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SUEÑOS

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Unos días después, cuando Alberto volvió a Madrid, se reunió con sus superiores en el club y les dio una copia del informe sobre Luka.

—Recibí esto hace unas semanas, antes del campeonato de Roma. Es de un ojeador de confianza.

Sus jefes leyeron el texto en silencio. Finalmente, uno de ellos leyó la última frase en voz alta.

—… nunca sabes lo que va a pasar, pero sabes que el truco va a salir bien.

—Eso es —dijo Alberto.

—¿Y exagera? —le preguntaron.

Alberto no pudo reprimir una sonrisa.

—Para nada.

Alberto les explicó con todo lujo de detalles la gran actuación del muchacho en la final. Les comentó sus estadísticas, que erizaban la piel con solo oírlas: Luka había sido el mejor jugador del campeonato y en la final había firmado 54 puntos, 11 rebotes y 10 asistencias. Los jefes de Alberto resoplaron.

—Y eso ni siquiera es lo mejor —añadió Alberto—. Lo mejor es ver cómo lo hace. Es imprevisible, ve el juego antes que cualquiera y es un competidor feroz. E insultantemente joven. Si se trabaja bien, si se pule bien ese talento puro... ¡no me puedo ni imaginar hasta dónde puede llegar!

—¿El nuevo Dirk Nowitzki? —preguntó uno de sus jefes.

—¿El nuevo Drazen Petrovic? —preguntó otro.

Alberto sopesó un breve instante su respuesta. Le acababan de mencionar a dos de los mejores jugadores europeos de la historia. ¿Sería arrogante poner a Luka a su altura? Recordó entonces todo lo que había visto en Roma, y respondió.

—O puede que mejor. Luka es uno de esos jugadores que aparecen cada veinte o treinta años. Puede que sea un jugador único. Eso aún no lo sé. Lo que sí sé es que tenemos que conseguir que juegue con nosotros.

Alberto les dio más detalles de lo que había visto de Luka en el campeonato, sobre todo de su impresionante actuación en la final. Lo que Alberto no les contó, porque no tenía manera de saberlo en aquel momento, fue cómo se había sentido aquel pequeño mago después de su noche de magia. Quien sí lo sabía era Goran, que viajó junto a Luka en el autobús a la salida del estadio.

Goran recordaría durante mucho tiempo aquel viaje en autobús y los colores del cielo en el atardecer de Roma. Luka y Goran llevaban la medalla de oro colgada al cuello, y miraban por la ventanilla las luces violetas del horizonte y el perfil del Coliseo alejándose. Luka, a su lado, comentaba con voz tranquila lo bonito que era aquello.

—¿Cómo lo haces? —preguntó Goran.

—¿El qué?

—Jugar. Moverte por la pista. Yo a veces, cuando estoy ahí dentro, con todas esas manos que me quieren quitar la pelota, me hago un lío. Pero tú lo haces fácil. Como sin pensar.


Luka no apartaba la mirada de la ventanilla del autobús.

—¿En qué piensas cuando juegas, Luka? —preguntó Goran.

Luka se volvió hacia él y arqueó las cejas, como si quisiera preguntar algo. Levantó los hombros y suspiró mientras se giraba hacia la ventanilla. Luego, solo dijo:

—Cuando juego es como cuando estoy soñando.

Goran veía la cara de Luka reflejada en la ventanilla, mirando al cielo. No sabía si había entendido bien su explicación, pero suponía que no habría otra manera de describir algo así.

Los sueños de Luka transcurrían bajo la custodia de los jugadores que aparecían en los pósters de su habitación. Dirk Nowitzki, Kobe Bryant, LeBron James y Allen Iverson, entre muchos otros. Aquellos jugadores (Dirk haciendo un gancho, Kobe machacando, LeBron lanzando de tres y Allen driblando) observaban, en silencio, la imaginación desbordada de los sueños de Luka. Sueños de niño, donde todo es posible.

Una mañana, semanas después del triunfo en el campeonato de Roma, Mirjam despertó a Luka de uno de sus sueños. Le dio un beso en la frente y, en un murmullo, le dijo:

—Cariño, despierta. Vas a llegar tarde a clase.

Luka se desperezó y salió de la cama. Mirjam lo miraba caminar cabizbajo hacia el cuarto de baño y cerrar la puerta tras él, y no paraba de pensar en la llamada telefónica de la noche anterior. La llamada de aquel español llamado Alberto.

Alberto le había dicho que en su club estaban muy interesados en Luka. Que querían que jugara, como invitado, un torneo nacional, para ver cómo se sentía el chico enfundado en la camiseta blanca. Alberto le había dicho que, si aceptaban aquella invitación y Luka finalmente decidía pasar a formar parte del Real Madrid, tendría una excelente formación académica. Además, viviría en un entorno ideal para su crecimiento tanto humano como profesional. Alberto le había prometido el cielo, porque el cielo era el límite de Luka.

Allí donde brillan las estrellas.

Mirjam dispuso los platos del desayuno en la mesa de la cocina, exprimió algunas naranjas y sirvió el zumo en tres vasos que colocó junto a los platos. Tardó en hacer todo esto unos dieciséis minutos. Luka entró en la cocina vestido con su chándal del Olimpia. Era como su segunda piel. A Mirjam se le hacía raro imaginárselo con otra camiseta. Se sentaron en silencio a desayunar.

Ella pensaba en cómo sacar el tema. En qué momento hablarle de la llamada de la noche anterior. Entonces una llamada telefónica de Saša precipitó los acontecimientos.

—¡Buenos días, campeón! —dijo Saša, cuando Luka descolgó el teléfono.

—¡Buenos días, papá! —respondió Luka.

Mirjam observó la escena con el corazón en un puño. Su hijo respondía con monosílabos a lo que fuera que le estuviera diciendo su padre desde el otro lado de la línea telefónica. Luka se rio, seguramente Saša le habría hecho una broma y, un instante después, su rostro se quedó perplejo. Mirjam, que no le quitaba los ojos de encima a Luka, comprendió entonces que algo no iba bien. Luka miró a su madre con una ceja levantada y preguntó:

—¿Real Madrid?

Mirjam puso cara de sapo. Si hubiera tenido delante al padre de su hijo, lo habría estrangulado. Menudo bocazas. Aunque, por otro lado, ella no sabía si habría encontrado un buen momento para sacar ese tema. Nunca era buen momento para algo así.

—¿Qué pasa con el Real Madrid? —dijo Luka mirando a su madre.

Mirjam suspiró y forzó la mejor de sus sonrisas.

—Quieren que juegues con ellos un torneo, como invitado.

Los ojos de Luka se abrieron como platos y gritó:

—¿Qué? ¡Eso es increíble!

Saša, desde el otro extremo de la línea telefónica, lanzó una carcajada de padre orgulloso y feliz.

—¿Qué te parece? —dijo.

Luka saltó y gritó de alegría. La respuesta estaba clara.

Su nombre es Luka

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