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Educación en historia

Augusto Montenegro González,

in memoriam


EDUCACIÓN EN HISTORIA

GERMÁN RODRIGO MEJÍA PAVONY

Decano de la Facultad de Ciencias Sociales

Pontificia Universidad Javeriana

EL DOCTOR MONTENEGRO

Todos, ya fueran alumnos o profesores de la universidad, por décadas, lo llamaron de esa manera: el doctor Montenegro. Y, sin duda, se referían a él de esa manera por respeto. Debo confesar, sin embargo, que tuve el privilegio de llamarlo por su nombre, Augusto, desde mi época de estudiante en la Carrera de Historia de la Pontificia Universidad Javeriana. Me precio de haber sido su alumno, ciertamente, pero siento que la amistad que nos unió desde que fue mi profesor de Historia de Grecia y Roma y de Historia Medieval, porque de esas materias siempre fue el profesor de todos nosotros, no resultó únicamente del salón de clase, sino de las largas horas de conversación que, por años en su oficina —pero algunas veces también en su casa—, sostuvimos sobre los asuntos más disímiles, pero siempre cercanos a la vida, a la academia, a las personas, al futuro.

Además de alumno y amigo fui su vecino. Su casa formaba parte del añejo barrio Las Villas y yo vivía en casa de mis padres en la cercana Urbanización Campania. Eso fue antes de que construyeran el Centro Comercial Bulevar Niza, cuando inmensos potreros llenaban el paisaje que desde la calle 127 con autopista, el Canódromo, se seguían hasta la avenida Suba y nadie se había enterado de que el Humedal de Córdoba quedaba en ese lugar. Pero también el hijo mayor del doctor Montenegro, Augusto, estudiaba en el Colegio San Bartolomé La Merced, en el mismo salón en el que yo me esforzaba por terminar el bachillerato. Augusto padre se acordaba de que en ocasiones me había llevado del colegio a la casa, y hoy, con Augusto hijo, aunque no nos encontramos con frecuencia, recordamos esos años y a su padre, de quien heredó el gusto por la historia, aunque no se hizo historiador.

Escribir estas notas me da la oportunidad, por fin, de dar testimonio de la persona, del maestro y del amigo. Augusto fue muy conocido en la Universidad Javeriana desde que llegó a ella, en 1961, y todavía hay quien lo recuerda, pero nuevos actores e historias llegan con el paso del tiempo. Por eso, estas breves páginas traen los ecos de quien como pionero abrió caminos que hoy transitamos los historiadores javerianos, sin olvidar los cientos de miles de colombianos y centroamericanos que aprendieron la historia de América y del mundo en sus muy conocidos textos de bachillerato.

AUGUSTO MONTENEGRO GONZÁLEZ

Augusto Montenegro González murió el 7 de febrero de 2010. Aunque ya jubilado, seguía activo en la Academia Colombiana de Historia, institución a la que ingresó en calidad de académico correspondiente el 5 de marzo de 1996. Así mismo, siempre expresó su aprecio por la Academia Colombiana de Historia Eclesiástica, en cuyo Anuario publicó varios de sus mejores artículos de historia, todos relacionados con la Iglesia cubana en el siglo XX. Fue precisamente su labor como historiador lo que le permitió abrirse camino en el exilio, pues Augusto Montenegro llegó a Colombia el 7 de julio de 1961, cuando arreciaba la revolución en su tierra natal, Cuba. Siempre me llamó la atención la prudencia con la que se refería al régimen dictatorial en la isla y el silencio que prefería guardar en relación con su decisión de salir de Cuba junto con su esposa, Elisa Martínez Nieto, y cinco de sus siete hijos, pues los dos últimos nacieron en Colombia. Entendí entonces y entiendo todavía hoy su prudencia. Los movimientos estudiantiles fueron radicalmente activos durante los decenios de 1960 a 1980, todos ellos favorecedores de una u otra manera de la revolución Cubana, fenómeno del que no escapó la Universidad Javeriana, pues un grupo de sus estudiantes se manifestó precisamente comenzando la década de 1970, años en los que ya Augusto estaba vinculado a la universidad y dirigía precisamente un departamento, el de Historia, al que estaban vinculados estudiantes ideológicamente cercanos o claramente favorables a dicha revolución.

