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¿Por qué a mí?

Los buenos también sufren…

Por el pastor Leo Tomeo

No está dentro de nuestros cálculos. No entra en nuestras previsiones. Cuando algo malo sucede, cuando el dolor irrumpe, cuando la enfermedad, la muerte, la crisis financiera o el abandono dicen presente, hay una sensación, un grito que se anuda en la garganta, se clava en el pecho, se apodera de nuestra mente y echa raíces profundas y dolorosas en nuestro corazón. Injusticia. Esa es la palabra que mejor describe lo que sentimos.

Solemos asociar cada cosa que nos sucede a una suerte de justicia retributiva. Un premio o castigo por nuestra forma de vivir y actuar. Por eso nos cuesta tanto aceptar y entender las cosas que nos pasan cuando no son buenas. Si ellas no son resultado de nuestras acciones, entonces es injusto que tengamos que soportarlas. Estamos convencidos de que evidentemente alguien se equivocó.

Esto no es nuevo, la idea de asociar la enfermedad o la desgracia a las malas acciones es tan vieja como el hombre mismo. Entendemos que alguien tiene la culpa, alguien hizo algo para que esto sucediera. Muchas veces incluso se culpa al mismo afectado, que además de cargar con la pena, debe soportar el juicio de los otros.

Ya en tiempos de Jesús esta idea estaba arraigada en la gente. En el capítulo 9 del Evangelio de Juan, podemos leer un episodio en el cual Jesús y sus discípulos, mientras caminaban, se toparon con un hombre ciego. Inmediatamente surgió la pregunta: “Rabí, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Fue por sus propios pecados o los de sus padres?”

Los discípulos entendían que debía haber un culpable para la ceguera del hombre. Si nació ciego evidentemente sus padres habían hecho algo mal y la ceguera del hijo era el justo castigo para ellos. O peor aún, Dios sabía del pecado que este hombre cometería y lo castigó de antemano.

Jesús comenzó a desenredar esa madeja de pensamientos condenatorios sobre el origen de la enfermedad de este hombre. Y sin nombrarlo, también del origen o causa de los males que nosotros atravesamos actualmente. En el versículo 3 dice: “No fue por sus pecados ni tampoco por los de sus padres que este hombre nació ciego”.

Jesús inició así un proceso liberador en este hombre. Y seguramente también puede comenzar el mismo proceso en tu corazón, tantas veces agobiado por el dolor, por la culpa -impuesta o auto impuesta- de buscar los motivos ocultos detrás de lo que te pasa. No vamos a poder responder el porqué de nuestros problemas, pero sí vamos a ir descubriendo juntos parte del poder transformador del Salvador.

Jesús completó su respuesta con una declaración maravillosa, orientada hacia el futuro. Hacia un propósito transformador y un cambio de enfoque en las perspectivas del hombre en relación con su enfermedad. Él dijo: “No pecó ni él ni sus padres, pero a través de este mal, Dios va a ser glorificado”.

No podemos explicar por qué nos pasan ciertas cosas. Pero de esto podemos estar seguros: Dios puede hacer algo maravilloso con nosotros y en nosotros, a pesar de las dificultades, con ellas o a través de ellas.

Hace unos años fue muy popular una telenovela llamada “Los ricos también lloran”; no soy amante de ese género, pero tenía razón en algún punto: los buenos también sufren.

Lo sabía el rey David. En el Salmo 73 escribió que casi pierde su equilibrio emocional al ver el éxito de los malos. También lo sabes tú, y lo sé yo. Y precisamente es de mi experiencia que quiero contarte en las páginas que siguen. Comenzaremos haciendo un poquito de historia.

El sueño…

Corría el año 1998 cuando dejé de luchar con mis libros de Derecho. La pelea era pareja por momentos, aunque confieso que cada día eran más los golpes que recibía que los que daba. Claro, estaba dando mucha ventaja. Mis sueños iban por otro lado. No me veía dando un vigoroso alegato en un tribunal oral, sino predicando, enseñando, consolando, y llevando a los pies de Jesús a alguien que estuviera tan necesitado como yo.

Los días transcurrían con la misma rutina: tempranito a la facultad, luego al trabajo, y por la noche al seminario. Era agotador. Los fines de semana eran mi deleite. Servía al Señor liderando el grupo de jóvenes y adolescentes en la iglesia. Tardes de salidas, consejería, compartir cada sábado de su Palabra. El domingo aún más: escuela dominical y predicar en el culto central de la iglesia. Era feliz.

