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matemática, ajedrez y música

Eric Goles

Soy el hijo mayor de mi padre, luego viene Pamela y, finalmente, la Daniça, que es por lo menos 15 años menor que yo. Ambas son medio hermanas, somos todos de ­distinta madre.

Mi abuelo fue un migrante que llegó por ahí a comienzos del siglo XX a Sudamérica. Primero se asentó en Buenos Aires, donde trabajó en el matadero. Después emigró y subió al norte de Argentina, a Salta, ahí se hizo carpintero, se dedicó a hacer barricas para guardar aceitunas. En algún momento se trasladó –sospecho que en mula– desde Salta a la pampa antofagastina, Pampa Unión, en la salitrera, un pueblo abandonado hoy en día. En Pampa Unión, en el cementerio, está el mausoleo yugoslavo, como le llamaban, ahí están enterrados algunos Goles de la época.

En Antofagasta, mi abuelo juntó plata hasta que pudo instalarse con una carnicería; posteriormente, se casó con la hija de un croata, mi nona Elena. Compraron una casa e instalaron una residencial para recibir migrantes, la “Residencial Balkan”. Ahí nació mi padre. Tuvo también un negocio de abarrotes, que en su nombre demuestra la creatividad familiar, se llamaba “El menos mal”, porque quedaba en la punta de un cerro y cuando ya habías llegado hasta ahí, “menos mal” que encontrabas el negocio. Algo muy creativo.

Mi padre y mi madre –Mercedes Chacc– se conocieron a través de la Sochayco. Mi madre era cantante, compositora y actriz en Antofagasta; vino a Santiago a relacionarse de algún modo con la Sochayco, que era en ese entonces la Corporación del Derecho de Autor que había creado mi padre el año 50 o 49. Se conocieron, se enamoraron y se casaron. De ahí vengo yo. Soy el hijo único de ese ­matrimonio.

En mi recuerdo más temprano, mi padre frecuentaba los locales de moda, como El Goyescas. Mi mamá era una mujer de carácter fuerte. El matrimonio fracasó al poco tiempo y a los cuatro o tres años de edad, yo vivía definitivamente en Antofagasta con mi madre y mi abuela. Primero, se separaron por ahí por el 58, mi madre se anuló porque, en ese tiempo, uno no se divorciaba. Al principio, mi madre se esforzó por traerme a Santiago. Después, venía solo en avión, a ver a mis abuelos y mi padre en la calle Maturana, en el barrio Concha y Toro, en una casa de la que aún me acuerdo perfectamente. Venía a Santiago una vez por año, y me quedaba por un par de semanas. Mi recuerdo de aquellos años es el de un niño que veía a su papá muy preocupado de sus cosas. Hasta que pasó el tiempo, terminé el colegio y me vine a estudiar a Santiago a la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile. En esa época mi padre se había vuelto a casar, y de aquel matrimonio nació mi hermana menor, Daniça. Me fui a vivir a la casa de ellos en la calle Manuel de Salas en Ñuñoa. Viví ahí los primeros cuatro años de la Escuela de Ingeniería, entre 1970 y 1974 más o menos.

Mi padre también estudió Ingeniería en la Chile. En Antofagasta estuvo en el Colegio San Luis, junto con mi tío Ivo. Yo también estudié en ese colegio jesuita. Dio el bachillerato en algún momento y se vino a Santiago. Yo creo que entró a ingeniería en 1933. Compuso “El pobre pollo” cuando todavía era alumno de tercer año de la Escuela de Ingeniería, junto a Los Estudiantes Rítmicos, grupo en el que había algunos compañeros de la carrera y otros que venían de medicina u otras carreras. Eran los tiempos de las fiestas de la primavera universitarias.

Mi papá era bueno para las matemáticas. Era muy difícil ser aceptado en la Facultad de Ingeniería. En ese tiempo entraban 50 o 60 jóvenes de todo Chile. Sé también por excompañeros suyos que fue un buen alumno. El que me contaba esas cosas era Raúl Alcaíno, padre del exalcalde de Santiago; me decía: yo me sentaba siempre al lado de él para aprender más, era bueno en matemáticas. Me decía: tu papá era súper capo y yo me sentaba siempre al lado de él para aprender más, era bueno para las matemáticas. Tenía buenas notas, pude verlas, porque trabajé en la Escuela de Ingeniería de la U. de Chile durante unos años, y efectivamente, tenía talento matemático. Yo también lo tengo y viene de alguna parte, porque mis hijos ­también lo tienen, ambos estudiaron cosas relacionadas con la ­ingeniería. Mi hija estudió Ingeniería Comercial y mi hijo mayor, Nicolás, es ingeniero informático, además es buen pianista. Lo que hace que me pregunte ¿de dónde viene todo esto?

Hace unos 18 años tuve una sorpresa. Mi prima ­Marieta Radnic me invitó a comer a su casa con un primo que venía llegando de Croacia; primo por el lado Radnic. Al llegar descubrí que teníamos un evidente parecido físico, más joven pero que tenía esta parte que es muy croata (mostrando la frente, arriba de las cejas), y que además, tenía un Doctorado en Matemáticas y trabajaba en la ciudad de Split, que es la segunda ciudad más importante de Croacia y tiene una universidad bien conocida. Al terminar de comer, se paró a tocar el piano y tocaba muy bien. Él nos contó que hasta los 18 años dudó entre estudiar matemáticas o estudiar piano; y me dijo que decidió la matemática porque era más fácil que el piano. Su padre, mi tío abuelo, que estudió ingeniería, llegó a ser rector de la Universidad de Split y alcalde de la ciudad durante la guerra. Hay todo un ámbito musical-intelectual en la familia que emigra de allá. No es casualidad y mi papá, sin lugar a dudas, no fue el primero; él conjugó la música con las matemáticas, que es una mezcla no tan inusual, porque ambas utilizan ­lenguajes formales.