Como pionero, el doctor Montenegro abrió caminos que hoy transitamos los historiadores javerianos, sin olvidar los cientos de miles de colombianos y centroamericanos que aprendieron la historia de América y del mundo en sus muy conocidos textos de bachillerato.

Augusto Montenegro González nació en La Habana el 18 de diciembre de 1927. El padre Luis Carlos Mantilla, de la Academia Colombia de Historia, en el obituario que público en el Anuario de Historia Eclesiástica en 2011, escribió que, coherente con sus profundas convicciones católicas, Augusto Montenegro fue dirigente de la Federación de la Juventud de Acción Católica Cubana durante los años 1943 a 1954, y ya profesional, entre 1956 y 1960, continúo vinculado a la Acción Católica Cubana1. Conversando un día, creo que cuando yo ya estaba vinculado como profesor en el Departamento de Historia, me comentó Augusto que precisamente fue desde sus firmes convicciones católicas que había participado en los movimientos contra la dictadura de Batista, pues no podía cohonestar el régimen. Por ello el apoyo inicial a la revolución. Pero, por esas mismas convicciones, fue afín a la decisión de dejar el país y buscar en los lejanos Andes rehacer su vida junto con su esposa y pequeños hijos.

Augusto, siguiendo las notas del padre Mantilla y datos biográficos que reposan en nuestro Archivo Histórico, cursó en la Universidad de La Habana “estudios superiores en la Facultad de Ciencias Sociales, primero, y luego jurídicos, los que coronó con el grado de doctor en Derecho en 1953”2. Señala el padre Mantilla que Augusto, en 1955, comenzó a ejercer la docencia en las universidades de Santo Tomás de Villanueva y en la Social Católica San Juan Bautista de La Salle, y desde 1956 se vinculó al bufete Camacho, Collazo y Camacho, en el que permaneció hasta su salida de Cuba en 1961. Su actividad como abogado lo hizo acreedor a la membresía de número de la Comisión de Derecho Comparado en el Colegio de Abogados de La Habana y de la Comisión de Derecho Laboral del mismo instituto.

Ya en Colombia, Augusto se vinculó a la Universidad Javeriana como profesor de Historia el 1 de septiembre de 1961. Igualmente fue profesor de Historia en la Universidad Santo Tomás de Aquino de 1974 a 1977, en la Universidad de La Sabana de 1977 a 1983, en la Universidad Pedagógica Nacional de 1965 a 1968 y de 1981 a 1982 y en la Escuela Militar de Cadetes de 1968 a 1973. Pero su casa fue la Universidad Javeriana, de la que fue profesor titular y emérito, condecorado varias veces y directivo por varios lustros. Augusto estuvo vinculado a la Universidad Javeriana de manera continua por 44 años, hasta su retiro, en 2005.

LOS ESTUDIOS DE HISTORIA EN LA UNIVERSIDAD JAVERIANA

El 24 de octubre de 1994 cumplió 25 años la Carrera de Historia de la Pontificia Universidad Javeriana. En el discurso que preparó para esta ocasión, Augusto terminó afirmando:

Concluyo esta apretada y, quizá ya cansona, síntesis histórica en la que se han omitido muchos nombres y hechos, pero que, no obstante, están grabados en la mente y el corazón de quien ha tenido el privilegio de dar clases, de ser profesor de cientos de alumnos. Si ellos hoy me agradecen, y si las palabras emocionadas del padre vicerrector del Medio Universitario en la misa, me proclaman como patriarca de estos estudios, soy yo quien tiene que agradecer a todos mis exalumnos y a todos los que fueron mis compañeros, porque de ellos aprendí, y con la inquietud, con la pregunta, con la respuesta y, ¿por qué no?, con la crítica, me enriquecieron académica y espiritualmente.3

Con relación a quienes hicieron posible la existencia de los estudios históricos en la universidad, en el último párrafo del discurso de conmemoración de los 25 años, Augusto relata que:

En el siglo XIII, un viajero que recorría Francia se encontró con tres hombres en un sitio donde estaban levantando una iglesia. Le preguntó a cada uno que estaba haciendo y el primero le respondió: “Trabajo desde el amanecer hasta la caída del sol y recibo solamente unas cuantas monedas cada día”. El segundo dijo: “Estoy feliz porque me encontraba sin trabajo y ahora puedo sostener a mi familia”. El tercero respondió: “Estoy construyendo una catedral”.4

Concluye Augusto, siguiendo al tercer albañil, que eso es lo que ha sucedido en todos los años que han transcurrido desde que se inició la formación de historiadores en la Universidad Javeriana: “Ayer y hoy sentimos que realizamos una construcción: la de formar los hombres y las mujeres que construyen científicamente el pasado de nuestra Colombia para crear un futuro mejor”5.

