Читать книгу De día gaviotas, de noche flores blancas - Esteban Hinojosa Rebolledo - Страница 10

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Estuve sin novedades un par de semanas, hasta que otra tarde calurosa, en junio, me volvió a invadir la inmovilidad. Fue como si saltara desde un rincón empolvado de mi casa. Esta vez apenas si duró unos diez minutos. Quizás mi enfermedad se vio interrumpida por la tormenta que empezó a caer. Las lluvias del verano tropical no son como las lluvias tristes que salen en las películas grabadas en los países del norte. En el trópico, las gotas caen tan cálidas y con tanto poder que aplastan la tristeza, no la riegan.

El cielo de junio amanece especialmente limpio en mi pueblo. Alrededor de las dos de la tarde empiezan a aparecer las primeras nubes, que chocan unas con otras. Se hacen más y más gordas cada vez. De pronto, lo que era un cielo azul, pista de carreras de nubecitas blancas, se convierte en un paisaje de torres altísimas de algodón gris, casi negro, inmóviles. Y el viento sopla con más coraje mientras más altas se hacen las torres. Como si quisiera derribarlas él mismo, que las construyó uniendo una con otra. Las ventanas de las casas como la mía comienzan a temblar. Las mamás salen a las terrazas a gritar a quien esté cerca para escucharlas que ahí viene el viento de agua. Si tienen hijos jugando en los columpios, corren en su búsqueda y se los llevan de regreso a casa cubriéndoles el pecho.

De día gaviotas, de noche flores blancas

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