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Introducción

Ezra Pound. Primeros poemas (1908-1920) recoge una selección de los poemas que el poeta escribió y publicó entre los primeros años del siglo XX y los siguientes a la Gran Guerra. No es tarea sencilla abordar a un escritor como él, una de las figuras literarias más controvertidas del siglo XX. Para quien lo reverencia como poeta, traductor, crítico y generoso amigo de muchos escritores, Pound puede llegar a ser una pesada carga moral y psicológica capaz de generar una crisis profunda, pues hay aspectos inaceptables en quien hizo gala de antisemitismo y fue acusado de traición a su patria. Sintió gran admiración por Mussolini, en quien creyó ver el modelo perfecto del estadista que había destruido la plutocracia y hecho un verdadero arte de la política. Lo consideraba el creador de un estado modelo justo, ordenado y progresista, y veía en él a un líder que había devuelto a Roma su gloria del pasado. En 1933 conoció al Duce personalmente. Le había enviado su volumen A Draft of XXX Cantos, publicado en París tres años antes. Esbozó para él sus ideas económicas sobre la reforma monetaria. Estaba entusiasmado, enloquecido con sus creencias, que al parecer le impedían ver la realidad. Esa única entrevista que mantuvieron debe de haber sido como un diálogo de sordos. ¿Podía interesarle al antojadizo e irascible Duce, de quien se desconocía una inclinación por la poesía, lo que le decía Pound, un norteamericano excéntrico? ¿Maravillarse ante un poeta estadounidense cuya poesía, aun en el supuesto caso de que llegara a leerla, le parecería incomprensible? Cada uno, el poeta y el gobernante, estaba en su esfera propia: cada uno entonaba una tonada imposible de armonizar con la del otro.

No sabemos lo suficiente acerca de las fantasías del ególatra dictador, pero hemos estudiado a Pound y creemos que ya en esa época se iba internando cada vez más en su propia obsesión, dominado por una serie de teorías económicas complejas, ideales e irrealizables. En varias oportunidades, muchos de sus amigos dudaron de su equilibrio mental y no llegó a ser sometido a juicio en Estados Unidos justamente por ello. El 18 de abril de 1958 oyó en una corte federal de los Estados Unidos que se le declaraba permanente e incurablemente insano e incompetente, al punto de que ni siquiera podría librar cheques (Kenner 1071: 535). Se le liberó bajo la custodia de su familia. Nunca se levantaron los cargos contra él, en especial el de traición a la patria.

Escribe Humphrey Carpenter, uno de sus biógrafos, que Richard Aldington, el poeta amigo de Pound (a quien, junto con Hilda Doolittle, Pound nombró imagiste), fue uno de los primeros en sugerir que Ezra padecía un complejo de persecución: se sentía maltratado por críticos y enemigos. Después de la pelea de Pound con la poeta Amy Lowell en el verano de 1914, Aldington dijo que Ezra se veía “terriblemente enfermo” y decía tener “gota cerebral.” Quizás estuviera un poco “cracked” (chiflado). Carpenter cree ver un síntoma de paranoia en una nota de Pound agregada a Cathay, en la que hace referencia al odio que le tienen muchos, y a la envidia que sienten por haber él declarado creer “en algunos artistas jóvenes” (Carpenter 295). Por su parte, James Laughlin, uno de sus mejores amigos, discípulo y editor de toda su obra en su editorial New Directions, se refiere al dolor que le causó Pound en la década de 1940 por su extremo antisemitismo. Escribe Laughlin que logró comprender la obsesión de su maestro de una manera más caritativa cuando el doctor Overholser, jefe de psiquiatras del hospital de St. Elizabeth, donde estuvo recluido el poeta, le dijo: “‘Usted no debe juzgar a Pound moralmente; debe juzgarlo médicamente.’ Me explicó que Ezra era paranoico y que su antisemitismo es un elemento reconocido en la paranoia. Pound no podía controlarse” (Laughlin 15).

