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V
LA FUERZA COORDINADORA DE LA VOLUNTAD Y LA LIBERTAD VIRTUAL
ОглавлениеSe podrá formular una objeción en contra de lo que expresamos en el párrafo anterior. Cabría argüir que es inexacto que el contenido de la idea de libertad está formado únicamente por la coexistencia de diversas posibilidades de acción, de tiempo disponible, de ignorancia de los fenómenos psico-fisiológicos y de la incapacidad de prever todas las contingencias que la complejidad de la vida nos depara en el porvenir. Puede objetarse que falta ahí la voluntad que, presidiendo y aprovechando esos elementos, ha de darles unidad; y que el niño (tomando el ejemplo del último párrafo), que dispone de tantas posibilidades, carece de la fuerza directriz de la propia personalidad.
A este reparo no tenemos que observar sino que no reza por ahora con nuestra comprensión de la libertad, que ha estado encaminado principalmente a probar la honda diferencia que existe entre determinismo y fatalismo, y no a dar desde luego el significado completo de esta idea.
Agreguemos ahora lo que—fuera de los caracteres recién repetidos—le falta a la libertad para hacer de ella una potestad personal; y veremos que en este caso tampoco está reñida con el determinismo. Le faltan el dominio del hombre sobre sí mismo y la orientación de la actividad hacia fines fijados con independencia, y que el sujeto mismo reconozca que brotan de lo más íntimo de su propio ser con entera espontaneidad.
En este caso no se puede decir que a mayor tiempo por delante corresponda mayor libertad, y que las posibilidades por sí solas sean fuentes de libertad. Al contrario; para llegar a disfrutar de esta condición libre es preciso que la voluntad haya gastado mucho tiempo en adiestrarse a sí misma, en acerarse contra las tentaciones que el individuo condena.
La conquista de la libertad así entendida es una perpetua marcha hacia adelante, sin que sea posible llegar jamás a un ideal que el hombre tenga por definitivo. Pero, cosa curiosa; esta libertad superior de que hablamos, a medida que avanza en su perfeccionamiento, va quedando más sometida al imperio del determinismo, es decir, la voluntad va siendo más determinada.
El hombre que posee el mayor dominio sobre sí mismo, que ha expulsado de la esfera de sus deseos las tentaciones vulgares, que no se excede en la bebida, no fuma, no juega juegos de azar, no es glotón, no se deja seducir por los placeres sexuales, y marcha a la conquista de sus ideales con una serenidad alegre, llevando con mano firme y flexible las riendas de las potencias de su alma—este hombre avanza en la existencia de una manera minuciosamente determinada. Este hombre lleva generalmente una vida regida por hábitos de orden, de higiene y de trabajo, tan detallados, que hace que a menudo se diga de él que es como un reloj.
Los actos de un hombre así están sujetos a la mayor previsión posible, y por lo mismo inspiran confianza su constancia y seguridad sus promesas. De Kant no se podría decir que no gozara de esta especie de libertad, y sin embargo, su vida marchaba encerrada entre tan rigurosos hábitos, que produjo inquietud a los vecinos de Koenigsberg el hecho de que interrumpiera un solo día sus acostumbrados paseos vespertinos. No está de más saber que la interrupción provino de no sé qué noticia que había leído sobre la revolución francesa. Un artista, un sabio, pone toda su alma cuando se consagra por largos años a una obra que ha elegido con amor.
Es el caso de Augusto Comte, cuando preguntándose en qué consistía una gran vida, se contestaba que en un pensamiento de la juventud ejecutado en la edad madura. ¿Caben mayor acción personal altísima y al mismo tiempo mayor determinación y encadenamiento que la que muestran la obra genial de seis lustros del nombrado Comte y la labor titánica de medio siglo de Herbert Spencer?
Vemos de esta suerte que a la libertad, que se le señala como distinción característica el dominio sobre sí mismo, el obedecimiento a ideales elevados y propios, no es posible considerarla exenta de limitaciones y determinaciones; y y quizás podría decirse que a más egregia personalidad corresponde una mayor determinación.
A este respecto dice Fouillée: «ser verdaderamente determinado por sí mismo, es pues, ante todo, ser determinado por su carácter adquirido, no innato. Además, es preciso que hasta cierto punto seamos independientes aun del carácter adquirido, que no seamos por ningún motivo esclavos de nosotros mismos, ni de la forma que la naturaleza nos ha dado ni de la que nosotros nos hemos dado hasta el presente.»
Cuando somos verdaderamente libres somos más bien determinados por nuestro carácter virtual e ideal. La libertad tiene los ojos vueltos hacia el porvenir, hacia lo posible, hacia lo que nos representamos como contingente en el sentido de que no concebimos que pueda salir de la ambigüedad en que se encuentra sin nuestro esfuerzo personal. Esta reacción complicada de uno sobre sí mismo, en la plena luz de la reflexión, por medio de la idea, es la que constituye la libertad moral. Se la ha definido siempre como «ser determinado por sí mismo y determinarse a sí mismo.» (Morale des idées forces, p. 279).
¿Significa esta libertad virtual de que trata Fouillée otra cosa que la posibilidad de concebir nuevos fines para la acción, que reemplazar las ideas directrices de edades anteriores por ideas que son novadoras respecto de aquéllas? ¿Y qué quiere decir esa reacción complicada que ha de efectuarse en la plena luz de la reflexión sino que para alcanzar esta libertad virtual debemos considerar maduramente y estudiar los móviles que nos determinan a un cambio de nuestros ideales, para cambiarlos cuando llegamos a tener por más acertado proceder así? Y la modificación de nuestros ideales traerá consigo la transformación de nuestra conducta, porque, como se sabe, toda idea es un principio de acción. Basta cultivarla, encendiendo a la luz de ella el fuego del sentimiento, para convertirla en acto.
No es otro pensamiento que el de la libertad virtual de Fouillée el que afirma Rodó cuando dice, al empezar sus Motivos de Proteo, que «vivir es reformarse». Igualmente la amplitud de criterio para juzgar y comprender, sin aplicar los moldes rígidos de escuelas y dogmas intransigentes, las obras de la literatura o del arte, revela la posesión de esa libertad virtual.
De esta suerte, la libertad virtual, expresión altísima de la libertad moral y de la falta de espíritu de sistema, coincide con la concepción o con la aceptación y comprensión de ideales nuevos, coincide con la fuerza fresca y creadora de la mente, capaz de renovarse a sí misma y de ponerse en el caso de los demás. El llegar a disfrutar de este estado de ánimo es el resultado de una educación bien organizada y de una obra de perfeccionamiento y cultivo llevado a cabo sin cesar, después de salir de las aulas, por cada individuo en su propia personalidad.
Y esta labor no encierra nada de misterioso ni de indeterminado.