda afectaba siempre al cobro de una parte de la pensión de un censal que el brazo militar del reino había vendido, por lo que los personajes que respondían del pago de la pensión pertenecían al segmento más conspicuo de la aristocracia valenciana: Pròxita, Centelles, Castellà, Monsoriu, Maça de Liçana, Vilaragut, Pardo de Lacasta, Tolsà o Sentllir. Es de suponer que, reclamada la percepción de la nueva deuda, los Roís podían tanto hacerla efectiva, cobrarla, como apuntar a sus nuevos deudores en sus libros de cuentas. Así, el círculo de la clientela aristocrática de los Roís iba ampliándose a través de este préstamo a corto plazo de pequeñas cantidades de dinero, y se sumaba a aquellos a los que prestaban dinero por vía de compra de censales y violarios.
Y aún existen referencias a préstamos a corto plazo de mayores cantidades y, seguramente, con tasas de interés más elevadas. En 1485, Pere Martí, medidor del Almudín, el granero de la ciudad, reconocía deber a Martí Roís, en representación de la compañía, 40 libras que le había prestado para saldar una deuda con su avunculo, comprometiéndose a devolvérselas en un año bajo pena de 50 sueldos.95
Un ejemplo puede ayudar a comprender la relación entre el préstamo a corto plazo y la adquisición de censales. La banca cubría las necesidades del miles Pere de Castellví, familia muy relacionada con los Roís, como se verá más adelante. Este caballero devolvía a Martí Roís 105 ducados (valorados en 110 libras y 5 sueldos), en expresión del banquero, «quas vobis graciose mutuavi ad oppus ipsos mittendi nobili Francisco de Castellvi, filio vestro, in servicio regie magestatis residenti», es decir, por un préstamo que le había hecho para financiar el cursus honorum de su hijo. Y para ello Pere de Castellví obtuvo financiación traspasando una pensión censalista de 166 sueldos, 4 dineros y óbolo a Gil Roís, el hermano, por el valor total de aquellas 110 libras y 5 sueldos. El contrato fue cancelado el 2 de enero de 1487, cuatro días antes de que los dos hermanos abandonaran la ciudad, y aún así estuvieron cobrando durante tres años un interés del 7,5 por ciento por el préstamo.96
Como banco, uno de los servicios que procuraban los hermanos Roís era la aceptación de depósitos, tanto de dinero como de prendas que sirvieran de aval de los créditos concedidos.97 Esta función pasaba primero por la adopción de nuevas técnicas contables, sintetizadas en la apertura de cuentas corrientes bancarias y de técnicas de compensación de cuentas. El depósito no implicaba exclusivamente la seguridad obtenida por el cliente de tener su riqueza a buen recaudo, sino el recurso al banquero y a su gestión como mecanismo de pago. Es decir, saldar sus deudas mediante la transferencia de capitales entre cuentas corrientes, las de sus proveedores y clientes, entre bancos e, incluso, entre plazas financieras.98 Para el banquero, además del cobro por los servicios realizados, los depósitos suponían la capitalización de su empresa y la ampliación de las posibilidades de inversión.
Obviamente, la documentación notarial no es la más adecuada para tratar estos aspectos. Aun así, careciendo de la contabilidad empresarial, destruida tanto por sus propietarios como por la Inquisición, solo ella puede esclarecer el cumplimiento de estas funciones por parte de la banca Roís. Y hay suficientes datos para sugerirlo. En abril de 1464, dos mercaderes vizcaínos, Juan de Lequeitio y Bertran de Etxaurren, vendieron al caballero Lluís de Cabanyelles y al mercader Bertomeu Perpinyà 800 cahíces de trigo que transportaban en una carabela anclada en la playa del Grao. El cargamento costaba 1.240 libras y debía ser entregado en Tarragona. Los comerciantes vascos cobraron en el momento de la redacción del contrato 526 libras y el pago del resto del precio se aplazó hasta llegar a destino. La banca Roís intervino como garante. Dado que el riesgo del transporte corría a cargo de los compradores, los vizcaínos les obligaban a depositar el resto del importe en la banca:
E, per tuició e seguretat nostra e de les dites coses, que vosaltres dits compradors siau tenguts metre e metau realment e de fet en poder del honorable Goçalbo Roiz tant or e argent que baste a paguar la dita resta del preu del dit forment, si aquell segon dit és no era paguat o si lo dit forment se perdia o era pres o perdut per qualsevol manera.
