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EL PERDÓN CRISTIANO
Philip Goyret*

Los que estamos en la séptima década de nuestra vida recordaremos seguramente la película Love Story, tomada de la novela de Erich Segel y dirigida por Arthur Hiller a principios de los años setenta. Éramos adolescentes rodeados de hippies, con el Festival de Woodstock fresco en nuestra memoria. Tal vez todavía silbamos el tema principal, que era por entonces muy popular. Una de las frases más conocidas pronunciadas por el personaje principal y citada con frecuencia en los trailers de la película, en el libro y en el disco (aquellos viejos discos negros de vinílico de 33 rpm...) decía: “amar significa nunca tener que pedir perdón”. Esta frase se convirtió en un lema para una generación que necesitaba olvidarse de los horrores de la guerra de Vietnam. La película ponía la ternura y el afecto en primer plano, enfatizando la felicidad que había estado ausente en la jungla vietnamita. Se estimulaba un cierto sentimentalismo nostálgico, mezclado con la tendencia, característica de aquellos años, a escapar de la realidad.

Sin embargo, un análisis en profundidad del significado de esa frase pone de manifiesto su desarmonía con la perspectiva cristiana de la vida. Para comprender esto mejor, puede ayudarnos su comparación con otra frase, pronunciada por un sacerdote católico en esos mismos años. Después de escuchar a alguien que le había explicado cuánto había sufrido a causa de diversas calumnias, el sacerdote le dijo: “Tienes que aprender a perdonar”. Inmediatamente después, recordando experiencias personales similares, agregó, como hablando consigo mismo: “yo no he necesitado aprender a perdonar, porque el Señor me ha enseñado a querer” (san Josemaría Escrivá, 2012, n. 804). El verdadero amor incluye el perdón; si es auténtico, el amor necesariamente rechaza el resentimiento, la venganza y el rencor.

Aunque el vínculo entre amor y perdón surge de la naturaleza humana en sí misma, este se debilita seriamente como consecuencia del pecado y en muchos casos desaparece por completo. En algunas culturas y religiones esto sucede no solo como una cuestión de hecho, sino también a nivel de principios. Ahora bien, el cristianismo, entre otras cosas, viene a la humanidad para restablecer este vínculo esencial entre amor y perdón y, de hecho, considera que esta es su característica sobresaliente. Un cristiano perdona, o al menos debería perdonar. La vida cristiana tiene su origen en la Muerte y la Resurrección de Cristo, quien sufrió la Pasión perdonando a sus torturadores y volvió a la vida perdonando la negación de Pedro. Podríamos decir que los cristianos deben ser reconocidos porque perdonan.

Pero ¿qué significa todo esto? ¿Es este un lenguaje válido hoy? ¿No es importante que prevalezca la justicia, dando a cada uno lo que se merece y castigando —no perdonando— los crímenes? ¿No es antinatural el perdón, no va contra el sentido común, no niega la verdad, cancelando de la historia lo que realmente sucedió? ¿Podemos pedir a “personas normales” que perdonen, teniendo en cuenta que probablemente es lo más difícil que se puede pretender de alguien? La superficialidad nos lleva con frecuencia a pensar en el perdón como una simple fórmula de cortesía, como cuando alguien te detiene por la calle para pedirte una dirección, comenzando con “disculpe, ¿podría por favor indicarme...?” Pero cuando llega la verdadera agresión, cuando tu honor es denigrado, cuando tu cuerpo es herido, cuando tu propiedad es dañada, cuando tu amor es rechazado, cuando tu gente es asesinada, ¿cómo puedes perdonar? Nos incumbe, entonces, establecer por qué es tan importante que los cristianos perdonen, qué significa realmente perdonar y cómo podemos llegar a perdonar. La pretensión no es fácil ni breve, pero al menos podemos tratar de señalar, en estas pocas páginas, el sendero principal que nos lleve hacia respuestas satisfactorias.

Perdón, compasión y esperanza

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