Existen numerosos comentarios sobre sus obsesiones. Quizás el golpe afectivo más terrible que recibió Pound fue la muerte de su amigo, el escultor Henri Gaudier-Brzeska, en la Gran Guerra. Desde ese momento empezó a ver que las guerras tenían una causa fundamentalmente económica: eran instigadas y fomentadas por fabricantes de armas y banqueros, que para Pound eran, en su mayor parte, usureros judíos. Sus blancos de ataque eran los Rothschild, que personificaban las finanzas internacionales, y los Schneider-Creusot, fabricantes de armas, que vendían tanto a los alemanes como a los aliados. Escribe al final del Cantar LXXVIII de los Cantares Pisanos:

no

hay

guerras

justas

[there

are

no

righteous

wars]

Y en una estrofa de “Hugh Selwyn Mauberley,” de 1920, se refiere a la muerte de tantas víctimas de los intereses que movían los hilos:

Murió una miríada,

y entre ellos, los mejores,

por una vieja perra desdentada,

por una civilización remendada,

encanto sonriente en la buena boca,

ojos vivaces bajo el párpado de la tierra …

[There died a myriad,

And of the best, among them,

For an old bitch gone in the teeth,

For a botched civilization,

Charm, smiling at the good mouth,

Quick eyes gone under earth’s lid … ]

La causa, el gran crimen, escribe Pound, es la usura:

Murieron algunos, pro patria,

ni “dulce ni “et décor” …

caminaron con el infierno hasta los ojos

creyendo en las mentiras de los viejos, luego dejando de creer

volvieron a casa, a una mentira,

a casa a muchos engaños,

a casa a viejas mentiras y una nueva infamia;

a la usura vieja como el tiempo …

[Died some, pro patria,

Non “dulce” not “et decor”

Walked eye-deep in hell

Believing in old men’s lies, then unbelieving

Came home, home to a lie,

Home to many deceits,

Home to old lies and new infamy;

Usury age-old and age-thick … ]

Esta es la primera vez que menciona en su obra la usura, que de ahora en más se convertirá en su obsesión. Usa el término para significar interés excesivo no relacionado con la producción: usura se convierte en sinónimo de toda forma del mal. La define al final del Cantar XLV: “Usura: gravamen por el uso de poder adquisitivo, impuesto sin tomar en consideración la producción; muchas veces sin consideración a las posibilidades de producción” [Usury: A charge for the use of purchasing power, levied without regard to the possibilities of production]. Para Pound, el peor crimen es que el dinero provenga del dinero y no del trabajo o de otras fuentes naturales.

La obsesión con la usura es una de las principales fijaciones durante una gran parte de su vida. Había leído en el Cantar XI del Infierno que Dante conectaba el crimen de la usura, perversión de la riqueza, con la sodomía. La usura se relaciona en Pound con su desmedido interés por lo económico. James Laughlin tiene un ensayo sobre el tema de la economía, “Pound’s Economics,” en una recopilación de estudios sobre su maestro, titulada Ezra Pound. The Legacy of Kulchur. Aunque Laughlin nos previene que él no comprende del todo las teorías económicas, en exceso complejas, su ensayo arroja buena luz sobre el interés de Pound por la economía y nos ayuda a ingresar en un tema en exceso peliagudo. La economía es una presencia permanente en los Cantares. El asunto central de los Cantares XCVI y XCVII es la historia monetaria, y antes, con el árido tema de la usura forja nuestro poeta el eje temático de su bellísimo Cantar XLV:

con usura, pecado contra natura,

es tu pan siempre de harapos rancios

es tu pan seco como papel,

sin trigo de montaña, sin harina buena …

[with usura, sin against nature,

is thy bread ever more of stale rags

is thy bread dry as paper,

with no mountain wheat, no strong flour … ]

Laughlin califica las teorías económicas de Pound como un “revoltijo de excentricidades” inspiradas por su inmenso optimismo y la certidumbre de que conocía las respuestas, lo que no es el caso. Este estudioso explica que Pound deseaba crear un paraíso terrestre con un sistema económico justo, sin tener que recurrir al socialismo ni a la revolución. Pero el sueño de Pound no puede hacerse realidad salvo en sus propias ciudades imaginarias, como Wagadú y Dioce. El poeta había leído sobre Wagadú en Frobenius, a quien tanto admiraba. Leo Frobenius (1873-1938) era un genial etnólogo y antropólogo alemán que exploró el África, y fue el primero en tratar una pluralidad de culturas como igualmente válidas y contemporáneas. Por Frobenius se enteró Pound de la existencia de la ciudad de Wagadú, destruida cuatro veces y reconstruida, según la leyenda. En los Cantares, Pound la relaciona con Ecbatana, la ciudad de Dioce (rey de los Medas, siglo VI de nuestra era), de la que habla Herodoto. Wagadú fue destruida, sucesivamente, por la vanidad, la falsedad, la avaricia de los hombres o por el disenso entre ellos (Brooke-Rose 6-7; Kenner, The Pound Era 507). Pound escribe sobre Wagadú en el Cantar LXXIV:

