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en familia
Desde Croacia y Brac a Antofagasta
Daniça Goles
Mi nombre es Daniça Thelma Goles English. Soy hija de Thelma English y José Goles Radnic. Ser su hija me define, porque él era un personaje extremadamente especial, de otro planeta, tenía mística, un sello, un carácter y una amplia diversidad temática cultural. Era muy yugoslavo, apegado a la vida del inmigrante, un sello característico que heredó de sus antepasados. Una marca un poco soberbia en lo trivial, pero que, en lo más profundo, se manifiesta en la persistencia, la profundidad y elaboración conceptual de las cosas. Es una visión de mundo.
Cerca de Dubrovnic hay una pequeña isla llamada Brac, donde se levanta Supetar, un pueblo chiquito, mediterráneo y muy hermoso. A comienzos del siglo XX no había en la isla tierra de siembra ni cultivable. La gente que vivía allí mezclaba algas marinas con restos vegetales y roca volcánica molida, erosionada, y sobre esa materia cultivaba vides para hacer vinagre y vino en casa. Esa tradición hizo a sus habitantes extremadamente resilientes.
1914. Primera Guerra Mundial. El Imperio Austro-Húngaro reúne e invade todas las tierras eslavas, Croacia, Montenegro, Los Balcanes. En ese contexto bélico, los hombres estaban obligados a entrar a la milicia a los 12 años. A raíz de ello, muchos padres desesperados, en especial de lugares costeros de Croacia, comenzaron a exiliar a sus hijos para que no fueran a la guerra que, además, era una guerra del Imperio Austríaco. Las familias más ricas huyeron con sus hijos por vías formales. Así, llegó a Chile mi bisabuela Marietta, con un pasaporte austríaco, aunque ella era de Dubrovnik, hoy tierra croata, antes tierra yugoslava. Mi abuela Elena María Radnic Homerovic no había cumplido los 12 años cuando llegó a Antofagasta.
En familias de menos recursos, los padres subían a sus hijos a un barco antes de cumplir los 12 años, viajando en las bodegas durante meses. Así, muchos de ellos llegaron a Punta Arenas o a Antofagasta, entre los cuales venía mi abuelo José. A Chile llegaron cinco Goles por el lado de mi abuelo, solos y sin sus padres y, por otro lado, también llegaron cinco primos de mi abuelo.
Aunque esta es una historia de más larga data, el seguimiento que hemos hecho, indica que el origen de la familia proviene más o menos del año 1500.
En Antofagasta se había creado una comunidad eslava que acogía y recibía a estos niños. Fue así como mi abuelo conoció a mi abuela. Mi nona Elena tenía 16 años cuando se casó con mi nono; eran solo unos niños; lo hicieron para apoyarse, para crear juntos una nueva familia. Antes de casarse, vivieron en la casa de unos yugoslavos que habían llegado a Chile con anterioridad y que acogían como allegados a quienes venían de Brac. Se vivía en comunidad, y es que los eslavos tienen mucho de gitanos o, al revés, muchos gitanos tienen origen eslavo.
Mi abuelo comenzó a trabajar en una pulpería donde le pagaban con fichas, igual que a los mineros. Ahí es donde se puede apreciar el primer rasgo de persistencia, resiliencia, de fuerza pero, sobre todo, un sentido del honor, del respeto de valores y principios.
Al año de casados, mis abuelos tuvieron a su primer hijo al que bautizaron como Josep Nicholas, que terminó siendo José Nicolás Goles Radnic. Al crecer la familia Goles, que vivía de la pulpería, mi abuela estableció primero una residencial pequeña y luego un hotel que se llamó Balkan. Este lugar se convirtió en una tradición para todos los migrantes eslavos que llegaban a la ciudad, sin importar si tenían o no recursos. Mis abuelos les ayudaban, tejiendo las redes para que se relacionaran con el resto de la comunidad y consiguieran trabajo. Era un lugar de bienvenida para todos los que venían de Europa. Allí se alojaron los artistas que venían a la ópera y otros grupos que se presentaban en el Teatro Municipal de Antofagasta. El hotel Balkan incluso llegó a tener una sala de espectáculos donde se presentaron circos, óperas y conjuntos musicales.
Todo aquello modificó la vida de mi papá y de su hermano Ivo, dos años menor que él. No crecieron en una típica familia, eran niños especiales. Todos ellos estudiaban en el Colegio San Luis. Un colegio jesuita, particular, donde se reunía la élite de los croatas que llegaron a Antofagasta. Mi hermano Eric mantuvo la tradición y también estudió allí. La formación tenía el sello de los jesuitas, con una mirada progresista que expresaba la diversidad de temas e intereses que se les presentaba. Mi papá, por ejemplo, pintó frescos en la catedral de Antofagasta a petición de uno de los curas del colegio; ayudaba con la preparación de los caballos de carrera a mi abuelo, aunque no podía ser jinete por su tamaño. Es mi abuela la que detecta en él su capacidad para la música. Hay que entender que dos mundos se conjugaban en la familia. Por una parte, mi abuelo, el nono José que llegó a Chile a los 12 años, venía del mundo obrero, perteneciente a una familia de pescadores de la isla de Brac, un mundo de gente trabajadora de sol a sol. El mundo de mi abuela, en cambio, era el de Dubrovnik, de la clase alta; ella fue criada como una princesa bajo el concepto de la aristocracia europea de ese momento: bordaba, cocinaba, tejía, era la ama de casa perfecta; viniendo de ese mundo, era casi obvio que también sabía tocar piano.
Cuando mi nona descubrió la capacidad musical de Goles, le dio todo su apoyo de forma incondicional. Empezó a tocar piano de oído, montó obras de teatro y se fue relacionando con los artistas que venían de Europa y se hospedaban en el hotel familiar, lo que, además, le permitió aprender varios idiomas. Mi abuela le tomó clases de piano con un gran maestro, el que rápidamente se sintió sorprendido al descubrir que el alumno lo superaba. Allí se asienta la tesis de que mi padre tenía oído absoluto –la que se confirmaría luego por medios clínicos. La visión dual del mundo marcará su vida, las matemáticas y la música. Tener oído absoluto lo hacía muy introvertido y en su cabeza siempre tenía melodías convertidas en números. Además de las clases de música, tomó clases de ajedrez desde temprana edad.
Poco antes de la crisis económica de comienzos de los años 30, mi papá dejó Antofagasta y se vino a Santiago impulsado por mi nona Elena, quien se dio cuenta de que en el norte no iba a lograr desplegar toda la diversidad y capacidad que ya demostraba su innato talento.