Читать книгу Su nombre es Luka - Ernesto Rodríguez Pérez - Страница 6

LAS LUCES DE LA PISTA

Оглавление

Luka se convirtió con el paso de los años en un símbolo del Olimpia de Liubliana, casi tanto como el dragón del escudo. Había quien decía que por las venas de aquel niño no corría sangre, sino fuego. Y es que todas las explicaciones eran insuficientes para responder a la gran pregunta: ¿de dónde había salido tanto talento?

Los compañeros de Luka se acostumbraron a lo extraordinario: que el mejor de aquel equipo que dominaba con puño de hierro las ligas infantiles del país fuera un niño de sonrisa tímida que tenía cuatro años menos que el resto. Y ni siquiera despertaba celos o envidias entre sus compañeros, ya que Luka nunca se daba importancia. Para él, nada de aquello era importante. A Luka no le interesaba ni la categoría en la que jugara ni los halagos. Para él, lo importante era el juego. Nada más.

Precisamente por eso, por su amor al juego, Luka no se tomaba días de descanso. Los días en los que los chicos de Smolnikar no entrenaban, Luka iba a entrenar con chicos aún más mayores. E incluso contra muchachos de dieciséis o diecisiete años, Luka destacaba con holgura.

Uno de los mejores amigos de Luka en el Olimpia era Goran. Goran jugaba de base porque era rápido y no muy alto. Sabía usar esa condición a su favor, colándose entre los jugadores rivales para meterse debajo de la canasta. Su gran problema era que nunca sabía qué hacer cuando llegaba ahí. De modo que Goran lanzaba a canasta de cualquier manera, y pocas veces encestaba, o la sacaba de nuevo fuera de la zona sin mirar, sin saber si habría o no un compañero para recibir ese pase. Luka, que sabía estar siempre en el sitio adecuado, solía convertir los malos pases de Goran en asistencias. Jugar a su lado, pensaba Goran, era como jugar con una red de seguridad. Parecía que Luka siempre encontraba la llave que abría la puerta de la victoria.

En abril del año 2012 en Roma, a muchos kilómetros de su hogar, el equipo de Luka iba a competir en un campeonato internacional de categoría sub 13. El día anterior a su debut, tras finalizar un entrenamiento suave, los chicos se sentaron en el suelo de la cancha y empezaron a estirar los músculos. Goran se sentó junto a Zoran, un chico alto y poco coordinado, pero con buena muñeca. Luka solía estirar junto a sus compañeros, pero a menudo alargaba la sesión de tiro un rato más que el resto y estiraba más tarde.

Aquel día, Luka empezó a lanzar a canasta desde una distancia de cuatro metros, bajo la atenta mirada de sus compañeros, sentados en el suelo estirando. Después del enésimo acierto, se alejó dos metros y repitió la dinámica. Una canasta, y otra, y otra. Varios aciertos consecutivos más tarde, Luka se alejó hasta la línea de triple y empezó a lanzar: canastón desde el lateral, canastón desde la esquina, canastón desde la frontal. Una y otra vez sonaba el beso de la pelota con la red. Los otros jugadores se habían quedado embobados mirando el espectáculo y ya no sabían qué músculo estaban estirando. Goran miró a Zoran y este resopló con asombro. Smolnikar, también encandilado, se volvió hacia Goran cuando el pequeño base gritó:

—¡Desde el centro de la cancha!

Zoran, a su lado, se unió a él:

—¡Desde el centro de la cancha!

El resto de los chicos se unió al cántico:

—¡Desde el centro de la cancha!

Luka se volvió hacia sus compañeros y sonrió. El señor Smolnikar se unió al cántico:

—¡Desde el centro de la cancha!

Luka se volvió hacia sus compañeros con la pelota en sus manos.

—¡Desde el centro de la cancha! —repitieron todos.

Luka se situó en el círculo central y echó un nuevo vistazo a la canasta. Dos pasos hacia atrás. Un bote, dos botes, tres botes. Luka imprimió toda su fuerza, la pelota voló y voló y, de nuevo, aterrizó dentro del aro. Luego llegaron los gritos de éxtasis, pero Luka ni los oyó. En su cabeza seguía sonando aquel beso desde el centro de la cancha.

Mientras tanto, a miles de kilómetros de allí, Alberto cogía un avión rumbo a Roma. Alberto había sido jugador profesional de baloncesto en la liga española, y en ese momento trabajaba como ojeador para las categorías inferiores del Real Madrid. Su trabajo consistía en buscar talento, esa piedra preciosa que todo el mundo desea encontrar. Sentado en su asiento del avión, mientras el enorme pájaro de metal surcaba los cielos del Mediterráneo, Alberto releía el correo que le habían enviado unas semanas atrás:

«Su nombre es Luka y tiene doce años. Domina los partidos contra chicos de quince. Posee una excelente lectura del juego y sabe generarse sus propios tiros. Es bueno reboteando y asistiendo, y tiene un lanzamiento exterior demoledor. Pero nada de todo eso es lo mejor. Lo mejor es verlo jugar, porque es como ver un espectáculo de magia. Cuando este chico tiene la pelota en sus manos, nunca sabes lo que va a pasar, pero sabes que el truco va a salir bien.»

Aquella última frase se quedó grabada en la mente de Alberto, y sonaba una y otra vez en su cabeza todavía un día después, cuando se sentó en su localidad del pabellón para ver el primer partido de Luka en el campeonato internacional de Roma. El vuelo había llegado la tarde anterior, y Alberto había pasado toda la noche estudiando los informes sobre los equipos y los jugadores que iba a ver. Nada logró despertar en él la misma curiosidad que aquel niño que se llamaba Luka y que hacía magia bajo las luces de la pista.

Cuando los chicos del Olimpia salieron a la cancha, Alberto se fijó en los números de los jugadores y localizó el que le interesaba. Luka se colocó a la espalda de Zoran, que iba a disputar el salto inicial.

El árbitro lanzó la pelota al aire, y Zoran la palmeó hacia atrás. La pelota llegó hasta las manos de Luka. Alberto, desde su asiento, sonrió y murmuró para sí.

—Que empiece la magia.

Su nombre es Luka

Подняться наверх