4 veces fue reconstruida la ciudad ( … )

ahora en la mente indestructible ( … )

con los cuatro gigantes en los cuatro rincones

y cuatro portalones a mitad del muro Juu Fasa

y una terraza del color de las estrellas

pálida como el alba, la luna

delgada como la cabellera de Deméter … ]

[4 times was the city rebuilt ( … )

now in the mind indestructible ( … )

With the four giants at the four corners

and four gates mid-wall Hooo Fasa

and a terrace the color of stars

pale as the dawn, la luna

thin as Demeter’s hair … ]

“Hooo Fasa” [Juu Fasa] es el refrán de un canto de Gassire, hijo de Fasa, rey de la tribu del mismo nombre. “Hooo” significa “salve.” Pound se refiere al cantar de alabanza de Gassire, que se acompañaba con un laúd. Todo esto es parte de la historia de Wagadú, la ciudad mágica de esta tribu, que no es de piedra ni de madera ni de tierra: es la fuerza que vive en el corazón de los hombres y se destruye cuando se apartan del camino. Esta leyenda ilustra la doctrina de Confucio que era fundamental para Pound: si un gobernante carece de orden en su corazón, esto lleva al desorden en su familia y en su pueblo. Ese orden debe reinar también en la economía (Kenner 1971: 508; Brooke-Rose 140; Terrell, vol. II, 361 y siguientes).

La economía en Pound es un tema complejo, que no explica, puesto que es más bien una emoción que lo moviliza, y como tal no es algo que analice, sino que la poetiza. En Pound, las teorías económicas no encuentran una fácil explicación, y en un lector de poesía pueden llegar a ser un escollo. Quizá basten unos datos generales para saber de qué se tratan, porque son recurrentes en los Cantares.

Es la teoría del crédito social la que atrae al poeta. Social Credit es un libro de Clifford Hugh Douglas, que deslumbra a Pound, y que reseñó en las revistas The Athenaeum y The Little Review. Había conocido a su autor en la oficina de A.R. Orage de The New Age, revista que Orage editaba y a la que contribuía Pound. Unos años después, reseñó otro libro de Douglas, Economic Democracy (Londres: C. Palmer, 1924).

Clifford Hugh Douglas (1879-1952), oriundo del condado inglés de Cheshire, era un exitoso ingeniero mecánico e industrial que trabajó para Westinghouse en la India y para los ferrocarriles británicos en la Argentina y en el Pacífico Sur. Autor de una decena de libros, era un demócrata apasionado y un idealista, que buscaba trabajar por una sociedad mejor. Consideraba que el problema que enfrentaba la economía británica en el siglo XX era que, a pesar de que los milagros de la modernización industrial deberían haber mejorado el nivel de vida de todos, de hecho no era así. Douglas veía que los trabajadores no tenían dinero suficiente para consumir todo lo que se producía, mientras que los ricos no sentían la necesidad de consumir todo lo que quedaba. Como resultado, los ricos invertían el dinero en más negocios: más fábricas y más mejoras en los medios de producción, lo que llevaba a una cantidad mayor de bienes a vender, que pocos podían adquirir. El problema, entonces, no estaba en la producción de riqueza, sino en su consumo o distribución. El exceso de ahorro y la concomitante inversión de capital conducían al infraconsumo. Como los mercados de cada país no resultaban suficientes, las naciones capitalistas se veían obligadas a competir con los mercados extranjeros. La competición y la explotación resultantes llevaban a la guerra. Tampoco podían los pobres obtener préstamos de los bancos (Redman 59). Como solución para el infraconsumo, Douglas proponía crear dinero en cantidad suficiente y distribuirlo mediante un dividendo nacional, un subsidio que proporcionaría el estado. Todo ciudadano tenía derecho a este dividendo porque la riqueza de la sociedad era producto de la inventiva o ingeniosidad cumulativa de toda la humanidad, de la herencia cultural.

James Laughlin hace la aclaración de que, si bien nunca “ningún economista ortodoxo y respetable” aprobó las teorías de Douglas, Pound desechaba toda objeción a ellas como parte de la estupidez de los académicos (156). Creemos importante enfatizar que el dividendo nacional de Douglas aspiraba a mantener y alimentar a todos quienes se quedaran sin empleo en los tiempos de guerra que se avecinaban, temor que estaba en el aire en Gran Bretaña desde el comienzo mismo de la Gran Guerra. El crédito social de Douglas era una forma de ayuda gubernamental que controlaría la circulación monetaria, permitiría que los manufactureros bajaran sus precios y que los consumidores compraran libremente. Haría innecesarios los préstamos bancarios, terminaría con los prestamistas e inauguraría una nueva era de libertad personal y de prosperidad. Douglas aclaraba que el “nuevo dinero” no sería creado mediante impuestos. De hecho, no sería dinero en el sentido tradicional, sino “certificados de trabajo cumplido,” basados en la cuidadosa estimación de producción real que haría el gobierno, un “dividendo nacional” y un “precio de compensación,” en vez de la inflacionaria impresión de dinero. Escribe Douglas en Economic Democracy: “Del amenazador caos podría asomar un nuevo amanecer, un amanecer que podría mostrar los estragos de la tormenta, pero que permitiría que todos vieran claramente la promesa de un día mejor” (cit. Carpenter 358).

