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EL TÍO LEONCIO
ОглавлениеCREO QUE ME ESTOY PONIENDO muy complicado. Será mejor que parta por el comienzo:
El principio de todo fue una muerte…
Brígido.
Una mañana, cuando estaba listo para irme al colegio, llamaron por teléfono. Como nadie llama a esa hora, obviamente pensé que sería una buena noticia, como por ejemplo:
1. Un ciclón arrasó el colegio. No hay clases.
2. Un alud de piedras y lodo cubrió el colegio.
No hay clases.
3. Un extraño tipo de terremoto, muy localizado, dejó el colegio hecho harina.
No hay clases.
No crean que soy tan podrido de malo como para imaginar que todo esto sucede con los profesores dentro. No, no, no. Me imaginaba que todos ellos, como recién estaban volviendo de vacaciones de invierno, venían atrasados. Y que justo el portero, don Juan, había ido a la esquina a comprar un cartón de Loto. Era entonces, cuando no había nadie ahí, que el colegio desaparecía de la faz de la Tierra.
Una tremenda tragedia (para la directora, porque para mí esto sería lo máximo). Pero nada. No pasó nada. Esa no era la noticia.
Mi papá, que tenía el teléfono pegado a la oreja, solo escuchaba. Mudo. Parecía disecado.
Antes de colgar, solo exclamó: “¡Estaré allí en una hora!”.
Mi mamá y yo, que estábamos al lado igual de disecados, esperando que nos contara qué había pasado, no alcanzamos a saber. Se había hecho un gigantesco silencio que se rompió, precisamente, con algo que se rompía. Beltrán, aprovechando que no lo estábamos mirando, se había subido a la mesa de la cocina para ejecutar una danza-onda-disco-tipo-Godzilla-destruyendo-Tokio. Y Tokio eran los platos y tazas del desayuno.
Mis papás corrieron en dirección al desastre y lo único que alcancé a escucharle a mi papá, porque el bus del colegio ya estaba afuera tocando la bocina, fue: “Se murió el tío Leoncio”.
¿Y quién era ese Leoncio?