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El orden peninsular donde nació Alfonso
Entre la cruz y la Luna creciente y la estrella
a Castilla donde nació Alfonso –el primogénito de Fernando III– era parte de una península ibérica comparable con un singular tablero de ajedrez dividido en dos inmensas casillas. La que se extendía desde un poco más al sur del centro del territorio hasta el norte, encontrándose con las costas del mar Cantábrico, estaba ocupada por reinos cristianos. Además de Castilla, los de León, Navarra, Aragón y Portugal: la “España de los cinco reinos”.
La parte del tablero que se expandía desde el límite sur de las tierras católicas hasta donde se vinculan el océano Atlántico y el mar Mediterráneo era dominio de los musulmanes almohades. Su territorio cubría Extremadura, Andalucía, Murcia, la región de Valencia y medio Portugal. Se extendía además sobre el noroeste de África, zona que llamaban al-Magrib –en árabe, “lugar por donde se pone el sol”– y que los hispanos castellanizaron como Magreb.
Esta división del tablero ibérico se había conseguido merced al empuje de los ejércitos católicos que habían conquistado buena parte de al-Andalus. Ese era el nombre dado por los moros al territorio hispano de los visigodos, a donde habían llegado entre 711 y 718.
Hacia 1210, cuando Alfonso VIII el Noble –bisabuelo del futuro Alfonso X– llevaba más de medio siglo en el reinado, los ejércitos cristianos habían logrado algunos escasos éxitos militares sobre los almohades. Surgido en Marruecos, estos conformaban un movimiento radical del islam que llegó a dominar el Magreb y el sur de la península a partir de 1147, estableciendo su capital en Sevilla.
Península ibérica en 1200
¿Qué había impedido a los reinos del norte apoderarse de toda la península? Complotaron dos factores. En las últimas décadas del siglo XII había resurgido la hostilidad entre los reinos de Castilla y de León, que tuvieron monarcas diferentes desde 1158 hasta 1230. Y eso impedía al Noble desplegar toda la capacidad militar de los reinos cristianos.
Se había sumado la estrepitosa derrota sufrida por Alfonso VIII frente a los almohades en 1195 en Alarcos, cerca de la actual Ciudad Real. Ese fracaso desestabilizó a Castilla y puso a los demás soberanos católicos en contra de ese monarca.
El inicio del desgranamiento musulmán
n 1211, no obstante, se puso en marcha un gigantesco ensamble de fuerzas para enfrentar a los almohades en un duelo militar predicado como cruzada por el papa Inocencio III. Debido a sus dimensiones, el ejército del Noble era el principal. También se sumaron tropas de los reyes de Navarra y de Aragón, algunos nobles leoneses –pese a que Alfonso IX de León no intervino personalmente–, portugueses y cruzados franceses.
El 16 de julio de 1212, en un llano chocaron dos ejércitos de magnitudes nunca antes vistas en la guerra entre la cruz y la Luna creciente y la estrella del islam. En la batalla de las Navas de Tolosa se impusieron las fuerzas a caballo y a pie de los cristianos, mientras que las huestes del califa almohade Muhammad Al-Nasir quedaron destrozadas. Fue una victoria decisiva para el devenir de lo que los hispanos llamaban restauratio, pues postulaban que con sus campañas restauraban el cristianismo en territorios que les pertenecían por considerarse herederos de un remoto pasado visigodo.
Batalla de las Navas de Tolosa. Tapiz realizado por el telero Vicente Pascual a partir de un cartón de Ramón Stolz, encargado en 1950 por la Diputación Foral de Navarra. Se encuentra en su Palacio de Gobierno. Imagen cedida por el Gobierno de Navarra.
Península ibérica en 1212
Con todo, los triunfadores se tomaron su tiempo para repoblar las ciudades recuperadas e incluso no avanzaron hasta Sevilla, la capital almohade. Y en 1214, Alfonso VIII y los almohades acordaron una tregua. Mientras durase el armisticio, el rey de Castilla se comprometía a no organizar una nueva campaña militar y a evitar que otro reino católico utilizara su territorio como punto de partida para alguna expedición bélica.
La tregua se renovó hasta 1224, cuando fue anulada por el rey Fernando III. Se reinició entonces el avance cristiano sobre la parte del tablero de al-Andalus. Avance que logrará un gran impulso gracias al liderazgo del monarca castellano y de quien se convertirá en su suegro: Jaime I de Aragón.
Las empresas expansionistas de ambos reyes iban a ser posibles debido a que el resultado de las Navas de Tolosa desató una crisis política intestina en al-Andalus. Allí, los mudéjares –moros nacidos o que permanecieron en tierras hispánicas tras la conquista– aborrecían desde siempre el gobierno impuesto por los radicales marroquíes.
Y cuando fue evidente la incapacidad de los almohades de defender Andalucía de los reinos del norte, comenzó a surgir entre los mudéjares un movimiento en su contra. Hacia 1220, Ibn Hud (fines del siglo XII-1238), descendiente de una importante familia mudéjar de Zaragoza, se sublevó y depuso a todos los gobernadores provinciales almohades.
Pero Ibn Hud carecía del poder necesario para conformar un reino independiente. Prefirió entonces ser tributario de Fernando III. Y por una serie de tratados sellados entre 1224 y 1236, el rey católico obtuvo inmensas sumas de dinero y logró un acuerdo que permitió que sus ejércitos ocuparan en forma pacífica varias ciudades andaluzas.
En este escenario de conquistas y musulmanes en progresiva fractura le tocará crecer a Alfonso. Incluso, siendo niño iba a conocer la batalla de cerca al participar en una de las tantas campañas militares con las cuales su padre ambicionaba reinstaurar la cruz en toda la península.