Hubo otros dos economistas que entusiasmaron a Pound. El primero, de menor importancia, es Alexander Del Mar, autor de A History of Monetary Systems (Londres 1895, Nueva York 1903). Del Mar (1836-1926), estadounidense de origen judeoespañol, fue en su momento un importante economista político e historiador, primer director del Buró de Estadística del Departamento del Tesoro del Gobierno de Estados Unidos de 1866 a 1869. Hizo importantes contribuciones a la historia del dinero y de los metales preciosos. Del Mar llegó a la conclusión de que, por lo general, el oro y la plata se producían con pérdida y circulaban por el mundo a un valor inferior al costo corriente de su producción. Pound cita a Del Mar en los Cantares LXXXIX y XCVI. Ejemplo del LXXXIX:

Echaron no a los dioses, sino al Emperador, Imperator.

advirtió Del Mar:

“proporciones en Roma y en el Oriente.”

[Drove out not gods, but the Emperor, Imperator.

remarked Del Mar:

“ratios in Rome and in the Orient.”]

El otro economista que ocupa un espacio importante en Pound es Silvio Gesell (1852-1930), que llegó a reemplazar a Douglas en el interés de nuestro poeta. Nacido en Alemania, Gesell hizo una fortuna en la Argentina y luego, por un breve tiempo, en 1919 fue ministro de finanzas en Baviera. En el Cantar LXXIV, Pound escribe que estuvo en el cargo cinco días. Igual que Douglas, Gesell aborrecía el sistema capitalista existente. Creía que podían remediarse las injusticias no mediante la intervención del gobierno con subsidios o dividendos, sino cambiando la naturaleza del dinero mismo, de manera que, si los ricos atesoraban dinero, terminaran penalizados, en vez de recompensados. Expuso su teoría en The Natural Economic Order, un libro de 1906, luego ampliado en una segunda edición.

Gesell sugería que debía eliminarse el sistema según el cual billetes y monedas tenían un valor intrínseco. Debían reemplazarse por un sistema de billetes llamado “Free-Money”; si estos billetes no se usaban rápidamente para comprar algo, caducaban como un periódico viejo y perdían su valor. Guardarlos no servía para nada. Lo lógico era gastarlos y mantener el dinero en permanente circulación. El interés bancario no existía. El proceso era simple. “Free-Money” eran pedazos de papel billete, con un valor determinado y espacios en blanco en los que, a intervalos regulares, debía pegárseles estampillas para poder mantener su valor. El gobierno vendía las estampillas. La compra era un impuesto sobre el dinero y producía una fuente de ingresos para beneficio público. Si no se compraba estampillas fechadas, el billete ya no servía para nada.

El sistema de Gesell despertó interés en algunos economistas. J.M. Keynes lo describió como una forma de “socialismo antimarxista” y, aunque puso objeciones, dijo que era sensato (Carpenter 524). Pound vio en el sistema una forma de abolir la usura, “una manera sana de tributación … un impuesto al dinero inactivo” (cit. Carpenter 524). El plan de Gesell se puso exitosamente en práctica por un tiempo en dos comunidades austriacas, Wörgl y Schwanenkirchen (Laughlin 159). En 1932, un partidario de las teorías de Gesell, Michael Unterguggenberger, fue electo alcalde de Wörgl, pueblo cercano a Salzburgo, y puso en práctica la idea de la estampilla. 1500 trabajadores de una población total de 4300 fueron empleados para realizar proyectos de obras públicas, pagándoseles el salario con las estampillas de la aldea, que debían ponerse al día todos los meses para que mantuvieran su valor. El plan entró en funcionamiento el 1 de agosto de 1932 y finalizó un año después a causa de un pleito contra la aldea iniciado por el Banco Nacional de Austria, que denunció que se estaba infringiendo el monopolio del banco de imprimir dinero. El plan estaba teniendo éxito, porque varias aldeas se preparaban para seguir el ejemplo (Redman 127).

