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¿VOLVERÁ PARA UN CONTROL?

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—¿Volverá para un control? —me preguntó ese día, al final de una sesión.

Desconcertada por la pregunta le respondí tontamente:

—¿Un control de qué?

—Vuelva para un control —fue su respuesta.

Salí y caminé por la calle a merced del vagabundeo de mi pensamiento, dando un paseo para volver a su consulta. ¡Estaba claro entonces y sin riesgo de equivocarme que me proponía hacer un control con él! Mi respuesta entonces daba cuenta de mi «No quiero saber nada» respecto a mi deseo de hacer un control.

¿No le había comunicado antes mi decisión de dirigir mi demanda a uno de sus discípulos, gozando en el imaginario del grupo de prestigio de ser uno de sus más fieles? Esta proposición-pregunta se había topado con un aire de desdén exageradamente pronunciado por parte de Lacan, como para que fuera claro que no convalidaba mi proposición.

Sin comprender demasiado su respuesta, relancé la cuestión del control un poco más tarde. Esta vez evoqué el nombre de una mujer a la que él había elogiado públicamente diciendo «que ella conocía su paso mejor que él mismo». Su respuesta fue un «No» categórico. Ante ese rechazo reiterado yo llegué a creer que no estaba lista aún para hacer un control. Que hacía falta que yo avanzara más en mi experiencia de análisis.

Ya basta, ya era tiempo de que yo asumiera mi deseo. Apurando el paso para volver a verlo enseguida me di cuenta de que en ningún momento había pensado en él como lugar para dirigir mi demanda de control. Pero al mismo tiempo al hablarle de hacer un control con tal o cual, estaba dirigiéndole una demanda solapada, que no cayó en oídos sordos.

¿No había venido a pedirle análisis, si bien para tratar mi síntoma, también poniendo por delante mi deseo de formación al pedirle que me condujera hasta el final de esa experiencia para ocupar dignamente el lugar de analista? Su sorprendente invitación al acusar recibo de mi demanda tuvo el efecto de un despertar. No había que retroceder entonces ante mi deseo.

Me hizo pasar. Tomó asiento en su sillón detrás del diván y me indicó con un gesto firme que me tumbara. ¿Pero cómo? ¿No he vuelto para un control y me señala el diván? No dije nada y me tumbé. Hablé de uno de mis pacientes. Muy breve presentación de algunos datos fundamentales en los que evoco las frases de ese muchacho que se quejaba del desasosiego y de una crisis en los que estaba sumido, según sus dichos «de una angustia que me estrangulaba (m’etranglait)». Lacan detuvo allí mismo la sesión de control, se incorporó y dijo: «¡Eso es, querida mía!».

¡En el resplandor de ese lapso de tiempo yo había hecho un control! Este control se redujo al corte propicio para señalar un S1, un significante amo del sujeto: «m’etranglait», que se escucha en el equívoco homofónico en francés ser inglés (être anglais). En efecto, la angustia sofocante de este sujeto llegaba al colmo desde el nacimiento de su primer hijo. Su paternidad lo confrontaba con la cuestión del padre. Reconocido y adoptado por el marido de su madre en el curso de su temprana infancia, era fruto de un desafortunado encuentro de su madre con un inglés que la abandonó estando embarazada. Hizo falta un tiempo para que el analizante hystorizara esta coyuntura relativa al malentendido de su nacimiento y a lo real en juego que el nacimiento de su hijo vino a convocar.

Mis controles con Lacan continuaron de la misma manera y siempre en el diván. Cada control, fuera el caso que fuera, era tan deslumbrante como instantáneo. No había lugar para las elucubraciones de saber a propósito del caso, ni para consideraciones diagnósticas, y menos aún para los deslizamientos tomando como eje la intensión de significación. En lo que a mí concierne, no recibí de su parte ni comentarios ni recomendaciones. Al contrario, solo hacía valer en el control la dimensión del acto. Practicaba el corte sobre mis dichos, relativos a los dichos del paciente no dando lugar a elucubraciones o bien, en ciertos momentos, para confirmar una proposición. Tomando como eje los dichos del sujeto que le sometía al control era cuestión entonces de hacer surgir lo que resonaba en el significante.

Según mi experiencia tanto en el análisis como en el control, Lacan ejercía su función dentro del más estricto rigor «materialista» (en el neologismo moterialiste, Lacan juega con la homofonía de mot, palabra, y materialismo para indicar la materialidad de las palabras en las que reside el inconsciente).[11] El control se volvía así una superaudición[12] poniendo el acento sobre lo que oímos, «en el sentido auditivo del término»[13] como significante, aislado por el corte, con el fin de hacerlo resonar como disjunto y sin tener relación alguna con lo que significa.

Este pulso que priva al significante del sentido apuntaría a producir el pasaje del significante a la letra y de la palabra al escrito. El discurso analítico consiste en esta particularidad de introducir a la lectura «de lo que se lee más allá de lo que se ha incitado al sujeto a decir...».[14]

El control será entonces el lugar donde se anudan el sujeto supuesto saber leer y el sujeto supuesto poder aprender a leer. ¿Sería entonces el lugar donde se pone a prueba «que un analista depende de la lectura que él hace de su analizante»?[15]

Al testimoniar aquí de mi experiencia del control con Lacan, extrema en su fulgurancia como lo era también su práctica, concibo mejor que la orientación de Lacan, de acuerdo con su ultima enseñanza conllevaba hacia una práctica sin igual, a fin de tratar cada caso en su singularidad absoluta, fuera de las rutinas, de los tipos, de las clases, de las categorías diagnósticas, de los saberes preestablecidos. En este caso es válido el dicho de Lacan «Hagan como yo, no me imiten». Cada analista, con cada analizante, inventa y reinventa el psicoanálisis.

Me ha ocurrido hacer controles antes y después de Lacan sacando provecho cada vez de la nueva lectura que de ellos se desprendía. El control no responde a un único estándar. Es múltiple dentro de su verdad-variedad (varités) y se declina en sus variaciones según el estilo del analista controlador y la temporalidad lógica del practicante, la cual es relativa, según creo, al grado de elucidación conseguido en su experiencia analítica con respecto al fantasma, a la pulsión y a su modo sinthomatico de practicar el psicoanálisis.

Tres segundos con Lacan

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