La formación de historiadores en la Universidad Javeriana, señaló Augusto, se ha caracterizado, primero, porque el programa de estudios “ha sido y es un programa académico inalterablemente fiel al propósito de formar historiadores, investigadores de la Historia”6. Segundo, igualmente importante, se ha caracterizado desde sus inicios en 1969 por constituirse como un

programa de formación integral para el oficio de historiador, o sea, con la suficiente información en las áreas mundial y continental alejándonos de dos tendencias extremas igualmente peligrosas. Una, el eurocentrismo que analiza exhaustivamente los procesos del Viejo Continente con escasas referencias a Latinoamérica y el resto del mundo. Y otra, la tendencia de mostrar la historia europea únicamente como un sistema político y económico de dominación mundial y como “telón de fondo” donde los protagonistas somos solamente los latinoamericanos y afroasiáticos en condición de colonizados.7

En todos los años que han transcurrido desde que se inició la formación de historiadores en la Universidad Javeriana: “Ayer y hoy sentimos que realizamos una construcción: la de formar los hombres y las mujeres que construyen científicamente el pasado de nuestra Colombia para crear un futuro mejor”.

Tercero, finalmente, otra de las características fundamentales de los estudios históricos en la Javeriana, señala Augusto, ha sido el “pluralismo ideológico y metodológico en las cátedras que se dictan en la Carrera”, producto del “respeto a la libertad personal y a la libertad académica”, lo que ha permitido que los estudiantes estén “en contacto con diversas tendencias historiográficas, lo cual es de gran valor para su formación” y base para que los egresados hayan expresado “que conocieron todas las tendencias y leyeron de todas ellas sin prejuicios ni limitaciones”8.

Recuerda Augusto, en el discurso de 1969 que venimos siguiendo, que la apertura de la Especialización en Historia, en la Facultad de Filosofía y Letras, obedeció a variadas circunstancias, todas las cuales coincidieron con esos álgidos años de finales del decenio de 1960. De una parte, el estremecimiento que en el pensamiento cobró forma con el Mayo francés de 1968, pero también con la crisis ideológica que causó la invasión soviética a Checoeslovaquia, la matanza de Tlatelolco, el movimiento antirracista norteamericano y los movimientos pacifistas contra la guerra en Vietnam, igualmente norteamericanos. De otra parte, la Guerra Fría en todo su furor, sin duda, pero también la revolución Cubana como ejemplo de demostración a estudiantes y guerrilleros en nuestro continente, al tiempo que los esfuerzos por evitarla tomaron forma con la Alianza por el Progreso y el apoyo indiscutido a planes de desarrollo nacional que comenzaron a formar y seguir los países que para entonces empezaron a ser conocidos como subdesarrollados en su calidad de tercermundistas. Por ello, finalmente, la modernización del Estado, corolario inevitable de la constatación anterior, aceptó que la política debía abrir un lugar indispensable y fundamental a la tecnocracia, lo que se tradujo en los muchos departamentos administrativos que se crearon en el país durante la administración de Carlos Lleras Restrepo, uno de ellos el Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación Superior (Icfes).

Testigo de estas crisis y de estos cambios, afirma Augusto, que

resultado de todo ello fueron, entre otros, el incremento del poder estatal de reglamentación e inspección de las universidades –que culminó finalmente en la creación del Icfes (1968)– y, en lo académico, el Plan Básico para evitar una formación exclusivamente profesional desconectada de otros saberes que aproximan al estudiante al conocimiento de las realidades del país.9

Otra de las características fundamentales de los estudios históricos en la Javeriana, señala Augusto, ha sido el “pluralismo ideológico y metodológico en las cátedras que se dictan en la Carrera”, producto del “respeto a la libertad personal y a la libertad académica”.