Si bien los temas económicos aparecen en los primeros treinta cantares, no son predominantes. La primera aparición importante ocurre en el Cantar XII, donde el poeta cuenta, con admiración, la historia de Frank “Baldy” [calvo] Bacon, un deshonesto hombre de negocios estadounidense que creía que el mejor negocio era especular con dinero, pues eso era lo que hacían los banqueros. Pound lo conoció en Nueva York durante una visita que hizo a su país en 1910, y luego lo siguió viendo. Bacon puso en aprietos el mercado al monopolizar “todos los centavos de cobre” en Cuba y luego venderlos con ganancia. Si bien no se explica el operativo, Baldy dice que con esta maniobra ahorró a los empleados de su financiera once mil dólares, lo que le gana la admiración de Ezra. En el cantar se menciona también una reunión de banqueros, a quienes se llama “usureros in excelsis.”

Pound fue acusado de fascista, pero no lo fue en el sentido de haberse afiliado al Partido o involucrado de manera directa en su accionar. El Partido no habría aceptado su incorporación, de todos modos, por extranjero y extravagante, y él solo estaba interesado en las ideas políticas. Eso sí, veía con buenos ojos el fascismo, en parte porque sentía tanta admiración por Mussolini como gobernante, que en su libro Jefferson and/or Mussolini llegó a compararlo con uno de sus héroes, Thomas Jefferson, sobre la base de sus políticas económicas. No obstante, sospechaba que Mussolini podría no ser el gobernante justo que él creía. En Jefferson and/or Mussolini escribe que cualquier juicio cabal sobre el Duce debe ser, en cierto sentido, “un acto de fe” y dependerá de lo que uno cree que debe hacer, lo que uno “cree que el hombre quiere lograr” (33). Termina este libro de 1935 con una declaración de idolatría, expresando su “firme creencia de que el Duce se erguirá, no con los déspotas y amantes del poder, sino con los amantes del Orden y to kalón” (la belleza).

Pound insistía en que el fascismo como forma política era válido solo para Italia en ese momento (Redman 106). Por otra parte, el fascismo le interesaba porque, bajo el gobierno de Mussolini en una Italia fascista, veía que era posible implementar el crédito social de Douglas en los gremios. Había una cita del Duce que hizo imprimir en su papel de cartas: “La libertad no es un derecho sino un deber.” Para James Laughlin (20), Pound, en su delirio, equiparaba a Mussolini con una de las grandes figuras del Renacimiento italiano y uno de los héroes de su panteón personal, Sigismundo Malatesta, de Rímini, a quien dedica los Cantares VIII al XI. Sigismundo no fue solo un gran guerrero, sino un patrono de las artes y del saber humanista. Se pregunta Laughlin si no es posible que Pound imaginara factible convencer a Mussolini a que amparara y ayudara a escritores y artistas. Sin embargo, al único escritor al que ayudó el Duce fue a Pirandello, que era fascista.

El ya citado encuentro entre Mussolini y Pound tuvo lugar el 30 de enero de 1933 en el salón Mappo Mundo del Palazzo Venezia de Roma. La noticia de la audiencia (concedida luego de repetidas negativas) se publicó en la primera página de Il Mare, el diario de Rapallo, localidad donde vivía Ezra. El proverbial encanto de Mussolini surtió efecto en su visitante. El poeta había enviado al Duce un volumen con sus primeros treinta cantares, que Mussolini estaba hojeando cuando Pound fue conducido a su presencia. Para el gobernante, era otra audiencia entre la docena que había otorgado para ese día, mientras que el visitante se habría forjado importantes ilusiones para lo que consideraría una ocasión histórica. El único comentario que hizo el Duce sobre los Cantares fue: “Ma questo è divertente?” [Pero ¿esto es divertido?]. Pound no debe de haber captado el significado de las palabras de Mussolini, pues escribe sobre esta situación en el Cantar XLI:

“Ma Questo,”

dijo el Jefe, “è divertente.”

Captando el sentido antes que los estetas se dieran cuenta;

después de desecar la inmundicia cerca de Vada

de las marismas, cerca de Circeo, de donde nadie la habría desecado.

Esperaron 2000 años, comiendo trigo de los pantanos;

agua potable para diez millones, otro millón de “vani”

es decir, habitaciones para que viviera la gente en el

XI de nuestra era.

[“Ma Questo,”

Said the Boss, “è divertente.”

Catching the point before the aesthetes had got there;

Having drained off the muck by Vada

From the marshes, by Circeo, where no one else would have drained it.

