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Empatía

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Antes de que hablemos de empatía, vale la pena repetir los dos axiomas en los que se basa la ética de este libro:

• Las personas que forman parte de una relación son más importantes que la relación.

• No trates a las personas como cosas.

Seguir un código ético que se basa en no tratar a las personas como si fueran cosas significa tratar a las personas como personas. Y eso significa practicar la empatía.

La palabra empatía se usa constantemente hoy día. Pero, ¿qué significa? Es fácil lanzarla como una reprimenda simplista o incluso en tono acusatorio, como al decir «yo tengo empatía y tú no». Si tu entorno social tiene algún contacto con círculos New Age, probablemente conoces a alguien a quien le gustan los campeonatos de «tengo más empatía que tú». De hecho, muchas de las ideas de este libro pueden usarse de esa manera. Por favor, no lo hagas.

La empatía no es –insistimos– algo que tú eres, ni algo que sientes, sino algo que pones en práctica. La empatía es ponernos en el lugar de la otra persona. Podemos escuchar lo que una persona está sintiendo, presenciar su dolor al mismo tiempo que la amamos tal como es. A veces debes hacer eso mismo contigo.

La empatía no es buena educación, ni siquiera algo similar a la bondad. ¡No es hacer buenas acciones por una persona mientras la juzgamos en voz baja! La empatía supone involucrarse por completo, y requiere vulnerabilizarse, que es la parte que lo hace más complicado. Tenemos que darnos el permiso para estar presentes como iguales junto a otra persona, reconociendo y aceptando su lado oscuro. Y eso nos obliga a aceptar, también, la oscuridad que hay en nuestro propio interior.

No tener límites no es lo mismo que tener empatía, ni tampoco lo es permitir que alguien nos arrolle o pasar por alto su mal comportamiento o el maltrato a otras personas. La empatía auténtica requiere unos límites sólidos, porque si permitimos que una persona se aproveche de nuestra situación, se hace muy duro ser auténticamente vulnerable con ella. La empatía requiere la voluntad de hacer a alguien responsable de lo que hace, al mismo tiempo que la aceptamos tal como es.

¿Cómo practicamos la empatía? La piedra angular de la empatía es simple, pero emocionalmente difícil de alcanzar. Significa, antes de nada, asumir la buena intención del prójimo. En otras palabras, buscando la interpretación más comprensiva de las motivaciones más profundas que puede tener alguien.

Hasta el día en que todo el mundo tengamos rubíes mágicos en la frente con los que leernos mutuamente nuestras mentes, siempre será peligroso presuponer las motivaciones de otra persona. Por eso necesitamos la empatía. Cuando alguien ha hecho algo que no nos gusta, o que nos hace daño, o no ha hecho lo que queríamos que hiciera, lo más fácil es presuponer que lo hace con las peores intenciones: «No le importa lo que necesito», «ignora mis sentimientos».

La empatía significa haber comprendido que las otras personas tienen sus propias necesidades, que pueden ser diferentes de las nuestras, y hacerles extensible la misma comprensión, la misma voluntad de valorar sus propias luchas, que querríamos que nos dieran. La ponemos en práctica cada vez que sentimos ese arrebato de enfado cuando alguien hace algo que no nos gusta, pero luego nos analizamos e intentamos ver, desde su punto de vista, la razón por la que se comportaron de esa manera. La ponemos en práctica cada vez que somos amables con otras personas en lugar de enfadarnos con ellas. Y la ponemos en práctica cuando nos tratamos personalmente con esa misma amabilidad: cada vez que aceptamos que tenemos defectos e imperfecciones pero que a pesar de ello somos buenas personas. La ponemos en práctica cada vez que reconocemos mutuamente nuestras fragilidades y errores.

Como personas poliamorosas, nos enfrentamos a la necesidad especialmente urgente de cultivar la empatía hacia las personas con quienes tenemos relaciones y demás miembros de nuestra comunidad. Pero quizá lo más importante es sentir esa empatía también hacia nuestro interior. Estamos aprendiendo una nueva manera de hacer las cosas. Estamos desarrollando nuevas habilidades que nadie nos ha enseñado antes y enfrentándonos a retos a los que mucha gente no se enfrenta nunca. Estamos intentando aprender cómo tratar bien no solo a una sola persona con quien tenemos una relación, sino a toda una red cuyo bienestar depende de lo que hagamos. Y eso es duro.

Es fácil autoinculparse por no ser una persona poliamorosa perfecta, especialmente cuando la comunidad poliamorosa muestra su mejor cara públicamente para ganar aceptación mayoritaria en la sociedad. Si sientes celos o inseguridad, o te resulta complicado manejar tus enfados, o no eres capaz de saber cómo comunicar claramente tus necesidades… es normal. No hace falta que seas una persona poliamorosa perfeccionista. No eres la primera persona que ha sentido esas cosas, ni mucho menos. Todo el mundo hemos pasado por ahí. Intenta tratarte de la misma manera que tratarías a alguien que te importa y que está teniendo el mismo problema que tú: con empatía y aceptación.

Más allá de la pareja

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