La creación de facultades de Educación en las universidades y su departamentalización fue así, según lo afirma Augusto en su discurso, consecuencia de seminarios y estudios que quisieron resolver, con la ayuda de una misión de la Universidad de California, el futuro de la educación superior en el país.

Creado el Departamento de Historia, en 1967, fue su primer director el doctor Montenegro. Solo fue hasta 1969, sin embargo, cuando se tomó la decisión de formar especialistas en Historia a nivel de pregrado. Fue Manuel Lucena Salmoral quien dio forma al primer plan de estudios, que dirigió hasta su retiro años después, en 1974, tomando Augusto el relevo en la dirección de la Carrera. El objetivo de este programa, dice Augusto, citando el catálogo de 1972, era “formar un científico social especializado en Historia con calidades investigativas para realizar una enseñanza universitaria y que posea las herramientas necesarias para hacer investigación histórica”10.

Durante los años en los que fue testigo directo, pues fue director del Departamento desde 1967 hasta 1986 y también director de la Carrera desde 1975 hasta 1980, afirma Augusto que se sucedieron dos diferentes períodos en los que se distinguió la formación de historiadores javerianos: primero, entre 1969 y 1975, bajo la influencia directa de Lucena Salmoral, como un programa de dos años en su calidad de especialización en los estudios en Filosofía y Letras, enfocado en “iniciar a los estudiantes en el trabajo con fuentes primarias en el Archivo y despertar gran interés por el período colonial”11.

Un segundo período se sucedió entre 1975 y 1980, cuando la reforma de los planes de estudio permitió que los dos años comunes se redujeran a un solo semestre. Fue en ese programa donde me formé como historiador en la Pontificia Universidad Javeriana, y de esos años, tiempo después, junto con Juan Carlos Eastman, escribimos en el Boletín de Historia, que

las áreas teóricas y de procesos daban especial razón de la influencia francesa […]. Nos familiarizamos con Febvre, Bloch, Braudel y con Chaunu, con Romano, Duby, Soboul, Pierre Vilar, y también con otros que no obedecían a los dictados de la Escuela de los Annales: Shaft, Althusser, Maurice Dobb, Hobsbawn, pero que también eran contrarios al cientifismo de Ranke y al manual de Charles Seignobos. El ¿Qué es la Historia? de Edward Carr, se convirtió en nuestra guía y Los métodos de la Historia, de Cardoso y Pérez Brignoli, en el principio de nuestra acción.12

Comentarios a los que agregó Augusto que “pudieron haber agregado: todos los autores de la Nueva Historia de Colombia, las monografías de la Historia Académica y las explicaciones y críticas a la teoría del desarrollo y la teoría de la dependencia latinoamericana”. Señala Augusto dos períodos más en el desarrollo de los estudios históricos en la universidad el primero desde 1980-1984 hasta 1992 y el segundo de 1992 en adelante, pero en ellos estuvo activo Augusto como director hasta 1986, pues comenzando el año siguiente asumí yo la dirección del Departamento y ya desde 1980 otras personas habían dirigido la Carrera de Historia.

Creado el Departamento de Historia, en 1967, fue su primer director el doctor Montenegro. Solo fue hasta 1969, sin embargo, cuando se tomó la decisión de formar especialistas en Historia a nivel de pregrado hasta su retiro años después, en 1974, tomando Augusto el relevo en la dirección de la Carrera.

EL HISTORIADOR

La actividad como director tanto del Departamento como de la Carrera de Historia de la Universidad Javeriana fueron de la mayor importancia para Augusto y por eso, sin duda, ocupó gran parte de su tiempo. Lo mismo aplica a su familia, a la que amaba profundamente y por la que, procurando su bienestar, dedicó muchas horas extras en otras universidades de la ciudad. Sin embargo, nada de ello le impidió dar forma a una obra historiográfica al tiempo abundante, de calidad y de gran impacto en generaciones de bachilleres y estudiantes universitarios.