Waited 2000 years, ate grain from the marshes;

Water supply for ten million, another one million “vani”

That is rooms for people to live in

XI of our era.]

Esta parte de los Cantares elogia a Mussolini, que secó los pantanos de la aldea de Vada, en la provincia de Livorno, en la Toscana, cerca de la ciudad de Circeo, algo que nadie había hecho desde los tiempos de Tiberio, cuando ya empezó a hablarse de hacerlo. “Vani” significa “habitaciones,” y la fecha final es el año decimoprimero de la era fascista.

El antisemitismo de Pound fue una aberración, si bien se inspiraba en cuestiones económicas, en especial la usura, y él buscaba fundamentarlo. Existe una amplia documentación sobre el antisemitismo de Pound, especialmente en sus programas de Radio Roma, donde hablaba en contra de Inglaterra e intentaba impedir que Estados Unidos entrara en la guerra.1 En Ezra Pound and Italian Fascism, Tim Redman aclara que debe enfatizarse el hecho de que Pound no estaba enterado del horror perpetrado por los nazis en el momento en que él hablaba por Radio Roma contra la guerra. De hecho, no existen pruebas de que indique que estuviera enterado de la existencia de los campos de exterminio (Redman 5).

Cabe recordar un encuentro histórico con el poeta beat estadounidense Allen Ginsberg. Judío, homosexual y simpatizante de la izquierda, Ginsberg viajó a Italia para ver a Ezra Pound, antijudío, heterosexual y simpatizante de la derecha. Ginsberg llegó a Sant’ Ambrogio, cerca de Rapallo, donde vivía Pound con Olga Rudge, compañera de toda su vida en Italia, en el verano de 1967, y cantó el Hare Krishna frente a la casa. La primera pregunta que hizo Ginsberg al ver a Pound y a Olga Rudge fue: “¿Necesitan algo de dinero?” Conversaron y Ginsberg le hizo escuchar a Pound unos discos de los Beatles y de Bob Dylan, luego cantó mantras, acompañándose con una armónica. Pound insistía en decirle que su propia poesía no servía para nada. Ginsberg lo contrarió: los Cantares, afirmó, eran un ejemplo incomparable de la economía del lenguaje. Pound le aclaró: “A los 70 años me di cuenta de que, en vez de ser un lunático, era un imbécil.” “Usted nos ha mostrado el camino,” le dijo Ginsberg. “Mientras más leo su poesía, más convencido estoy de que es la mejor de nuestra época. Y su economía es correcta. Cada vez nos damos más cuenta, al ver a Vietnam. Usted nos demostró quiénes hacían ganancias con las guerras.” Pound le contestó: “Cualquier bien que pude hacer fue echado a perder por malas intenciones, por preocupaciones con cosas sin importancia, estúpidas … Pero el peor error que cometí fue ese estúpido prejuicio suburbano del antisemitismo” (Carpenter 897-99). Y el poeta reitera su arrepentimiento en los bellos versos de “Notas para CXVII et seq.,” un cantar inconcluso.

Michael Reck publicó un memorable artículo en junio de 1968, titulado “Conversaciones de Ezra Pound con Allen Ginsberg,” en Evergreen Review de Nueva York. Nuestras referencias son a una traducción de Susana Greco en una selección de estudios poundianos, El poeta enjaulado. Ginsberg permaneció una semana al lado de Pound, en una época en que el poeta ya estaba sumido en el silencio. No obstante, habló con Ginsberg y respondió sus preguntas. Ginsberg le recitó las palabras de Próspero al final de La tempestad: “Próspero arrojó su vara mágica al final de la obra [ … ] Pero usted debe seguir trabajando, debe registrar las últimas escenas del drama. Usted todavía tiene mucho que decir. Después de todo, ahora no tiene nada que perder. Usted se halla trabajando, ¿verdad?” Pound se mantuvo en silencio. Viene a nuestra mente el último Cantar, el CXX:

He intentado escribir el Paraíso

no se muevan

tejen que el viento hable

eso es paraíso.

Que los Dioses perdonen lo que

he hecho

que los que amo traten de perdonar

lo que he hecho.

[I have tried to write Paradise

Do not move

Let the wind speak / that is paradise.

Let the Gods forgive what I

have made

Let those I love try to forgive

what I have made.]

