Читать книгу Madreselva - Ernesto Rodríguez Abad - Страница 10

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La copa de oro

Él bebió despacio. Había posado los labios en el sitio exacto en el que ella dejó la roja marca de los suyos. María, reina de un lugar de tristezas, mujer de un hom­bre enamorado del poder, lo miró sin parpadear.

Ricardo extendió la mano hacia su mujer. La mi­rada llena de desorbitadas preguntas la envolvió como si una túnica de hielo la cubriese. Ella no habló. Se alejó llorando dulcemente cuando él se retorció en el sillón real. La muerte lo estrujaba con su mano cruel. Qui­zá vengaba tantas muertes que él le arrebató antes de tiempo.

Había decidido matarlo de una forma bella. In­cluso había querido que tuviese cierto matiz sensual; quizá, era el recuerdo del amor pasado, del amor huido. La copa de oro con piedras incrustadas que contenía el veneno la había diseñado con los mejores orfebres. Un diamante por el poder, una esmeralda por las esperanzas rotas, un granate por las horas de placer, un topacio por la mentira...

Ella no hacía nada que no tuviese un significado.

Bebió primero, dejando un rastro de su carmín en el oro. Luego, la rellenó de la ponzoña de destellos de ámbar. La ofreció envuelta en una sonrisa. Después, en la soledad de la torre del norte, lloró buscando su pasado.

Recordó las ilusiones podridas en el pozo del poder, las vanidades y las traiciones.

Saltó al vacío buscando el camino del río. Quedó en el aire de la noche una estela de adioses de tul y gasas. Flotaba como un nenúfar en busca del sol.

Quizá, ahora, algún poeta cante su belleza, arru­llada por la muerte, mecida por el río.

Quizá, ahora, encuentre el amor en las palabras del vate.

Madreselva

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