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“KONOCIENDO” A KARLA

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ES VERDAD QUE ME TOCABA SER EL ADULTO de la casa, pero la Clementina tenía mi edad multiplicada como por siete. Me llevaba lejos la delantera. Era como siete veces más adulta que yo y, además, no estaba picada, como yo sí lo estaba, ni con la cara llena de yogurt.

Mientras el Beltrán seguía con su labor de distribución del desayuno por todas partes, comencé a moverle el hombro a la Clementina. Para que atinara. Primero fue suave, pero no me resultó. Le salió un ronquido enorme y siguió durmiendo como si nada. ¿Cómo habrá levantado e instalado al Beltrán en su sillita?, pensé yo. Allí estaba, diciéndole “despierta” a cinco centímetros del oído, cuando entró Karla con el pelo mojado.

“¿Dónde hay café?”. Dijo solo eso y ni tan fuerte, pero fue como si a la Clementina le hubieran dado un golpe de corriente. Se levantó de un salto y fue directo a la despensa, se agachó a buscar la cafetera y la puso en la cocina. Si no la hubiera visto, no lo creo. Parecía a velocidad normal, casi humana.

Julito Cabello contra la lata tóxica

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