Cuando estibaran el cargamento en destino, los Roís les entregarían los metales preciosos o el dinero obtenido de su venta hasta cubrir la deuda. Y se especificaba la credibilidad del banquero: «[...] del provehit del qual or e argent vosaltres dits compradors hajau a star o stigau a raó del dit en Goçalbo Roiz, lo qual haia a ésser cregut per sa sola e simple paraula».99
Otros extranjeros de variada extracción social recurrían asimismo a depositar dinero en el banco, indicio de la fiabilidad y confianza que despertaban estos banqueros. En 1480, Lluís Despuig, maestre de la Orden de Montesa, y Nicolò di Campis, clérigo pisano, familiar, doméstico y procurador constituido del abad del monasterio de San Bernardo, en la huerta de Valencia, el cual a su vez había recibido una procuración en Roma de Marc Falcó, reconocían que los hermanos Roís les habían pagado lo acordado de una cantidad de dinero «in vestra tabula depositis per venerabilem Felip Aliaga, quondam priorem templi professum».100 En 1485, Vincenzo Bono, un mercader veneciano procurador de Andrea Basadona, comerciante compatriota suyo, confirmaba que los hermanos les habían pagado cierta cantidad «quas dictus principalis meis dimisit in vestra tabula».101
Por supuesto, también los clientes locales recurrían a la banca. En 1482, Galceran de Soler, caballero de la Orden de Santiago, designaba procurador a su yerno, Joan Marrades, doncel, para recuperar de los herederos del magnífico Martí Roís, quondam, doncel, «vel ab eorum tabula cambii», 8.500 sueldos «in dicta tabula depositas» por el caballero Pere Castellví des tinados a la redención de un censal.102
Estos ejemplos demuestran que el recurso al depósito bancario estaba completamente extendido en esta época, independientemente de la posición social, del perfil profesional o del origen geográfico. Lo habitual era que a aquellos clientes que con más asiduidad recurrían a los servicios del banco se les abriera una cuenta corriente, donde se les iban apuntando créditos y débitos. Cuentas personales tenían los mercaderes que habitualmente negociaban con los Roís en Valencia o desde el extranjero. El día 5 de noviembre de 1468 comenzó a confeccionarse el inventario de bienes del difunto Daniel Sànchez, un comerciante de reconocido prestigio, tratante de lanas y muy relacionado con las empresas italianas. El inventario aún se estaba elaborando el día 7, consecuencia del volumen de sus negocios. Entonces, comenzaron a incluirse en el listado las deudas asumidas por cambistas locales y comerciantes venecianos. Entre los primeros, se cita a la familia Belluga y a Lluís Serra, pero antes que a nadie, a los Roís: «Item los dits hereus e marmessors continuen en lo present inventari com han trobat en la taula dels hereus del honorable en Martí Royz que per aquella són degudes al dit deffunt docentes lliures de la dita moneda».103 Es decir, se habían saldado las cuentas de los negocios que Sànchez mantenía con los Roís, tal y como estaban recogidas en la contabilidad del banco, con el resultado de la deuda contraída por los banqueros. En 1484, Antonio Berti, mercader florentino residente en Valencia, procurador de Gabriele Condulmer, arcediano de Alarcón, sobrino y hermano de pontífices, reconocía que los hermanos Roís le habían pagado 10 castellanos de oro y 158 maravedís por el finiquito de las cuentas de su principal.104
A lo largo de esas cuentas personales se sucedían ingresos y reembolsos realizados por los mismos Roís y se recogían los servicios prestados a sus clientes. En 1471, los procuradores del mercader Martí Sancho reconocieron que los herederos de Martí Roís, cumpliendo una sentencia del Justicia Civil de la ciudad, habían pagado 132 libras y 4 dineros en su tabula.105 En 1473, un comerciante vizcaíno, Ochoa Fogasa, patrón de una nave anclada en la playa, convino que el ciudadano de Valencia Pere Gil había satisfecho «per tabulam honorabilium heredum Martini Roiz, quondam domicelli», 347 libras y 2 sueldos como flete de 534 salmas de trigo cargadas en Termini y desembarcadas en Valencia.106 Por tanto, apertura de cuentas corrientes en la contabilidad de la empresa a cada cliente y compensación entre ellas. Incluso