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«HOLA» Y «GUITARRA»

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La Ciudad Real Madrid es una gigantesca fortaleza de líneas rectas, cemento y cristal. Un hotel bunkerizado o un gigantesco centro de alto rendimiento, según como se mire. Allí viven los mejores talentos del club, la crème de la crème. Cuando Luka ingresó en aquel lugar exclusivo, le hubiera gustado poder comunicar sus sentimientos a sus nuevos compañeros, pero en aquellos momentos solo conocía dos palabras en castellano: «hola» y «guitarra».

Con el tiempo se acabaría dando cuenta de que aquellos primeros meses fueron un curso acelerado de madurez. Aprendió a convivir con la soledad, a aceptar sus miedos y superarlos desde el único refugio que conocía: el baloncesto. No tardó mucho en colgar los pósters de sus jugadores favoritos en las paredes de la habitación, para que, de nuevo, fueran ellos los guardianes de sus sueños. Luka puso lavadoras y aprendió más y más palabras. Y tacos, también aprendió tacos, y a veces decía algunos en los partidos. Más de una técnica le pitaron por soltarle palabrotas al árbitro.

—Es que Luka tiene un carácter…. —suspiraba su entrenador en el equipo cadete.

En aquellos primeros meses, Luka hizo muchas más cosas. Fue al cine, probó por primera vez el jamón, descubrió algunos grupos musicales nuevos, aprendió verbos y adjetivos. Aprendió el pretérito imperfecto. Aprendió otras cosas imperfectas. Y habló muchas veces por teléfono con sus padres.

Aprendió también a responsabilizarse de las emociones de los demás: cada vez que hablaba con Mirjam por teléfono ponía en práctica ese aprendizaje.

—¿Cómo estás, cariño? —le preguntaba ella todos los días.

Y él, que no quería engañar a su madre pero tampoco quería preocuparla, sonreía con la voz y le decía que estaba aprendiendo mucho. Y era verdad, pero no era toda la verdad. Luka no le habló de las noches en vela recordándola a ella y a Saša, y de las lágrimas que había derramado, porque eso le haría daño a su madre, y también a él. De modo que prefería hablarle de las palabras que iba aprendiendo, de los lugares que iba conociendo, de los amigos que iba haciendo. Y de baloncesto. Aunque a Mirjam eso le interesaba un poco menos que las rutinas y la salud de su hijo, ella lo escuchaba hablar con deleite del juego. De los partidos ganados y de los perdidos, de los entrenamientos y de los progresos en su técnica.

Cada vez que Mirjam o Saša viajaban a Madrid para ver a su hijo, sus profesores les felicitaban por los enormes progresos en su adaptación. A los pocos meses, el idioma había dejado de ser un problema, y sus nuevos compañeros ya habían caído en el embrujo del juego de aquel chico tímido que hablaba poco pero sonreía mucho. La Ciudad Real Madrid estaba llena de jóvenes talentos, de piedras preciosas que se pulían con esmero y cuidado, pero de entre todas esas joyas, Luka era sin duda la que más brillaba.

Un día, Alberto se acercó a ver un entrenamiento de Luka y habló con José Luis, el entrenador encargado de su formación. Durante esta conversación, Alberto hizo una pregunta que, en aquel momento, todavía era imposible responder:

—¿Será capaz de hacer historia en uno de los equipos con más historia del mundo?

—Apuesto a que sí —respondió José Luis.

—Ya veremos —dijo Alberto.

En su primera temporada completa con el Real Madrid, Luka ganó todos los torneos que disputó y fue nombrado el mejor jugador en todos ellos, así que lo subieron de categoría. Tal y como había ocurrido con Brezovec unos años atrás, se decidió que solo Luka se pusiera sus límites, si es que alguna vez los encontraba.

Pero Luka no parecía tener límites. Con trece años superaba con facilidad a chavales de quince, con catorce masacraba a chicos de diecisiete o dieciocho. Luka devoraba todos los récords de precocidad como un lobo hambriento en un gallinero.

Y, mientras tanto, seguía aprendiendo: aprendió el subjuntivo, que sirve para explicar deseos, y aprendió a hablar de sus deseos en español. Aprendió a cocinar algunos platos. Leyó libros y vio películas y series de televisión. Luka era el chico más normal del mundo. Solo que tenía un talento para el baloncesto fuera de este mundo.

Y así, llegó finalmente la llamada del primer equipo. Muchos de sus compañeros en la residencia nunca recibieron esa llamada. Luka la recibió con solo dieciséis años y dos meses. De nuevo dieciséis.

Se había convertido en el jugador más joven en debutar con el primer equipo.

La respuesta a la pregunta de Alberto había llegado mucho antes de lo esperado. Luka había hecho historia.

Su nombre es Luka

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