La música es como la matemática, porque si tú lees música se tiene que interpretar en un instrumento, en un ensayo, pero es un lenguaje formal en el que codificas sonidos cuando escribes notas. Cuando lees una nota estás leyendo un sonido, estás decodificando algo. En matemáticas, cuando uno lee una ecuación hace algo similar. De manera que son lenguajes formales y ambos están asociados a la creación. En matemática creas a partir del lenguaje matemático, ya sea para interpretar la realidad, cómo resolver problemas de la física, de la sociedad o por el afán lúdico de crear. Ambos son lenguajes abstractos y te llevan a la creación. La diferencia es que la música tiene en algún momento que entrar por la oreja.

Mi padre tenía muy buen oído. Cuando escribía música escuchaba esa música dentro de su cabeza, cosa que no tenemos el común de los mortales. Es también una destreza que se desarrolla. En mi caso, cuando escribo ecuaciones, las veo, imagino mundos, cosa que no le pasa al que no domina ese lenguaje. De manera que hay un cierto paralelo que es interesante. Mi papá se movía bien en esos ámbitos, el de los lenguajes formales. La matemática es un lenguaje que tienes que dominar. Pero una vez que lo aprendes tienes que ser capaz de crear. Como el lenguaje, yo domino mi español materno, lo hablo relativamente bien y también escribo, pero no soy García Márquez. En la música puedes crear grandes obras u obras pequeñas. En la matemática puedes lograr pequeños resultados o grandes resultados, depende de tu virtuosidad en el manejo de esos lenguajes.

Él no era un matemático, pero conocía sus rudimentos como buen ingeniero. Hasta ahí llegó. No progresó más en eso, simplemente porque no le interesó. Tampoco hubo más posibilidades, así que se dedicó por completo a la música. Yo seguí más allá, soy un matemático, esa es mi vida. Mi padre hizo de la música su vida, con altos y bajos.

A mi papá lo conocí mejor como adulto, siendo yo un hombre ya formado. Entre 1970 y 1974 viví en su casa de la calle Manuel de Salas en Ñuñoa. Fue una relación muy buena. Él me admiraba porque se dio cuenta de que yo era bueno en mis estudios de ingeniería. A la escuela entraban del orden de 400 jóvenes a primer año. A mí me costó entrar. Fui de los últimos, porque en el colegio era flojo. Pero ya una vez dentro, debo haber estado en cuanto a notas entre el 5% de los mejores. Mi papá respetaba eso y era un punto de unión entre nosotros. Y lo otro que nos unió fue el ajedrez, teníamos un tablero y, ocasionalmente, nos echábamos una partida de esas que duran de 2 a 3 horas. A veces, ganaba él; a veces, ganaba yo. Cuando uno de los dos ganaba, no daba la revancha, tenía que rogarle al otro, porque sabía perfectamente que había ganado, pero que en un par de semanas le tocaría perder. Lo que sucede con el ajedrez es que es otro lenguaje abstracto. Mucho más acotado que las matemáticas. Tiene particularidades, reglas que tienes que seguir estrictamente y, según ellas, cuando se enfrentan dos jugadores emerge algo que es la partida que tú estás jugando.

No sé de dónde le vino a mi papá el amor por el ajedrez. Nunca lo averigüé. En mi caso, fue porque en Antofagasta el Club de Aficionados al Ajedrez quedaba a una cuadra de mi casa. Cuando volvía del colegio, pasaba por ahí y me terminé entusiasmando. Era un niño, tenía 10 o 12 años. Me enseñaba un amigo mayor que vivía en el barrio y toda la gente de ese círculo de ajedrez. Entonces, como no me bastó con que me enseñaran las movidas, le dije a mi mamá que me consiguiera libros de ajedrez y esas fueron mis lecturas.

El ajedrez tiene una notación. Aprendí a jugar, a reproducir las partidas del tablero, al punto que llegué a ser campeón infantil de Antofagasta. No me acuerdo cuál era su nombre de pila, pero su apellido era Letelier y era el campeón de Chile. Jugué con él en una partida simultánea como de 15 jugadores contra él. Nunca había estado tan concentrado. Mi cerebro era ese tablero, vivía adentro de él. Me dolía la cabeza de tensión, era muy chico, pero sentía que me iba a reventar. Y le gané. Ha sido uno de los lindos momentos de mi vida. Y en ese momento aparece otra cosa que heredé de mis padres: el amor al reconocimiento público. Todos tenemos un ego. Para mí, es espontáneo, porque con una madre actriz y un padre artista, exponerme frente al público y que me aplaudan es del todo natural.

Teníamos una manera de relacionarnos muy buena con mi padre. Le tenía cariño de hijo, admiración. Era un tipo de gran talento, que en un entorno distinto habría destacado mucho más. Imagínate, era de Antofagasta y tenía un talento artístico y matemático muy desarrollados, habría sido un excelente ingeniero, hubiera podido ser lo que se hubiera propuesto.

El paso de José Goles

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