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Capítulo 2 LOS PATOSOS

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Con Gabriela, una niña de siete años, estamos reunidos virtualmente y jugamos a dibujar. Ella hace un pato y yo un oso. Me muestra lo que hizo a través de la pantalla del celular; previamente, mientras el otro dibujaba, hubo que cerrar los ojos. A la cuenta de diez los abrimos y, cada uno a su turno, revela su figura. Nos reímos de los dibujos; el placer y la intriga en la realización atraviesan las pantallas. En ese tercer tiempo componemos una experiencia, un territorio “del medio”, compartido; el ritmo escénico nos lleva a conjugar una zona ficcional. Gabi propone: “La pata y el oso tienen hijitos, se llaman patosos, ¡dibujémoslos! Cuando los dibujamos, los imaginamos y ya viven, porque todo es posible, dale Esteban, ¡dibujémoslos!”. A continuación, comienza a contar: “Uno, dos, tres...”.

Asombrados, no dejamos de jugar: dibujamos en el “entredós” que nos convoca. La ficción precede a los niños, preexiste a ellos, los rodea y los aloja, trascendiéndolos en imágenes móviles plenas de vida. Los pequeños, sensibles a ellas, multiplican el pensamiento a medida que sienten; eso los transporta a otra dimensión desconocida en la que son otros: devienen aquello que, en acto, imaginan en un ritmo imperceptible que genera deseo de ficción.

En la infancia, los cambios y las metamorfosis hacen surgir posibilidades entre lo que los chicos experimentan y les pasa, relaciones secretas íntimas entre las cosas, las palabras y los movimientos. De este modo componen analogías, correspondencias, metáforas, significaciones aún por correlacionar en cada escena. La novedad de la ficción es vivida como una instancia originaria y a la vez original que conmueve el universo infantil.

Al crear la ficción, los pequeños son creados por ella; entretejen la ocasión de un asombro primario acerca del mundo que los rodea; quieren saber y conocer lo que les pasa en el cuerpo con la naturaleza, las cosas y las imágenes. Les resulta fascinante cualquier hecho para indagar “por qué”, “cómo es”, “para qué sirve”. En esta experiencia psicomotriz, no se cansan de jugar con el tiempo; van y vienen con la chispeante curiosidad en permanente búsqueda. Cuando toman cierta conciencia, la imaginación ya sucedió y el tiempo vuelve a dividirse en ficcional, virtual.

La historicidad se compagina a partir de esas huellas móviles, afectivas, hasta recrear el próximo quehacer escénico. Los chicos juegan con el mundo que los pone en juego. Así, lo habitan y habilitan un modo de existir exuberante, sin escrúpulos, abierto a lo potencial que concatenan en el próximo encuentro. La versatilidad gestual compone una vibración tan singular como simbólicamente imaginaria. Sin condiciones, el niño inviste las relaciones afectivamente o, dicho de otro modo, es afectado al mismo tiempo que afecta. Para los niños, es tan esencial recibir lo que el otro dona como tener la sensación de donar, de ser capaces de afectar a través de la amorosidad del deseo encarnado en lo corporal.


El movimiento de las escenas ficcionales durante la niñez no se detiene; ellas potencian nuevos posibles, sucesos que de otra manera no existirían; en ellas, los chicos usan la imagen del cuerpo, apertura y mezcla de sensaciones de donde surge un estilo que luego, con el tiempo, será el propio. La ficción crea otro territorio; sale del cuerpo (en tanto organicidad), salta sin saber adónde caerá, confía y sostiene la creencia sin esperar llegar a parte alguna, mientras ellos, los niños, son guiados por la curiosidad y el enigma.

En todo este trayecto –no exento de azares, controversias, berrinches, miedos, intensidades y mezclas–, los pequeños organizan la percepción sensible de un pensamiento asociativo libre, abductivo y artesanal.

Gabriela se levanta, comienza a dar vueltas alrededor de la mesa y me invita a correr como ella. Lentamente, comienzo a hacerlo; cada uno recorre el contorno de su propia mesa. Ella va adquiriendo más velocidad e intensidad. Gabi exclama: “¡Son vueltas al infinito! ¡Dale! Una vuelta más y más, y me voy al infinitooo...”. Corre para alcanzar el artificio móvil de la experiencia; la sensibilidad cenestésica afectiva encarna el deseo ficcional para descubrir sin duda el indeterminado más allá.

La rebeldía de la infancia

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