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EL HÁMSTER Y EL RENO

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OTRA MAÑANA más en el infierno de la soledad.

Qué horror.

Me desperté, me levanté, ni me miré al espejo y me fui a sentar a la cocina, cuando apareció el hámster-niño antes conocido como Beltrán.

—¿Ulito? —me dijo, me miró detenidamente… Y se largó a reír.

Lo último que me faltaba: que un hermano menor que se cree ratón se ría de mí.

Arrrgh. Y siguió:

—Ulito, yo hámster, tú Rudolph. ¡Ja, ja, ja!

¿Ya es Navidad? No. Me paré, fui a verme al espejo del baño y me vi: es verdad que ya parezco Rudolph, el reno, con la nariz como ampolleta.

Me volví a la cama y me puse a pensar, total, mi mamá ya se encerró a escribir muy temprano y mi papá (ahora también mamá) está llenando las tazas de café.

—Rosa, el desayuno está servido.

¿Mi papá diciéndole Rosa a mi mamá?

Raro.

Siempre le dice “mi bichito”, “mi gatito” o “mi pollito”, pero nunca usa su nombre de pila, tan de flor.

Raro.

Mi mamá salió del escritorio de mi papá, que es el único lugar tranquilo de la casa (patudo mi papá, que se lo apropió, y patuda mi mamá, que se lo quitó), y se sentó a tomar café a velocidad supersónica.

Pero mi papá quería hablar.

—Cof, mi amor (aproximación amigable), ¿sabes cuánto te vas a demorar en escribir el libro?

—No, mi amor (respuesta amigable, pero evasiva), no sé.

—Entonces, ¿tendré que hacerme cargo yo de la casa en estas semanas?

—No seas bobo (¿bobo?). Puedes pedirle ayuda a la Clementina (descripción: nana jurásica, herbívora, amistosa y muy lenta).

—Pero ella está en el sur.

—Le mandas un mail y listo.

—No sabe ni lo que es un computador.

—Le mandas algo antiguo entonces, un telegrama.

—Pero si vive en la mitad de la nada., y ya no existen los telegramas tampoco.

—No sé, es tu problema. O si no, le mandas señales de humo. Sé que tú puedes solucionarlo solo. Chao, mi amor.

Y se fue a encerrar de nuevo, a escribir.

Sonido ambiente: Cof.

Mi papá llamó a su trabajo, pidió un par de días libres y partió a comunicarse de alguna forma con nuestra adorable nana, la Clementina. Y algo le escuché (anda hablando solo) de que ya era hora de buscarle un jardín al Beltrán.

¿Un jardín? ¿Un jardín zoológico? Qué podrido soy. Igual podríamos ir a visitarlo los domingos…

Julito Cabello y los zombis enamorados

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