Antes de su entusiasmo por el fascismo y su antisemitismo, como apunta su biógrafo A. David Moody, tan temprano como el otoño de 1919 y la primavera de 1920, desde las páginas de The New Age, fustigaba a todos los enemigos del esclarecimiento, entre los que se encontraban las religiones, los nacionalismos y el sistema económico capitalista. Ofendían los derechos y libertades individuales y destruían la paz y la civilización (Moody 369). Pound era un luchador rebelde que defendía sus ideas y principios con terquedad, y se expresaba con una franqueza y falta de tacto que resultaban inaceptables para quienes eran el blanco de sus ataques. Sus opiniones eran terminantes; sus juicios, lapidarios. En una carta de abril de 1934 ataca a los diarios por su mediocridad: no hay verdad en la prensa. De las universidades, dice que no hay en ellas “vida intelectual.” Y que hay excelentes autores que el “fétido sistema editorial” estadounidense no quiere publicar (Letters 256). En sus cartas desprecia y ataca a Milton, a Tennyson y a Francis Thompson. Wordsworth es “una oveja aburrida” (90); Sandburg, “un leñador” (99); Claudel, un palurdo de pacotilla (205); Bernard Shaw, “un pobre piojo” (284).

Sus críticas y comentarios adversos le causaron sinsabores y le acarrearon docenas de enemigos. Es posible que fuera demasiado exigente y midiera a los demás escritores con una vara severa en exceso. Era un idealista que en literatura soñaba con una renovación modernista que superara el romanticismo y el victorianismo aún reinante y, sobre todo, con un Risorgimento literario, al que se refiere ya en Patria mía, de 1912. Su entronización de Mussolini también tiene que ver, sostiene Redman (77), con la necesidad que tenía de creer (después de su desilusión con Gran Bretaña y Francia) que bajo su líder Italia estaba al borde de un nuevo Renacimiento, y su deseo personal de ubicarse en el centro o vortex de un movimiento nuevo, como antes en el imaginismo e incluso en el vorticismo.

En el otro platillo de la balanza tienden a contrarrestar el gran peso negativo esencialmente su obra, de inmensa importancia como poeta, traductor, crítico, maestro; como figura primordial en la renovación literaria que representó el modernism, es decir, la vanguardia filosófica y artística de principios del siglo XX; sus estudios y traducciones de culturas poco difundidas en su tiempo, como la de los trovadores y la Provenza, la de la China de Confucio, la de Egipto y Japón, a las que infundió nueva sangre; también su enorme generosidad con amigos y discípulos; y quizá, por sobre todo, su entrega total y absoluta, su honda reverencia por el arte de la poesía.

Una de sus mayores contribuciones a la poesía es su insistencia en el principio de la renovación, su convicción de que cada época debe producir su propia poesía, concepto que resume en su ideal Make It New, ideal que no se sostiene solo, pues se origina en el respeto absoluto por la tradición: se construye sobre los cimientos de la gloria pasada, que pervive. El talento individual, como sostiene también Eliot, se suma a la larga tradición, que es más amplia que el individuo. Sin la larga ortodoxia de la tradición, la suma de lo mejor que se ha creado, el respeto y reverencia debidos a ella, lo actual languidece, pierde brillo. La nueva voz pierde significación.

Pound comienza su ensayo “The Tradition” (1913), recopilado en The Literary Essays of Ezra Pound, diciendo: “La tradición es una belleza que preservamos y no un juego de grilletes que nos constriñe” [The Tradition is a beauty which we preserve and not a set of fetters to bind us]. Las dos grandes tradiciones poéticas son la de los poetas mélicos (líricos) y los de Provenza. De la primera surgió la poesía del “mundo antiguo”; de la segunda, prácticamente toda la del mundo moderno. En Provenza y en Grecia, la poesía alcanzó su mayor brillantez rítmica y métrica, cuando las artes de la música y la poesía estaban más íntimamente unidas. La canzon de la Provenza se convirtió en la canzone italiana. Dante y sus poetas contemporáneos renovaron esa característica. Así va avanzando la tradición, y la canzone pasa a ser el soneto y la ballade de los isabelinos (“The Tradition” 91-92). El ensayo alcanza un vuelo lírico en la aseveración poundiana de que “Un regreso a los orígenes vigoriza, porque es un regreso a la naturaleza y a la razón” [A return to origin invigorates because it is a return to nature and reason, 93].

Pound pagó sus culpas, quizás en exceso. En 1949 fue declarado traidor a la patria. Es indudable que había hablado contra los Aliados, e intentado con todas sus fuerzas impedir la entrada de su país en la contienda. Es verdad también que pocos lo escuchaban, y que los servicios de inteligencia sospechaban que estaba hablando en código, sobre todo cuando leía pasajes de sus Cantares o se refería a las teorías del crédito social o a Confucio. Pero hablaba en contra de Churchill y de Roosevelt, a quienes aborrecía y consideraba responsables de la muerte de millones de personas.

