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4 “DE REHEN EN UN BANCO A ASESINO DE UN LADRÓN”

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La segunda hipótesis que manejo sobre el móvil de mi persecución es la que les voy a pasar a contar a continuación. Por alguna razón vinculada ya sea con el VERAZ o con alguna deuda contraída con alguna entidad financiera que acaso me había generado intereses leoninos en mi saldo deudor, me vi obligado a concurrir junto con mi esposa a realizar un trámite bancario a la zona del microcentro porteño. Habíamos llegado antes de las catorce horas con bastante demora ya que nos llevó más de una hora y media encontrar un lugar para estacionar el auto. Desde aquel estacionamiento hasta las puertas del banco nos separaban más de treinta cuadras. Ni bien nos abrieron las puertas de la entidad, unos asaltantes armados tomaron posesión del banco, transformándonos así, conjuntamente con varias decenas de personas más, en rehenes.

Luego de varias horas de espera (horas que parecieron días) encerrados en una habitación apenas iluminada, escuchando gritos y golpes en forma constante que tenían lugar entre nuestros captores y los miembros del comando enviado para la negociación, se llegó a un supuesto arreglo y muy tarde a la noche fuimos finalmente liberados.

Un gentío que incluía policías, periodistas, familiares de los rehenes y curiosos estaba apostado en la entrada del banco. Entre la intermitencia de las luces emitidas por las sirenas de las ambulancias, autobombas y patrulleros que perforaban la profunda y fría noche porteña, pude divisar a mi hijo que nos estaba esperando junto con unos amigos suyos.

Le comenté, que a causa de la traumática situación que habíamos vivido, había olvidado por completo el lugar en donde había estacionado el auto. Los chicos se ofrecieron a ayudarnos en la búsqueda. Nos dividimos y de esa manera, mi mujer y yo caminaríamos por la calle de nombre Jorge García en dirección a nuestra casa.

Caminamos a lo largo de casi dieciocho kilómetros en la búsqueda del auto pero no logramos dar con éste.

Terminamos regresando a casa a pie sin poder recordar el lugar en donde había dejado mi rodado. Casi lo había olvidado, pero durante esos días vivíamos en un departamento de dos ambientes con doble cochera ya que contábamos con dos vehículos.

Se me había ocurrido entonces, sacar el segundo auto para salir a buscar el lugar en donde había dejado estacionado el primero. Sin embargo, cuando me acerqué al vehículo, la oscuridad total de la cochera se vio discontinuada por una ténue luz amarilla desde el interior de mi rodado. Al asomarme a la ventanilla, vi a un hombre tendido sobre el piso alfombrado del auto, el cual ya carecía del asiento del conductor, sustrayendo los cables de la instalación eléctrica desde abajo del volante con la ayuda de una linterna y de una tenaza. A modo de reflejo, acaso debido al estrés que me habían causado todas las peripecias vividas a lo largo de esa fatídica e interminable jornada, insulté al ladrón, quién se apeó de repente amenazándome con la tenaza, acto seguido cerré la puerta del auto con tal violencia que le hizo estallar el globo ocular izquierdo salpicando con sangre la ventanilla, y quien luego de perder el conocimiento, murió desangrado encerrado dentro del vehículo. Este hecho bien me pudo haber ocasionado ansias de huir ante las represalias o el rigor legal que tuviese que afrontar y quizá fue el desencadenante de mi persecución inicial.


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