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Mi milagro me sonríe

Atravesé los momentos más dolorosos que podría haber vivido como mujer. Pero tomada de la mano de Dios me repuse, y la bendición se multiplicó en los tiempos que Él dispuso. Tenemos un Papá que responde.

Por Sandra Longoria

Nunca me imaginé que tendría que enfrentar este dolor tan grande. Me casé y después de unos meses quedé embarazada. Me sentía tan mal físicamente que no lograba disfrutar realmente de tan hermoso acontecimiento. Transcurridos tres meses de gestación sentí un dolor que no me pareció normal.

Acudí al médico y escuché lo que no me esperaba: mi embarazo era de alto riesgo y tenía que guardar absoluto reposo para tratar de que continuara. Me fui a casa de mis padres donde recibí los cuidados necesarios, de manera que solo me levantaba de la cama para ir al baño.

Un golpe a la esperanza

Recuerdo que una tarde estuvieron en la recámara mis padres y mis hermanas, pero al cabo de un par de horas solo quedamos mis padres y yo. Le comenté a mi mamá que sentía un dolor más fuerte en mi vientre y ella me dijo que tal vez se me pasaría.

En ese momento mi padre también se fue y avisé a mi mamá que necesitaba ir al baño. El dolor se había intensificado mucho más. Estando en el baño vi que estaba sangrando, y entonces sentí un dolor muy fuerte. Para cuando me di cuenta estaba teniendo un aborto.

Tomé a mi bebé con mi mano y lo puse sobre una toalla. Salí del baño y le dije a mi mamá lo que había pasado, y agregué: “No te preocupes, estoy bien.”. Le enseñé a mi bebé, me fui a la recámara y cerré con llave. Solo observaba a esa criaturita tan bien formada y lloraba por la impotencia, llena de tristeza y un dolor inmenso. Pensaba que sería despreciada como mujer por no poder ser madre.

Una de mis hermanas, al enterarse de lo que sucedió, mandó una ambulancia y me trasladaron a un hospital. Me ingresaron por la sala de emergencia, donde los paramédicos que me llevaron me sentaron en una silla de ruedas y me dijeron: “Enseguida te van a atender”. Sin embargo, pasó mucho tiempo, no recuerdo cuánto, pero sí que sentía que me estaba muriendo. Había tanta sangre que ya caía al piso.

Otra paciente que también estaba esperando ser atendida me tocó el hombro y me preguntó si me sentía bien. Le respondí que si me podía hacer el favor de hablarle a mis familiares que estaban en la sala de espera. Obviamente no podían entrar a donde estaba, pero de alguna manera se asomaron y solo les dije: “Sáquenme de aquí por favor”.

¿Por qué?

Después de eso no recuerdo qué pasó, hasta que desperté en una cama de un cuarto del hospital. El doctor me dijo: “No te preocupes, esto pasa a veces, pero no significa que no podrás embarazarte en un futuro”. Pasó un año aproximadamente y quedé embarazada otra vez. Tenía tantas ganas de que todo fuera diferente, pero nuevamente me sentía muy mal. Recibí indicaciones del doctor de que debía tener ciertos cuidados, por lo cual regresé a casa de mis padres.

Una tarde nos fuimos a la iglesia. El predicador y su esposa estaban siendo hospedados en casa de mis padres. Cuando llegó el momento de orar por las necesidades, la esposa del predicador me dijo: “Voy a orar por este bebé, para que todo salga bien”.

En ese momento ya habían transcurrido casi seis meses de gestación, pero esa noche llegando a casa nos dispusimos a dormir y de repente sentí otra vez ese intenso dolor. En esta ocasión pedí que por favor me llevaran a un hospital inmediatamente.

Cuando estaba frente al doctor le rogué que por favor me ayudara, que hiciera todo lo posible para que no perdiera a mi bebé. Me contestó que realmente no se podía hacer mucho, pero que tendría que quedar internada para estar en observación.