Al llegar cada lunes, mi corazón se debatía en la misma idea. El fuego de su amor ardía en mi corazón y deseaba servirlo cada día más y mejor. Finalmente, tomé coraje, y guiado por la firme convicción de la oración y la seguridad de mi llamado, dije adiós al Derecho e ingresé al Seminario Bautista de Buenos Aires.

No cabía en mí de la emoción, atravesé la entrada, vi el vestíbulo principal y más atrás, la capilla. Al fin estaba en el lugar que soñaba y que Dios había preparado para mí. No podía imaginar en ese entonces, que la chica que cantaba en la capilla, esa que miré deslumbrado al ingresar al seminario, un día se convertiría en mi esposa.

Mi sueño era servir al Señor. Pero ese sueño se completaba con una esposa que amara lo mismo que yo, y una familia que honre a Dios. Hoy Marcela dice que con esa frase la conquisté. Evidentemente Dios también hizo su parte.

En octubre de 2001 nos casamos, nos fuimos a España, luego volvimos. Siempre buscando servirle cada día más. Llegó nuestra primera hija: Cecilia. ¡Qué bendición! No podíamos ser más felices. Tres años después, nació Giuliana, y la dicha no podía ser mayor, vivíamos en un sueño. Un sueño del que la vida se encargó de despertarnos violentamente.

Un día despertamos…

No, no era justo. Giuli no hacía las cosas que los otros chicos hacían. Era injusto, no comenzaba a decir palabritas como los demás. Muy injusto, no llegaban sus primeros pasitos. Recontra injusto, los médicos la miraban preocupados. Era injusto porque éramos buenos, amábamos a Dios. No era justo ese diagnóstico, ese dolor. Además, no era justo porque los que son malos tienen chicos normales. Y nosotros no tenemos que sufrir. Esto no tenía que ser así. No queríamos despertar: el sueño no debía terminar.

Me acordé de Job muchas veces. No entendía el porqué de la discapacidad de Giuli, y aún no lo entiendo. La diferencia entre aquel momento y éste en el que escribo… es que hoy sé que no es importante el “por qué”, aunque tampoco creo en el clásico: “¿para qué?”; pero pude ser consolado con la maravilla de un nuevo propósito. La transformación maravillosa de lucha interior, en paz que desborda.

La restauración de Job comenzó cuando dejó de escuchar los diagnósticos, las soluciones, los juicios y las alternativas propuestas por sus amigos, y fijó su atención en la voz de Dios. Esta es una de las claves de la sanidad, y la búsqueda de un nuevo propósito en la nueva realidad que tal vez nos toque enfrentar.

Son dramáticos los capítulos centrales del libro de Job, sus amigos pasan por todas las fases del mal acompañamiento: juicio, condena, malos consejos. Lo habrás notado, lo habrás padecido alguna vez, estoy seguro. En ocasiones no necesitamos palabras, opiniones ni diagnósticos, necesitamos amor.

Eso era lo que necesitaban Job y su esposa. Cada uno atravesó ese desierto a su manera. Desde la profunda tristeza, al cuestionamiento y al enojo con Dios. Las circunstancias dañaron el corazón del matrimonio, tanto que su esposa le pidió que renegara de su fe, y muriera.

Nuestra vivencia

Voy a contarte algunas de las palabras que no necesitaba oír cuando descubrimos la problemática de Giuliana, reconociendo que cada una de ellas fue expresada por queridos amigos, hermanos e incluso familiares: “Dios hizo que esto pase para enseñarte algo”. Honestamente, no creo que Dios haga que un chico nazca con una discapacidad simplemente para que yo aprenda algo. Te diría que no podría creer en un Dios así.

Otra de las frases, reconozco irónicamente que lleva una gran carga de ternura, es esta: “Tuvieron suerte de tener una nena así, ella va a amarte toda la vida. Las otras se van a casar y se van a ir...”.

Es importante entender y asimilar que hay algunas pautas en relación con el dolor y las cosas malas que nos pasan. La primera es no intentar buscar un motivo para todo, hay cosas que nunca vamos a saber por qué nos suceden. Pero lo que sí podremos hacer, es ver la mano poderosa de Dios obrando en nosotros. A pesar del dolor, con el dolor, e incluso utilizando el problema para nuestro bien.