Al terminar la contienda fue hecho prisionero por partisanos italianos. Lo llevaron al Disciplinary Training Center en Pisa, un campo de concentración al que el ejército estadounidense enviaba a los peores criminales para ser “entrenados.” Allí se le encerró en una jaula de alambre. Al principio dormía en unas colchas sobre el piso de cemento en la jaula sin techo, a la intemperie, expuesto al sol y a la lluvia; luego, bajo una pequeña tienda de campaña. Nadie podía hablar con él. Después de tres semanas sufrió un colapso nervioso, y los médicos lo trasladaron a la enfermería. Logró salir del trance, y empezó a leer a Confucio y a traducirlo, pues había logrado llevarse con él un libro del filósofo chino. Podía caminar y jugaba imaginariamente al tenis con una madera y piedras. Un día encontró en la letrina una antología de poesía inglesa colgada de un clavo a guisa de papel higiénico. Se la apropió, y su lectura ayudó a su espíritu. Entre diciembre y noviembre de 1945 compuso los Pisan Cantos, que luego le valieron uno de los premios poéticos más importantes del momento, pero esa es otra historia.

Pound fue liberado de St. Elizabeth’s en junio de 1958. El 30 se embarcó con su esposa, Dorothy Shakespear, en el trasatlántico Cristoforo Colombo, que llegó a Nápoles el 9 de julio. Periodistas y fotógrafos italianos subieron a bordo y le preguntaron cómo había sido su larga estancia en un asilo de locos. “Todos los Estados Unidos son un asilo de locos,” fue su respuesta.

Boris de Rachewiltz, egiptólogo italiano con quien se había casado Mary, la hija de Pound y Olga Rudge, había comprado en 1948 un castillo derruido, cerca de la aldea de Tirolo, en la ladera de las montañas tirolesas, que había logrado reconstruir y poner en condiciones más o menos habitables. Era el castillo de Brunnenburg, y allí fue Pound a su regreso a Italia. Llevó sus libros, sus fotografías, el busto de su cabeza hierática, obra de Henri Gaudier-Brzeska, y se instaló. Pero hacía mucho frío en invierno, y pronto volvió a vivir en Sant’ Ambroggio, con Olga.

En sus últimos años se queja varias veces, en entrevistas, de los errores de su vida, que retrospectivamente considera un gran fracaso. Se ve como un Quijote fracasado, que ha librado una batalla inútil contra molinos de viento. Lo ha sustentado por momentos su creencia en el valor absoluto de las grandes obras de la literatura, el arte, la arquitectura, y en la fuerza redentora del amor. De hecho, en el Cantar LXXVI declara: “Nada importa, salvo la cualidad / del afecto”). Por momentos parece haber perdido su fe en lo duradero, aquella seguridad en la eternidad de lo valioso. Recordamos una parte del notable Cantar LXXXI:

Lo que bien amas perdura,

el resto es escoria

de lo que bien amas no habrán de privarte,

lo que amas bien es tu verdadero patrimonio

¿Cuál mundo, el mío o el de ellos

o es de ninguno?

Primero vino lo visible, luego el palpable

Elíseo, aunque fuera en las salas del infierno,

lo que bien amas es tu verdadero patrimonio

de lo que bien amas no habrán de privarte.

[What thou lovest well remains,

The rest is dross

What thou lov’st well shall not be reft from thee

What thou lov’st well is thy true heritage

Whose world, or mine or theirs

or is it of none?

First came the seen, then thus the palpable

Elysium, though it were in the halls of hell,

What thou lovest well is thy true heritage

What thou lov’st well shall not be reft from thee.]

Hacia el fin de su vida, a principios de la década de 1960, Pound se sumió en el silencio. Dejó de hablar. Era como el rey Lear, vuelto de la tormenta, la intemperie y la locura. Después que pasó la primera euforia del regreso y la felicidad de estar libre y en el seno de su familia, Pound cayó en una depresión esquizofrénica de la cual posiblemente nunca se recobró. En una oportunidad, aclaró: “Yo no me sumí en el silencio; el silencio se apoderó de mí” (Carpenter 882). 2

1 Ezra Pound Speaking: Radio Speeches of World War II, ed. Leonard Doob, Westport, Connecticut: Greenwood Press, 1978.

2 Extractos de partes de este trabajo han sido publicados en libros de la Asociación de Estudios Americanos y en el Boletín de la Academia Argentina de Letras, Tomo LXXI, N° 287-288.

Ezra Pound

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