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PRÓLOGO

La importancia de ser Ernesto

Canarias tiene algunas suertes, aunque enteramente las islas no pueden reclamarse siempre afortunadas. Tener a Ernesto es una fortuna; lo he visto trabajar, y ahora lo vemos escribir. Escribir y trabajar en su caso es lo mismo: una diversión, porque él hace de su oficio una maniobra de encantamiento, personal, hondo, y un encantamiento que envuelve a los otros. Él ha tenido la gentileza, realmente inesperada, de hacerme partícipe del pórtico de este libro, que se lee como si uno estuviera asistiendo a la maravilla de la creación de una metáfora. Así que no me ha pedido nada: me ha regalado algo, y es mucho. Es su modo de ser: él regala; regala a su isla, regala a los que tiene cerca, regala a los que le vamos a ver cuando nos llama, regala a los que le oyen. Con este libro ha construido un universo que es similar al universo que ha hecho con la voz. Su mayor creación, desde mi punto de vista, es haber encontrado en Los Silos el sujeto del cuento, que es a la vez el que cuenta y el que oye. De esa conjunción se ha producido una nueva voz, que ya es la voz de Ernesto. Le vi en acción la primera vez, en medio de un esfuerzo inconmensurable, como si estuviera ju­gando, y me encantó; seguí su trayectoria, y siempre lo he visto en la misma situación, como si viniera de una fiesta y fuera a otra. Azorín decía que hacer fácil lo difícil es una virtud envidiable, y es de los genios. Ernesto está en esa senda. Eligió el cuento como asunto, acaso porque esa es la vía más corta entre dos puntos, el que habla y el que escucha. En estos textos esa astucia inteligente del que cuenta cuentos se alía con otro factor que en él es uno solo de sus muchos hallazgos personales: la cultura. Ernesto sabe, y sabe cómo llegar al alma de lo que sabe. Nada aquí es banal, ni venal, no usa lo que sabe para arrojarlo, sino para compartirlo; es didáctico, y eso no tiene tan solo connotación magisterial, aunque la tiene: enseña porque sabe, naturalmente, sin vuelo en el verso, hondamente. Es de Los Silos, ese es un punto. Verán por qué. Hace muchos años unos amigos silenses me lleva­ron a lo alto de estos montes que ahora visité otra vez, como si fuera buscando lo hondo de aquella sensación. Esa sensación era de un profundo silencio, como si allí el aire fuera una palabra mágica. Leyendo a Ernesto he percibido otra vez el lujo íntimo de ese aire, de ese si­lencio habitado por una palabra que aquí suena muchas veces como suena la palabra amor. Un lujo, una fortuna, tener a Ernesto ahí, contando.

Juan Cruz Ruiz

Madreselva

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