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Frente al malestar

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La flexibilidad fomenta la resiliencia. Ayuda a crear relaciones que son capaces de adaptarse a los vientos del cambio sin romperse. De todos modos eso tiene un coste. Ser flexible significa tener la disposición a adaptarse al malestar, porque el cambio a menudo es molesto. Aceptar el cambio, abrazar la idea de que puede haber muchas maneras diferentes de cubrir nuestras necesidades, desprenderse del deseo de escondernos de nuestros miedos controlando las estructuras de nuestras relaciones… en algún momento, con casi total seguridad, eso nos hará tener que enfrentarnos a emociones incómodas.

En algunos ambientes hay un dicho, a menudo aplicado a las relaciones: «No hagas nada con lo que no te sientas a gusto». Cuando se refiere al acceso a tu cuerpo, a tu espacio o tu mente, es un buen consejo. Siempre podemos elegir qué permitimos y qué no. De todos modos, a menudo significa en realidad «No permitas que la persona con quien tienes una relación haga algo con lo que no estás a gusto» o «No explores situaciones desconocidas si sientes que no estás a gusto». En esos casos, creemos que «No hagas nada con lo que no te sientas a gusto» es un consejo pésimo. La vida es algo más que evitar cualquier malestar. A veces el malestar es una parte inevitable del aprendizaje y el crecimiento personal. ¿Recuerdas la primera vez que intentaste ir en bicicleta, o nadar, o tocar un instrumento musical? ¿Recuerdas lo embarazoso e incómodo que era? Tener una vida increíble supone salir de tu zona de confort. Y a veces ese malestar nos muestra maneras en las que podemos mejorar.

Nos gustaría proponer la idea radical de que el malestar no supone, por sí mismo, una razón para no hacer algo, ni para prohibir a alguien hacer algo. La vida es algo más que ir desde la cuna a la tumba por el camino del menor malestar posible. Es más, si no se tiene cuidado, negarse a enfrentarse a la incomodidad puede llevarnos a una conducta poco ética. Cuando evitar la incomodidad supone controlar a otras personas, las desempoderamos.

El statu quo de casi todas las relaciones normalmente da menos miedo que el cambio, no importa lo beneficioso que pueda ser ese cambio. Cuando aparecen nuevas personas en nuestras vidas, traen consigo nuevos retos y nuevos placeres. Cuando nuestras relaciones crecen, cambian. Nos puede resultar tentador intentar mantener el statu quo todo lo posible limitando lo que puede hacer la gente que nos rodea: «Puedes entrar en mi vida, pero solo hasta aquí. Puedes crecer, pero solo hasta este punto».

En nuestra experiencia, construir muros alrededor de la libertad de cada cual es más dañino a largo plazo que confiar en el deseo de la persona con quien tenemos una relación de hacer lo que más nos conviene y confiar en que seremos capaces de adaptarnos, de ser felices y de sentir que nos quieren incluso cuando las cosas cambian. La incomodidad y el cambio nos van a atrapar, antes o después, da igual cuánto intentemos escondernos. Enfrentarse a esas cosas en nuestra propia situación, con la creencia de que podemos ser felices incluso al enfrentarnos al cambio: todo ello contribuye a construir una seguridad y estabilidad que perduren.

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