Cuando ya estaba en el cuarto del hospital se acercó una enfermera y me preguntó si el dolor menguaba, y contesté que desgraciadamente estaba aumentando. Me revisó e inmediatamente llamó al doctor. En ese momento tuve lo que se conoce como un parto prematuro. Sin perder tiempo se llevaron a la bebé a cuidados intensivos pues estaba muy pequeña para poder respirar por sí sola.

Lamentablemente no pasaron ni un par de horas cuando me avisaron que murió. Sí, otra vez. Me preguntaba llorando “¿Por qué?”. Cuando me dieron de alta del hospital el doctor habló conmigo y me explicó el problema. No solo eso, sino que me sugirió que era mejor pensar en adoptar si es que no quería poner en riesgo mi vida.

Absoluta dependencia

Salimos de ese lugar completamente desgarrados. En mi mente pasaban tantas cosas, pero reaccioné y pensé en mi Dios, el de mis padres, y empecé a pedirle con todo mi corazón “Dame un hijo”. No pasaba un día sin que me tomara el tiempo para ponerme de rodillas y hablar con Él.

Entre las cosas que aprendí en ese tiempo, la principal fue a depender totalmente de Dios. No sé exactamente cuánto tiempo pasó, creo que aproximadamente dos años, cuando sentí la sanidad en mi cuerpo. No me lo dijo un doctor, ni acudí a ningún hospital. Simplemente lo supe. El Espíritu Santo me lo hizo saber.

Un domingo, en el servicio de la iglesia había un invitado. En el momento que terminó su predicación, me llamó para que pasara al frente y me dijo: “Dios ha escuchado tu ruego; Él ya contestó tu petición”. Esto me hizo saber que no estaba equivocada, que lo que había sentido semanas atrás era verdad. Dios me lo estaba confirmando en ese momento.

Me sentí tan feliz, tan llena de paz y de agradecimiento en mi corazón. Dios es tan generoso. Fui al doctor y efectivamente estaba embarazada. No solo el médico me había dicho lo malo que me podía pasar, sino también mi familia, amistades, incluso personas de la iglesia, pero nunca fueron más importantes que lo que Dios me dijo. Sabía que estaba completamente sana.

En ese tiempo estaba trabajando y me sugirieron que renunciara para evitar cualquier riesgo, pero no lo quise hacer porque entendí que cuando Dios hace las cosas, las hace perfectas. Sabía que todo estaría bien. Cuando llevaba seis meses de gestación empecé a ilusionarme pensando que mi bebé sería una niña. Oré a mi Padre y le dije: “Dame la oportunidad de tener una niña”. También le conté que me gustaría que tuviera ciertas características físicas, y me ponía a describirla como ya me la imaginaba.

El primer milagro: Dios responde

En algunas ocasiones le decía a Dios: “Si ya hiciste el milagro en mí, pues permíteme tener cuatro hijos”. No sé si en algún momento Él llegó a pensar que estaba loca, pero me imaginaba tener tantos hijos y me parecía que sería lo más grande que pudiera experimentar en la vida después de conocerle a Él.

Cada vez que me tocaba visitar al doctor me hacía saber que extrañamente todo estaba marchando bien, y salía del consultorio feliz. Finalmente llegó el día. Regresamos de cenar con unos amigos un domingo por la noche y nos acostamos a dormir. Ya estaba dormida cuando empecé a sentir los dolores de parto.

Nos preparamos para ir al hospital y recuerdo que cuando llegué eran las 3 AM. El ginecólogo que me recibió me dijo: “Eres primeriza; tardarás mucho tiempo en dar a luz”. Los dolores aumentaron rápidamente, y a las 5:25 AM ya estaba conociendo a mi hija.

Por primera vez la besé y hablé con ella, mirándola, sin poder explicar cómo es que Dios hace las cosas. Uno de los momentos más hermosos de mi vida. La veía y era tal como me la imaginaba, tal como le pedí a Dios. Le dije: “Definitivamente tú fuiste reservada por Dios para que seas mi hija”. Ella solo abría sus ojos y trataba de mirarme; lo más hermoso era ver a mi milagro sonreír.