Todos los que fuimos sus estudiantes conocimos La huella de los siglos. Eran sus notas de clase convertidas en texto nunca publicado, pero sospechosamente circulando entre nosotros cuando la xerocopia, pues así se llamaba entonces a las fotocopias, apenas comenzaba a ser el instrumento por excelencia de la formación en ciencias sociales. Estas notas reunían su pasión como profesor: la Historia de Grecia y Roma, ciertamente, pero ante todo la Historia Medieval, fueron las cátedras que por décadas impartió Augusto a los futuros historiadores, a los futuros maestros de escuelas y colegios, y a todos los que pasaban por sus clases en razón de la formación humanista de la universidad.

Pero la labor como historiador que se desprendió de su actividad docente no lo frenó en forma alguna para incursionar en otros temas en los que, igualmente, demostró sus habilidades y conocimientos. Primero, su actividad como escritor de textos de enseñanza para el bachillerato; segundo, sus artículos relacionados con la historia de la enseñanza de la historia en Colombia y, tercero, sus artículos sobre la historia de la Iglesia en Cuba, una investigación que realizó sobre las Fuerzas Militares en Cuba precastrista para ser presentado en el Congreso Internacional de Americanistas de 1985, y el estudio que sobre la presencia de Colombia en las guerras de independencia de Cuba desarrolló en diversas publicaciones.

De los primeros cabe señalar, sin exageración, que una inmensa mayoría de los colombianos que transitaron por el bachillerato durante los decenios de 1970 y 1980 aprendieron la historia de América por los libros de Augusto Montenegro.

Todos los que fuimos sus estudiantes conocimos La huella de los siglos. Eran sus notas de clase convertidas en texto nunca publicado, pero sospechosamente circulando entre nosotros cuando la xerocopia, pues así se llamaba entonces a las fotocopias, apenas comenzaba a ser el instrumento por excelencia de la formación en ciencias sociales.

La historial mundial y la geografía también fueron objeto de algunos textos, pero fue la historia de América el área en la que se distinguió por varios lustros y fueron varias las ediciones y muchas las reimpresiones que la Editorial Norma realizó para satisfacer la demanda de estos textos en el país, y por fuera de él, ya que en Centro América y en Puerto Rico fueron igualmente utilizados para la enseñanza de la historia. Lo que no podemos olvidar es precisamente el tipo de historia que Augusto escribió en esos textos: toda ella historia social, con el fondo de la primera y segunda generación de Annales, parca en héroes y batallas, abundante en procesos de cambio, con presencia de élites, pero también de “los otros”, el espacio junto con la sociedad, el Estado no reducido únicamente a los gobernantes.

En esta tarea de escribir textos para la educación media, Augusto fue maestro generoso, pues nos introdujo en este arte a varios de sus estudiantes. Los textos de historia mundial y de historia de Colombia, ya fuera en la Editorial Norma, principalmente, o en otras, como Editorial Voluntad, fueron la escuela para varios de sus estudiantes: Juan Carlos Eastman, Margarita Peña, Carlos Alberto Mora y yo fuimos activos escritores para estos textos, lo que no significa que otros de nuestros profesores y compañeros no fueran autores en otras editoriales con las que Augusto no tuvo relación alguna, pues Margarita y Carlos Alberto fueron profesores míos.

Lo que no podemos olvidar es precisamente el tipo de historia que Augusto escribió en esos textos: toda ella historia social, con el fondo de la primera y segunda generación de Annales, parca en héroes y batallas, abundante en procesos de cambio, con presencia de élites, pero también de “los otros”, el espacio junto con la sociedad, el Estado no reducido únicamente a los gobernantes.

Los otros campos de interés historiográfico de Augusto han aparecido reseñados en varias oportunidades e, igualmente, listaremos esta producción a continuación. En conjunto, entonces, cabe repetir ese lugar común que afirma lo difícil que es sintetizar una vida en unas cuantas páginas. Es cierto, si es del doctor Montenegro de quien hablamos. Pero tal vez sí es suficiente y cabe en pocas palabras afirmar con agradecimiento que Augusto Montenegro fue ante todo un gran ser humano, hombre de familia y de sus alumnos, que dejó marca en todos nosotros, pues fue maestro sabio y generoso.

NOTAS

1 Luis Carlos Mantilla Ruiz (2011). Augusto Montenegro González (1927-2010), in memoriam. Anuario de Historia de la Iglesia, 20, 505-507.

