Читать книгу Perdón, compasión y esperanza - Eslava Euclides - Страница 10
Un Dios que perdona
ОглавлениеEl punto de partida es Dios, en cuyo nombre de algún modo está ya inscrita la idea del perdón. Cuando Moisés, delante del arbusto en llamas, pregunta a Dios por su nombre, recibe como respuesta las célebres palabras “Yo soy el que soy” (Ex 3,14), palabras que descifran el tetragrama hebreo “Jwhw”, Yahvé (Schneider, 2000, p. 478). La respuesta completa, sin embargo, se encuentra varios capítulos más adelante en el mismo libro del Éxodo, durante el encuentro de Moisés con Yahvé en la cima del monte Sinaí: se dice en Ex 34,5-6 que “Moisés invocó el nombre de Yahvé. Yahvé pasó por delante de él y exclamó: ‘Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad”. El “nombre de Yahvé” invocado es pues el nombre de un “Dios misericordioso y clemente”, como se repite luego muchas veces a lo largo del Antiguo Testamento.
En ambiente específicamente cristiano profesamos nuestra fe en “Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, y de todas las cosas visibles e invisibles”. La paternidad y la omnipotencia están aquí vinculadas, junto con la creación de todas las cosas, siguiendo la afirmación del Símbolo de nuestra fe. Podemos hablar de una “omnipotencia paterna” de Dios, no solo como potencia ilimitada de creación, sino también como paternidad en su plenitud. Esto nos conduce a entender que el perdón, como un aspecto de la paternidad de Dios hacia el hombre, existe en Él también en plenitud. Para aferrar esta idea, hay que recordar que la paternidad auténtica y el perdón se unen en la fidelidad. O sea, el padre que perdona es fiel a su paternidad, porque perdonando dona nuevamente la vida, permitiendo al hijo volver a empezar. Esto está maravillosamente expresado en la parábola del hijo pródigo, en la que la fidelidad del padre a su paternidad se traduce en la misericordiosa acogida del hijo (san Juan Pablo II, 1980, n. 6). El perdón permite a Dios manifestar toda su paternidad. En coherencia con ello, Dios no abandonó al hombre después del pecado de Adán, sino que, por el contrario, “rediseñó” su plan sobre la humanidad y decidió enviar a su propio Hijo para actualizar su perdón. El hecho de que Dios Todopoderoso en lugar de simplemente eliminar al hombre lo perdone nos da una idea de lo importante que es el perdón. Dice santo Tomás de Aquino: “Dei omnipotentia ostenditur maxime parcendo e miserando” (S.Th. I, 25,3, ad 3). Dios es tan misericordioso, desea tanto perdonar al hombre, que envió a su propio Hijo para sanar a la humanidad manchada por el pecado, que no supo pedir perdón y, en consecuencia, no pudo recibirlo. El perdón es un aspecto del amor y, como tal, puede recibirse solo cuando el corazón está abierto a él, cuando el orgullo y el egoísmo son eliminados por el amor redimido. El perdón es entonces la clave que activa todo el proceso de salvación.
Conviene tener presente que nuestra vida es un don de Dios: nadie ha forjado para sí mismo su propia vida. Y si la vida recibida de Dios es un don, el “per-dón” es un “don” que alcanza su plenitud (como suele suceder en el latín clásico cuando se añade el prefijo aumentativo “per” a un concepto, Cfr. Gouhier [1969], p. 37). Podemos decir que el perdón recibido de Dios es un don más grande que nuestra vida; podemos así entender que el atributo “misericordioso” aplicado a Dios es extremadamente certero.