Al momento que estaba hablando con ella, el doctor me preguntó si pensaba tener más hijos y le contesté que sí. Me dijo: “¿Qué método anticonceptivo vas a utilizar?”, a lo que contesté que no sabía. Cuando salimos del hospital me informaron que me habían puesto un dispositivo en el cuello de la matriz como método para planificar. No estaba muy familiarizada con eso, pero empecé a informarme, mientras disfrutaba de ser mamá. Pensé: “Este método no me gusta, en cuanto tenga oportunidad voy a pedir que me lo quiten”.

El segundo milagro: Dios concede

Cuando mi hija cumplió aproximadamente 10 meses me empecé a sentir mal. Me hacía la fuerte, pero en ocasiones tenía dolores de cabeza casi todo el día. No era algo que me preocupara demasiado, pero igual fui a visitar al doctor. Me hizo una prueba de embarazo y dio positivo. Nuevamente me puse feliz.

Platicando con el padre de mis hijos le pregunté qué le gustaría que fuera, y me dijo que quería un niño. Entonces le dije: “Pídele a Dios; sé que Él puede conceder las peticiones de tu corazón”. Nos disponíamos a ir al servicio del domingo por la tarde cuando me di cuenta de que había llegado el momento de dar a luz, así que en vez de ir a la iglesia nos fuimos al hospital.

Pasaron solo un par de horas cuando nuevamente estaba mirando mi milagro sonreír en mis brazos. Dios en Su Palabra nos dice que no hay nada imposible para Él. Nos habla también que pidamos y nos será concedido. Es maravilloso saber que cuando el diagnóstico dice no, Dios dice sí.

El tercer milagro: Dios sorprende

Pasaron exactamente dos años y de nuevo estaba en el hospital de ginecología dando a luz una hermosa muñeca. Fue algo que me sorprendió porque le estábamos festejando el cumpleaños número 2 a mi segundo hijo y me sentía un poco incómoda. Fui a una revisión y me dijeron que debía quedarme porque había empezado el trabajo de parto. A pesar de esto regresé a casa, estuve con mi hijo para que soplara las velas de su pastel y luego regresé al hospital.

Así que mi segundo hijo y mi tercera hija nacieron en el mismo día y mes. Cabe mencionar que, en esta ocasión, como método anticonceptivo estaba usando unas inyecciones y que, por supuesto, tampoco funcionaron para impedir que la bendición de Dios llegara a mi vida. Me queda claro que cuando Dios te bendice no hay nada que pueda estorbar.

El cuarto milagro: Dios bendice

Me comentaron que unos de los métodos anticonceptivos más seguros eran las pastillas, aunque nada 100% seguro, pero en esta ocasión me decidí por ellas. Mi tercera hija tenía un año y un mes cuando nuevamente estaba dando a luz a mi cuarto hijo varón.

¡Qué alegría! Son los momentos más felices de mi vida. Hasta el día de hoy puedo sentir esa dicha tan grande de verlos sonreír. Cada vez que los veo recuerdo que Dios contesta las peticiones del corazón. En la Biblia dice: “Bendito el fruto de tu vientre”, y realmente así es.

Creo con todo mi corazón que mis hijos están aquí con un propósito divino y sigo orando para que sea cumplido en ellos. Me siento feliz por cada uno de sus logros, pero nunca olvido que todo es gracias a nuestro Dios, que me concedió la dicha de ser madre de mis “cuatro fantásticos” como normalmente les nombro.

He conocido a varias mujeres que están pasando por la misma situación que yo pasé y hemos orado a Dios pidiendo un milagro, y Él ha respondido. No cabe duda de que escucha nuestras oraciones y concede los deseos de nuestro corazón.


Sandra Longoria reside en Longmont, Colorado, USA. Dios la llamó al ministerio en 1998 y estudió en el Instituto Bíblico Jerusalén en la ciudad de Chihuahua, México, y luego en el Instituto bíblico Berea de Colorado, USA. Desde hace más de 20 años sirve al Señor en diferentes áreas de las iglesias donde ha sido miembro; desde hace tres años está sirviendo como líder en la iglesia Impacto de fe en Commerce City, Colorado.

Email: sandralongoria12@gmail.com

Antología 9: Resiliencia

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