Читать книгу Julito Cabello contra la lata tóxica - Esteban Cabezas - Страница 6

●6
EXIJO UNA EXPLICACIÓN

Оглавление

LA NOCHE DEL DÍA “etc., etc., etc.” (ya me aburrí de repetirlo: “Leoncio-Coddou-Clementina-Karla con K”), me dormí mientras mis papás hacían sus maletas y la Clementina (o Jurasina, ¡qué chiste más malo!) llegaba a ocupar sus puestos.

Ella venía a ayudar algunos domingos, porque mi mamá decía que ella estaba aburrida de trabajar toda la semana y porque tenía derecho a un día de descanso. El problema es que la Clementina parecía película en cámara lenta y se demoraba como media hora en hacer una cama. Pero como había criado a mi mamá, a ella no se le ocurría otra persona para que la ayudara. Y si hubiera traído a otra ayudante, se habría sentido podrida de mala, creo. Es que la Clementina es algo así como una “especie protegida”. Y en vías de extinción.

El asunto es que, lenta como es (y arrugada como si se hubiera bañado dos horas en la piscina), la Clementina me caía bien. No sé por qué. A lo mejor porque era buena para reírse, aunque a veces se reía sola y se me paraban los pelos. Lo que sí tenía claro era que si mis papás apenas alcanzaban a atajar al Beltrán, ella ni soñarlo. Era yo o nadie.


Por eso, pensé, me iba a tocar harto trabajo.

Ya era tarde y estaba calculando todas estas cosas cuando me quedé dormido. Y cuando desperté todavía estaba oscuro.

Fue por un ruido insistente. Alguien tocaba el timbre.

Mis papás ya se habían ido, súper temprano, y la Clementina roncaba en la pieza del Beltrán. En el velador tenía un vaso lleno de agua con una dentadura postiza (los dientes no eran filudos, por si acaso, pero eso no los hacía menos asquerosos). Entonces fui a la puerta y, como tenía la obligación de ser adulto, vi por el hoyito quién era antes de abrir. Si hubiera sido un niño en vez de un adulto, de más que llego y abro sin preguntar.

Era una señora que se veía con las patitas chicas y el pelo muy crespo y que cuando se acercaba al hoyito, la nariz se le veía gigante. Como el hoyito, con ese lente que lo deforma todo, no me ayudaba mucho, puse mi mejor voz ronca:

—¿Quién es?


—¿Julio? —dijo la señora narigona—. Soy Karla. Karla con K. Acabo de llegar.

Cero dudas, pensé. No creo que haya muchas Karlas con K, así es que abrí la puerta y ni les digo la cara con que me miró.

—¿Julito? Tú debes ser Julito porque eres el vivo retrato de tu mamá.

Entonces, me apretujó, me levantó y me baboseó entero con un beso (¡aj!).

—Con esa voz tan ronca pensé que eras tu papá. ¿Y tus papás dónde están?

Yo, sin darme cuenta, seguí hablando con la voz media ronca (no sé, me dio plancha que escuchara mi hermoso y angelical tono de voz infantil y, además, era el adulto de la casa) y le comencé a explicar que mis papás se habían ido recién, cuando de repente, en bata y pantuflas, apareció la Clementina. Llevó a Karla a la cocina a tomar desayuno y a contarle en cámara lenta lo que había pasado. Lo del tío Leoncio y todo eso. Yo aproveché de ir a dormir un poco más. Hasta que saliera el sol, por lo menos, una hora decente para un niño.

Julito Cabello contra la lata tóxica

Подняться наверх