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15 de marzo Ser madre

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“Yo y los hijos que me dio el Señor somos señales milagrosas para Israel, puestas por el Señor todopoderoso que vive en el monte Sion” (Isa. 8:18).

La maternidad es un atributo distintivo de la mujer; algunos estu­dios refieren que aun las mujeres sin hijos ejercen su maternidad de al­guna manera. Y, sin duda, cientos de observaciones confirman este planteamiento. La ternura distintiva de la mujer se pone en acción en múlti­ples actos sencillos de la vida. La mano de una mujer levanta con delicadeza al ave caída del nido, la arropa en su pecho y la hace vivir. Ella puede con­solar el llanto de un niño con una simple caricia envuelta en amor. Su confor­mación física, así como sus cualidades espirituales y emocionales, enriquecen su función maternal.

La maternidad es una vocación sublime con alcances eternos. La mujer maternal recrea la imagen de Dios en la vida de sus hijos. También forma vi­das, aun sin tener hijos. La maternidad conecta a la mujer con Dios, de quien obtiene su fuerza moral, para convertirse así en embajadora del Cielo y maes­tra del bien.

La mujer madre es vocera de Dios; revela lo sagrado de su vocación no solo en su familia, sino también en la gran familia humana que está formada por todos los hombres y mujeres que habitan el planeta Tierra. Ella hace un com­promiso con ella misma. Hace de sus cualidades virtudes, desde donde saca fuerza moral para conducir, enseñar, corregir y aplicar disciplina.

A pesar del tiempo, de los avances tecnológicos, de los descubrimientos científicos, de la nueva moral y de tantos otros cambios propios de la llama­da posmodernidad, la función maternal sigue intacta; sin embargo, el momento actual exige intención personal para ejercerla de acuerdo con los propósitos de Dios.

Querida amiga que eres madre, es necesario que pongas la mira más allá de la realidad presente, y con fe denodada te arrodilles reverente ante la majes­tad del cielo y supliques por todos los hijos: por los pequeños que están en casa, por los jóvenes que intentan escapar de nuestros brazos y por aquellos que volaron del nido y están en la lejanía, mas no alejados de nuestro corazón.

Es hora de orar y de abrazar a los huérfanos que, por circunstancias de la vida, han sido arrancados del regazo materno. El tiempo de responder ante Dios por ellos está a la puerta.

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