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12 de marzo Ese día fue la última vez

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“Los hijos que nos nacen son ricas bendiciones del Señor”

(Sal. 127:3).

El rincón infantil es para muchos niños un momento especial del culto de adoración. Lo era también para mi nieta; cada vez que escu­chaba la música que anunciaba ese momento, pedía a sus padres que la acompañaran hasta el estrado. Años después, cuando pudo caminar sola, se levantaba de su asiento y corría hacia la plataforma para disfrutar su mo­mento especial. Nunca hubo necesidad de pedirle que lo hiciera. Sin embar­go, un sábado, la rutina de once años llegó abruptamente a su fin. Al escuchar la música, ella decidió no acudir al llamado. Sus padres la miraron sin decir palabra; pero la fecha quedó escrita en la memoria de su padre: 17 de junio de 2017. ¿Qué pasó ese día? ¿Fue algo premeditado o espontáneo? Imposi­ble saberlo; quizá ni ella misma lo sabe.

Es así de simple. Las personas crecemos, cambia nuestro concepto de no­sotros mismos, se renuevan nuestras creencias... Nuestros comportamientos responden a un proceso interno de autoconciencia. A veces decimos que los hi­jos crecen muy rápido, y nos asustamos de sus cambios. En realidad, no es rápido. Lo que sucede es que, embelesadas como estamos en otros asuntos, no nos damos cuenta de lo que pasa frente a nuestros ojos.

Las conductas externas se gestan en el interior. Por lo tanto, es indispensa­ble que vivas intensamente cada momento con tus hijos. Monitorea el ambiente de tu hogar, revisa tu relación con ellos, observa cómo cambia su cuerpo y su comportamiento, y el día que seas testigo de un acto trascendente, no te asus­tes, sino hazlo un motivo para celebrar y recordar toda la vida.

Aquel 17 de junio, mi nieta dio un paso hacia adelante en su desarrollo, y sus padres aceptaron su decisión con respeto; y aunque yo, su “abue”, no le pregunté por qué, estoy segura de que iniciaba en ella el proceso de abando­no de la infancia para adentrarse en el mundo maravilloso de la adolescencia.

Si eres madre, tienes una gran responsabilidad, que es a la vez un privile­gio y un gozo. Los niños cantan, ríen, sueñan; contágiate de su naturaleza, de tal modo que ellos respondan con docilidad a tus requerimientos. Recuerda que la frialdad, la indiferencia, la rudeza y la rigidez son contrarias a la persona­lidad infantil y te pondrán en una posición de lejanía respecto a la cercanía que Dios desea que haya entre ustedes.

Pinceladas del amor divino

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