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Villa Pueyrredón, Buenos Aires –Argentina - agosto 2020

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La abuela Elsa me contó que uno de los momentos más dolorosos de su vida fue cuando cerraron el cajón de su mamá. Nunca se hubiera imaginado que podían pasar cosas peores. Hoy los abrazos están prohibidos, nadie se puede reunir para compartir el dolor, hay que mantener la distancia de por lo menos un metro y medio.

Ninguno de nosotros pudo acompañarla hasta su último momento, sostenerle la mano, decirle que la quería mucho. Me duele, pero estoy tranquila. Yo sé que no tuvo miedo. Siempre había dicho que morir era tan natural como nacer y que formaba parte del ciclo de la vida.

Cuando tenía más o menos mi edad, según decía, le gustaba ir con su primo segundo al cementerio de La Recoleta a leer cuentos de Poe. Se quedaban entre las tumbas hasta el atardecer. Siempre pensé que tenía una relación rara con la muerte, no sé, como amigable.

Yo la siento acá conmigo, está en cada una de sus historias, en todos los momentos que pasamos juntas, por eso no lloro.

Las cremaciones siempre le parecieron una “salvajada”, esa era la palabra que le gustaba usar. Una tarde se la pasó dando explicaciones sobre el tema, se entusiasmaba y hablaba sin parar, agitaba los brazos, levantaba y bajaba la voz. Yo la escuchaba con los ojos grandes y la boca entreabierta… Me imagino que como profesora de secundaria debe haber sido muy divertida. ¡Era tan imprevisible! Recuerdo cada una de sus palabras, no puedo pensar en ella sin que se me escape una sonrisa.

—No niego que la cremación es una práctica muy antigua, fijate que ya la utilizaban en la prehistoria, eso no significa que deba estar de acuerdo. Más bien me inclino por civilizaciones como la griega o la romana, quienes nunca permitieron la quema de sus muertos. Es una costumbre horrible, como un castigo. En Japón, se incineraban solo los cuerpos de los criminales de guerra ejecutados. ¡Ni se les ocurra quemarme! Yo quiero ir a la tierra, aunque esto les complique la vida a mis deudos…

Debo haber puesto cara algo rara porque ahí nomás me explicó que yo sería una de sus deudos y luego me preguntó que si me molestaría llevarle margaritas. Adoraba las margaritas porque eran las flores de los hippies y ella era más o menos de esa época, creo.

¿Alguien podía pensar que iban a meter a los muertos en una bolsa de plástico, sin la presencia de la familia, sin flores ni nada? Bueno, así son las reglas en estos tiempos.

La mejor decisión que tomé fue quedarme con la abuela durante la cuarentena. Ella estaba inmunosuprimida desde antes de que yo naciera porque padecía una enfermedad crónica. La tía Libertad había dicho que si se llegaba a contagiar iba a resultar una paciente de alto riesgo.

Mamá y papá no tuvieron ningún problema cuando les pedí pasar la cuarentena con mi “ababa”. Cada uno, por su cuenta, me abrazó y me dijo cosas como que a la abuela le iba a hacer mucho bien compartir tiempo conmigo y que yo era madura y sensible y bueno, eso. Lo hice porque sentía que quería hacerlo. No me arrepiento, al contrario. Ella siempre decía que el número de contagios era muy alto, que era una lotería y que había pasado los mejores meses de su vida mostrándome fotos y contándome las cosas de la familia.

Cuando murió el vecino del tercero H la noté preocupada. Después vinieron las vacaciones de invierno y regresé a la casa de mamá.

Dos días antes de mi cumpleaños vinieron todas las tías a casa. Bueno, todas menos Julia, que vive en Escocia y no pudo viajar. Pensé que era una sorpresa y que estaban organizando algo especial. Después me llamaron.

Mi mamá me abrazó y se le quebró la voz. La miré y fue peor. Me abrazó más fuerte y se quedó en silencio.

—Es difícil decir esto —empezó la tía Libertad— no sabemos cómo, pero la abuela se contagió de coronavirus. Va a tener que enfrentar una batalla muy dura y con pocas posibilidades. Tenemos que ser fuertes.

Tuve ganas de contestarle mal, me molestó mucho que dijese “tenemos”, no me gusta que me incluyan en algo en lo que no estoy de acuerdo. Miré a mi alrededor y no era momento de decir nada que pudiera hacerla sentir mal. De golpe, se me ocurrió hablar sobre un tema que el resto de la familia no sabía. Respiré profundo y con toda naturalidad lo dije.

—La abuela está escribiendo una novela, trata de nuestra familia, bueno más o menos porque me explicó que cuando alguien escribe, distorsiona, reacomoda, tapa, inventa, transforma y hace lo que quiere o lo que puede con las palabras. Como dicen en las películas, “cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia”. También escribió dos obras de teatro. Una justo la estaba ensayando. Esa la leímos juntas. A mí me encantó, yo hice de Luz. Ella leyó Alicia. Me mostró viejos recortes del diario de cuando había recibido el premio “Trinidad Guevara” como actriz de reparto. Yo no tenía ni idea de que ella había sido actriz. Tampoco tenía idea de que fuese escritora. Se hizo un silencio.

—Así es la abuela —dijo tía Juana— siempre con un “as” debajo de la manga, con una sonrisa pase lo que pase. Cuando éramos chicas se disfrazaba, nos inventaba cuentos, juegos, nos divertíamos mucho. Me tengo que ir, Ceferino lo debe estar volviendo loco a Patricio. Tengamos fe, todo va a estar bien. Mamá nos enseñó a no bajar los brazos.

Mi cumpleaños pasó desapercibido, un encuentro por Zoom con amigas, pero la familia iba y venía. No era para menos, a la abuela la habían internado. Los primeros días me mandaba mensajitos, hacía bromas. Después pasó a terapia intensiva. Muchas veces me dijo que ella iba a estar bien, que yo debía confiar.

Había pasado poco más de una semana cuando la tía Libertad recibió un llamado telefónico. Así nos dieron la noticia. Le recalcaron que, por protocolo, debía ser cremada. Justo lo que la abuela no hubiese querido. Tenía que ser rápido y sin gente, nada de velatorio. Sin margaritas, sin música de los Beatles, sin amigos, ni colegas, ni ex alumnos, sin despedidas, sin lágrimas compartidas. En soledad, en silencio. Yo conservaba mis mejores recuerdos, eso no te lo puede quitar nadie. Me había pedido que si le pasaba algo lo escribiera en Facebook.

—Así tengo, aunque sea, una despedida virtual —comentó mientras sonreía y siguió diciendo— siempre imaginé mi velatorio con música, lleno de familiares y amigos contando chistes y anécdotas sobre tantas cosas insólitas que me solían pasar por distraída. Si eso no es posible, me parece justo que al menos, tengan la oportunidad de despedirse por escrito.

Le voy a pedir ayuda a mamá, cómo se escribe en Facebook que alguien se murió… No sé si voy a poder, lo que sí hice fue adoptar a su mascota. Me hace bien tener a su cachorrita conmigo, se lo había prometido. No fue fácil porque al principio, tanto mamá como papá, me pusieron cara de “un perro no”, claro que, siempre tengo mis recursos. Al final, la única condición terminó siendo que debo ocuparme de pasearla y de darle de comer. Es lo justo. Soy la única que conozco la clave del celular y de la computadora de la abuela. También sé en qué carpetas guarda su novela, sus obras de teatro.

Me gustaba verla escribir. Mientras ella trabajaba yo hacía las cosas de la escuela. A veces le pedía ayuda, sobre todo en historia, que mucho no me gusta. Ahora todo será diferente. No, no lloro, pero me siento rara, como con un hueco.

La verdad nunca leí completa su novela, solo por partes. Me gustaría verla publicada. Eso sí, cambiaría el título y los nombres de algunos personajes. Por ejemplo, que la protagonista se llame Elsa, igual que ella. No voy a parar hasta lograr que se publique y si no está completa la terminaré yo misma. No escribo muy bien, pero tampoco soy tan mala haciéndolo.

Es agosto, hace frío. Hay mucho viento. Tal vez la abuela escribiría que es un viento insípido, yo siento en este momento que la vida, a partir de ahora, será la insípida, ya no me queda ni una sola abuela que me abrace y me diga cosas hermosas sobre mí. No importa que tenga dieciséis años, a veces me agarra miedo, no sé de qué, es un miedo sin causa, no me puedo dormir o me duermo y me despierto a cada rato y me da como una desesperación, parece que el miedo me va a aplastar y me largo a llorar como una nena de cinco años. Nunca hablé de esto con nadie. La abuela decía que ella escribía para sacarse los miedos de encima, a lo mejor ahora que lo escribí me hace bien. Mamá y las tías siguen en el living todas juntas, a veces las escucho llorar, a veces se ríen. Perder a tu abuela es feo, perder a tu mamá debe ser terrible. No tengo ganas de estar entre ellas. Tampoco de seguir escribiendo.


Cuando mis padres se separaron empecé a hacer terapia. Mi abuela Elsa me pasaba a buscar cada mediodía del lunes por el colegio. Almorzábamos juntas en un restaurante pequeño que quedaba a dos cuadras de la escuela. Comíamos el plato del día. La comida era riquísima. A veces iba con alguna amiga y mi abuela la invitaba. Una de mis amigas un día le preguntó si la podía adoptar como abuela. Ella, desde luego, le respondió que sí mientras le daba uno de esos abrazos sostenidos que a mí me encantaban.

El 12 de julio de 2019 empecé a salir con Josefina. No le había dicho nada a nadie, digo, a ningún adulto. Muchos de mis compañeros estaban al tanto. A mamá no le quería contar porque seguro iba a poner el grito en el cielo. Papá no sé. Igual no se lo dije de una, desde el principio. Estaba segura de que mi abuela no tenía ni idea, sin embargo, uno de esos lunes empezó:

—¿Viste que en mi casa tengo muchas fotos de Federico García Lorca y otras tantas de Alejandra Pizarnik?

En ese momento, pensé por qué me estaba diciendo eso. Ni siquiera me dejó contestar. Siguió con su discurso.

—Federico era gay y Alejandra lesbiana. Ambos eran personas maravillosas y sufrieron mucho porque por aquellos tiempos no era nada fácil tener una orientación sexual diferente. Por suerte hoy todo ha cambiado bastante. De todos modos, cuando algunos padres se enteran de que su hijo o su hija no eligieron lo “habitual”, les da un poco de miedo. Miedo a la diferencia, porque vivimos en una sociedad en la que todavía hay mucha mente cerrada, miedo a lo que los demás puedan decir, o tal vez se angustian por tener que cambiar las ilusiones que ellos, como padres, tenían en mente o sienten dolor porque sus “hijes” pueden sufrir rechazo o maltrato. No es tan sencillo. Lo importante es que siempre tenemos que estar atentos a lo que nos pasa y eso no es para nada fácil. Ya sé que todos te dicen que a tu edad no se pueden tener problemas, eso no es cierto. Mi época más difícil fue justamente a tu edad. Fue muy duro haber perdido a mi mamá, que mi padre se casara tan pronto, en fin… si no hubiese sido por mis profesores creo que no habría conseguido las fuerzas necesarias para salir adelante. Siempre me sentí en deuda con ellos.

Y en ese momento, cuando yo estaba pensando a qué venía toda esa introducción, bastante típica en mi abuela, sin más vueltas me preguntó:

—Mica, ¿vos pensás que si tuvieses otro tipo de orientación sexual nosotros te discriminaríamos?

No contesté nada, simplemente me encogí de hombros. ¿Por qué me decía eso, de dónde lo había sacado? Me miró con sus ojos serenos y sin pestañear. Yo seguía como petrificada. Entonces repartió la gaseosa que quedaba entre las dos, tomó un trago y siguió hablando.

—Es muy importante que sepas que la palabra de un adulto a quien tengas en una alta consideración te puede sostener mucho. Aunque hay veces que uno dice cosas y no tiene idea del efecto que puede causar.

Yo la miré con los ojos bien abiertos, ya estaba, como siempre tenía esa capacidad especial de ver detrás de las paredes y eso me daba mucha tranquilidad. Ella sonrió y empezó a comer el postre. Me quedé callada, pero esperaba que ella siguiera hablando. No se hizo esperar.

—Te voy a contar algo. Hace unos cuantos años, cuando todavía era profesora de secundaria, estaba dando la trilogía de Lorca en un tercero y me pareció muy importante, para que se captara mejor la obra, hablar de la orientación sexual del autor. Del fondo uno de los chicos dijo por lo bajo, pero no tanto, porque pude oírlo “puto de mierda”, entonces me enojé y les empecé a hablar a todos de que no interesaba la orientación sexual de una persona sino qué clase de ser humano era... Casi veinte años más tarde un ex alumno, de los tantos que me encontraron por Facebook, me preguntó por Messenger si podíamos ir a tomar un café. Entusiasmada le dije que sí. Aquella mañana, cuando yo me había molestado por lo que había oído acerca de Lorca, este chico estaba definiendo su sexualidad y sus palabras mientras tomábamos el café fueron “Pensé que si nadie más en el mundo me quisiera usted me iba a aceptar y eso me animó para hacer lo que realmente sentía” …por eso insisto Mica, que a tu edad que un adulto te acompañe es importante… Voy a pedir la cuenta porque se nos está haciendo tarde y no quiero que tu psicóloga interprete tu demora, en especial porque es mi culpa.

Me guiñó un ojo como solamente ella sabía hacerlo, pidió la cuenta y nos subimos al auto. Durante todo el trayecto nos mantuvimos en silencio, pero relajadas. Como siempre, antes de arrancar, puso su pendrive con música de los Beatles. A mi papá también le gustan. Mi mamá, en cambio, prefiere escuchar Miss Bolivia. Cuando vamos en el auto con mamá cantamos juntas.

Respira, levántate y anda

Respira, aunque estés sola o en banda

Respira, respira y calma

Calma y respira, yeah

Realmente hacemos muchas cosas juntas con mamá, patinamos y la pasamos re bien, pero, igual me parece que no me va a entender. También ella sospechará algo como la abuela. La abuela, de dónde habrá sacado todo esto… ¿No será que mamá la mandó a decirme estas cosas? No, no lo creo. La abuela no parece el tipo de persona a quien alguien le manda a decir algo, como ella siempre dice “al pan, pan, y al vino, vino.” Una vez, hace bastante, me explicó que había que llamar a las cosas por su nombre.

Cuando dije que quería una fiesta de quince la abuela me miró con cara rara. Ni se imaginaba lo que iba a hacer en mi fiesta de quince. Nadie se imaginaba. Milena me dijo que mejor no lo hiciera y Josefina creyó que no iba a tener coraje. Yo tengo mucho coraje, me gusta decir lo que pienso y que todos lo sepan. Mamá siempre dice que somos una familia de mujeres con coraje. “Mujeres de armas tomar”, dice la abuela. ¿Ella habrá estado armada en la época de la dictadura? Yo sé algunas cosas, pero no mucho, no se habla demasiado de ese tema. Vamos a las marchas cada veinticuatro de marzo. Sé que pasaron cosas terribles, los vuelos de la muerte, el rapto de bebés, la ESMA y todo eso, pero nunca nos sentamos a hablar del tema.

Tenía que ir con la tía Juana a probarme el vestido. Aproveché y le pregunté si me podía enseñar a cantar. ¡Me gusta tanto verla arriba del escenario! Salió muchas veces en canales de música y le hacen entrevistas a cada rato. Mi papá también tiene una banda, pero, es distinto, él no vive de la música, tiene otro trabajo. A veces pienso que quiero ser escritora. Otras, que quiero ser actriz y cantar y bailar. También me gusta meterme en la cabeza de la gente y ayudar a los chicos con problemas, a lo mejor debería estudiar psicología. Llegamos justo a tiempo. Mi abuela me pidió que bajara mientras ella daba una vuelta para estacionar. Me sentía rara, pero aliviada.

Pensé que iba a ser capaz de contarle a la terapeuta, pero no lo hice. No sé si la abuela llegó a hablar de todo esto en su novela.

No puedo creer que ya haya pasado más de un año de ese día en el que ella sacó el tema. En realidad, me dio fuerza para hacer lo que hice en mi fiesta. Nunca llegué a decirle lo importante que fue para mí.

Yo tenía necesidad de contárselo a todo el mundo y en mis quince era el lugar ideal. Antes de cortar la torta, en el momento en que normalmente se hace el ritual de las velas, yo elegí leerle cartas a personas que eran muy significativas para mí. Las cartas las había escrito en la computadora y fue mamá quien las imprimió, pero estaba tan apurada que ni siquiera las leyó. Una de esas cartas era para Josefina y en ella le hablaba de nuestro amor. Mis compañeros ya lo sabían, pero mi familia, excepto la abuela Elsa, se quedó como congelada. En especial mamá. Estaba sorprendida. Al lunes siguiente, cuando fuimos a almorzar con la abuela me preguntó por qué no lo había hablado antes con mamá. Me encogí de hombros. No lo sé. No encontré otra forma de decirlo. La abuela sonrió, pareció comprenderme. Y después riéndose explosivamente me dijo que si ella había sido audaz en su vida yo le ganaba por varios cuerpos…

¡Cuánto la extraño! A veces es como si escuchara su risa, como si pudiera sentir su perfume, esa manera tan particular que tenía para decir las cosas.

Me acuerdo de la noche del 31 de diciembre de 2019 cuando cada uno hablaba de sus deseos para el próximo año. Hasta salimos con la tía Juana y un par de valijas a dar la vuelta al árbol de la esquina porque dicen que si hacés eso vas a viajar todo el año ¿Viajar todo el año? ¡Justo! ¡Quedate en casa! Nadie, nadie, ninguno de nosotros se podía imaginar lo que íbamos a tener que vivir. Lo que más me molesta es esta sensación de tener que adaptarse de repente a un cambio y a otro y a otro más. Tengo las manos como lijas de tanto alcohol, de tanto jabón, de tanto no poder acariciar. No saber lo que va a suceder ni cuándo, escuchar que todo va a ser diferente, que la economía va a explotar. Es casi imposible tener buen humor en medio de esto.

Me gusta ir a clase porque me encuentro con mis amigos, al principio esto del Zoom me parecía buenísimo porque no me tenía que levantar tan temprano, pero a medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que preferiría que nada de esto hubiese sucedido jamás. ¡Si se pudiese volver el tiempo para atrás!

Hace meses que no veo a Josefina porque ella vive cruzando la General Paz y porque las reuniones no están permitidas.

¡Si al menos hubiese podido abrazar a Jose y a mis amigas cuando murió mi abuela! ¡Si al menos ella hubiese podido cumplir su voluntad de ser enterrada como quería y yo pudiese llevarle flores como le llevo a mi otra abuela!

Todo es tan raro ahora. Ni ganas de llorar me dan. Parece una ciudad fantasma. ¡Me gustaría salir corriendo, sin barbijo, y gritar y encontrarme con cada una de las chicas! Ellas conocían muy bien a la abuela Elsa. Me decían que era especial y yo me sentía orgullosa de que así fuera. Siempre llena de sorpresas. La más grande de todas fue encontrar en mi correo un e-mail que me había mandado tan solo nueve días antes de fallecer:

Para. mica2004@gmail.com

Asunto : LO PROMETIDO ES DEUDA

Mi hermosa Mica te adjunto mi manuscrito. Tomé la decisión de escribir cuando tenía tu edad, siempre quise dejar una marca a partir de las palabras.

Estuve muchos meses “amasando” esta historia, que es nuestra y es de todos. Deseo que disfrutes tanto leyéndola como lo hice yo mientras la escribía.

Tu bisabuela decía que estamos hechos de relatos y que estos se vuelven habitables, nos cobijan, nos ayudan a creer, tejen a nuestro alrededor una armadura de mariposas para atravesar la realidad de un modo más sencillo.

Escribir es un acto íntimo con todos tus fantasmas.

En apariencia parece que te rodea el silencio y la soledad. No es así. Es un momento en el que todo se detiene, la vida y la muerte y una se siente libre.

Vale la pena si tus palabras sirven para convocar a otras personas que se conmueven porque se descubren justo ahí, entre una línea y otra.

Es un misterio que te permite recostarte en una frase, abrigarte con una o dos palabras…

Ojalá que a medida que vayas leyendo puedas construir, reconstruir, encontrar sentidos, descubrir señales e inventar tu propia historia. De eso se trata, que no es poco.

Te quiere con el alma, tu “ababa”

Sombra de una Maldición

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