La segunda pauta, es no buscar poetizar o espiritualizar todo. Las cosas malas son malas, los problemas son problemas, las pérdidas son pérdidas, y que Giuli haya nacido con una discapacidad es algo malo. Decir que fue una suerte es un sinsentido. En cambio, es maravilloso saber que tenemos un Dios que, como expresa el apóstol Pablo en Romanos 8:28: “Dispone (acomoda el desorden) para bien de quienes lo aman”.

Cuando el golpeado Job dejó permear su corazón por la inmensidad de la soberanía de su Señor (memorables los capítulos 38 y 39) descubrió aún en medio de la pérdida y dolor, una nueva visión de su Dios. Y una nueva etapa mucho más fuerte, real y poderosa de su fe. Llegando a expresar que antes de ese dolor, de esa enfermedad, de las pérdidas, no tenía un conocimiento real ni de Dios, ni de su propia realidad.

“…yo hablaba lo que no entendía; Cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven”. (Job 42:3,5)

Si había un propósito yo no lo veía. Hasta que Dios lo creó. Y hasta que yo lo vi.

Apocalipsis 21:5 dice que Dios hace nuevas todas las cosas. Cada uno de nosotros, al experimentar tristezas, pérdidas y dolor, necesitamos ser renovados. Es imprescindible trabajar y sanar esas áreas que se lastimaron.

Tal vez pienses que no vas a poder alcanzar tus metas con la realidad que te toca vivir. Quizás no puedas hacer lo mismo que pensabas. Pero cuando Dios dice que hace nuevas todas las cosas, dice que también da propósitos, metas y hasta llamados nuevos.

Reconozco que tengo un defecto. No soy bueno acomodando cosas. Pero Dios sí. “Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito”. (Romanos 8:28, NVI)

No todas las cosas que nos pasan son buenas. Algunas son malas, incluso injustas. Pero Dios tiene el poder de darles una nueva disposición que increíblemente resulte para nuestro bien y más aún… para el de otros.

“Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación”. (2 Corintios 1:3, NVI). Padre Misericordioso, Él se pone en mi lugar. Y en mi lugar, tiene misericordia, cuidado y amor por mí. Él es el Dios de toda consolación.

En este punto viene lo bueno. Dios no se limita a conformarnos o darnos un sentido de modesta aceptación. Él toma lo que tenemos, nuestras virtudes y también nuestras limitaciones, y les da una nueva disposición, una nueva forma para que finalmente todo resulte para nuestro bien.

En nuestro caso, Dios ha cumplido su promesa, ha sido fiel al llamado que nos había hecho años atrás cuando dejé de pelear con mis libros de derecho, ¿recuerdas? Reacomodó las cosas, las dispuso de forma tal que lo que parecía una limitante, resultó en una herramienta ministerial de consolación y pastoreo. “Él nos consuela en todas nuestras dificultades para que nosotros podamos consolar a otros. Cuando otros pasen por dificultades, podremos ofrecerles el mismo consuelo que Dios nos ha dado a nosotros.” (2 Corintios 1:4, NTV)

Dos años después del nacimiento de Giuliana, nació nuestra tercera hija: Rosella. Hoy formamos una familia consolidada junto a Marcela, mi amada esposa, abogada, docente y dueña de una voz angelical que me enamoró ese día y todos los que siguieron hasta hoy, y nuestras niñas: María Cecilia, Giuliana y Rosella. Juntos buscamos servir y honrar al Señor, y ella me acompaña en el pastorado de la Iglesia Vida en Jesús, en Caballito, Buenos Aires.

Cuando las cosas se pongan mal, cuando todo se desordene y parezcan desvanecerse tus sueños, aférrate al Dios que consuela, restaura, perdona y hace nuevas y mejores todas las cosas.


Leo F. J. Tomeo es pastor de la Iglesia Cristiana Evangélica "Vida en Jesús" en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Con su esposa Marcela De La Via son padres de 3 hijas: Cecilia, Giuliana y Rosella. Su ministerio está orientado a la predicación y enseñanza de la Palabra.

Email: leofjtomeo@gmail.com

Facebook: https://www.facebook.com/leotomeo

Antología 9: Resiliencia

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