instituciones públicas valencianas recurrían al servicio del banco para realizar la gestión financiera de sus actividades. En 1485, el procurador del noble Francesc Joan de Calataiud extendía un ápoca al justicia, los jurados y demás autoridades de La Vila Joiosa en la que reconocía haber cobrado a través de los herederos de Martí Roís 20 libras en concepto de la pensión restante de un censal municipal. Una década antes, la misma universidad había satisfecho una deuda de 400 libras con el pariente de los Roís, Francí Bertran, «per tabulam honorabilium heredum honorabilis Martini Royz», banco donde el representante de aquella universidad había hecho una dita.107
Caso similar al de Francesc Rubert, un caballero como tantos otros que, como se ha visto anteriormente, vendían censales a los Roís para obtener crédito. En 1481, Rubert admitía a los banqueros «quod retinuistis et tornastis et dedistis michi 260 libras per me in tabula vestri dictorum heredum depositas, de quibus fecistis michi albaranum manu vestri dicti Martini Roiz scriptum quod presentis notario et testium subscriptorum restituhi». La devolución del depósito estaba relacionada con la reducción de la pensión de un censal, según recoge el contrato notarial siguiente: los Roís convenían que, para hacer la aminoración del censal de 600 sueldos de pensión y precio de 315 libras, Rubert les había pagado 210 libras «pro sorte principali» de la pensión de 600 sueldos, 45 libras por los plazos impagados más cinco libras por la prorrata desde el día del vencimiento del último plazo hasta el momento de la redacción del contrato. Así, la pensión del censal se reducía de los 600 sueldos a la mitad y los Roís se embolsaban el valor del depósito rescindido anteriormente.108
Como ha sido mencionado con anterioridad, la práctica notarial había desarrollado un modelo de contrato que acogía la transferencia de deudas entre particulares, la dita. Un tipo contractual de enorme éxito en la sociedad valenciana de la época. En sí, no recogía más que por escrito la admisión de la cesión de la deuda que, entregada al banquero, se convertía en una orden de pago, el talón o cheque bancario, que venía a sustituir la instrucción oral de la operación y, por tanto, no exigía la presencia del cliente.109 Por ejemplo, en 1474, la hija del noble Joan de Flors admitía que los hermanos Roís le habían pagado 25.595 sueldos y medio de los que el caballero Antoni Lluís de Flors, de la Orden de Montesa, «michi in vestra tabula fecit ditam».110 Sin embargo, había un procedimiento más sencillo, cotidiano y de coste económico más bajo. Se trataba de una orden de pago apuntada en un albarán escrito por el mismo cliente, es decir, algo similar a las lettere scritte que los comerciantes toscanos entregaban a sus banqueros y que evolucionaron hacia el assegno bancario.111
Por de pronto, estos albaranes podían sustituir completamente al contrato notarial. En 1473, el mercader Nicolau Pujades firmaba un ápoca al notario Jaume Rodríguez donde admitía deberle 30 libras y 18 sueldos restantes de una cantidad mayor que le había prestado, «de quaquidem quantitatem dicto Nicholao Pujades fecit tria albarana in tabula dels Rohiços».112 En 1481, Martí Roís aceptaba haber cobrado una deuda por Nicolau de Santa Pau, mercader, y Jaume Gambau, deuda que estos habían reconocido a través de un albarán con fecha de 29 de agosto de 1479.113 En 1485, Martí Roís, como procurador de Jofré de Riusec, un comerciante valenciano, admitía que Joan Macip, otro mercader, le había satisfecho 156 libras y 18 sueldos que Francesc d’Acre había confesado adeudar a Riusec a través de un albarán en el que Macip figuraba como avalista de la deuda, albarán que ahora le devolvía. Al mismo tiempo, Roís hacía una dita a favor de Macip para que recuperase la deuda de Francesc d’Acre.114 Desde el momento que estos albaranes confeccionados por particulares tenían valor probatorio, servían asimismo para mantener cualquier tipo de relación financiera. Así, en 1482, Gonçal Roís, en representación del banco, confirmaba que otros banqueros, los hermanos Bernat y Ausiàs Pintor, le habían entregado 200 libras en virtud de un albarán que decía así: