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PRÓLOGO
por
VICENTE PALOMERA

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Del mismo modo que Lampedusa dijo que Stendhal había conseguido resumir una noche de amor en un punto y coma, podría decir que Esthela Solano-Suárez ha conseguido en tres segundos con Lacan resumir qué significa «saber leer de otro modo».

En efecto, desde el inicio, y no sin mucho trabajo, ella logra transmitirnos las consecuencias de su análisis con el doctor Lacan, presentándonos al Lacan analista, encarnado, operando con su cuerpo, prodigando una presencia en acto. Es un análisis que transcurría en los tiempos que se conocen como su «última enseñanza». Son años en los que, al hablar de la interpretación, Lacan señala que «Lo que dice el analista es corte. El analista participa en la escritura [...] escribe de manera diferente para que, por la gracia de la ortografía, por un modo diferente de escribir, suene otra cosa distinta de lo que es dicho, lo que es dicho con la intención de decir».[1]

Que la interpretación se apoye en el equívoco homofónico no significa que el analista se libre a un ejercicio de juego de palabras. Al contrario, a partir del momento en que practica un corte en la frase enunciada por el analizante, el analista hace valer otro modo de escribir, hace resonar algo que no tiene ninguna relación con la intención de significación.

El análisis consiste en hacer pasar la palabra del analizante a la escritura y decir que el analista participa en la escritura, implica que se hace responsable de hacer corte en la articulación significante para pasar el significante del lado de la letra.

Este libro muestra que el psicoanálisis es una práctica que convoca a hacer una lectura singular, una lectura que subvierte los dichos abriendo a la dimensión del decir. Lo que se dice es ya una lectura de lo que se escucha, pero, en lo que se dice se elude lo real de lo que está en juego en el decir.

No hay lectura que no tenga el límite en un «no hay» para leer. En efecto, lo que se lee encuentra siempre el límite de lo que no se lee como real que no cesa de no escribirse. Y precisamente, al final de la cura, se impone hacer algo con lo que no se lee: el analizante cesa de interpretar habiendo disipado las ficciones del ser que recubren la existencia del Uno solo de lalengua que impactó en el cuerpo, dejando una marca de goce. Cernir la singularidad de un modo de gozar despeja el sinthome, resto infranqueable, que no cesa de escribirse, una vez vaciados los oropeles de sentido con los que el lenguaje entreteje los laberintos del síntoma. Un análisis es un asedio a lo indecible para alcanzar lo que se escribe como sinthome en el lugar de lo imposible de escribirse como ley de la relación entre los sexos.

Lo que a Lacan le ocupaba era que lo que no se puede decir se pueda cernir haciendo uso de la letra, de ahí su recurso a la lógica. Orientar la experiencia analítica hacia lo real, es decir, hacia lo imposible de lo sexual, supone la caída de los semblantes que velan el acceso al imposible en juego, del cual procede para cada uno un goce que no se colectiviza. Este camino no es posible sin el acto del analista.

Este libro de Esthela Solano-Suárez testimonia precisamente cómo la interpretación es un camino que transita entre un decir de lo que puede leerse del inconsciente y una escritura de lo que no se da a leer, que Lacan llamó «lo real». Ella nos muestra que, desde el momento en que como analizante se convertía en intérprete de eso que ya había operado, acabó comprometiéndose a hacer una relectura. Este compromiso la ha acompañado siempre a lo largo de su dilatada trayectoria como analista y como docente.

En el tiempo de preparar la edición de este libro, supe que Esthela había asistido a las I Jornadas de Psicoanálisis que tuvieron lugar en Barcelona, en 1977. Igual que Oscar Masotta, ella llegó a Europa en 1975. Eran los años obscuros para Argentina. Masotta había ido a ver a Lacan justo en el mismo momento en que Esthela tenía su primera cita con él. En el curso de dicha entrevista, Lacan le preguntó a Esthela por qué quería hacer un análisis con él y no con Masotta. La pregunta la dejó pasmada y le respondió que, si bien conocía los textos de Masotta, nunca había pensado en él como analista. A su vez, Masotta dejó una carta en el domicilio de Esthela, diciéndole que Lacan le había dado su dirección y que quería encontrarse con ella. Cuando se encontraron, Masotta le dijo riendo: «Lacan me dijo que había recibido a una señora de Córdoba, que le había dicho que no lo conocía». Masotta respondió que era posible, ya que a él lo conocían más en Buenos Aires que en Córdoba. El malentendido estaba motivado por la creencia de Lacan de que Massota era originario de Córdoba. Así fue como Esthela simpatizó con Masotta, que le invitó años después a aquellas primeras Jornadas que tuvieron lugar, en la Fundación Miró, de Barcelona, el 25 de febrero de 1978.

Esta anécdota me recordó que yo estaba entonces acercándome al psicoanálisis y asistí, también, a esas I Jornadas de Psicoanálisis, organizadas por la Biblioteca Freudiana de Barcelona. Entonces no conocía aún a Oscar y a Esthela aún pasarían algunos años antes de conocerla; sin embargo, al escuchar esta divertida historia pensé en lo que suele ocurrirle a los enamorados, que no pudiendo concebir que en alguna época no se hayan conocido, construyen, recurriendo a los puntos de apoyo más endebles, encuentros y relaciones anteriores.

Tres segundos con Lacan

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