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Prólogo

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Cristian Gómez, profesor en un colegio secundario, es un hombre correcto, que tiene una vida perfecta, o al menos eso cree, hasta que muere Irene, el amor de su vida, y un ser anónimo le deja un obsequio macabro en el sillón del living. Con una muerta, un velorio y el aroma de las azucenas comienza esta historia vertiginosa, al mejor estilo de un thriller policial.

La gran obsesión por descubrir al responsable de sus desdichas, no tendrá buen fin para Gómez, y eso lo sabrá el lector desde el inicio, cuando el protagonista presente sus tortuosas vivencias tras las rejas.

Una búsqueda desesperada lo transportará a diversos escenarios y a otros tiempos, lo relacionará con personas a las que antes habría evitado, pero más que nada lo obligará a asomarse a su propio interior para poner en cuestión su apariencia de hombre feliz. Por algo entiende que la felicidad es un bien preciado y efímero.

Si uno le pregunta al joven y talentoso Esteban Balza acerca de la obra, dirá que trata diversos temas; algunos destacados en la actualidad como el bulling y la ineficacia policial, otros inherentes a la condición humana: la obsesión, la soledad y, fundamentalmente, la ira «...esa semilla diminuta sembrada en la tierra árida de nuestros corazones ardidos, que crece, crece y crece...».

Sin bien coincido con su punto de vista, considero que existe otra cuestión que enhebra como fecundo hilo conductor los tópicos enunciados, y es la memoria, o mejor aún, ese tropiezo de la memoria que se llama olvido.

¿Quiénes somos o quiénes creemos que somos?

Desarrollamos nuestra vida escudados en la memoria de nuestro pasado. Sin embargo, la memoria es traicionera, recordamos lo que queremos, lo que nos agrada, lo que nos reconforta.

Y si Gómez, ante la ausencia de su mujer —la más hermosa que ha conocido— recuerda los días plenos a su lado, también recuerda que olvidó.

Es en el torbellino de los hechos que se suceden sin darnos un momento de respiro, que este hombre cada vez más empeñado en descubrir un sentido que parece escapársele apenas se acerca, tendrá que recordar desde un lugar diferente. Y lo hará desde el olvido. Escarbar lo olvidado entre los vericuetos engañosos de la memoria, en eso que oculta la equívoca fachada del recuerdo, y atreverse a romper los estereotipos, serán las únicas formas que le permitirán rastrear la huella certera camino a la verdad.

Por lo general las novelas prescinden de los prólogos.

Pese a ello, el autor de Sobredosis de ira, Esteban Balza, me invitó a participar con un escrito de esta índole, tal vez no a mí individualmente, sino en representación tácita de los escritores de Ushuaia, Tierra del Fuego.

Por dicha razón, este no solo es un prólogo de la obra que el lector tiene entre manos, sino también un prólogo del prólogo.

Mi primera inquietud fue tratar de comprender cuál es el interés de que un fueguino o fueguina se ocupe de la cuestión. Antes, es necesario aclarar que Esteban, oriundo de Santa Fe, que además de escritor y músico es Guía de Turismo, estaba trabajando en esta ciudad del confín cuando lo sorprendió la pandemia, y aunque sus actividades se interrumpieron, decidió permanecer aquí.

Podía haber interrogado al autor sobre su intención al respecto, aunque no lo hice. Considerando que este libro trata una historia de ficción, decidí hallar por mí misma esa relación, y si esta fuese producto de mi fantasía nadie resultará perjudicado, al menos no tanto como el protagonista de la novela, el atormentado Cristian Gómez.

Que un escritor que habitualmente vive en Santa Fe requiera un prólogo en su localización eventual, Ushuaia, dos destinos tan distantes en el mapa del país, solo puede indicar una cosa: la ligazón de dos destinos geográficos en su vida. Esteban Balza recordará que escribió en Santa Fe su primera novela —ya nos había regalado un volumen de cuentos— y que cuando la publicó estaba muy lejos de allí, en Ushuaia. La atmósfera austral tal vez quede así marcada a fuego no solo en este libro sino en el transcurrir vital del escritor, con la nieve tardía de octubre, el color siempre cambiante de la bahía, los atardeceres encendidos y la sensación de estar en lo último del mundo, con las horas de frío y su imaginario de leyenda.

Lo demás queda a criterio del buen lector, más no me atrevo decir, solo le sugiero que se prepare para involucrarse en una aventura apasionante, que quizás identifique con el propio miedo de encontrarse a sí mismo, y que seguramente leerá con la sensación de estar viendo una película que no puede abandonar hasta que el misterio deje de ser inasible.

No creo que se arrepienta de haber tomado la decisión.

Alicia Lazzaroni

Primavera de 2020

Ushuaia

Sobredosis de Ira

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