2 Mantilla Ruiz. Augusto Montenegro González, p. 505.

3 Augusto Montenegro González (1994). Palabras de Augusto Montenegro en el Acto Académico de conmemoración de los 25 años de la fundación de la Carrera de Historia en la Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá: Archivo Histórico, Pontificia Universidad Javeriana, 26 de octubre.

4 Montenegro González. Palabras de Augusto Montenegro, p. 18.

5 Montenegro González. Palabras de Augusto Montenegro, p. 18.

6 Montenegro González. Palabras de Augusto Montenegro, p. 13.

7 Montenegro González. Palabras de Augusto Montenegro, p. 13.

8 Montenegro González. Palabras de Augusto Montenegro, p. 14.

9 Montenegro González. Palabras de Augusto Montenegro, p. 4.

10 Montenegro González. Palabras de Augusto Montenegro, p. 7.

11 Montenegro González. Palabras de Augusto Montenegro, p. 7.

12 Augusto Montenegro (1985). Fundamentación teórica y propuesta de actividades para el desarrollo de la historia en nuestra sociedad colombiana. Boletín de Historia 2(4), 13-20.

TRAYECTORIA ACADÉMICA

• 1927

Nació en La Habana, capital de la República de Cuba, el 18 de diciembre.

• 1956-1961

Se desempeñó como abogado del bufete Camacho, Collazo y Camacho de La Habana.

• 1955-1961

Fue profesor en las universidades cubanas de Santo Tomás de Villanueva y en la Social Católica San Juan Bautista de La Salle.

• 1953

Recibió el título de doctor en Derecho de la Universidad de La Habana, Cuba.

• 1961

Se vinculó como profesor de historia a la Pontificia Universidad Javeriana desde el 1 de septiembre.

• 1968-1973

Fue profesor en la Escuela Militar de Cadetes General José María Córdova.

• 1974-1977

Fue profesor en la Universidad de Santo Tomás de Aquino.

• 1977-1983

Fue profesor en la Universidad de La Sabana.

• 1965-1968 y 1981-1982

Fue profesor de la Universidad Pedagógica Nacional.

• 1996

Fue designado miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Historia, el 5 de marzo.

• 2010

Falleció en Bogotá el 7 de febrero.

OBRAS SELECCIONADAS

• 2010

Historia de la Iglesia en Cuba (1977-1994). Anuario de Historia de la Iglesia, XIX, 293-338.

• 2009

Historia e historiografía de la Iglesia en Cuba (1959-1976). Anuario de Historia de la Iglesia, XVIII, 261-294.

• 2008

Historia e historiografía de la Iglesia en Cuba (1953-1958). Anuario de Historia de la Iglesia, XVII, 283-307.

• 2005

Historiografía de la Iglesia en Cuba (1902-1952). Anuario de Historia de la Iglesia, XIV, 313-349.

• 1998

La enseñanza de la historia en Colombia entre 1902 y 1945: de la armonía entre investigación y docencia de la historia al auge de la renovación pedagógica. Boletín de Historia y Antigüedades, 85, 129-166.

• 1998

Colombia en la última guerra de independencia cubana (1895-1898). Primer Encuentro de Culturas del Caribe (1898-1998), Universidad Javeriana, 27 al 30 de abril.

• 1997

Presencia de Colombia en las guerras de independencia de Cuba. Revista de Historia de América, 119, 3-34. Instituto Panamericano de Geografía e Historia.

• 1996

Presencia de Colombia en las guerras de independencia de Cuba. Boletín de Historia y Antigüedades, 83, 323-355.

• 1987

Cuba: vicisitudes de una comunidad eclesial (1898-1983). En Manual de historia de la Iglesia, t. X: La Iglesia del siglo XX en España, Portugal y América Latina, dirigido por Quintín Aldea y Eduardo Cárdenas (pp. 1050-1110). Barcelona: Herder.

• 1980

Trayectoria y estado actual de la enseñanza de la historia en Colombia. Universitas Humanística, 12, 173-199.

• 1976

Historia de América. Bogotá: Norma. Alcanzó cuatro ediciones más en 1980, 1984, 1995, 1996, y ediciones especiales solicitadas por la Dirección de Instrucción Pública de Puerto Rico, República de Nicaragua y República de El Salvador, entre 1990 y 1996.

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